Grandezas que evocan el futuro de Brasil

Publicado el 02/09/2025

En un análisis esmerado acerca de los panoramas de Brasil, el Dr. Plinio comenta como los escenarios geográficos de este inmenso país son promisores de un futuro grandioso, misterioso, aún no descifrado por nadie, cuya realidad parece decir: “O tú serás grande o no serás nada. ¡Ponte en la estatura de tu mapa!”  

Apóstol del pulchrum

Parque Nacional de la Sierra de los Órganos, Río de Janeiro

La vocación de Brasil se expresa de un modo muy característico por los panoramas.

Un cuadro profético de la vocación de Brasil

No voy a tratar de nuestras bellas costas marítimas, asunto tan conocido, aunque quisiese comentar algún día los movimientos del mar, cómo se rompen las olas dejando el agua en desorden, hasta que se recomponen en ofensiva… ¡Cómo esto imita los movimientos de la ¡Historia! ¡Es admirable! Los reflujos, los avances… La masa de agua que ora se esconde, ora finge que desaparece, después vuelve a la superficie…

Es una especie de juego muy bonito, que expresa ciertas habilidades del alma brasileña, ciertas aptitudes, ya sea para acariciar, ya sea para alabar a Dios, ya sea también para hacer política.

Alguien dirá: “¡Fantasía!”

No. Se trata de un cuadro de la vocación de Brasil, con algo de profético. Porque, para quien sabe interpretar un panorama, es forzoso que le venga al espíritu el siguiente pensamiento: “Estos paisajes son hechos para ser escenario. ¿Cuáles son los hombres que les estarán a la altura? ¿Qué pasará aquí?”

Los panoramas majestuosos más bellos y característicos parecen traer consigo un mensaje. Al fijar en ellos la atención, se notan grandezas y bellezas que les son superiores, lo que da la convicción de que la historia del Brasil aún no comenzó y se crea en el espíritu la impresión de una promesa de la Providencia, como si dijera:

“Yo les estoy mostrando eso, pero lo que está por venir, si son fieles, será todavía mucho mayor y más bello. ¡Confíen! Lo que les está siendo pedido es duro, pero corresponde en proporción al futuro. ¡El pueblo brasileño se ‘despertará’ y estará a la altura de su llamado!” 

Isla de Paquetá

Un fondo equilibrado de tristeza, inclusive en la alegría

El brasileño comprende mucho la cruz. Cuando canta, por ejemplo, el “Luar do sertão”1, de hecho, canta a la tristeza. Y lo que haría de él un hombre verdaderamente como debe ser es si supiese contemplar el dolor presente en todo, inclusive en los más bonitos panoramas de Brasil.

Hicieron de Río de Janeiro un lugar de placer. Sin embargo, analizando la línea del Corcovado, por ejemplo, se ve que es muy digna y no invita al contoneo.

También la Isla de Paquetá. A medida que nos vamos aproximando a ella y el panorama se va abriendo delante nuestro, entramos en “interlocución” con un dolor ameno, bondadoso, dulce, consolador… el cual, a mi ver, apunta al más excelente aspecto del alma brasileña: un fondo equilibrado de tristeza, inclusive en la alegría.

El brasileño tiene alegrías, pero hay en su alma una presencia de tristeza, como que, iluminada por la luna, ¡que es una maravilla!

Panoramas que apuntan a un destino inmenso

En ciertos panoramas de Brasil, como en los de todos los lugares poco poblados –eso tomará en cada uno una perspectiva propia–, hay extensiones enormes entre los múltiples aspectos de un mismo panorama. Es la “voz” de las distancias vacías… ¿Qué dicen ellas? ¿Qué cuentan? ¿Qué comentan? ¿A qué invitan? Río de Janeiro tiene mucho de vacío en la Bahía de Guanabara, porque es poco poblada. Y hay un fenómeno curioso: aquellas bellezas parece que se repiten en sus geografías. De modo que no sería correcto decir que se va de novedad en novedad. De maravilla en maravilla, sí; de novedad en novedad, no. Porque hay como que varios pequeños Panes de Azúcar, varios Flamengos, varias pequeñas Copacabanas.

