Istmo entre el pasado y el futuro

Publicado el 05/23/2022

Ilustre miembro de la profética veta iniciada por el profeta Elías, recibió de las manos de María el escapulario del Carmen, prenunciando un período de gloria para la devoción mariana y para la Santa Iglesia.

Hna. Juliane Vasconcelos Almeida Campos, EP

Cuánta sabiduría encierran las palabras de Cicerón cuando afirma que la Historia es “testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, mensajera de la antigüedad”. De modo especial se aplican a los grandes personajes, pero sobre todo si fueron santos, porque el recuerdo del camino de la virtud que han recorrido en el pasado ilumina el presente y proyecta una luz hacia el futuro.

Consagrado a María en el seno materno

Hijo de una noble familia de barones ingleses, nació en 1164, en el castillo de Harford, condado de Kent, del cual su padre era gobernador.

Complicaciones durante el embarazo, derivadas de la robusta complexión del nasciturus, hacían temer la pérdida de la vida materna en el momento de su nacimiento. No obstante, la piadosa baronesa consagró la criatura a la Virgen y le vino al mundo sin graves dificultades. Y, “desde la cuna, Simón tuvo por la Madre de Dios la más tierna devoción”.

En señal de gratitud, su madre solía, antes de amamantarlo, renovar su ofrecimiento rezando de rodillas un Avemaría. Cuando por distracción se olvidaba, el bebé se negaba a alimentarse. Cuentan que el niño se abstenía de la leche materna los sábados y las vísperas de las fiestas marianas, y que para apaciguarlo en cualquier indisposición bastaba presentarle una imagen de la Virgen.

Dotado de rara inteligencia, antes de cumplir un año ya sabía el Avemaría y aprendió a leer tan pronto como empezó a hablar. Siguiendo el ejemplo de sus padres, comenzó muy temprano a rezar el Pequeño Oficio de la Santísima Virgen, costumbre que nunca dejó. A los 6 años comprendía el latín y, abrasado de amor, rezaba los salmos varias veces al día, arrodillado, por respeto a la Palabra de Dios.

Largo período de soledad

Temiendo caer en las seducciones del mundo y movido por una moción interior de la gracia, en sus cortos 12 años Simón decidió abrazar la soledad, refugiándose en un vasto bosque vecino a Oxford. Encontró allí un árbol de dimensiones extraordinarias con una amplia cavidad en el tronco y allí improvisó una celda. Un crucifijo y una imagen de la Virgen, únicos objetos que llevaba consigo, le sirvieron de adorno a su sobria morada.

Como alimento recogía hierbas, raíces amargas y frutos silvestres. En medio de consolaciones, comenzaba para Simón una nueva vía de tentaciones y pruebas. El demonio le provocaba escrúpulos, temores y crueles remordimientos por pecados que nunca había cometido. Para vencerlos, intensificaba sus austeridades y oraciones y, con la ayuda de la Santísima Virgen, siempre salía victorioso.

Entrada en la Orden del Carmen

Con el fin de prepararse mejor para estos futuros acontecimientos, Simón regresó a Oxford para completar los estudios de Teología y recibir el ministerio sacerdotal. Pero los planes de Dios no se rigen según los ritmos humanos: los primeros carmelitas aún tardarían quince años en pisar suelo inglés…

Mientras tanto, nuestro santo volvió a la vida solitaria y, para aumentar su perplejidad, en 1207 el reino de Inglaterra caía en un funesto interdicto papal.

Los desacuerdos entre el rey Juan sin Tierra y el Papa Inocencio III a propósito del nombramiento del nuevo arzobispo de Canterbury se intensificaron tanto que el Pontífice se vio obligado a tomar tan drástica determinación.

En 1212 llegan a Inglaterra, por fin, los primeros religiosos procedentes del monte Carmelo. Al recibir tan halagüeña noticia, anunciada por la misma Virgen Santísima, Simón se apresura a unirse a ellos, que habían recibido el encargo de dar inicio a la fundación de monasterios en la isla. El interdicto papal, no obstante, lo impide. Esperando días mejores, los religiosos se retiran a un bosque en Aylesford, propiedad de un fraile carmelita de origen inglés, y empiezan a vivir como anacoretas. Allí el novicio recibe el hábito carmelitano de manos del Beato Alan, entonces prior de la pequeña comunidad.

