Intrépido Caballero de Cristo

Publicado el 07/27/2021

San Erlembaldo, Duque de Milán era riquísimo y poseía un magnífico palacio. Estando la Diócesis de Milán dominada por elementos simoníacos y favorecedores de la corrupción de las costumbres, se dirigió a Roma y, el Papa le ordenó que emplease sus armas contra aquellos impíos. Luchó como un león y obtuvo victorias extraordinarias, pero fue asesinado por los enemigos de la Iglesia.

Plinio Corrêa de Oliveira

Tengo para comentar una ficha extraída del libro del Abbé Profillet, Santos militares 1 , que dice lo siguiente:

Varón riquísimo, corajudo como un león

San Erlembaldo, señor milanés, intrépido caballero de Cristo, fallecido el
año 1075. Erlembaldo Cotta perteneció a una ilustre familia milanesa. Desde joven ingresó en la carrera de las armas y, a pesar de que era poco robusto, era corajudo como un león.

Riquísimo, el palacio que poseía en Milán se igualaba en magnificencia al de un rey. Sin embargo, no tenía su corazón preso a los bienes de la tierra, sino a Dios.

Pretendiendo así entrar a la vida monástica, fue impedido a ello por el santo Diácono Arialdo, quien lo aconsejó a luchar por la Iglesia desde el laicado. Le mostró que la Iglesia pasaba por una hora de tinieblas, con la expansión de la simonía y la apostasía del clero, errores protegidos por el poder civil.

Erlembaldo, entonces, se dirigió a Roma, donde el Papa Alejandro, apoyado por varios cardenales, le ordenó que volviese a Milán y ayudase a Arialdo a combatir a los enemigos de Cristo y resistiese hasta la muerte si fuera necesario. Dieron también el nombre de San Pedro al estandarte de guerrero que debería tener siempre a la mano, para reprimir el furor de los herejes. Ese estandarte fue sustentado por el santo con perfecta lealtad durante dieciocho años.

Este ilustre señor aparecía en público ricamente vestido, conforme convenía a su dignidad, acompañado de un pomposo séquito. No obstante, en su vida particular, se revestía al rezar de un pobre traje de lana. Cuando andaba por las calles de Milán, el pueblo lo acompañaba para homenajearlo. Si él percibía entre la multitud algún andrajoso o enfermo, hacía una señal a un servidor para que la persona fuese conducida secretamente a su palacio. Ahí, el noble cuidaba del pobre miserable con sus propias manos. Era entonces tan cariñoso como vuelto con ardor hacia los intereses de la Iglesia.

Y esto de tal manera, que el bienaventurado Arialdo decía siempre: “¡Ay!, con excepción de Erlembaldo y del eclesiástico Nazario, no encuentro sino personas que, con falsa prudencia, me aconsejan el silencio, dejando a los simoníacos impúdicos ejercer libremente las obras del demonio”.

Ya hacía diez años que el Duque defendía celosamente la causa de Dios, cuando San Pedro Damián, Legado Papal, exigió de todos los obispos de Milán y del arzobispo Guido un juramento de condenación a la simonía. Todos juraron, pero al quedar vacantes algunas sedes, el propio arzobispo realizó un tráfico ilegítimo.

Erlembaldo fue enviado a Roma para hablar con el Papa sobre el problema y, regresó con carta de excomunión para el arzobispo. Era un día de Pentecostés y el prelado simoníaco consiguió reunir una enorme multitud en la iglesia. Ahí, asegurando la bula papal que lo condenaba, movió al pueblo contra Arialdo y Erlembaldo.

“Jamás – dijo él – esta ciudad va a obedecer a la Iglesia romana. ¡Abajo los miserables que quieren arrebatarnos nuestra antigua libertad!”, y el populacho gritaba: “Matémoslos ya, ¡matémoslos ya! Y se echaron contra los dos servidores de Dios que estaban en la Iglesia. Los clérigos sobre Arialdo y los laicos sobre el caballero.

Arialdo fue gravemente herido, pero Erlembaldo se defendió tan bien con su cetro militar, que nadie consiguió aproximarse de él. Arialdo se repuso de sus heridas y emprendió un viaje a Roma. En el camino fue entregado por un sacerdote a los partidarios del arzobispo simoníaco que lo arrastraron a un lugar desierto, donde fue muerto por dos clérigos que lo mutilaron horriblemente.