Por otro lado, no hay una ordenación a la manera del jardín de Versalles, con islas colocadas en orden, unas en relación a las otras. No sería posible que eso exista en un clima enteramente tropical como el nuestro. Así, hay islas que causan sorpresas, pero tales sorpresas se repiten y, en el contorno de varias de ellas, nos acordamos de otras que ya vimos con idéntica configuración.

La consideración de ese fenómeno produce en el espíritu una cierta desorientación: algo sobremanera grande que se repite y, al mismo tiempo, no. Es una especie de eco en el cual la figura del Pan de Azúcar repercute. No obstante, eso pasa dentro de una vastedad en la que las propias “reproducciones” causan la sensación de ser como un enorme laberinto. La impresión que queda es la de una inmensidad y de una adivinanza a ser resuelta. ¿Cuál es el unum y el pulchrum de ese panorama?

Pocas son las personas con el coraje de hacer un análisis así, porque huye de la banalidad del elogio común: “¿Qué lindo, no es así?” ¡Mire el mar azul… vea las aguas verdosas! ¡Mire allá una pequeña ola! ¡Oh… aquel coquero!”

Por el contrario, se procura captar y explicitar aquello que experimentamos en nuestra alma al contemplar tales panoramas: “¡Qué enormidad! Eso es un espacio tomado

Bahía de Guanabara teniendo al fondo el Corcovado

por un eco visual que se repite a sí mismo por todos lados y, de todas formas, sin que nunca tenga monotonía y teniendo raras veces la sorpresa completa. Y yo me quedo sin saber qué hacer de mí mismo dentro de todo eso. En esa inmensidad, soy un punto indefinido y sin rumbo…”

Es el panorama de un país destinado a un futuro inmenso aún no descifrado, lleno de incógnitas atrayentes, a las cuales se procura interpretar con mucha diligencia. No obstante, no es el esfuerzo del albañil y, sí, el del hombre de pensamiento y de sensibilidad, que escruta la explicación y descifra a la nación.

Por cierto, quisieron sacar de Río de Janeiro la capital del país. De hecho, retiraron las reparticiones públicas, pero el corazón de Brasil continuó allí. Río de Janeiro es una especie de misteriosa síntesis del Brasil, una invitación para el futuro, misterioso también.

El alma brasileña, los espacios brasileños tienen esas proporciones, cuya realidad parece decir al Brasil: O tú serás grande o no serás nada. ¡Ponte en la estatura de tu mapa!”.

Cuando viajé en avión para asistir a la toma de posesión de un obispo en Diamantina, sobrevolamos unas serranías de Minas Gerais, todas hechas de minerales, con una vegetación suficiente para no ser demasiado indiscreta. Son montes, montes y montes, que no se sabe para donde van, haciendo el mismo juego de repeticiones de la Bahía de Guanabara. Una topografía que apunta para un destino

Sierra de la Mantiqueira

inmenso, el cual no se llega a discernir en una mirada sola; enseguida se percibe algo y se exclama: “¡Oh belleza!”

En Minas, como en la Bahía de Guanabara, uno tiene ganas, a veces, de separar y cortar con tijera la extensión geográfica: “Aquí es un panorama, allí es otro…” Pero, se ve que no es posible, porque es una perspectiva gigantesca, conteniendo varios “todos” dentro de sí.

¿Cuáles son esos “todos”? ¿Cuál es este mundo del futuro que nos espera dentro de los posibles de Dios? ¡Qué belleza! Es el único misterio que conozco en la Tierra, el cual sonríe y no pone cara de humor sombrío.

El misterio brasileño acaricia y envuelve, y nos dice: “Hijo mío, yo no me muestro ahora, pero entiende que, desde el fondo de mis brumas, te espera una delicia. Hay un palacio maravilloso para ti, el cual no te va a intimidar. ¡Es tu lugar, es tu palacio!”

Mí patriotismo es hecho de este amor a Dios, que se define así: procurar su voz en la naturaleza. En el momento en que yo haya encontrado la voz de Dios en la naturaleza, encontré el sentido de la palabra “Brasil”.

(Extraído de conferencias de
24/4/1986, 6/10/1990 y 8/12/1990)

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1) Canción popular brasileña que canta al claro de luna del lugar
agreste no cultivado, lejos de las poblaciones, llamado “sertão”.

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