
La vida de la Iglesia no tendría belleza ni mérito si muchas veces los buenos no hubieran sufrido. Los justos tendrán que pasar por fases cruciales, enfrentar situaciones terribles, pero serán liberados. La Providencia intervendrá en su favor.
Plinio Corrêa de Oliveira
Consideremos un fragmento extraído de la Carta Circular a los Asociados de la Compañía de María, de San Luis María Grignion de Montfort, que se encuentra en sus obras completas. En él podemos ver la amplitud de auxilio de Nuestra Señora por aquellos que saben, de hecho, invocarla.
Protección de Nuestra Señora para los que saben invocarla
«Yo soy vuestra protección y vuestra defensa, ¡oh pequeña Compañía!», dice el Padre Eterno.
¡Compañía quiere decir ejército, en el lenguaje de San Luis María Grignion de Montfort!
«Yo os tengo grabados en mi corazón y en mis manos, para amaros y defenderos, porque vosotros pusisteis vuestra confianza en mí y no en los hombres, en la Providencia y no en el oro».
Es decir, aquellos que se dan enteramente a Nuestro Señor, por medio de María, tienen sus nombres grabados en el Corazón y en las manos del mismo Dios.
El corazón es un símbolo y significa tener el nombre grabado en el Amor del mismo Dios. Las manos simbolizan la laboriosidad de la Providencia, que actúa y encamina los acontecimientos.

Nuestra Señora de Guadalupe. Archivo particular
Una ilustración muy bonita de esto es el cuadro representando a Nuestra Señora de Guadalupe. Al ser analizado recientemente con lentes especiales, se verificó que en la pupila de la imagen estaba el indio a quien la Santísima Virgen le apareció. Es un modo en el que Nuestra Señora expresa el cariño singular que tiene hacia aquellos que la sirven y que pueden ser fustigados por esas o aquellas tempestades: son siempre llevados a buen término por la Providencia Divina.
Seremos libertados de los asaltos infernales
«Yo os libraré de las celadas que os hacen…»
Es bien nuestro caso.
«…de las calumnias que son levantadas contra vosotros».
Por tanto, es propio a los verdaderos hijos de Nuestra Señora, en todos los tiempos, sufrir celadas y calumnias.
«Yo os libraré de los terrores de la noche, y de las tinieblas que os imponen miedo».
¿Qué son los terrores de la noche? No son únicamente los fantasmas o los miedos que las personas pueden tener durante la noche, sino que son los terrores que aparecen a los hombres en las situaciones oscuras y tenebrosas de la vida. En las ocasiones difíciles de la existencia en las que el hombre no sabe cómo actuar, él se ve como que en una noche llena de terrores. Entonces, Dios, por intercesión de Nuestra Señora, que es nuestra Medianera, nos auxiliará en las tinieblas por las cuales podamos estar circundados.
«Yo os libraré de los asaltos del demonio del mediodía que os quiere seducir».
Por lo que parece, ese demonio del mediodía es el de la edad madura, al cual están sujetos los hombres cuando llegan a la época en que se preguntan: ¿Qué hice en la vida? ¿Qué carrera seguí? ¿Qué grado ocupé? ¿A qué cargo llegué? ¿Qué dinero economicé? ¿Qué prestigio me granjeé? Y viendo que no obtuvieron lo que querían, aunque a veces hayan obtenido mucho, deciden venderse.
Esa forma de tentación es llamada “demonio del mediodía”, porque el hombre está en el pináculo de su vida, en esa hora en la que va caminando hacia su declive, pues la tarde comienza y entonces, hace una mirada retrospectiva de lo que fue toda su mañana y se pregunta lo que hizo, lo que cosechó.
Preocupación que no se pone de modo tan aflictivo a los veinte años como a los treinta; ni tan aflictiva a los treinta como a los cuarenta, sino que parece que llega a su cenit entre los cuarenta y los sesenta. Esta es la edad en la cual el hombre procura consolidarse, y puede volverse venal. Probablemente Judas Iscariote se encontró con el demonio del mediodía cuando decidió vender a Nuestro Señor.
Si somos perseguidos, seremos cubiertos con el poder de Dios y el afecto de María

«Jerusalén, Jerusalén… ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas y tú no quisiste!» (Mt 23, 37).
«Yo os esconderé debajo de mis propias alas».
Estas fueron las bellas palabras de Nuestro Señor al respecto de Jerusalén, cuando dijo: «Jerusalén, Jerusalén… ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas y tú no quisiste!» (Mt 23, 37).