Sabiendo este superior los raros talentos que nuestro santo poseía, le ordena que regrese a Oxford y se doctore en Teología, a pesar de su repugnancia por los ambientes mundanos que se vería obligado a frecuentar. El religioso obedece, pero, una vez obtenido el título, aprovecha la circunstancia favorable ofrecida por la fundación de un eremitorio carmelita en las proximidades de Norwich para regresar a la vida solitaria, junto con otros religiosos llegados de Palestina.

Signo de predilección y alianza con la Virgen

Corría el año de 1245 cuando el Beato Alan convocó el primer Capítulo General en Europa, durante el cual presentó su renuncia al cargo, siendo elegido por unanimidad San Simón Stock como sustituto, a los 80 años de edad. Bajo su gobierno la Orden se extendió notablemente, sobre todo en Francia, donde se multiplicaron las fundaciones gracias al amparo de San Luis IX.

Incluso contando con la protección de la Santa Sede, el Carmelo fue blanco de nuevas y virulentas persecuciones que tenían en vista eliminarlo. En el auge de la aflicción, el santo se entregó a oraciones, ayunos y penitencias que se prolongaron algunos años. Durante ese trance compuso la célebre antífona Flos Carmeli, que pasó a recitar todos los días.

Sin embargo, “en las obras que la Virgen ama, las cosas pueden llegar a punto de desmoronarse, de despedazarse casi por completo. Todo parece perdido, pero es el momento que Ella reserva para intervenir”.

El 16 de julio de 1251, la oración del venerando carmelita, “como la del profeta Elías, abre el Cielo y hace bajar a la Reina de los ángeles”. En esa fecha, “la Virgen Santísima se le aparece, vestida del hábito de la Orden, coronada de centelleantes estrellas, y con su divino Hijo en los brazos”.

Llevaba en las manos el escapulario, que le entregaba como Tesorero de su signo de predilección y de una alianza sempiterna.

Ese mismo día, San Simón entregó al P. Pierre Swayngton, su secretario y confesor, una carta dirigida a todos sus hermanos de hábito, en la que registraba la promesa de la Madre de Dios de la que había sido depositario:

Recibe, mi querido hijo, este escapulario de tu Orden, como signo distintivo y marca del privilegio que he obtenido para ti y los hijos del Carmelo; es un signo de salvación, una salvaguardia en los peligros y la garantía de una paz y de una protección especial hasta el fin de los siglos. El que muera revestido de este hábito será preservado del fuego eterno”.

Vida longeva unida a María

A partir de entonces, la Orden del Carmen se extendió prodigiosamente y a finales del siglo XIII, pocos años después de la muerte del santo, ya poseía, según fuentes de la época, más de 7000 monasterios y eremitorios, con cerca de 180 000 religiosos.

San Simón Stock dedicó los años que le quedaban a visitar los carmelos. “Europa vio con admiración a este santo anciano, que había alcanzado ya una extrema vejez, curvado por el peso de los años, extenuado por los rigores de la vida más austera, y sin disminuirlos en nada, incluso en el transcurso de sus viajes, recorrer con un infatigable valor los monasterios de su Orden”.

Estuvo en varías ciudades de Bélgica, Escocia, Irlanda y otros países, y en 1265 llegó a Burdeos, Francia, donde el 16 de mayo entregó su alma a Dios. Sus últimas palabras fueron las primeras que habría aprendido: Ave María.

Su acción continúa en la eternidad

Miembro de la profética veta eliática, San Simón Stock representa un istmo entre el pasado y el futuro. Y como la misión de los santos no termina en esta tierra, cabe preguntarse: ¿qué hará ahora desde la eternidad? ¿no estará clamando por la venida del Reino de María anunciado allí?

En efecto, el 13 de octubre de 1917, antes del famoso “milagro del sol”, María Santísima se presentó a los tres pastorcitos “como Nuestra Señora del Carmen, coronada Reina del Cielo y de la tierra, con el Niño Jesús en su regazo”.

Siendo propio al espíritu de la Iglesia amar las grandes síntesis, es hermoso contemplar cómo “en el momento en que la Virgen proclama su realeza futura bajo la forma de la realeza de su Corazón, aparece con el vestido de su más antigua devoción, el Carmen, haciendo una síntesis de lo más antiguo y de lo más reciente”. La singular figura de San Simón Stock, el Carmelo y el escapulario prenuncian, así, el triunfo de su Inmaculado Corazón.

Tomado de la Revista Heraldos del Evangelio n.º 166; pp-32-35

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