Intercesora para construir la arquitectura de la vida

Publicado el 06/21/2022

Doña Lucilia tenía a borbotones la alegría de dar. Su gozo consistía en ver al beneficiado alegrarse, aun cuando no tuviese ninguna relación con ella. Ese era su trazo distintivo, por el cual no era comprendida. Es una intercesora adecuada para construir la arquitectura de la vida de cada uno de nosotros. El Sagrado Corazón de Jesús era para ella, más que el modelo, la fuente de donde brota para los hombres la capacidad de ser así.

Plinio Corrêa de Oliveira

Hay un aspecto del alma de Doña Lucilia respecto del cual nunca traté, por no haberse presentado la ocasión: por tener un amor materno propenso a englobar un número indefinido de hijos, al aparecer alguien, aun cuando vagamente orientado hacia el bien y en la edad de ser su hijo o su nieto, inmediatamente se manifestaba esa tendencia materna con relación a esa persona. Ese aspecto, que abarcaba ora un círculo menor, ora un círculo mayor, era la extrema dadivosidad de mi madre.

Alegría de dar

Nicolás II, último zar de Rusia junto a su familia

Da la impresión de que, si ella tuviese todos los bienes de un Rockefeller o de un Zar de Rusia, si la dejasen, ella arruinaría su fortuna por su propensión a dar. Y no solo a los necesitados, porque no se trataba apenas de encontrar a alguien en necesidad y de socorrerlo. Ella hacía eso. Es algo diferente: dar por la alegría de ver que la persona recibiese lo conveniente y, más aún, hasta lo superfluo, desde que no fuese un superfluo estúpido, sin sentido. La alegría de ella era ver al beneficiado alegrarse y notar cómo aquel beneficio encajaba bien, era adecuado, y cómo quien lo recibía había quedado bien atendido con aquello, aunque esa persona no tuviese ninguna relación con Doña Lucilia.

Por ejemplo, si ella supiese que existe en Groenlandia una acaudalada que quedaría muy contenta si pudiese mostrar a sus amigas orquídeas de Brasil, y mi madre tuviese forma de hacerle llegar las orquídeas, sin ninguna retribución – hacer comercio era una posibilidad que no pasaba por su mente –, y esa señora después le escribiese una carta narrando cómo había quedado alegre, mi madre quedaría muy contenta, mostraría la misiva a cierto número de personas, la comentaría, etc., simplemente porque esa mujer había quedado alegre con el regalo.

Por lo tanto, mi madre también tenía la tendencia a dar lo que tenía para beneficiar a una persona que tenía mucho más que ella, sin pensar lo siguiente: “Esto lo guardo para mí, porque ella ya lo tiene.” Esa idea ni le pasaba por la mente: “Si la va a dejar alegre, tome.”

Era una tendencia con tal abertura, que su bondad relucía con una forma peculiar de alegría – ella no era una persona a la cual le gustaba llamar la atención – tan intensa, tan luminosa, que a mí me hacía bien. Es comprensible, a cualquiera le hace bien ver esa bondad. Eso me descansaba de lo que ya encharcaba a mi generación, que es la alegría egoísta de recibir.

¿Ella tenía alegría de recibir? Sí tenía, pero mucho menor que la alegría de dar. La alegría de recibir era mucho más por la manifestación de afecto de quien dio, que de la cosa en sí. Lo que tampoco es muy de hoy en día.

Actualmente, quien recibe piensa: “Me dio eso, yo lo cojo, es un objeto del cual ahora soy dueño”.

Elogiaba a los hijos de los otros parientes y no a los suyos

Parientes de Doña Lucilia en una reunión familiar a mediados de la década de 1910

Me acuerdo, por ejemplo, cuando era pequeño – los niños reflexionan más de lo que parece sobre las cosas, se fijan más, etc. – yo veía la escena en que ella le estaba contando historias a mi hermana, a mí y a los sobrinos.

Eran narraciones de cuentos de Alejandro Dumas, naturalmente depurados, y otras cosas de ese género. Un sobrino o una sobrina hacía una pregunta.

