
En el jardín francés hay un arte altamente geométrico en el conjunto, no obstante, lleno de asimetrías armónicas y encantadoras en las minucias, lo que genera una belleza expurgada de socialismo. ¿Cómo será el equilibrio de las osadías y de las inimaginables serenidades de la arquitectura del Reino de María?
Plinio Corrêa de Oliveira
Me gusta mucho el jardín francés, pero tengo algunas reservas. En mi primera visita a Versalles, siendo ya adulto, algunos de los que me acompañaban comenzaron a elogiar el palacio, diciendo que había superado a la Sainte-Chapelle. Me pasé todo el tiempo discutiendo con ellos.
El principio de la pluralidad de perspectiva
Yo sostengo, naturalmente un poco en la sordina, que las grandes perspectivas tienden al socialismo.
En ese sentido, el Escorial causa un poco de desolación, no tiene el calor de la vida; hay algo de absolutismo.

Champs-Élysées en París. Al centro, el Arco del Triunfo
Champs-Élysées, por ejemplo, tiene una sola súper perspectiva y el resto no significa nada. En la construcción medieval, al contrario, una cosita tiene su perspectiva, lo que es la imagen de la sociedad orgánica, sobre todo compuesta de sociedades pequeñas. Eso es así porque en la arquitectura medieval hay una figura del universo constituido sobre todo por hombres que valen por sí, por Dios, y de los cuales cada uno tiene su perspectiva individual. Es decir, hay una enseñanza muy grande, lúcida y luminosa dentro de eso, que no debemos perder de vista.
Un arte que llevó casi hasta el delirio la exploración de las pequeñas perspectivas, pero alcanzó triunfos, es el japonés. Un jardincito que tiene un puentecito, abajo tiene que hacer crecer sólo una florecita, por donde pasa un río que casi no se mueve, sino que es más bien un espejo. Aquello pide que se pare y se vea. El jardín japonés no es como el francés, que se mira y… es enteramente lo contrario. Está hecho de rinconcitos y de sorpresitas, que es una cosa diferente, y esto es, a mi ver, uno de los elementos más exitosos del punto de vista de la refutación del Renacimiento: es el principio de la pluralidad de perspectiva. Debe haber también grandes perspectivas, sin embargo, es la Iglesia Católica la que indica verdaderamente como es una perspectiva grandiosa, pero orgánica.
Geometría como elemento de belleza en el jardín francés
Si vamos hasta el final del principio que acabo de dar, llegamos a la exclusión de la geometría dentro del arte, y esto me parece una exageración. Sería necesario saber entender cuál es la razón de ser del jardín francés, de la geometría como elemento de belleza expurgado de socialismo. Yo estoy hablando de la geometría de los todos geométricos. El socialismo es geométrico.
Me refiero a la geometría de los conjuntos. ¿Por qué un conjunto no puede tener una gran geometría? Claro que puede. Yo formulo la pregunta con una objeción.
Tomemos, por ejemplo, la carroza de gala de los Habsburgo. Toda pintada, una cosa fabulosa. Imaginemos esa carroza andando en una ciudad pequeña medieval con aquellas callejuelas, no queda bien. Al contrario, imaginemos la carroza desfilando en una avenida de Versalles. Allí tendríamos mucho tiempo para verla venir y para estudiar todas las mil bellezas que tiene. Vean como la geometría exige un décor geométrico.
Entonces, yo me preguntaría si no podríamos pensar al revés: un arte con un conjunto nada geométrico y lleno de pequeñas perspectivas con geometría propia; o también un arte altamente geométrico en el conjunto y dentro lleno de asimetrías armónicas y encantadoras.
El espíritu francés, hasta cierto punto, constituyó esta síntesis: el jardín es geométrico en todo, pero el francés introdujo formas curvas que el griego no admitía – ya es un elemento de progreso – y un juego de colores que no son simétricos, y ese colorido quiebra la monotonía.
Nace aquí un problema delicado: si un colorista genial pintase la fachada de Versalles, ¿no saldría ganando en belleza? Entonces, nos preguntamos si en aquello se expresa enteramente el espíritu francés o si no hay una especie de inmolación al paganismo clásico. ¿Es un clásico que está matando a los católicos? ¿Podríamos imaginar un clásico resucitado por los católicos? El jardín de Versalles declara a favor de eso.
Un ornamento de Versalles: las personas que vivían allí

