Mons. João scognamiglio Clá Dias I- Del aislamiento a un providencial encuentro

Publicado el 03/11/2025

Plinio Corrêa de Oliveira

El pujante Movimiento Católico, que tanto entusiasmó al Dr.Plinio en su juventud, no fue capaz de satisfacer en su alma el deseo de servir a la Iglesia con gallardía. Sus esperanzas fueron atendidas por Nuestra Señora cuando, en la Basílica del Carmen, se encontró por primera vez con un joven perspicaz
y vivo, de espíritu audaz y con capacidad de arrobamiento

Cuando se habla con respecto al aislamiento, se dice algo evidentemente verdadero, pero incompleto, si no es comprendido a la luz de la siguiente realidad: lo que el aislamiento tiene de más doloroso es el hecho de que la persona se identifica con un ideal, pero no encuentra quién lo entienda. Por eso yo me sentía aislado desde pequeño. La cuestión no era tanto: “No me quieren como yo quiero a los otros”, sino: “Yo quiero un ideal, un estado de perfección moral, cuyo modo de ser se identifica conmigo y al cual yo me uno como si fuese otro yo mismo”. Me explico mejor, para ser bien entendido. 

Imaginemos a una persona que, amando el plan de santidad y prosperidad trazado por la Providencia para determinado país –aunque no sea el suyo–, fuese obligada todos los días a colaborar con la corrupción a la cual desean introducir a ese país, a aplaudir y alegrarse al verlo maldecido cotidianamente con toneladas de podredumbre que, como gusanos en un árbol, corroen su belleza.

Plinio en 1921

Esa persona se quedaría desolada al comprobar que fuese hecha semejante inmundicia de aquella nación y de sus posibilidades materiales semejante miseria, así como por tener que convivir con esta situación como si fuese enteramente idéntica y connatural con ella, y fuese forzada a tomar el aspecto, los modos, las bromas, los escarnios e inmundicias como si fuesen propias. De ahí viene el aislamiento. ¿Por qué?

Alguien diría: “Deja que ellos sean como son; tú serás como eres”. Ese es el raciocinio de un ateo. Nosotros sabemos el rechazo que hay contra Dios cuando una nación se constituye de esa manera, y comprendemos que un profeta –como los del Antiguo Testamento–– sufra intensamente viendo esa situación. El Absoluto, que se refracta en esa nación, es desconsiderado, y todo el pueblo está de acuerdo con eso, mientras el profeta es el único que llora las aguas sucias y los bordes contaminados de este o aquel río de la ciudad.

A la izquierda, Congregación Mariana de Santa Cecilia, en noviembre de 1931.

A la derecha, procesión en el Congreso Eucarístico Nacional de 1942

Perspectivas para el Movimiento Católico

Me acuerdo del Movimiento Católico en su primera etapa –que yo alcancé a vivir todavía–, en la fase en que ya había una población razonablemente católica formando una masa; después, en el periodo en que esta pasó a ser disciplinada en asociaciones, que acabaron siendo colosales. Yo notaba entonces que era la voluntad de Dios que aquello se transformase en un movimiento vigoroso, conquistador, que tomase las ciudades, los Estados y, sobre todo, que venciese en las almas y correspondiese al plan que la Providencia tenía con relación a Brasil. 

Poco después de entrar en el Movimiento Católico, comencé a tener conocimiento de asuntos sobre los cuales los periódicos brasileños nunca trataban, como, por ejemplo, la existencia de partidos católicos en varios países de Europa, con sus parlamentarios: grandes hombres que, más de una vez, casi tomaron cuenta del poder. 

Por los documentos pontificios relativos a eso, yo veía una esperanza de que los católicos y la Santa Sede asumieran el poder público y reformaran el Estado para establecer un orden temporal católico. Naturalmente, eso me llevaba a preguntar me si no se podría hacer algo semejante aquí en Brasil y por ese medio transformar el mundo entero, rumbo al Reino de María. Si cada pueblo lograra entenderse a sí mismo y, entendiéndose, supiese realizar se en la línea de la santidad, resultaría una sociedad de una belleza difícil de imaginar. 

Yo pensaba y sentía así: “Oh Brasil, que tienes cosas tan pulcras y las tienes en tan gran número y, sin embargo, tan ignoradas y por ti tan despreciadas, que no sabes lo que tú eres. ¡Si conocieses tu llamado te llenarías de júbilo, de honra, de ilusión, y serías otro en el conjunto de las demás naciones, hermanas tuyas!”

