Todo acabó: “Consummatum est”.
Vuestra cabeza pende inerte. Una paz majestuosa, suavísima y divina se muestra en todo vuestro Cuerpo. Estáis lleno de paz, ¡oh Príncipe de la Paz!
Pero a vuestro alrededor todo es aflicción y perturbación. Aflicción extrema en el Corazón de María y en el puñado de vuestros fieles. Perturbación en el universo entero: el Sol se oscurece, la tierra tiembla, el velo del Templo se rasga, los verdugos huyen.
Pero Vos estáis en paz. Sí, porque todo se consumó. Porque la iniquidad dejó patente su infamia hasta el final, y porque Vos dejasteis patente hasta el extremo vuestra divina perfección.
Por los méritos superabundantes de vuestra Pasión y Muerte los hombres reciben la posibilidad de reconocer toda la belleza de la luz y todo el horror de las tinieblas. Para que sean hijos de la luz e irreductibles enemigos de las tinieblas.
Al pie de la Cruz está María. ¡Qué sublimes meditaciones se dan en lo íntimo de Aquella de quien narra el Evangelio (cf. Lc 2, 51) que, ya en los albores de vuestra vida terrena, guardaba en su Corazón todo lo que tenía que ver con Vos!
Inmaculado Corazón de María, Sede de la Sabiduría, comunicadme una centella, aunque sea pequeña, de vuestra lucidísima y ardorosísima meditación sobre la Pasión y Muerte de vuestro Hijo, mi Redentor, para que yo la guarde como fuego sagrado y purificador en lo íntimo de mi alma.
(Plinio Corrêa de Oliveira. Extraído de Catolicismo n. 148, abril de 1963)