Los uniformes militares de otrora estimulaban el heroísmo y proporcionaban al combatiente la sensación y la vivencia de la gloria que hay en sacrificar la vida por la patria, dándole condiciones de enfrentar la muerte con gallardía. Trajes de apariencia delicada evitaban la deformación de la carrera bélica, impidiendo un carácter carnicero, y formaban verdaderos caballeros.
Plinio Corrêa de Oliveira
Voy a comentar dos soldaditos traídos por Juan de Europa. Son piezas de colección representando oficiales de caballería del tiempo de Luis XV.
Objeciones presentadas por el espíritu moderno
Haré a propósito de esos caballeros algunos comentarios en la línea “Ambientes, Costumbres y Civilizaciones”. 3 ¿Qué objeciones tendría el espíritu moderno contra ellos? Voy a presentar las siguientes: Primero, son muy orgullosos, vestidos ricamente como para una fiesta. Y por el modo de vestirse, repicar el tambor, tocar la corneta, dan la impresión de despreciar a quién no está vestido así, con esos adornos. Por lo tanto, no tienen la caridad cristiana.
Otra objeción: El hombre debe ser más serio y no adornarse tanto así. Lo propio para el hombre varonil es el mameluco o el overol. Esos caballeros están adornados como ni siquiera las mujeres se arreglan hoy en día.
Tercera objeción: Si no son varoniles no pueden ser buenos soldados. Esos muñecos representan hombres que eran así: servían para bailar minué, pero no para combatir, eran figurines.
Hoy en día, si un hombre se colocase esas botitas finísimas, ese sombrerito en la cabeza, se vistiera con ese saco de gran calidad, adornase su tambor, tocara la cornetita de esa manera, quedaría un figurín. Ese no puede ser un batallador.
Una objeción más: era infeliz el pueblo que tenía que pagar tanto dinero a oficiales inútiles y a un ejército con esos hombres vestidos ricamente así, los cuales, en casi toda su totalidad, eran nobles. Eso se hacía para adornar a la nobleza, mientras al pobre pueblo le faltaba el pan. Y nosotros no podemos permitir eso.
Respeto por la carrera militar en tiempo de paz
¿Qué dice la Historia a su respecto? Los guerreros de ese tiempo eran de un coraje prodigioso. Soldados franceses, ingleses, alemanes, españoles y de otras naciones avanzaban unos sobre otros con una intrepidez que dejan a las personas aún hoy asombradas. Batallaban dispuestos a morir.
No se usaba trinchera en el tiempo en que el arma blanca era muy empleada. Comenzó a ser utilizada con el uso habitual del arma de fuego.
Es conocido el modo como un oficial francés, del tiempo de Luis XV, llamaba la atención de los soldados que iban a combatir: “Messieurs4, –llamar a un soldado de monsieur muestra el abismo de diferencia con el tratamiento que hoy se emplearía: “eh monos”– ¡Messieurs, ajusten bien el sombrero en la cabeza! ¡Vamos a tener el honor de dar una carga de caballería!” Y con mosquete o espada, se lanzaban contra los enemigos. Había una carnicería: rodaban por el suelo, quedaban amputados, ciegos, enfermos para toda la vida, o morían.
Luchaban así porque realza la gran nobleza que hay en dar la vida por la patria.
Estimula el heroísmo proporcionando al individuo la sensación y la vivencia de cómo es glorioso caminar rumbo a la muerte. De esa forma él siente mucho más la gloria de la guerra que un soldado camuflado.
Eso da al individuo la conciencia de la importancia de la muerte y, por tanto, hace que esté en condiciones de enfrentarla con gallardía. Pero eso no es sólo para la hora de la batalla.
Uno de los criterios –no el único– para medir el valor de un pueblo es analizar el respeto que tiene por la carrera militar cuando está en tiempo de paz. Las naciones que respetan mucho la carrera militar cuando no están en guerra, poseen el sentido del sacrificio, del ideal y van para adelante.
Cuando, por el contrario, no tienen ese respeto, ellas se envilecen y no combaten bien en la guerra. Y esos caballeros, usando durante el tiempo de paz esos trajes, eran homenajeados por toda la nación. Recibían el respeto que la carrera merece por estar en orden al sacrificio, no sólo en el tiempo de batalla, sino en el de paz. Mirando a uno de esos hombres, un individuo del pueblo diría: “¡Qué maravilla, él va a morir por mí!”
Sólo los nobles estaban obligados a combatir
Es necesario notar un lado muy bonito de eso. En la época de esos uniformes, no existía la movilización general de un país. Solo los nobles estaban obligados a combatir. Los plebeyos iban si querían, cuando les convenía, por el pago. De manera que la nobleza era la clase militar destinada a la muerte por el bien común.
Y así como se respeta al sacerdote porque inmoló su vida por el bien de la Iglesia, es natural que se respetara al militar que había sacrificado su vida por el bien del estado.
Por fin, no podemos imaginar esos trajes como siendo sólo de los caballeros y, alrededor de ellos, todo el mundo vistiéndose como nosotros.
Las clases más letradas y cultas tenían trajes especiales espléndidos.
Por ejemplo, las carreras de profesor universitario y de juez daban lugar a vestimentas magníficas, de gran solemnidad.
Cuando un joven del interior se graduaba, tenía el derecho de recorrer su ciudad con el traje de doctor, montado en un caballo que otro tiraba de las riendas, proclamando su nombre y en que profesión se hizo doctor. Y la gente aplaudía. Es decir, se trataba de una época en que todo era más solemnizado porque tenía un alto espíritu.
Más aún: toda carrera es susceptible de deformaciones. Por ejemplo, el abogado en su profesión se encuentra con cierta frecuencia delante de las situaciones más dramáticas. Si permanece mucho tiempo en la carrera, corre el riesgo de endurecerse y hasta embrutecerse ante del sufrimiento de los otros. Una cosa análoga puede suceder con el médico. Asistir a la muerte de las personas con toda naturalidad, indiferencia, hace que el individuo se vuelva duro.
La carrera militar puede hacer que el hombre quede con un sentido de exterminio bajo y duro. Entonces, es preciso rodearlo de apariencias delicadas, a fin de que no sea un carnicero pagado, sino un caballero.
Elegancia del caballero
Consideren los adornos de esas dos obras maestras. Un caballero está vestido de rojo y sentado sobre una especie de sillín rubro y dorado, todo bordado y de calidad excelente. Observen su porte erguido, la altivez con que agarra la corneta también adornada con un lindo paño que tremola al viento. El sombrero es negro y bastante serio, como conviene al hombre, y compensa lo que la ropa tiene de muy leve. No obstante, la negrura del sombrero es equilibrada por un plumaje blanco que revolotea al viento. Noten la armonía entre el color del sombrero y el de la bota.
Se tiene la impresión de que el caballo aprendió la elegancia con el caballero. Lo mismo se podría decir del otro caballero vestido de verde. Llamo la atención únicamente al hecho de que el tambor fácilmente podría causar la impresión de una cosa pesada. ¡Revestido de ese tejido queda bello! Mientras avanza, el caballero repica, majestuoso, el tambor: “pum, pum…” Es la alegría de vivir.
(Extraído de conferencia del 12/5/1984)
________________
1) Juan Scognamiglio Clá Dias, secretario del Dr. Plinio.
2) Luis XV (*1710-+1774), Rey de Francia.
3) Conjunto de artículos escritos por el Dr. Plinio, en los que él evidenciaba los principios y la ‘ideología’ que subyacía en los trajes, las apariencias, los muebles, los ambientes, que aunque no eran explícitamente manifiestos, sí muy reales.
4) Del francés: señores.