
Todos los corazones vibran fervorosos y llenos de entusiasmo para poder ofrecer al Santísimo Sacramento esa magnífica forma de adoración saliendo en procesión entre aclamaciones, pompas, mucho esplendor y nobleza, a pesar de las dificultades, pues el hombre no debe olvidarse de la lucha, ni del riesgo, o del esfuerzo, sobre todo cuando se trata de la gloria de Dios. Sólo así se alcanzan las verdaderas alegrías y las bendiciones del Cielo.
Plinio Corrêa de Oliveira
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Me pidieron que retomara la lectura del artículo referente a la procesión del Santísimo Sacramento en Viena, con la intención de considerar con más detenimiento algunos pormenores.
A pesar de las dificultades, siempre tributar al Santísimo Sacramento todos los honores
Había quedado arreglado que, en caso de intemperie, la gran procesión del domingo no sería realizada, y que tan sólo una Misa sería celebrada por el Legado Papal, en la Catedral de San Esteban, ante el Emperador y toda la corte.
En Europa las estaciones se suceden con mucha más regularidad que en Brasil. Por tanto, todo esto había sido previsto porque era un período en el que las lluvias caían con cierta frecuencia y, naturalmente, se esperaba que compareciese una multitud inmensa, por ser ese acto de adoración una tradición de la cual todo el mundo participaba. A tal punto que la noticia no indica sorpresa alguna. Ella narra todo con mucha admiración, en un tono distinguido y con pocos adjetivos, resaltando más los hechos en sí que los adjetivando.

Cardenal Léon-Adolphe Amette , legado pontificio
Entonces quedó concertado que, habiendo lluvia, no se realizaría la procesión. ¿Esto fue arreglado entre quiénes? Entre el Emperador, las autoridades de tránsito, la policía, etc., por un lado, y, por el otro, entre el Cardenal Legado, el arzobispo de Viena, y alguna personalidad más. Es decir, las altas direcciones de las esferas eclesiástica, civil y militar fueron consultadas y así lo establecieron.
Ahora, vemos que la lluvia en cantidad no impidió la concurrencia de personas. Y el hecho de que el pueblo permaneciera – y se percibe que estaba lloviendo hace tiempo – indicaba bien el grado de fervor de los fieles, lo cual fue reconocido de buena voluntad por las autoridades, que no sólo apoyaron esa actitud, sino que se colocaron a la cabeza del entusiasmo popular haciendo que el Santísimo Sacramento – bien entendido, puesto continuamente al abrigo de cualquier gota de agua – no dejara de salir, a pesar de la intemperie.
Por tanto, la idea fundamental es: frente al entusiasmo popular probado por la resistencia a la lluvia, no privar a los fieles del Santísimo Sacramento, sino más bien tributarle aquella magnífica forma de adoración.
A pesar de todo, el domingo de mañana, sin preocuparse de la lluvia que no cesaba de caer, ochenta mil hombres que debían tomar parte en la procesión estaban fielmente en sus puestos, con estandartes, banderas y músicas al frente.
De tomar la noticia al pie de la letra, esos ochenta mil hombres no constituían la totalidad del pueblo, sino solamente los que debían formar parte de la procesión. Por lo tanto, del público de la calle ni se habla, ni hay cálculos. Es muy bonito eso.
El Emperador es alentado por el entusiasmo del pueblo

Emperador Francisco José en 1913
… estaban fielmente en sus puestos, con estandartes, banderas y músicas al frente.
O sea, cuando hay grandes manifestaciones así, o ellas están compuestas de individuos, o esencialmente de asociaciones e instituciones. Por ejemplo, las Universidades, el Tribunal de Justicia, el Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, etc. Entonces, cada una de esas entidades toma posición en un lugar concertado por los dirigentes de la procesión. De manera que, cuando es dada la señal para avanzar, ya están todos puestos en el orden adecuado.
Por otro lado, supimos que el Emperador había declarado que era necesario que la procesión fuese hecha costase lo que costase.