Si la indagación a sus ojos revelaba más inteligencia, una forma de ser más interesante, o principalmente una buena alma, su alegría era tal, que se podría preguntar si sería mayor que si fuese con su hijo. Y su contento era tan grande que, después de contar la historia, ella iba al comedor – en aquellas casas antiguas eran salas enormes – y le decía a todo el mundo:

¿Saben cuál es la última gracia? Fulana contó esto y aquello, etc.

Todos se reían. Y era la hija de otra…

Un cálculo que ella no haría es el siguiente: “Si tal señora elogia a mishijos, voy a elogiar a sus hijos; si no los elogia, tampoco los voy a elogiar”.

Porque esos cálculos mezquinos, cosas así por el estilo, casi que había una incapacidad de que ella los hiciese. Digamos que una buena señora común – de hoy no garantizo nada, sino de veinte años atrás – no cometía infanticidio, es decir, es algo que no sucedería, ella no tendría ningún movimiento de alma en esa dirección.

Así, yo noté que ella era más cauta en elogiar a sus hijos, que a los de los demás. Y llevando la delicadeza de alma hasta este punto: “Si mis hijos tienen tales cualidades y cuento eso, los otros pueden sentirse magullados, con envidia, etc. Un día esas cualidades aparecerán, no necesito estar hablando de ellas”.

Arquitectura de cada biografía

¡Cómo eso era diferente del mundo, ya en aquel tiempo! Hoy es una especie de blasfemia continua contra lo que todos presenciamos. Para los jovencitos y jovencitas que se ven por las calles, ni siquiera entra en consideración, pero mi tiempo de joven era tal vez de un egoísmo más feroz. Las personas, sien- do mucho mejor constituidas, no digo moralmente, sino psíquicamente, sufrían menos y eran mucho más víctimas de la ilusión de que se puede construir una felicidad terrena agrupando cosas en torno de sí y gozando. Y todo el estilo de la vida favorecía eso.

Por ejemplo, había situaciones de seguridad excesiva en cantidad. Hoy las personas no se hacen una idea de lo que era la solidez de un propietario, porque se convertía en el rey de su propiedad, mandaba, no había leyes ni fiscales que lo vigilasen, y, al pie de la letra, no existía inflación, la moneda era estable como un paralítico.

Todo eso formaba la ilusión de que, viviendo hasta los 55 o 60 años haciendo dinero, la persona se estabilizaba como una torre encima de un peñasco; así era la fortuna. Además, no se pensaba en la muerte, ella siempre tenía el carácter de una sorpresa. Cuando alguien moría: “¡Oh!, ¿Cómo?! ¿Se murió?” Y el fallecido podía estar “viejo como la Sede de Braga…” 1.

Pues en tal atmósfera, la abertura de alma de Doña Lucilia era esa. Si ella arruinaría a un Zar, háganse una idea de su acción junto a Dios, si el Creador no fuese infinito, para resistir a la corte más gastadora que hubiese en todos los tiempos, ¡qué es la corte celestial donde todos viven de dar! Y se da a fondo perdido…

Grupo de mendigos. Pintura de GIacomo Ceruti. Museo de Thyssen Bornemisza, Alemania

Muchas veces se considera un acto de caridad así: Fulano encuentra un mendigo en la calle, le da algún dinero, el mendigo se va y el acto de dar limosna cesó. Con ella no. Había una peculiaridad por la cual Doña Lucilia acompañaba la vida de las personas como si fuesen historias, con la idea de la arquitectura de cada biografía y de cierto sentido que se desprendía no solo de un hecho – cuando este tenía un sentido especial, claro, pues a veces eran hechos muy pequeños –, pero eso tenía para ella un perfume propio.

Y además cómo fue la vida de la persona, si subió, bajó, progresó, si se volvió bueno, si se hizo malo, si recibió castigos. Todo eso hacía parte del modo de ella observar la vida. Doña Lucilia no era una analizadora de la vida de los pueblos, ni estos como tales estaban mucho en su ángulo de visión sino muy observadora de la vida de los individuos; es el horizonte propio de una señora, más restringido.