Así también parece decir Nuestra Señora a aquellos que son perseguidos por la acción del demonio y de sus secuaces, por amor al nombre de Ella. «Yo te reuniré debajo de mis propias alas. Yo te cubriré con mi afecto».
«Yo os cargaré en mis propios hombros».
Y una referencia a la parábola del Buen Pastor que toma a la oveja enferma y la carga en los propios hombros con todo afecto.
«Yo os nutriré en mi propio seno».
La Providencia hará con nosotros lo que la madre hace con su hijito, lo que Nuestra Señora hizo con el Niño Jesús. Así trata Ella a los que somos perseguidos por amor a Ella.
«Yo os armaré con mi verdad, y tan poderosamente, que veréis a vuestros enemigos caer a millares a vuestro lado. Mil malos pobres a vuestra izquierda, diez mil malos ricos a vuestra derecha, sin que mi venganza siquiera se acerque a vosotros».
¡La metáfora es linda! Es el justo que, aunque perseguido por amor a Nuestra Señora, continúa avanzando. Él verá caer, de un lado y del otro, a los enemigos de Ella. A su izquierda caerán mil malos pobres, a su derecha caerán diez mil malos ricos, pero la venganza de Dios no lo alcanzará ni de lejos.
¿Por qué esos mil malos pobres y esos diez mil malos ricos? En primer lugar, es preciso notar cuántos enemigos tiene el justo. Él mira a la izquierda y tiene mil hombres, esto dicho en una época en el que la población del Mundo era mucho menor. Son todas frases bíblicas. Mil hombres ya era un ejército que imponía temor…
Al otro lado, hay diez mil malos ricos. Es decir, está asediado de malos por todos lados. Lo rodearon para liquidarlo. Pero pone su confianza en Nuestra Señora y nada le sucede.
Ahora bien, ¿por qué de un lado los pobres son mil y los malos ricos son diez mil? San Luis muestra que el bien y el mal no están condicionados al hecho de ser pobre o rico. Por eso dice que a un lado hay ricos y del otro lado, pobres: unos y otros son malos. Pero como el rico es más poderoso que el pobre –al menos lo era en aquel tiempo– constituye una manifestación mayor de que el poder de Dios acabe con el número superior de los ricos.
«Vosotros caminaréis con coraje sobre el áspid y el basilisco, el envidioso y el calumniador».

Caminar sobre serpientes no es nada prudente, es peligroso.
Son animales bravos. El áspid es una forma de cobra y el basilisco es un animal mitológico. Caminar sobre serpientes no es nada prudente, es peligroso; caminar sobre el basilisco debe ser una cosa horrorosa, pero no sucederá nada; serán todos pisoteados. Entonces, el áspid debe ser el envidioso y el basilisco el calumniador. Es decir, «vosotros caminaréis sobre los envidiosos y los calumniadores y nada os sucederá».
«Vosotros aplastaréis con los pies al león y al dragón impío, arrogante y orgulloso. Yo os oiré en vuestras oraciones, os acompañaré en vuestros sufrimientos, os libraré de todos los males y os glorificaré con toda mi gloria».
El justo puede sufrir, y cuántas veces ha sufrido. La vida de la Iglesia no tendría ninguna belleza ni mérito si los buenos no hubieran padecido muchas veces. Los justos tendrán que pasar por fases cruciales, enfrentar cosas terribles, pero serán libertados. La Providencia intervendrá en su favor.
Bienaventurados los perseguidos por amor a la justicia.
Y serán objeto de una linda promesa:
«Yo os glorificaré con toda mi gloria, que os mostraré en mi reino descubierto, después que Yo os haya llenado de días y de bendiciones en esta Tierra».
Esta es la majestad de Dios providentísima.
Naturalmente, Él no dice que todos los buenos vivirán mucho tiempo. Dice otra cosa: Dios no permitirá que los malos maten a aquellos que, según su designio, deben vivir mucho tiempo, pues hará que cumplan sus días en la Tierra. Los malos sólo matarán a aquel que Dios permita, por designio divino, morir en una determinada ocasión, por medio de una enfermedad, un accidente, cualquier otra cosa que pueda matar.
Estos justos serán cumulados de días y de bendiciones en esta Tierra, y en el Cielo serán glorificados con toda la gloria de Dios. Premio magnífico concedido no a cualquier perseguido, sino solo a quien lo es por amor a Dios.