Palacio de Versalles
Para que resolvamos la cuestión debemos considerar a las personas que tenían a Versalles por marco. Es decir, las literas, las marquesas, las reverencias, los bibelots, las alfombras, la música, los cristales… ¡Imaginen si de Versalles salieran griegas con aquellas caras de las cariátides! Yo pregunto si las personas vestidas con ropas coloridas, éclatantes sin ser aberrantes, no constituirían un ornamento que daría vida a la corte. Notamos eso, por ejemplo, en descripciones como ésta: “Monseigneur le duc d’Orléans apareció con traje azul claro y alamares plateados…”
El jardín de Versalles, por lo tanto, no debería ser menos geométrico. Para aquellas personas aquello fue hecho al contrario del arte griego. Este fue elaborado por un especulador que, sentado, inventó una fórmula, y ni siquiera un poco por un pueblo como el francés. El arte del palacio de Versalles parece brotado del suelo.
No es para cualquier pueblo que el arte griego quedaría bien. Versalles queda bien para el francés, porque este es un bibelot que da vida y compensación al palacio. Sin el francés, todo aquello quedaría sin gracia.
Imaginemos, por ejemplo, una serie de Grandes de España saliendo de Versalles con un paso que sigue cierta cadencia, vestidos de negro. No tendría gracia. Aquello es hecho para la sonrisa francesa, para que una puerta de aquellas esté abierta y se oiga un clavecín tocando adentro, un minué en la Galería de los Espejos; es hecho para un pueblo que vive en guirlandas. La definición de guirlandas es: un grupo de franceses.
El orden perfecto entre los hombres se expresa a partir de la persona y no de las grandes construcciones, lo que es personal se expresa mucho más de lo que es colectivo, sin duda.
En efecto, en Versalles está presente un concepto de bien común diferente del concepto no expresado, pero medio implícito en los tratadistas de Derecho Natural de aquel tiempo, según el cual el bien común se refiere más a un todo abstracto, no concebido en función de los individuos, sino al conjunto de los individuos.
El equilibrio y la truculencia en el Reino de María

Catedral de San Basilio en la capital rusa
Sería muy interesante que pensáramos cual es el perfil moral del hombre que adhirió a todo eso, lo que daría un poco el perfil moral de las personas en el Reino de María.
Por ejemplo, yo tengo una teoría que casi no oso esbozar, que es la de la armonía entre el equilibrio y la truculencia en el Reino de María. Primero es necesario considerar que la palabra truculencia es empleada en un sentido tan peyorativo que necesito definirla antes.
Tomemos como ejemplo la Catedral de San Basilio, en Rusia. No se puede negar que aquello es una cosa truculenta. ¿En qué sentido? Ella se llevó a sí misma hasta las últimas consecuencias de sí misma, con una osadía en la cual ella no negó nada, porque no rompió con nada de lo que ella no debería romper. Ella tomó algo y lo llevó a la última osadía de sí misma, a la última radicalidad. No es una exacerbación desequilibrada.
Tengo la impresión de que el Reino de María, por ser la última época de la Historia y porque debe recapitular todas las perfecciones anteriores —no a la manera de suma, sino con cualquier cosa de nuevo—, necesitará tener en ese sentido una firmeza súper osada y súper equilibrada.
Entonces, se podría preguntar, en la línea del verum, del bonum y del pulchrum, cuál es esa luz especial del Reino de María, hecha de inimaginables serenidades y burbujeos a la manera de un géiser. En otras palabras, constituida de continuadores fabulosos y de espíritu de aventura como nadie lo tuvo nunca; de simetría de perspectivas individuales bien calculadas y de conjuntos fabulosos, pero donde todos los extremos de las líneas son de una riqueza tal que el individuo, si no mira a otro extremo, se desmaya.
Nuestras almas necesitaban ser dilatadas para eso a fin de que encuentren completamente su expresión.
Tengo la impresión de que alguna cosa así sería el mayor equilibrio que se podría imaginar, porque envuelve, dentro de ese conjunto, los equilibrios más osados, las osadías en apariencia menos equilibradas.
Necesidad de varones con abertura de alma para el infinito

Reparación hecha a Luis XIV por el Doge de Génova Francesco María Lercari Imperiale, el 15 de mayo de 1685 – Colección del Palacio de Versalles
En esa línea, una vez que el error y el mal fueron tan grandes, o el verum, el bonum y el pulchrum se vuelven a erguir incomparablemente mayores, o falta algo en esa simetría.
Se bajó más profundo de lo que era alto el punto adonde se había subido y, por lo tanto, o se sube más alto de donde se había bajado o no se hizo nada. Debe ser el más alto grado, de modo que humille al mal por lo menos en la proporción en que él humilló al bien.
El resultado es la abertura para el infinito, el epílogo grandioso de la Historia de la Iglesia. Entonces, dos mil años de santos, doctores, mártires, de confesores; también de abandonos, de traiciones, celadas, todo llega a un determinado momento en que Nuestra Señora interviene y construye el Reino de Ella. Esto sólo se desata si hubiere varones que sean y piensen así.
Tengo la impresión de que, a partir del momento en que esto se dé, muchas cosas se arreglan, porque hay muchas almas que gimen y hasta se encuentran en crisis porque no se les dio aún esa figura entera. Toda criatura gime y espera esa manifestación.
El espíritu católico está exhausto de ser presentado como débil
Por esa razón, me parece que algo debería venir, manifestarse de manera que se abran las puertas de la era de la perfección, pero de aquella perfección absoluta con una nota de fuerza. El espíritu católico está exhausto de ser presentado como débil. Él tiene una nostalgia de otro mundo de su propia fuerza. Él gime encarcelado en aspectos de debilidad, él está nostálgico de las últimas consecuencias de sí mismo; es como la empuñadura de la espada que tiene nostalgia de la punta del florete.
La Iglesia Católica está exhausta de flaquezas, de condescendencias cómplices, de dilaciones y contemporizaciones sin sentido, de indecisiones y vacilaciones que no conducen a nada. En nosotros burbujea una voluntad exuberante de ser, de hacer, de contestar, de destruir y de implantar, ¡pero ya! ¡Es una urgencia de quien se muere de sed, pero de una sed que no se limita a un vaso de agua, quiere beber un río, un mar! Ésta es nuestra cruz diurna y nocturna.
Extraído de conferencia del 2/10/1974