Frutos de la confianza. Parte II

Publicado el 09/10/2022

Repetid con frecuencia la invocación tan conmovedora: “Corazón de Jesús, ¡en Vos confío!”. Nuestro Señor decía a un alma privilegiada: “Es suficiente esta pequeña oración: “En Vos confío”, para encantarme el Corazón, porque en ella se comprenden la confianza, la fe, el amor y la humildad”.

Padre Thomas de Saint Laurent

Los Santos rezaban con esa confianza, y por eso Dios les mostraba su infinita liberalidad.

El abad Sisois, según la Vida de los Padres, rezaba un día por uno de sus discípulos a quien la violencia de la tentación había abatido. “Queráis o no —decía a Dios— no os dejaré antes de que le hayáis curado.” Y el alma del pobre hermano recobró la gracia y la serenidad.

Nuestro Señor se dignó revelar a Santa Gertrudis que su confianza hacía tal violencia al Corazón Divino, que se sentía forzado a favorecerla en todo. Y añadió que, obrando así, satisfacía las exigencias de su bondad y de su amor por ella. Una amiga de la santa rezaba desde hacía algún tiempo sin obtener nada. El Salvador le dijo: “Retrasé la concesión de lo que me pides, porque no confías en mi bondad como mi fiel Gertrudis. A ella nunca le negaré nada de lo que me venga a pedir”.

Santa Catalina de Siena

Finalmente, he aquí cómo rezaba Santa Catalina de Siena, según el testimonio de San Raymundo de Capua, su confesor: “Señor —decía— no me apartaré de vuestros pies, de vuestra presencia, mientras no os dignéis hacer lo que Os pido”.

Señor continuaba— yo quiero que me prometáis la vida eterna para todos los que amo.” Luego, con una audacia admirable, extendía la mano hacia el Tabernáculo: “¡Señor —añadía— poned Vuestra mano en la mía! ¡Sí! ¡Dadme una prueba de que me daréis lo que os pido!…”

Que esos ejemplos nos animen a recogermos en el fondo del alma; examinemos un poco la conciencia.

Con un piadoso autor, dirijámonos la siguiente pregunta: ¿Hemos puesto en nuestras oraciones una confianza total, un poco de ese absolutismo de niño que pide a la madre el objeto que desea? ¿El absolutismo de los pobres mendigos que nos persiguen y que, a fuerza de importunar, consiguen ser atendidos? ¿Sobre todo, el absolutismo al mismo tiempo tan respetuoso y lleno de confianza de los santos en sus súplicas?”.

Conclusión del trabajo

Una conclusión de este corto estudio resulta naturalmente imperiosa.

Almas cristianas, empeñad todos los medios a vuestro alcance para adquirir la confianza. Meditad mucho sobre el poder infinito de Dios, sobre su inmenso amor, sobre la inviolable fidelidad con que Él cumple sus promesas, sobre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. No quedéis, sin embargo, indefinidamente paradas a la expectativa. De la reflexión pasad a la acción. Haced frecuentemente actos de confianza; que cada acción vuestra os sirva de ocasión para renovarlos. Y sobre todo en las horas de dificultad y de prueba es cuando los debéis multiplicar.

Repetid con frecuencia la invocación tan conmovedora: “Corazón de Jesús, ¡en Vos confío!”. Nuestro Señor decía a un alma privilegiada: “Es suficiente esta pequeña oración: “En Vos confío”, para encantarme el Corazón, porque en ella se comprenden la confianza, la fe, el amor y la humildad”.

No temáis exagerar la práctica de esta virtud.

No se debe nunca temer, aún en el supuesto de una vida buena, no se debe nunca temer el ejercitar demasiado la virtud de la confianza. Pues así como Dios en razón de su infinita veracidad, merece un crédito, de alguna manera infinito, así también en razón de su poder, de su bondad, de la infalibilidad de sus promesas, perfecciones estas, que no son menos infinitas que su veracidad. Él merece confianza ilimitada”.

No ahorréis esfuerzos. Los frutos de la confianza son tan preciosos que vale la pena hacer cualquier sacrificio por alcanzarlos.

Y si un día viniereis a quejaros de no haber obtenido las maravillosas ventajas esperadas, yo os responderé con San Juan Crisóstomo: “Decís: esperé y no fui escuchado. ¡Extrañas palabras! ¡No blasfeméis las Escrituras! No fuisteis escuchados porque no confiasteis como convenía porque no esperasteis el fin de la prueba; porque fuisteis pusilánimes. La confianza consiste sobre todo en levantar el ánimo en el sufrimiento y en el peligro y elevar el corazón hacia Dios”.

Tomado del Libro de la Confianza, Capítulo VI; pp. 69-75

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