
Oh Niño Jesús, cuando repiquen las campanas de las iglesias anunciando la hora de tu nacimiento y cuando me encuentres delante de tu pesebre, hazme entender y amar una sola cosa. Tú quieres dentro de mi gruta, aquello que es objeto de tus complacencias: los brazos de tu Madre Santísima. Estando ella en mi corazón, allí estará tu alegría; y donde esté tu alegría, estará también la mía.
Señor, te veo tan pequeñito y tan frágil, acostado en pajas; te veo tan tranquilo y delicado, que mi afecto por ti no deja de crecer. Sin embargo, Señor, siento el frio que te rodea y cómo me duele el corazón por no poder calentarte. Esta gruta húmeda, fría y áspera te hace temblar más que el viento helado. ¿Señor, hay algo en el mundo que pueda calentarte? Te prometo Niño Jesús que iré a buscarlo, aunque tenga que atravesar pantanos oscuros, montañas altísimas o caminos lejanos en un árido desierto para darte al menos esta alegría. Sin embargo, tú quisiste enseñarme, Dios mío que la solución está bien cerca de mi. Sí, hay algo que te calienta más que un confortable palacio o una calurosa manta o un rico vestido: son los brazos de vuestra Santísima Madre. En ellos, tu llanto cesa; tu divina cabeza encuentra reposo; tu Sagrado Corazoncito siente un leal receptáculo, pues encuentra otro Corazón cuyo palpitar es idéntico al tuyo.
Tú, con los ojitos cerrados, con una sonrisa en los labios y agarrado en tierno abrazo a María Santísima, encuentras en ella amor, firmeza, fidelidad y calor. No te importa la gruta de Belén, cuando están a tu disposición los brazos maternales de la Virgen de las vírgenes.
¡Señor, mira cuántos corazones a tu alrededor! ¡En este 2022, cuántos hombres le cerraron las puertas a San José! ¡Cuántos por ocasión de tu natividad te presentan un corazón más frío que la gruta de Belén! Y con torpeza repulsiva, buscan en los mercados algo para calentarte, olvidándose de lo que más te agrada: el calor de los brazos de tu Santísima Madre.
Oh Niño Jesús, cuando repiquen las campanas de las iglesias anunciando la hora de tu nacimiento y cuando me encuentres delante de tu pesebre, hazme entender y amar una sola cosa. Tú quieres dentro de mi gruta, aquello que es objeto de tus complacencias: los brazos de tu Madre Santísima. Estando ella en mi corazón, allí estará tu alegría; y donde esté tu alegría, estará también la mía.
¿Señor, podrá mi alegría ser completa, si no hay en este siglo de ateísmo reinante alguna alma cuya fe y devoción pueda calentarte? Miras para tu Madre y cuánto dolor te llena por ver su Inmaculado Corazón ultrajado por los pecados cometidos por la humanidad. ¿No habrá almas santas que te consuelen junto al pesebre? Señor, la fe me dice que existe un alma cuyo fuego te calienta en esta Navidad. Dame la gracia de seguirlo hasta el ocaso de mis días para que así, seamos motivo de alegría tuya por toda la eternidad.