Esta declaración naturalmente circuló en la ciudad. Porque en el “supimos” se tiene la impresión que fue un murmullo general. El Emperador había determinado aquello y, por lo tanto, daba a todo el pueblo una especie de apoyo: “El Santísimo Sacramento saldrá, cueste lo que cueste.” Él estimaba tanto el ver que su pueblo quería tributar a Nuestro Señor esa adoración que, aunque en un primer momento pensara en celebrar solamente la Misa en la iglesia, acabó decidiendo: “No, el pueblo nos llena de especiales bríos, y nos sentiríamos disminuidos y por debajo de nuestra suprema investidura temporal si no fuéramos hasta el medio del pueblo y nos mojáramos con él.”
— Los ciudadanos, dijo él, tienen paraguas; los campesinos no temen la lluvia, y el Santísimo Sacramento irá en carruaje.
A pesar de su edad avanzada (84 años), él mismo pretendía participar de la procesión.
Según la costumbre, el Santísimo Sacramento debería ser conducido a pie por el Legado Pontificio, debajo del palio. El Emperador y la Emperatriz lo seguían, caminando también debajo del palio.
La multitud de los fieles y la alta nobleza prontos para la procesión
A las ocho horas, la tropa ya había tomado posición. El cortejo, compuesto exclusivamente de hombres, salía del atrio de la Catedral de San Esteban, mientras ciento cincuenta mil mujeres y jóvenes se extendían por dos alas desde la catedral hasta la puerta monumental que daba acceso al palacio imperial.
Vemos, por tanto, al elemento femenino – más débil y que toma más cuidado con la salud – presente en masa. El número es impresionante: ¡ciento cincuenta mil personas!
Esto confirma que los ochenta mil no son todas las personas que están mirando, sino solo los que irán a desfilar oficialmente, incorporados a la procesión. Porque, de lo contrario, no se comprendería que dentro de esos ochenta mil cupiesen, como una de las parcelas, esas ciento cincuenta mil señoras.
Primeramente, avanzan las parroquias de Viena, enseguida los magnates húngaros, los tiroleses en número de ocho mil, los bosnios, los checos, los moravios, los rutenos y los rumanos.
¿Qué es un magnate húngaro? Magnus quiere decir grande. Magnate quiere decir un hombre que forma parte de los grandes, forma parte de la grandeza. Así como la crema de la nobleza de España usa el título de “Grande de España”, en Hungría, por imitación, o por una germinación espontánea, se constituyó también el cuerpo de los magnates.
Paréceme que estos magnates no son la nobleza entera, sino que constituyen la crema y nata de la nobleza, con trajes magníficos, entre los cuales una especie de capa confeccionada con piel de tigre.
A continuación, las delegaciones extranjeras: los franceses, distinguidos por las banderas tricolores, que tres de nuestros compatriotas empuñaban alto y firmemente debajo de un verdadero diluvio; los españoles los italianos, los ingleses, los alemanes, etc.
Entonces, imaginen a los representantes de todos estos pueblos con las banderas nacionales, el colorido que esto debía tener.
El esplendor de la Jerarquía Eclesiástica se hace presente
Son las once horas y media. El clero va a entrar en escena. Se compone de cinco mil sacerdotes y religiosos y ordenados jerárquicamente: simples sacerdotes, curas de parroquias, monjes de todas las ordenes, canónigos y, cerrando el bloque, doscientos obispos con capas, mitras y báculos.
El clero representa el aspecto jerárquico de la Iglesia. A los ojos de los fieles, los obispos se distinguen enormemente del común de los clérigos, pues portan aquellas mitras –como en aquel tiempo se usaban en muchas diócesis de Europa– altas, grandes, casi ojivales y, en general, bordadas con tejidos de oro o de plata, con piedras preciosas, que datan de antes de la Revolución Francesa. Después de esa Revolución, mucho de lo que fue derribado no fue reconstruido, inclusive aquellas grandes mitras, preciosísimas. Comenzó el hábito – según lo que vi – de confeccionar muchas mitras episcopales con piedras de vidrio.
Pero, en fin, el conjunto del colorido debería ser muy bonito. Imaginen doscientos obispos andando con sus mitras y báculos. El báculo es el cayado, símbolo del pastor. El obispo representa, por excelencia, al pastor de una diócesis. Y era bonito ver al prelado andando con el báculo golpeando en el piso de piedra.
Sin embargo, posteriormente, una novedad apareció, que era una forma de modernización: colocar en la base del báculo una especie de cuña de goma, de manera que los obispos golpeaban con el báculo en el piso, pero no se oía ruido, o se oía muy amortecido, sin belleza. Pero todo lleva a creer que en ese tiempo todavía no se usaba la goma.