Erlembaldo, al saber de lo ocurrido, fue a buscar los restos mortales del amigo. Acompañado de gran multitud, depositó el cuerpo de San Arialdo en la iglesia de San Sancho.

Asegurando el estandarte, desbarató a los enemigos de la iglesia

Al año siguiente, el arzobispo Guido se reconcilió con la Santa Sede y decidió, de antemano, escoger a su sucesor, nombrando a Gotefrido, su secretario, paa ocupar el cargo después de su muerte.

Pero los habitantes de Milán, especialmente los campesinos, repelieron ese nombre con horror. Viendo su plan frustrado, Guido buscó a Erlembaldo para conseguir un acuerdo con el Duque, pero éste consideró no haber perdón para un prelado tan culpado e hizo que fuese encerrado en el monasterio de San Celso.

Gotefrido, entonces, temiendo por su futuro, se fortificó en el castillo de Castillón, entonces inexpugnable. Los milaneses decidieron desalojarlo de allí y ya lo estaban consiguiendo, cuando el enemigo provocó un gran incendio en Milán. Ante el peligro, los atacantes retrocedieron y habrían sido derrotados si Erlembaldo, tomando el estandarte de San Pedro, no hubiese atacado con tal ímpetu que desbarató completamente a los enemigos.

El Papa San Gregorio VII nombró nuevo arzobispo para Milán, excomulgó a Gotefrido y encorajó al Duque para que defendiese la sede de San Ambrosio.

Erlembaldo luchó mucho más aún para garantizar los derechos del arzobispo.

No pudiendo derrotarlo en batallas sus enemigos decidieron recurrir al asesinato. Un día en que el Duque de Milán hablaba a los pueblos, los conjurados se lanzaron contra él que, aunque resistiendo heroicamente fue vencido por el número.

Sujetaba en su mano el estandarte de San Pedro cuando sucumbió a los golpes del asesino. Su muerte fue llorada por todos los fieles de la Iglesia romana, hasta los confines de Inglaterra. Nadie se conforma con el desaparecimiento del caballero de Cristo, como era llamado por el papa San Gregorio VII.

El Beato Urbano II, poco tiempo despu{es, colocó a Erlembaldo en el número de los santos.

Simonía y corrupción de los cargos eclesiásticos

Esta es una de las más bonitas fichas que hayamos recibido. La biografía es tan llena de datos y aspectos, que tal vez el comentario sea un poco largo.

Trataré de ser tan breve cuanto posible, pero vamos a analizar un poco la vida de este santo.

En primer lugar, se nota la situación de Italia en ese tiempo. Ella estaba dividida en dos corrientes. Una obedecía a la Iglesia romana, Sede infalible de San Pedro; la otra tenía rezagos de herejía; pero se caracterizaba además de los errores doctrinarios, por el hecho de que sus miembros tenían mu malas costunbres y practicaban la simonía, acto por el cual la persona vende un cargo eclesiástico.

Muchas veces había laicos favorables a la simonía porque compraban esos cargos eclesiásticos para personas de su familia, o recibían dinero para no vetar el acceso de determinada persona a cierto cargo, pues los señores feudales tenían el derecho de vetar ciertos cargos eclesiásticos.

La lucha religiosa se extendía a los terrenos político y militar

Entonces, la lucha religiosa pasaba a los terrenos político y militar, pues era necesario que los prelados legítimos expulsasen a los malos para obedecer al Papa, y los señores feudales pésimos protegían a esos prelados indignos. Así, lo señores feudales buenos y los pésimos se declaraban la guerra entre sí.

Conflicto de proporciones pequeñas, ya que Italia estaba pulverizada en una porción de principados y repúblicas burguesas, y cada una tenís su lucha Fue una guerra que se extendió por toda Italia como una especie de erisipela. Por todo el país había guerrillas de esas que se entrelazaban, porque el partido de una ciudad era aliado a su congénere de otra; se formaba, de esta manera, una situación caótica en la cual toda Italia estaba sumergida.

Mientras la corriente de Cluny va intentando hacer la reforma de la Iglesia, vemos aparecer en Milán a dos santos de una envergadura excepcional. Uno de ellos es el bienaventurado Arialdo, clérigo profundamente adversario de la simonía, contra la cual lucha con las armas religiosas eclesiásticas.