Ella tenía mucho el sentido de las cosas, el sentido de la vida; si algo camina hacia una ascensión y en cierto momento tiene una prueba, y después sube, ella quedaba muy contenta de poder contarlo. No obstante, si cayese, a ella le gustaba mucho llamar la atención hacia los motivos de la caída, no solo para formar a las personas, sino contemplativamente para ver el orden de las cosas y cómo Dios deseaba ese orden.

La pasividad suave de una esposa fiel…

Doña Lucilia contaba el caso de una señora de buena familia y muy rica, cuyo marido se metió de repente con malas compañías. Comenzó a gastar dinero en cantidad; la gran fascinación de aquel tiempo era la ruleta.

Además, cayó en adulterio. La esposa veía eso y quedaba muy afligida, aborrecida, pero no tenía otra salida a no ser aguantar, con la pasividad suave y sublime de las señoras de aquel tiempo.

 

En cierta ocasión, la concubina de ese hombre le dijo que quería un regalo magnífico. Él compró, entonces, un juego de tocador para poner sobre el peinador, como usaban las señoras de aquel tiempo, con piezas de cristal con tapas de plata, y mandó a que el almacén lo entregase en la dirección de esa mujer.

El hombre estaba seguro de que, cuando llegase a la casa de la concubina, sería recibido como quien le hubiese dado un tesoro. Al contrario, encontró la caja abierta, con cada objeto envuelto en su respectivo papel, excepto uno que estaba faltando en el juego. Él preguntó:

¿Qué pasó, no te gustó el regalo tan bonito que te mandé?

¡Regalo! Eso es una porquería, mira lo que hice con uno de esos objetos.

Entonces, le mostró una de las piezas que ella había tirado al piso y había quebrado. Y continuó:

Yo no soy una persona a quien se le dé un objeto de cristal. Para mí, por Lo menos debe ser de plata. Te exijo que mañana me traigas este servicio, pero de plata.

A pesar de no poder hacer aquel gasto, porque ya estaba pasando privaciones en su casa, el individuo le compró otro juego de tocador.

Como el conjunto de cristal incompleto había quedado sobrando, lo llevó al almacén y le dijo al vendedor:

Póngalo en otra caja – porque la original tenía un lugar reservado para cada objeto y se notaría la falta de uno –, disfrace eso y mándelo a otra dirección que le voy indicar.

Puso, entonces, la dirección de la esposa. Cuando él llegó a su residencia para cenar, ella fue a su encuentro y dijo:

¡Tú me das un regalo de esos, cuando nuestras condiciones económicas no lo comportan! ¡Te agradezco mucho!

Lo besó y agregó:

Ven a ver cómo quedó bonita nuestra mesa de toilette. ¡Pero no hagas gastos conmigo!

Ella no se había dado cuenta del asunto…

que acabó sufriendo un gran infortunio

Sin embargo, la debacle prosiguió, porque él continuó jugando. En cierto momento, el hombre tuvo que vender la casa donde vivía para pagar las deudas. Solo le restaba una hacienda que él poseía en el interior.

Entonces, el hombre se fue con la mujer y los hijos al interior, a fin de administrar la hacienda y hacerla rendir al máximo para pagar las deudas.

Allí él realmente trabajó. Era un pueblecillo en el interior, no había ruleta. Los dos se reconciliaron, ella prontamente lo perdonó y ayudaba a hacer economías en la casa.

Al cabo de varios años, él le dijo a la esposa:

Ya hicimos todas las economías necesarias para que yo pueda ir a São Paulo, a fin de pagar las deudas. De esa forma se levanta la perspectiva de, con más ahorros, comprar una casa en São Paulo y establecernos allá nuevamente.

Ella, contenta por poder pagar las deudas, le preparó la maleta. En la mañana, bien temprano, ella lo acompañó hasta una ciudad más grande, en la cual él debería tomar el tren hacia São Paulo al día siguiente.