El más sublime cortejo

Carruaje del Emperador Francisco José
Fanfarrias y tompetas anuncian el tercer cortejo – del Santísimo Sacramento- al que seguirá el del Emperador-Rey.
La fanfarria y las trompetas anunciaban a la multitud cosas nuevas que aparecían. En aquella época no había megáfonos. Entonces, hacían una señal para llamar la atención del pueblo: va a aparecer un nuevo cortejo, ¡miren hacia acá, miren hacia allá! Conforme el lugar de donde venía la fanfarria o el cortejo, los fieles se volteaban para observar. La comunicación era exactamente sonora y musical.
En la primera línea están escuderos vestidos de rojo escarlata; enseguida, militares de la corte, con penacho blanco, montados en caballos grises de toute beauté; los dragones y los húsares.
Los dragones son aquellos soldados de caballería que usaban corazas plateadas y también yelmos, todos de metal blanco, con una especie de ornamento a la manera de una cola de caballo, que caía por la espalda. El conjunto daba al desfile un encanto enorme.
Viene aún el escuadrón de caballería y he aquí que llegan los cardenales. Cada uno tiene su carruaje particular y viene acompañado a pie por el encargado de su capilla, llevando un crucifijo, su báculo, la antorcha ritual y su libro de oraciones.
Probablemente, la antorcha ritual se remonta a una costumbre del tiempo anterior a la Revolución Francesa, en el Ancien Régime1, cuando no había aún iluminación pública en la noche, a no ser escasa y en pocas calles. La antorcha era un recipiente donde ponían materia combustible y encendían fuego. Eso ardía durante algún tiempo, y no había renovación. Parece que el ceremonial disponía que, por lo menos, el secretario y un porta-antorcha del Cardenal deberían estar siempre a su lado, pues no se sabía la hora de su retorno, y era necesario tener un porta-antorcha con él.
Los otros objetos que el Cardenal lleva se explican por sí mismos: el crucifijo, el báculo y el libro de oraciones.
Para que el Cardenal no quedase solo en el carruaje, se estableció el protocolo por el cual, siempre que él salía en gran ceremonia, debería ir con ese acompañamiento.
Su Eminencia el Cardenal Amette viene sentado en un admirable carruaje con relieves negro y oro, tirado por cuatro caballos. Él no sufrirá con la lluvia, pero se manifiesta preocupado por los demás, y admira a esta multitud que se apresura, desde la aurora, a honrar al Santísimo Sacramento.
Resuenan fanfarrias, tocan las campanas por toda parte y, precedido por oficiales, chambelanes y por el gran mariscal de la corte, el carruaje de la coronación de María Teresa, pintado por Rubens, penetra en la Helden Platz, tirado por ocho caballos negros. La parte alta es casi toda de vidrio y se puede ver cómodamente al Legado Papal, arrodillado ante un altar en el cual está el ostensorio.
Una cosa que a mi juicio faltó en esa ocasión fue la belleza de la salva de artillería. Forma un conjunto lindo. Eso tiene algo de trágico, de apoteósico y de grandioso, que quita un poco la nota unilateralmente festiva del acontecimiento. Recordando que, en medio de todas las alegrías, el hombre no debe olvidarse de la lucha, ni del riesgo, ni del esfuerzo. Me parece que la tragedia orna la melodía cuando la atraviesa como un rayo.
Últimos momentos de la procesión

Catedral de San Esteban, Viena
La lluvia cesa por un momento y el sol deja entrever algunos pálidos rayos.
Todos se quitan los sombreros. Muchos caen de rodillas, sin preocuparse con la lama.
Ese acto tiene mucha belleza. Los fieles no se incomodan. El Santísimo Sacramento está ahí, por lo tanto, es el único lugar donde se comprenden imprudencias. ¡Ante el Dios Eucarístico, y por Él, todo! De rodilla en tierra.
Ahí, entonces, en un silencio de los más conmovedores, pasa el Dios de la Eucaristía.
Eso también es muy bonito. Ruido mientras entra el Santísimo, pero cuando Él comienza a pasar ante el público, silencio. Realmente hic taceat omnis lingua –aquí que se calle toda lengua–, está presente Nuestro Señor. Se acabó.