Dr. Plinio con algunos miembros del grupo del Legionario, en marzo de 1945

Pares de Carlomagno – Iglesia de Santa Eulalia, Bordeaux, Francia

No obstante, para llevar a aquella masa de católicos a tal realización, era necesaria una transformación, que debería comenzar por el Grupo del Legionario, el cual me era más cercano.

El caballero, ideal de santidad

Primeramente, ¿Cómo debería ser el tipo humano del Grupo y, en consecuencia, del católico en el Reino de María? 

El ideal de santificación para mí era la figura perfecta del caballero, exhumado de la Historia ideal y aumentado por mis anhelos. No se trataba de una simple recomposición histórica, sino de un modelo ideal perenne, que debería ser conocido por todos los hombres y, quede algún modo, caracterizase y animase su acción, sea la que fuera. Era mi tesis sobre la Caballería. Y yo acentúo este punto: cuando una cosa es verdaderamente católica, existen los fermentos iniciales necesarios para hacer surgir el espíritu de Caballería. 

Dr. Plinio en la sede del Legionario, al inicio de 1935

Yo tuve ese ideal, realmente, desde el inicio, antes de hacerme congregado mariano. Cuando imaginaba el Movimiento que yo quería, la esencia era esa. 

Yo deseaba directamente para los miembros del Legionario la mentalidad de par de Carlomagno, y esa posición habría de influenciar la parte más activa de la opinión pública católica de tal forma que la transformase. Sin embargo, ellos estaban totalmente encajados en la sociedad civil burguesa y en la “Bagarre azul”,2 de donde comenzó la semi-fidelidad, que consistía en rehusarse a asumir ese tipo humano y constituir una categoría de gente bien unida al establishment, sirviéndose de su posición en él para influenciar. Lo que yo buscaba era gente dispuesta a provocar un incendio de combatividad y de heroísmo, pero no la encontré. Ellos eran meritorios, útiles, respetables; no obstante, tomaban otro rumbo. Y recibían bien todo lo que decía respecto a la Caballería, pero como una quimera, sin entusiasmo. 

Yo, que sabía lo que la Providencia quería del Movimiento Católico, semilla de un Brasil católico ya comenzando a germinar, comprobaba, sin embargo, otra realidad. 

Había procesiones presididas por sacerdotes de edad avanzada, no cansados, pero envejecidos; algunos llevaban al Santísimo Sacramento debajo del palio,

Sr. João Clá a mediados de 1958, cuando servía en el Ejército

otros portando insignias y ornamentos, hacían una presencia de honor. El público de andén veía la procesión pasar y unos cuantos, del pueblo, un poco más vi vos, la seguían o la antecedían. 

Yo asistía a la procesión y veía que se arrastraba… Todas las notas de la desafinación eran cantadas sucesivamente… En determinado momento todos paraban un poco y suspiraban, porque estaban extenuados. Sólo tenían en común los suspiros y el cansancio, seguidos por la apoteosis del desafinamiento. Se trataba de un estado de alma que no quería despegarse de aquella gente y que se sentía eufórico por tal indolencia. 

Adherente. ¿A qué correspondía eso? Es muy bonito observar que en la Edad Media había numerosos casos de individuos que llevaban una vida profundamente piadosa y ejemplar, diseminados por todo el cuerpo social: reyes santos, nobles santos, intelectuales santos, profe sores santos, personas de gran belleza santas. En fin, los valores humanos, incluso la belleza, estaban habitualmente unidos a la práctica de la piedad. No obstante, a lo largo de los tiempos se fue volviendo más frecuente un fenómeno inquietante: comenzaron a aparecer como católicos practicantes y militantes, en el orden intelectual, los más insignificantes; practicantes y militantes, en el orden intelectual, los más insignificantes; en el orden nobiliario, los menos nobles; en el orden de la belleza, las damas menos bonitas. En fin, en todos los órdenes representativos de valor humano, hubo una deserción de los elementos preponderantes, que fueron conquistados cada vez más por el mundanismo, por la trivialidad y por la apostasía.

El joven Plinio en la Congregación Mariana de Santa Cecilia, a mediados de 1932

Estos se hicieron revolucionarios, abandonaron la práctica de la religión. Y la fidelidad se conservó en los elementos exactamente menos exponenciales, de forma tan tremenda y profunda que, por ejemplo, entre dos obreros, el menos corpulento era el católico; entre dos cantantes, el que tenía la voz más cascada; si es un violinista muy católico, tiene un violín al que le falta una cuerda… El elemento secundario permaneció en la Iglesia, el beaterio, es decir, la colección de todos los que son raros, torcidos, hechos trapos… Y la idea de un cierto estilo de católico se identificó con el cobarde, el individuo sin valentía… 

A medida que el proceso revolucionario se fue desarrollando, mitad como causa y mitad como efecto, las gracias se fueron retirando. Entonces sucedió este divorcio, esta situación miserable. 

