
En su rostro, en su mirada, en cada miembro de su cuerpo pequeñito, el Niño Jesús manifestaba las maravillas de su Alma, creada en la visión beatífica y unida hipostáticamente al Verbo Eterno. Toda la elevación, trascendencia, equilibrio, afabilidad y fuerza del Divino Maestro ya se manifestaban en ese Niño.
Plinio Corrêa de Oliveira
Siendo víspera de Navidad, cabe hacer aquí una consideración que me parece muy importante.
¿Cuáles eran las meditaciones de Nuestra Señora sobre la Navidad? ¿Qué representó de nuevo para Ella la Navidad? Al final de cuentas, la Santísima Virgen llevó al Niño Jesús en su seno como en un tabernáculo y evidentemente tenía, más allá de una grandísima intimidad, una reciprocidad de alma –porque es seguro que Nuestro Señor gozó del uso de la razón desde el primer instante de su concepción en el vientre materno–, una comunicación continua con Él, no solo en lo tocante a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, sino también como Hombre-Dios.
En estas condiciones, no debemos imaginar que el nacimiento de Nuestro Señor fuera un evento en el cual Ella conoció quién era su Hijo. Nuestra Señora ya tenía un conocimiento muy íntimo y ardiente a respecto de Él.
Entonces, ¿qué significó de nuevo la Navidad para María?
Jesús entra en el mundo en los brazos de María

La Virgen con el Niño, Basílica de Nuestra Señora de Zapopan, Zapopan, Guadalajara, Estado de Jalisco, México
En primer lugar, la Navidad fue el momento sublime, cuando misteriosamente y sin tocar en la virginidad de Nuestra Señora, el Salvador dejó el claustro materno y entró en el mundo en sus brazos.
Debió ser un momento de grandes manifestaciones de gozo, de un contacto de alma muy íntimo de Jesús con su Madre. Nació de un acto de amor intensísimo, y seguramente Nuestra Señora fue elevada a un grado místico indeciblemente alto, mientras tomaba contacto con la Divinidad de su Hijo.
Sin duda, la escena fue presidida y contemplada por las tres Personas de la Santísima Trinidad, y acompañada con cantos por todos los Ángeles. Por supuesto, fue una de las fiestas más bellas que hubo en el cielo, una de las mayores glorias de la historia de la humanidad. Y Nuestra Señora se asoció a esta alegría con una intimidad y un grado de unión con Dios realmente inimaginables.
Naturalmente, era algo muy importante para Nuestra Señora. ¿Pero era sólo eso? ¡Tengo la impresión de que hubo más!
Un nuevo estímulo para el amor de Nuestra Señora

Detalle del cuadro La Anunciación, pintado por Fra Angélico, Museo del Prado, Madrid, España
Siendo la realidad física un símbolo de la espiritual, en general el rostro y el cuerpo del hombre traen, aunque de manera confusa, una expresión de su alma. En el caso de Nuestro Señor, que era perfectísimo y en quien no había ninguna posibilidad de fraude, ni de engaño o insuficiencia, podemos imaginar cuánto su Sagrada Faz y todo su cuerpo representaron su alma.
Ahora bien, Nuestra Señora aún no había visto el rostro de su Divino Hijo, ni tampoco su Cuerpo. Al contemplarlo por primera vez, adquirió un nuevo grado en el conocimiento de Nuestro Señor, que se reflejaba en su rostro, en su mirada, en cada miembro de su cuerpo, como elemento indicativo de su mentalidad y de su Alma. De ahí un nuevo título para el amor, un nuevo título para la unidad, que constituyeron seguramente un estímulo para las adoraciones inefables que la Santísima Virgen presentó a Nuestro Señor en Nochebuena.
Consideremos que no solo cada facción del rostro –la mirada especialmente– es indicativo de una mentalidad. A su manera, lo mismo se puede decir del cuello, los hombros, las manos, los pies, especialmente si son vistos en un conjunto. Como resultado, podemos imaginar a Nuestra Señora contemplando esta expresión manifestativa de la realidad psicológica y sobrenatural de su Hijo y adorándolo profundamente.
Trascendencia del Sagrado Rostro del Niño Dios

Imagen deL Niño Jesús de la réplica de Nuestra Señora del Buen Suceso, Casa de los Heraldos del Evangelio en Tumbaco, Quito, Pichincha, Ecuador
En este punto es necesario hacer una rectificación sobre algo que la iconografía del Renacimiento ha deformado por completo. Para dar una idea de la suma pureza del Niño Jesús, lo presentan como un niño tontito e inexpresivo, en el que no hay indicios de mentalidad alguna. Y tengo una grandísima dificultad para admitir que fuera así.
En mi opinión, es lo contrario, todo lo que admiramos en Nuestro Señor adulto, esa trascendencia, esa elevación de alma tal que parece apostado enteramente en otra región, –hace recordar la frase de la Escritura: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos” (Is 55, 8)–, esa posición interior en que se adivina que contiene todo un cielo, en la cual Él se encuentra y desde lo alto de ella mira con bondad a la humanidad lejana, que su misericordia acerca; ese equilibrio, esa distinción, esa afabilidad, esa fuerza, todo lo que en la Santísima Faz del Divino Maestro inspira perfecciones morales inefables, tengo la impresión de que ya se expresaba en el rostro y en el cuerpo del Niño Jesús.
La adoración de San José

Podemos imaginar la ternura, el respeto, el entusiasmo, la adoración y la veneración de San José cuando vio a ese Niño, sabiendo que era el Hijo del Espíritu Santo y de Nuestra Señora, pero legalmente también Hijo suyo, y que, en parte, en su persona se convertía en Hijo de David y cumplía las profecías.
La Navidad es la primera manifestación de estas maravillas, y para ellas convergió la adoración de Nuestra Señora y de San José, quien estuvo cerca y participó en este acto como su esposo y padre del Niño Jesús.
Que María Santísima haya tenido una unión de alma con Nuestro Señor en un grado que no llegamos a entender, es evidente. Sin embargo, también podemos imaginar la ternura, el respeto, el entusiasmo, la adoración y la veneración de San José cuando vio a ese Niño, sabiendo que era el Hijo del Espíritu Santo y de Nuestra Señora, pero legalmente también Hijo suyo, y que, en parte, en su persona se convertía en Hijo de David y cumplía las profecías. ¿Qué debería significar para él mirar al Niño y pensar que, después de todo, ahí estaba su Dios y el de todos los hombres, pero al mismo tiempo su Hijo, porque era Hijo de su esposa?
Una meditación para Navidad

La impresión de la majestad del Niño Jesús es lo que más debería extasiarnos en la Noche de Navidad.
La consideración de la santidad de Nuestro Señor resplandeciendo en toda su Persona, la idea, por lo tanto, de la manifestación en su Cuerpo de la santidad de su Alma, en la que, a su vez, se manifiesta la Divinidad hipostáticamente unida a la naturaleza humana. Tengo la impresión de que esto es lo que más debería extasiarnos en la Noche de Navidad.
Hay una serie de pinturas que presentan la escena del nacimiento de Nuestro Señor con la cuna llena de luz y el Niño con cara de tontito. La luz no estaba en la paja; ¡la luz estaba en el Niño, especialmente en el rostro sacratísimo del Niño!
Esto me parece que constituye una meditación interesante para la Navidad, que alimente nuestra devoción durante estos días. Pidamos a la Virgen que tales pensamientos nos animen para una Navidad verdaderamente recogida y piadosa.
Extraído de conferencia del 21/12/1965