Un padre de familia, por ejemplo, puede ser muy solícito, pero ateo. Viene un bandido cualquiera, implica con su solicitud y comete un crimen contra él. Es un crimen abominable, un homicidio. Pero ese hombre no tiene la gloria de quien es perseguido por amor a Dios.
Otro caso hipotético puede ser el de alguien con odio a un antepasado mío, porque otrora tuvieron una disputa de tierras. Entonces, dice: «Bien, ahora me voy a vengar de aquel hombre en ése que es su descendiente».
La venganza es un acto malo, aún más cuando es realizada contra un inocente, porque yo no tengo parte en el delito o crimen que este antepasado mío haya cometido. De manera que todo es malo. Sin embargo, no se compara absolutamente a quien es perseguido por amor a Dios.
El mérito especial de ser perseguido por amor a Dios está en el hecho de que es una de las bienaventuranzas en el Evangelio. Aquel justo que es perseguido recibe de la Providencia una especie de delegación, representación o mandato. Él es un procurador de Dios delante de los hombres. Y siendo odiado, es a Dios al que odian en él.
Esa alma contrae así un vínculo con Dios, es una prueba de amor de Él por ella. Él la llama junto a sí mismo y la quiere llenar de su afecto y cariño precisamente en esas circunstancias porque la hicieron sufrir por amor a Él.
Doy otro ejemplo terreno. Imaginen a un rey que es duramente insultado por un caballero de un reino vecino. El soberano dirá: «Luchar con un simple caballero de otro reino no tiene propósito. Soy rey y combato contra otro monarca, no contra un simple caballero. Pero, por otro lado, mi honor no puede dejar de desagraviar ese ultraje. Entonces, voy a nombrar a alguien para luchar contra ese».
El caballero designado así va y lucha. ¿No fue una prueba de afecto del rey el haberlo nombrado para el combate? Sí, porque el monarca quiso sentirse representado por aquel encargado de la función digna y gloriosa de defender el honor real.
Nuestro Señor dijo expresamente: «En verdad os digo: todas las veces que hicisteis esto a uno de estos mis humildes hermanos, fue a mí mismo que lo hicisteis» (Mt 25, 40). Esto vale tanto para la limosna como para el ultraje. Y si Dios permitió que, en el cumplimiento del deber, fuéramos atacados, estamos haciendo el papel de un caballero constituido como su representante, soportando la persecución, la calumnia y la injuria en nombre suyo y somos sus representantes, como Ángeles. Es una misión lindísima que nos reviste de toda la gloria.
De las cenizas renacerán los justos perseguidos para gloria de Dios

Santa Isabel de Hungría
En historias de los santos vemos con frecuencia casos como el de Santa Isabel de Hungría. Ella cuidaba de los enfermos, inclusive leprosos. En cierta ocasión, vio a un pobre leproso y, viendo en él la personificación de Nuestro Señor Jesucristo, lo llevó al propio lecho conyugal y allí fue a cuidar de él.
Pero esa santa reina tenía una suegra intrigante que presenció la escena y contó al hijo, el Duque de Turingia, esposo de Santa Isabel:
¡Ven a ver lo que hizo tu mujer! Colocó a un leproso en la cama donde tú duermes, con la intención de pasarte la lepra. Ve allí a tu cuarto a ver si no es verdad.
El entró en los aposentos y, al retirar el lienzo que cubría al pobre enfermo, vio en lugar de éste al propio Redentor. Aquel leproso representaba a Nuestro Señor Jesucristo, que por causa de este acto de caridad realizó tal milagro.
En el Evangelio, el Divino Maestro dice que en el juicio Final va a juzgar a los hombres según el siguiente criterio: «Tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; era peregrino y no me acogisteis; desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la prisión y no me visitasteis». Dios estaba en la persona de todos los afligidos y necesitados y a los que no los socorrieron, les dice: «¡Id, malditos, al fuego eterno!» (Mt 25, 41-43).
Así también Dios se hace representar por los que sufren aflicciones o necesidades por su causa.
Si es verdad que Christianus alter Christus, entonces el cristiano crucificado es otro Cristo crucificado.
Debemos pedir a Nuestra Señora que nos haga dignos de enfrentar la furia de sus enemigos. Que la Madre de Misericordia aparte de nosotros la probación y la persecución, pero si está en su designio enfrentar eso durante algún tiempo, que Ella nos dé la confianza imperturbable de que, bajo cualquier ceniza, renacerá la nuestra obra para la gloria de Ella.