Para un católico de mi temple, ver aquello era sentirse aislado, no el aislamiento romántico de un Robinson Crusoe, sino la sensación de que Dios estaba aislado. 

Entonces, la noble misión consistía en sufrir lo que Nuestro Señor Jesucristo sufrió en el Calvario sabiendo que sería abandonado, rechazado y repudiado de esta manera. 

Él es el Profeta y tuvo conocimiento de lo que cada nación podía llegar a ser, pero vio lo que sería en realidad y el horror que sobrevendría. Él sufrió por ello y, o yo sufría lo que le hizo sufrir a Él, o no valía nada. 

En ese aislamiento en el que se encontraba Dios, no podía permitirme un sentimiento de hermandad con relación a los que le aislaban, porque sería una mentira, yo lo estaría abandonando. Él está caminando con la Cruz, mi papel es ayudarle como el Cirineo, o embestir contra los que le azotan mientras lleva la Cruz. 

La postura era exactamente ésta: “No puedo dar mi consentimiento a algo que refleja este estado de espíritu. Más aún, no puedo fingir que doy mi consentimiento, o parecer que no me doy cuenta. Es necesario que, de una manera u otra, se den cuenta de que muestro que soy diferente. Así que ¡vamos!” Y comenzó la batalla. 

Durante mucho tiempo, me vi obligado a ser el caballero que cruza un pantano de agua sucia con la cabeza bajo el agua, para evitar que le disparen, ¡con la nostalgia de la espada brillando a la luz del día y con algo que me decía que nunca volvería a brillar!… Y que jamás habría una era de caballería para nosotros. 

Miembros de la Orden Tercera del Carmen, a finales de la década de 1958. En primer plano, el Dr. Plinio y el Sr. João Clá

Había una oración que se cantaba en la Congregación Mariana de Santa Cecilia: “Da pacem, Domine, in diebus nostris, quia non estallius qui pugnet pro no bis, nisi Tu, Deus noster”.4 ¡Cuántas y cuántas veces recé en este sentido! Para que la Santísima Virgen me diera paz en mis días, porque no habría nadie que luchara por mí, salvo Ella. Más tarde, la Santísima Virgen me dio un João, ¡un gran luchador por mí! De hecho, una de las sorpresas que he tenido en mi vida fue conocer a un joven que era un buen católico, pero que también era sagaz y vivaracho como nadie. Eran cualidades difíciles de combinar, pero formaban una plenitud totalmente imbricada. Desde los primeros momentos de su vocación, admiré su espíritu, su capacidad de elevación, su entusiasmo, su gallardía y su audacia. Recuerdo a João cuando le conocí, joven, todavía joven –la idea que tengo es la de mi João Clá con quepis– con una vivacidad que no ha disminuido con los años, sino que se ha intensificado. Es una cualidad que todo el mundo conoce en él y que conserva absolutamente como aquel primer día. Lo siento como si tuviera, por así decirlo, la misma edad con la que le conocí. 

Militante como terciario de la Orden del Carmen

Cuando me hice abogado de la Orden del Carmen, empecé a tratar con los padres carmelitas y empecé a frecuentar su convento, situado junto a una gran iglesia de São Paulo, en la calle Martiniano de Carvalho. Tenían una Orden Tercera, a la que nuestro grupo solicitó ser admitido, y nos recibieron muy bien. Pronto me convertí en prior y pasamos algún tiempo militando como terciarios. Así, apareció un soporte en el que acoger a los nuevos miembros que entrasen a nuestro Movimiento. 

Hacía años que no entraba nadie, hasta que se nos unieron los miembros de una Congregación Mariana y también la fundación de dos grupos más jóvenes. Era aire puro, fresco y libre. Todos ingresaban a la Orden Tercera, cosa que les encantó a los padres carmelitas. Entre los recién llegados en esa época se encontraba un joven cuyo nombre pasará a la Historia: ¡João Scog namiglio Clá Días!