A la mañana siguiente, cuando él ya debería haber tomado el tren, para sorpresa de ella, el marido aparece deshecho y abatido. Afligida, ella pregunta:

¿Por qué no fuiste a São Paulo?

Ya estás viendo… ¡En la noche organizaron un juego, y en la mañana yo ya no tenía nada!

Había al lado de la casa donde se encontraban un camino entre una hilera de árboles. Ella salió corriendo por ahí gritando… Se había vuelto loca. ¡No es para menos!

Él llevó a la familia a São Paulo, donde consiguió un pequeño empleo y “vegetaba” con la mujer y los hijos. Pero apareció un cáncer en su lengua, le cortaron un pedazo, y con el tiempo atacó la laringe – es la historia de casi todos los cánceres, más aún con la medicina incompleta de aquel tiempo – y él murió.

Esa señora se quedó con los hijos, pero de vez en cuando tenía que ir al hospicio, donde pasaba un cierto período. Después los médicos informaban que ella estaba mejor y mandaban a que la buscasen. Permanecía algún tiempo en casa y, cuando sentía que estaba empeorando, avisaba:

Miren, noto que la locura está volviendo. Es mejor que me lleven, antes de que sea necesario llevarme a la fuerza.

Era horrible, porque en aquel tiempo las señoras no usaban cabello corto, y al entrar al hospicio la primera cosa que hacían era cortarle el cabello. De manera que, cuando salía del hospicio, ella quedaba sin contacto con nadie de fuera de la familia hasta que le creciese; y antes de ir a la casa de reposo, ella se lo mandaba cortar en casa. Era un drama.

Intercesora adecuada para construir la arquitectura de la vida

Doña Lucilia narraba eso participando del drama y viendo la arquitectura de los hechos, el juego de la vida, la acción de la Providencia. Ella contaba tomando muy en serio todo lo que había sucedido, resaltando cómo ese hombre había andado mal, etc.

Narro eso para recordar cómo mi madre tenía la idea de la arquitectura de las biografías. Ahora bien, quien de tal manera nota la arquitectura de la existencia de las personas, es sensible a que alguien le pida que se haga cargo de la arquitectura de su propia vida.

Es una acción en profundidad que tiene en vista ayudar al individuo a cargar el peso de su propia arquitectura.

Y eso con la siguiente noción: o la vida es una dedicación superior o no es nada. ¿Dedicarse a qué? Es el problema de la arquitectura. Y la vida debe ser una dedicación superior.

Este era el trazo distintivo de Doña Lucilia, por el cual ella era poco comprendida.

A veces algunas personas me preguntan: “¿Qué tenía Doña Lucilia de contrarrevolucionario?” Ante todo, el hecho de ser católica, pues ella lo era profundamente. Y yo veo más Contra-Revolución en tener el alma así, que en una persona con ideas sociopolíticas muy acertadas, pero con pozos de egoísmo, con base en los cuales nada se construye de acertado. Se comprende cómo ella es una intercesora adecuada para construir la arquitectura de la vida. Porque formar esto ya es una arquitectura.

El Sagrado Corazón de Jesús era para ella, a muy justo título, el modelo perfecto de eso. Más que el modelo, era la fuente de donde brotaba para los hombres la capacidad de ser así. Por tanto, ¿quiere ser de ese modo?

Contemple el Sagrado Corazón de Jesús. A propósito, si prestamos atención, notaremos cómo la Iglesia del Corazón de Jesús, que mi madre frecuentaba, es propicia para formar en el alma de los fieles un sentimiento de ese género.

Vuelvo a decir, en ella se sentía siempre esa alegría de dar, espontánea, a borbotones.

Un médico famoso se deja tocar por la virtud de Doña Lucilia

Dr. Bier

Cito también este episodio con el Dr. Bier. Él era un médico de fama internacional y le mandó a ella, desde Alemania, una fotografía suya ya viejo, después de la Primera Guerra Mundial.

