Indispensable recurso a la Soberana del cielo y de la tierra

Publicado el 08/08/2025

Editorial

“Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los constructores” (Sl 126, 1), dice el salmista. Y Dios no estableció otra base para nuestra salvación sino Jesucristo. Por lo tanto, todo edificio que no es construido sobre esa piedra firme es como si fuese construido sobre arena movediza y, más temprano o más tarde, caerá infaliblemente.

Para que florezca y fructifique nuestro apostolado, es indispensable esa vida sobrenatural, que es la vida de Nuestro Señor Jesucristo en nosotros. La realización práctica de ese ideal de vida interior se halla en aquella perfecta comunión que alcanzó el Apóstol de los Gentiles: “Ya no soy yo que vivo, es Jesucristo que vive en mí” (cf. Gl 2, 20).

De ahí deriva la conclusión de que, en las lides apostólicas, debemos regular nuestras inclinaciones naturales y esforzarnos por adquirir la costumbre de juzgar y de dirigirnos en todo de acuerdo con las luces del Evangelio y los ejemplos del Divino Salvador.

El objetivo de todos nuestros trabajos de apostolado debe ser tornar todo hombre perfecto en Jesucristo, porque solo en Él habitan toda la plenitud de la Divinidad y toda la plenitud de gracias, de virtudes y de perfecciones.

Pertenecemos a Nuestro Señor Jesucristo como sus miembros y siervos que Él rescató por un precio infinitamente caro, por el precio de su Sangre. Antes del Bautismo, pertenecíamos a Satanás. El Bautismo nos hizo verdaderos esclavos de Jesucristo y por esto no debemos vivir, trabajar y morir sino para glorificar ese Hombre-Dios en nuestro cuerpo y hacerlo reinar en nuestra alma, porque somos su conquista y su herencia.

Esas verdades, que se aplican de modo absoluto a Nuestro Señor Jesucristo, también se aplican de modo relativo a Nuestra Señora. Habiéndola escogido Jesucristo para compañera inseparable de su vida, de su muerte, de su gloria y de su poder en el cielo y en la tierra, le dio por gracia, relativamente a su Majestad, los mismos derechos y privilegios que Él posee por naturaleza. “Todo lo que conviene a Dios por naturaleza, conviene a María por gracia”, afirma San Luis Grignion de Montfort. De modo que, según los Santos Padres, teniendo ambos la misma voluntad y el mismo poder, poseen los mismos súbditos y los mismos siervos.

La Santísima Virgen fue el medio de que Nuestro Señor se sirvió para venir hasta nosotros. Es también el medio del cual debemos servirnos para ir a Él. Nuestra Señora no es como las otras criaturas que, si nos apegamos a ellas, podrían alejarnos en vez de acercarnos a Dios. Unirnos a María Santísima es unirnos a Jesucristo, su Hijo. Por eso es que San Buenaventura, repitiendo lo que ya habían afirmado los Santos Padres, dice que la Santísima Virgen es el camino para ir a Nuestro Señor.

Para que florezca y fructifique nuestro apostolado, para que nos guiemos en todo de acuerdo con las luces del Evangelio y podamos seguir los ejemplos de nuestro Divino Salvador, se hace indispensable que recurramos siempre a la Reina y Soberana del cielo y de la tierra, Madre de Dios y Madre de los hombres, Medianera de todas las gracias; de esas mismas gracias sin las cuales, al intentar poner las bases de cualquier obra, únicamente edificaremos sobre arena.

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* Cf. “O Legionário” n. 557, 11/4/1943.

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