João Clá en 1956

Concierto en la Basílica del Carmen

Una vez, dieron un concierto de música sacra en la Basílica del Carmen, al que asistí. Era una fiesta de la Orden; el recinto estaba repleto y los fieles acompañaban un poco indolentes y somnolientos. En cierto momento, João entró para hacer un so lo. Nunca lo había escucha do cantar. Era novato, “en jolras”7 en aquel momento, e incluso me sorprendió un poco verlo entrar, y pensé: “Bueno, vamos a ver qué sale de ahí”. De repente, oí una voz sumamente aterciopelada, maravillosa, de primerísima categoría. Fue una actuación estupenda… Interpretó algunos números y, desde los trinos iniciales, el ambiente cambió por completo. ¡Despertó a toda la iglesia! Después me enteré de que había decidido no cantar más, y nunca me dijo la razón, no me lo dijo directamente, y aguardé con indiferencia los acontecimientos. Sin embargo, pensé para mis adentros: “¡Si supieran qué voz se ha silenciado aquí! …”. Prestando atención en João, me sorprendía: “Pero ¿Cómo estas tres características caben juntas ahí dentro? ¿Cómo es eso?” De hecho, era muy raro ser católico como él, tener ese estilo de voz y poseer aquella agilidad y habilidades. ¡Creo que el Reino de María producirá hombres así en cantidad! 

Coro de San Pío X en la Basílica de Nuestra Señora del Carmen el 2 de mayo de 1963. En destaque, el Sr. João Clá

Soledad en la infancia

A juzgar por los relatos de João sobre su vida, en fragmentos de confidencias, me parece que tuvo una infancia y juventud muy dolorosas. La persona que tiene un gran “thau”está llamada a comunicarlo a varios otros, y sólo los que se han sumergido en la soledad durante mucho tiempo pueden hacerlo. Una de las múltiples bendiciones que recibió João, fue la de ser hijo único y haber vivido parte de su vida, antes de entrar al Grupo, solo, en unas largas soledades interiores e incomprensiones… Eso le hizo bien, porque le preservó de malas compañías. La soledad es indispensable para que el “thau” esté listo para la entrada al Grupo. Cualquiera que lo vea hoy piensa: “¡Ese es un extrovertido! Es cosa muy discutible, en poco tiempo se derrumba, porque le falta vida interior”. Pues bien, ¿qué régimen monástico tuvo João? … Nunca me habló de ello –y creo que tampoco se lo contó a nadie–, ¡pero puedo ver que sus melancolías, sus aburrimientos y sus aislamientos de niño fueron fenomenales! Todo lo que pueda haber hecho durante el recreo en el colegio –me estoy imaginando al pequeño João Clá con 11 años en la escuela…– fue menos de lo que podemos imaginar viéndole hoy, y no es nada compara do con los largos caminos de aburrimiento precoz que él experimentó. Si hoy hace apostolado, es gracias a eso. Por otro lado, ¡la inocencia de la infancia de João debió de ser enorme! João siempre fue una persona muy preservada. Vi fotografías suyas de niño, y era un reservatorio, una fábrica de inocencia, ¡algo extraordinario! Y muy generoso desde el principio. No sé si cada uno de nosotros era igualmente preservado y generoso. Desde muy pequeño, o poco más, ya era totalmente lúcido, ya distinguía, y hacía política. Empezó a caminar a los seis meses.

Primer encuentro

Voy a narrar una historia en su nombre. Cuando era pequeño, pensaba que el mundo y la humanidad eran pésimos, cosa que le decepcionaba profundamente; no tenía ánimo para seguir adelante con su vida partiendo de esa base. Él me contó sus peleas con estos y aquellos parientes.

Entonces, invocaba a la Santísima Virgen, pidiéndole que encontrara un ambiente, un movimiento en el que se encajase –¡cosa curiosa! –, y rezaba para eso, diez esforzadas Avemarías, a veces hasta treinta. Incluso llegaba a llorar, suplicando a la Santísima Virgen que se lo concediera. De manera que, cuando al final llegó a conocer al Grupo, vio sus plegarias atendidas.

¡Qué feliz habría sido yo si lo hubiera sabido el mismo día en que nos conocimos! Él recuerda bien dónde y cómo ocurrió el hecho, y me ha contado en más de una ocasión la profunda y favorable impresión que le causó cuando vio por primera vez a los miembros del Grupo, vistiendo el hábito de la Orden Tercera del Carmen, entrando en procesión en la Basílica. En aquella ocasión me lo presentaron y nos saludamos.