Y la figura extraordinaria de este Duque, con un nombre también un poco extraordinario, al menos para nuestros oídos latinos: Erlembaldo. Su nombre nos habla bien de la proximidad de la sangre bárbara; o sea, el nombre germánico del tiempo de las invasiones; probablemente un nombre lombardo, ya que los lombardos ocuparon Milán, estableciéndose allí y allí teniendo descendencia. Erlembaldo y Arialdo son nombres de origen común, que indican el mismo origen racial.

“Herejía blanca”: visión deformada a respecto de la santidad

La figura de Erlembaldo se nos presenta con un aspecto y una vocación muy diversa a la de muchos santos dignos de toda nuestra veneración, canonizados por la Iglesia, y que siguieron una línea diferente de la que muchos católicos, entre los cuales nosotros mismos, personalmente debemos seguir.

Pero la “herejía blanca” 2 gusta presentarlos como siendo los únicos y verdaderos santos. Así, la historia que el “herejía blanca” gustaría construir de San Erlembaldo sería la siguiente: “Él era un santo mancebo – porque comienza por ser un mancebo, con la connotación a veces ridícula que esta palabra adquiere en portugués –, hijo del Duque de Milán, que desde su más tierna infancia manifestaba su profundo horror a la sangre y, cuando él mismo veía animales que eran maltratados, corría junto al regazo de su madre, diciendo: ‘Mamá, ¡cuánta tristeza hay en esta vida!’; Su madre lo llevaba entonces junto a una imagen, donde él lloraba copiosamente, consolándose al final con la idea de que todo tendrá un fin cuando fuere para el cielo. El santo mancebo era de una salud frágil y delicada; por causa de ello llevó una vida de mucho sufrimiento cuando era niño; tenía además una herida en la cabeza que despedía mal olor.

“Después de que se hizo joven, resolvió dejarlo todo, concibiendo horror a las cosas terrenas y se consagró al servicio de los pobres. Entonces, durante toda su vida pasó cuidando de ellos y tratando de animales enfermos. Su especialidad era la de reconciliar a todo el mundo con quien él se encontraba, y por eso era llamado de “Erlembaldo de la paz”. Murió muy viejo y sonriendo. Era llamado
el “Santo de la sonrisa”.

Notemos bien: si alguien de la Edad Media tuviese esta biografía, podría ser un auténtico santo. Sin duda, eso hace la vida de un santo, y Dios me libre de afirmar lo contrario. No sería, un santo “herejía blanca”; entre tanto, sería “herejía negra” decir que un santo es “herejía blanca”. Todos los santos son perfectos y a ellos debemos veneración. La cuestión es otra: decir que la santidad es sólo eso, aquí está la “herejía blanca”.

Ahora bien, Erlembaldo fue en diversos aspectos lo contrario de eso. Y
también fue un santo.

Conservar el cargo usándolo en favor de la buena causa Milán fue siempre una de las principales ciudades de Italia, situada en el valle del Po, al centro de una porción de caminos, una de las regiones más ricas de Europa, pueblo muy inteligente, culto, político, artístico. De donde, Duque de Milán significa ser uno de los más altos jefes de Italia. Un Duque de Milán en aquel tiempo tenía peso en la política internacional, pues los reyes de Francia y los emperadores del Sacro Imperio, vivían peleándose; y el apoyo que ellos tenían de las ciudades italianas, dislocaba a favor de uno u otro lado la balanza política; de manera que, muchas veces, esos pequeños principados del norte de Italia eran los fieles de la balanza internacional.

San Erlembaldo se nos muestra como un hombre saludable, fuerte, buen mozo, hombre rico que fastuosamente se presenta en las calles, acompañado de una pomposa comitiva y que toma cuenta de su poder con fuerza. Pero quiere dejar todas las cosas del mundo y hacerse fraile. En la mentalidad “herejía blanca” ya formaría una barra y una porra. “¡Ah!, ¡qué bien! ¡Va a terminar siendo fraile!”.