El Dr. Bier fue muy dedicado con Doña Lucilia y parecía tener cierto afecto por ella, aun siendo protestante. Parece que se dejó tocar por la virtud de ella, tenían muy buenas relaciones.

Durante la guerra, las relaciones entre Alemania y Brasil se cortaron, y mi madre de vez en cuando decía:

¡Y mi Dr. Bier! ¿Qué habrá sido de él?

Porque bombardearon Berlín y el Dr. Bier vivía en esa ciudad. Además, podían llevarlo como médico al frente de batalla y una bomba, al caer por acaso en la enfermería, podía alcanzar al Dr. Bier…

Tan pronto como fue posible establecer las relaciones, ella escribió una carta al Dr. Bier, preguntando cómo estaban la Señora Bier e hijos, y si necesitaban de su ayuda para algo.

El Dr. Bier le respondió diciendo que estaba completamente sordo, porque cerca de él había estallado una bomba, rompiéndole los dos tímpanos. Para eso no existe aparato de oídos. A pesar de esa limitación, su salud estaba íntegra, etc. Y si ella quisiese ser amable con él, que mandase un paquete de café, porque ellos allá no tenían ese producto.

Ella consiguió un saco entero de café – una cosa grande y cara, de transporte difícil –, y arregló una forma de hacerlo llegar al Dr. Bier, con una carta la más amable posible.

Entonces él escribió una misiva agradeciendo, y después la correspondencia terminó. En realidad, algún tiempo después ella supo que el Dr. Bier había muerto, entonces hizo oraciones por su alma, etc. “Pobrecito el Dr. Bier, se murió…” Una vez más, vemos la alegría de dar, la tristeza porque le sucedió algo malo a otro. Todas esas cosas están muy presentes.

Una princesa rusa afligida le pide un consejo

Doña Lucilia durante su estadía en París

Otro ejemplo, el episodio que pasó en París con una princesa rusa, hospedada en el mismo hotel en el cual estábamos, con ocasión del viaje de 1912.

Ella estaba en el mismo piso de mi madre, se veían con frecuencia, pero no se saludaban. En cierto momento, la princesa le dijo a mi madre, hablando en francés:

Madame, discúlpeme, pero veo que Ud. es una persona tan buena, tan compasiva, quiero que me ayude.

Pero ella dijo eso llorando. Se pueden imaginar enseguida la compasión de mi madre, que preguntó:

¿Qué sucede?

La Princesa afirmó que un médico le había diagnosticado un cáncer, y estaba desesperada. Mi madre, entonces, le dijo:

No perdamos la cabeza con eso. Esos médicos muchas veces hacen diagnósticos equivocados. Ud. debería ir a tal médico que tiene una reputación extraordinaria para diagnósticos. ¡Consulte ese médico!

La Princesa lloraba mucho y mi madre la tranquilizaba, dándole consejos, estimulándola a rezar, etc. Ella quedó agradecidísima. Poco tiempo después, habiendo llegado el momento de Doña Lucilia volver a Brasil, se despidieron, pero mi madre le dio su dirección a ella.

Transcurrido cierto tiempo, llegó una carta de la Princesa para mi madre, donde la noble rusa decía:

Le quería agradecer enormemente. Ud. no imagina qué solución fue para mí tal médico, que hizo varios exámenes, me mandó a sacar una radiografía, y esta última desmintió completamente el diagnóstico del médico parisino. Puedo dar este caso como resuelto, gracias a su excelente intervención…”

Sin duda, esta comunicación de bondad de Doña Lucilia le produjo cierto efecto de calma y llevaba consigo como una promesa de cura hecha por la Providencia.

Sin embargo, ese era un caso que ella no contaba delante de nadie. Mi madre no pidió reserva, pero me lo narró en un momento en que estábamos conversando solos, y no acostumbraba a repetir.

Extraído de conferencia del 18/4/1987

Notas

1) Expresión portuguesa que significa “muy viejo”, dado que la Sede de Braga es la arquidiócesis más antigua de Portugal

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