
Cuando vayamos a comulgar, debemos pensar: “En el sagrario, Nuestro Señor está deseando ardientemente ser recibido por mí, a pesar de todas mis imperfecciones.
Plinio Corrêa de Oliveira
Nunca seremos tan íntimos de alguien como de Jesús en la Sagrada Eucaristía. Ni los más altos Ángeles del Cielo tienen con Él la forma de unión que nosotros, hombres, tenemos recibiendo la Comunión.
Un Ángel no puede comulgar, pues no posee cuerpo. Él goza de la visión beatífica, está inundado de todas las gracias del Cielo, pero no recibe la Sagrada Eucaristía.
Aquél que es la Santidad condesciende en venir a nosotros en las Sagradas Especies. ¡Qué don formidable que permanezca encerrado en el sagrario el Hombre-Dios, hasta el momento en que llegamos para comulgar! En un momento por nosotros escogido, del modo como queremos, Él viene y nos visita, más íntimamente que en la residencia de Betania, mientras estaba vivo en la Tierra. Porque en aquella ocasión Nuestro Señor entraba en la casa, pero no en Lázaro, Marta y María. En la Eucaristía, sin embargo, Él entra en nosotros.
A pesar de la tibieza de los Apóstoles, que en aquella misma noche irían a abandonarlo, el Divino Redentor dio con alegría esa prueba suprema de amor, y dijo: “Deseé ardientemente comer esta Pascua con ustedes” (Lc 22,15). Entonces, cuando vayamos a comulgar, debemos pensar: “En el sagrario, Nuestro Señor está deseando ardientemente ser recibido por mí, a pesar de todas mis imperfecciones. Con confianza iré a la Comunión.”
Extraído de conferencia del 15/09/1973