Y en esa hora, en que la historia comienza a tomar sabor para el “herejía blanca”, aparece un aguafiestas: Arialdo, quien da a San Erlembaldo la idea que nosotros reputamos sublime y al “herejía blanca se le hace estridente y chocante, de que se conserve en el cargo y lo use en favor de la buena causa. He ahí una cosa que a la mentalidad “herejía blanca” no le gusta: “utilizar la política en favor de un asunto eclesiástico. ¡Jamás! La política es una cosa terrena, humana y mundana… un espíritu sobrenatural ni gusta ni entiende de política.”

Luego le dice que debe utilizar la fuerza contra los corruptos y simoníacos. El “herejía blanca” gustaría de lo contrario: “Sonría de tal forma a los corruptos que estos dejen la corrupción y todos comiencen a cantar loas en honra de Nuestra Señora. No hay mal alguno en eso… con una sonrisa bondadosa se acaba con el mal”.

Una larga vida de lucha y resistencia coronada por el martirio

Pero hay más: ese hombre se va a Roma, de lo cual tampoco gusta la mentalidad “herejía blanca”. “Quédese aquí con el vicario y con el párroco… esa historia de ir a Roma, no se incomode con eso… Tenemos a nuestro Reverendísimo Monseñor Caspa que es tan simpático; ¿para qué más?”. Horizontes limitados, nada de grandes horizontes; así es el individuo “herejía blanca”. En Roma, el Santo Padre le da a él un estandarte al cual coloca el nombre de San Pedro:

“Aquí está mi estandarte. Usted va a ser mi espada en Milán.”

“Suelta la fiera – piensa el “herejía blanca” – y ahora, ¡cosa horrorosa!, viene con una espada a defender la Causa de Cristo, quien fue todo sonrisa y bondad… nunca hirió a nadie en la vida…”Ahora bien, ¡Él llegó a azotar y a expulsar a los vendedores del Templo! Pero no adelanta de nada; el “herejía blanca” dice que Nuestro Señor nunca hirió ni heriría a nadie.

Entre tanto, ¡ese hombre va a derramar sangre en nombre  de Cristo!

Conforme hemos visto en la narración, él entró, cortó, luchó, rajó, apresó y persiguió a padres simoníacos.

Pues bien, ese hombre es un santo, que a su vez fue siempre apoyado por otro santo llamado Arialdo.

Otra teoría más del “herejía blanca”: “Basta que un santo se presente en una ciudad, y todo el mundo se convierte”.

Aquí estamos viendo lo contrario. Entra un santo, pocos se convierten, la batalla continúa y los Papas siguen apoyando esa lucha. ¡Es sublime! La espada al servicio del derecho, librando al mundo de la presencia abyecta del hombre que esparce el mal. Existe aquella frase magnífica de la Escritura: “Maldito el hombre que retrae su espada de la sangre” (Jr. 48, 10). Para alguien inficionado de “herejía blanca” esto es horrible. Es maldito el hombre que derrama sangre…

Esa mentalidad no comprende tampoco cómo en una ciudad donde hay dos santos, el jefe de los herejes – que es un hombre tan bueno, apenas ha tenido un equívoco, según la “herejía blanca” – coge la bula venida de Roma en la cual el Papa lo excomulga, y la lleva para ser destruida, en un alarde de protestantismo; es un “luterito” clamando por la independencia de Milán.

Se forma un lío dentro de la catedral, San Arialdo es herido, pero en un rincón estaba San Erlembaldo, con su estandarte y su espada, y nadie osó aproximarse de él.

Por ejemplo, el sublimísimo martirio de San Esteban, el “herejía blanca” lo comprende. Pero un santo que lucha hasta el fin como un león, cerca de quien nadie se aproxima, de esto, el “herejía blanca” ni gusta, ni comprende.

San Erlembaldo resiste, pero para que él tuviese todas las glorias, al final de la vida acaba recibiendo también la corona del martirio, después de una larga vida de lucha y resistencia. 

Extraído de Conferencia del 3/8/1970

Notas
1) PROFILET, Charles, Les Saints militaires: Martyrologe, vies et notices. París: Retaux-Bray, 1890.
2) Expresión metafórica creada por el Dr. Plinio para designar la mentalidad que se manifiesta en la piedad, en el arte y en la cultura en general.
Las personas por ella afectadas, se vuelven flojas, mediocres, poco propensas a la práctica de la virtud de la fortaleza, así como todo lo que signifique esplendor.

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