¡Cómo Nuestro Señor debe haber bendecido a esos humildes que se inclinan a su paso, y oído los ecos de su piedad conmovida!
Este fragmento evidencia sutilmente la “herejía blanca”2. ¿Por qué Nuestro Señor solo habría oído las oraciones de esos humildes y no de los grandes que estaban presentes para adorarlo?
Ese comentario da la impresión de que un hijo de la grandeza es el de la mano izquierda, casi un hijo espurio de la Iglesia, mientras que el hijo de la humildad es el de la mano derecha, el hijo de oro. No es verdad. La conocida opción preferencial por los pobres, tan justa, de la cual Nuestro Señor dio tantos ejemplos, no es exclusiva, pues hay otras formas de opción preferencial.
Después del carruaje de Nuestro Señor, sigue el del Emperador.
En un carruaje tirado por ocho caballos blancos, y vestido con un uniforme azul, Francisco José mira fijamente el Santísimo Sacramento, que él acompaña.
Noten que el Emperador Francisco José no mira al electorado. En primer lugar, porque él no es elegible y no está necesitando, por lo tanto, hacer agrados para conseguir los votos del público. En segundo lugar, porque no puede dar la impresión de alguien que no está prestando atención. Él va con los ojos fijos, el tiempo entero, donde está el Santísimo Sacramento. Es la piedad ideal.

Archiduque Francisco Fernando
A su lado está el archiduque heredero.
Una ovación formidable y unísona es proclamada por esta inmensa multitud, para acoger al Emperador que llegaba a la Helden Platz.
Resulta un poco extraño que aplaudan al Emperador, sin noticias de que lo hayan hecho al Santísimo Sacramento. Ciertamente hubo alguna orden eclesiástica, por la cual no se debería aplaudir a Nuestro Señor.
Se sentía que los cien mil católicos presentes querían no solamente honrar al soberano, sino sobre todo agradecerle el ejemplo de fe que él daba y mostrar que todos los corazones vibraban en ese instante supremo.
El cortejo termina con una cabalgata soberbia de la guarda montada húngara y con los carruajes de los archiduques.
Archiduque era el título de todo aquel que, por varonía, hacía parte de la Familia Imperial, pues esta se distribuía en varios ramos muy numerosos. Ellos usaban uniformes blancos, con una tira de cuero y una espada. Probablemente ellos participaron de la procesión con esos bellos uniformes y sus condecoraciones. Debería ser un cortejo lindo de algunas decenas de archiduques, cada uno en su carruaje, desfilando. Era el fin de la procesión.
La piedad auténtica es premiada con las bendiciones de Dios
Se desarrolla de acuerdo con el itinerario prescrito, pero es imposible celebrar la Misa donde está montado el altar, e incluso ser dada la bendición.
¿Imposible por qué? Se puede entrever que no había nada preparado para proteger el techo del local y, por lo tanto, se corría el riesgo de que cayese agua hasta en el cáliz donde estarían las Sagradas Especies. Resolvieron, entonces, celebrar la Santa Misa en la Catedral.
Una idea feliz es enunciada por el Legado Papal: él se vuelve en dirección a la multitud perfilada y su carruaje recorre de nuevo la inmensa plaza. Por medio de la ventana del carruaje aparece nítidamente el prelado llevando el ostensorio y bendiciendo a la multitud.
Todos quedan consolados por esta bendición suprema.
El prelado tuvo una muy buena idea, que fue la de ser visto con el Santísimo dentro de ese carruaje todo hecho de cristal, probablemente avanzando muy lentamente, para dar la bendición a la multitud. Ese acto podría haber sido fatigante, pues debería ser un hombre de edad y, además, esas custodias de alto valor son pesadas. Sin embargo, por lo que consta en el artículo, él no cedió la tarea a nadie, sino que él mismo recorrió la plaza dando la bendición a los fieles.
Notas
1Del francés: Antiguo Régimen. Sistema social y político en vigor en Francia entre los siglos XVI y XVIII.
2Expresión metafórica creada por el Dr. Plinio para designar la mentalidad sentimental que se manifiesta en la piedad, en la cultura, en el arte, etc. Las personas por ella afectadas se vuelven muelles, mediocres, poco propensas a la fortaleza, así como a todo lo que signifique esplendor.