Tengo la impresión de que, en el caso de João, la vocación se manifestó desde el principio. Era natural que él, con tal grado de preservación y generosidad, explicitase su vocación muy rápidamente, viéndola como una reacción al mal existente en el mundo. Los problemas eclesiásticos no estaban presentes en su espíritu, pero sí la idea de la inmoralidad. Su planteamiento era menos metafísico que moral, pero con repercusiones metafísicas, es decir,

 cómo debe considerarse la moral. Si no hay moral, el mundo explota. Por eso tiene que existir el infierno. Era la metafísica vista desde el lado moral y en cuanto raíz de la misma.

Creo que el llamado frecuentemente florece ante la crisis interna de la Iglesia y la consecuente necesidad de resistir. João, sin tener una noción de esa crisis, se dio cuenta de la insuficiencia religiosa del clero para resolver el problema del mal en el mundo. No habría sido capaz de formularlo en los términos que voy a utilizar, pero de ahí, surgió en él, la idea de una forma de perfección moral, totalmente opuesta, que tendría que ser victoriosa. Luego vino la noción de que esta perfección –en vista del estado del mundo– sólo podía existir en unas pocas personas y debería tener un centro de irradiación.

Todo eso inconscientemente, pero así estaba ordenado en su cabeza cuando nos encontró. Incluso el principio axiológico de que esto no podía tardar mucho y que la victoria llegaría en sus días, también era parte de su vocación. Así, tuvo la idea de que la minoría reunida en torno a mí vencería, y, por tanto, la noción genérica de una misión: luchar y vencer. Así que constatamos que la vocación llamaba a su alma y le llamaba bien temprano, pero con esto de interesante: lo primero fue el abandono, la tristeza, las lágrimas y la oración, para sólo más tarde ser atendido. En las vocaciones más precoces, la vida dura también es precoz; y a los que la Santísima Virgen ama, los prueba desde una edad muy temprana. Aquí está una demostración de un hecho que considero extremadamente hermoso. Me lo ha contado varias veces y siempre me parece impresionante. 

El Dr. Plinio hablando con el joven João a mediados de los años 60

______________

1) Conjunto de amigos que se volvieron
seguidores del Dr. Plinio y trabajaban
junto a él en la redacción del periódico Legionario (1933-1947), medio oficioso de la Arquidiócesis de São Paulo, del cual el Dr. Plinio fue director. Con el tiempo, el término “Grupo” pasó a ser utilizado para designar
la obra del Dr. Plinio.


2) Bagarre, del francés: conflicto desordenado y profundo. Palabra usada por el Dr. Plinio para referirse al gran castigo de Dios a la humanidad, si esta no retorna a Él, profetizado por Nuestra Señora en Fátima. Sin embargo, la expresión “Bagarre azul” alude al estado de espíritu surgido en
la época del desarrollo brasileño, en el cual, incluso en medio del caos, las
personas se dejaban engañar por la prosperidad y por el avance de la industrialización.


3) Personaje ficticio de la novela homónima escrita por Daniel Defoe.


4) Del latín: “Dadnos la paz, Señor, en nuestros días, porque no hay quien
luche por nos a no ser Vos, Señor Dios nuestro”


5) Alusión al período en que él prestó el servicio militar.


6) El Dr. Plinio y los demás miembros del Legionario fueron admitidos como novicios de la Orden Tercera del Carmen el 20 de junio de 1948, y el
día 3 de julio del año siguiente hicieron su profesión. El Dr. Plinio tomó
el nombre de Hno. Isaías de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. El 2 de
febrero de 1954, con la autorización de Fray Kiliano Lynch, entonces General de los carmelitas, los seguidores del Dr. Plinio se agruparon como un sodalicio, denominado Virgo Flos Carmeli, del cual él fue elegido primer prior.


7) Palabra afectuosa utilizada por el Dr. Plinio para designar a sus discípulos
más jóvenes, los cuales surgieron por vuelta de 1970. Se percibía en ellos un
acentuado grado de debilidad, si se comparaban con aquellos que los antecedieron, los de la “generación nueva”. Sin embargo, la Providencia concedió a los “enjolras” una mayor capacidad de entusiasmarse por el aspecto simbólico de las cosas

8) Denominación de una de las letras del antiguo alfabeto hebreo, con forma de cruz. Basándose en el capítulo. 9 de la profecía de Ezequiel, Dr. Plinio empleaba ese término a fin de indicar una señal marcada por Dios en
las almas de aquellos especialmente
llamados a rezar y actuar en favor de
la Iglesia y la implantación del Reino
de María. 


9) El 7 de julio de 1956, en la Basílica de Nuestra Señora del Carmen, localizada en la Rua Martiniano de Carvalho, en la ciudad de São Paulo.

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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