Jesús bebió la copa de la muerte

Publicado el 04/16/2024

En su Pasión, Nuestro Señor Jesucristo pasó por todas las formas y grados de dolor, y entró en ellas con paso digno, sereno, firme y sin vacilar, caminando hacia la Cruz como un rey caminaría hacia el trono de su coronación.

Plinio Corrêa de Oliveira

Cuando analizamos cada paso de la Pasión, ya sea físico o espiritual, notamos que Nuestro Señor nada evadió. Entró en el abismo más profundo del dolor con paso de héroe, asumió todos los padecimientos posibles y se presentó resplandeciente de sufrimiento ante la justicia del Padre Eterno. Y así salvó a la humanidad.

Multitudes del pueblo elegido acudían a Nuestro Señor

Multiplicación de los panes y los peces – Museo Condé, Chantilly, Francia

Es interesante examinar, punto por punto, el anochecer, el “Oficio de Tinieblas” dentro de Nuestro Señor, considerado la condición de su santísima humanidad.

En el primer año de su vida pública, Jesús tuvo la alegría, el éxito y la respuesta de amor de las multitudes del pueblo elegido que acudía a Él. Sin embargo, sabía que todo esto, –¡vean la amargura! – proporcionaría un pequeño número de conversiones y excitaría a los fariseos a ordenar su muerte.

Si Nuestro Señor hubiera tenido muchos menos adeptos, no habría sido asesinado. Lo mataron por el éxito de ese primer año. Y en las multitudes que lo adoraban, Él veía el éxito como el primer paso hacia el estrado que lo llevaría a lo alto del patíbulo. Los apóstoles y otros no lo sabían. Pero Él lo hizo.

Más aún. El Redentor veía ese, aquel, aquel otro en la plenitud momentánea de la vocación, de la alegría, y cuya belleza de alma le encantaba. Sin embargo, Él sabía que uno de ellos lo iba a apedrear, el otro lo abandonaría, este otro lo calumniaría, se reiría de él y lo denigraría, insinuando que la calumnia era cierta. Nuestro Señor tenía todo esto presente y, por lo tanto, cargaba ante sí la enormidad de estos tormentos.

Tengo la impresión de que las calumnias sólo comenzaron a extenderse después de cierto trabajo del Sanedrín sobre aquellos que lo seguían, entibiando a algunos y poniendo a otros contra Él, de modo que la multitud se debilitara y se desuniera. Y Jesús vio que el crepúsculo de la indolencia bajaba a medida que aumentaba el número de sus milagros.

La resurrección de Lázaro

Resurrección de Lázaro – Museos Reales de Bellas Artes, Bruselas- Bélgica

En el segundo año, cuando Nuestro Señor había acumulado el castillo de sus maravillas, entra en una especie de duelo con la indolencia, porque la multitud trata de escapar de sus manos. Busca retenerla haciendo maravillas mayores. Y se enfrenta a esta situación humanamente insoluble: cuanto más hace maravillas, más insensible e indiferente se vuelve la multitud.

Una persona podría comentar: “Él resucitó un muerto; ¿fue eso lo último que hizo?” Y se reiría como diciendo: “Estoy harto de esto, quiero volver a mi pequeña vida; ¡Maravillas, apártense de mí, quiero la banalidad!” Y cuando Jesús llevó al auge sus milagros, se enteró de su sentencia de muerte. En la resurrección de Lázaro, supo que habían decidido matarlo. Él lo sabía todo, y cuando fue a la casa de Lázaro para celebrar la resurrección, en realidad conmemoraba la muerte, porque la resurrección de Lázaro fue el comienzo de su muerte.

No sé si se dan cuenta de lo conmovedor que es todo esto desde el punto de vista de la tristeza. Para usar una expresión equivocada, pero que significa un poco lo que quiero decir, envenenaba, ponía sabor amargo en las alegrías más legítimas y espléndidas.

Imagínense el ambiente de la casa de Lázaro, donde a Él le gustaba estar, justo después de su resurrección. Los Apóstoles, la familia de Lázaro, la gente del lugar que llegaba, lo adoraban. Nuestro Señor sabía que la mayoría de estas cosas quedarían en nada. Y Él, por el bien de aquellas almas, comía del banquete y se alegraba. Sin embargo, en lo más profundo de su Corazón, lloraba porque comprendía lo que estaba sucediendo. Ese episodio por sí solo sería un drama de otro mundo. Un drama de tragedia griega no sería nada comparado con esto.

También debió sentir la reacción de los que estaban allí: ya no era la misma de antes, con la excepción de Nuestra Señora y de algunas santas mujeres.

Los acontecimientos se suceden y Jesús logra un triunfo, pero percibe el mal aliento de ese triunfo. Es decir, el pueblo quería aclamarlo, pero no al punto de romper con los fariseos, esperaba que estos entronizaran a Jesús. Si los fariseos no lo hacían, el pueblo los seguiría. E hicieron para Nuestro Señor aquella conmemoración, la fiesta de la ingenuidad, no del inocente, sino la ingenuidad del flojo, tan diferente de la del inocente. Y Él, al pasar en medio de aquellos hosannas, era perfectamente consciente de lo que vendría después.

Rombo del dolor

Entrada a Jerusalén – Museo Hermitage, San Petersburgo

En todos estos pasos, hay que decirlo desde ya, impresiona notar a Nuestro Señor, por designio del Padre Eterno, sufriendo ese dolor y no solo permitiendo que el sufrimiento caiga sobre Él, sino yendo a su encuentro. Jesús se hundía en el vértice inferior, más terrible del rombo del dolor.

La vida humana se puede comparar con un rombo con dos extremos, en el inferior el dolor, en la parte superior el júbilo. Nuestro Señor descendió a lo más profundo del rombo del dolor, en cada uno de esos casos concretos, con una probidad, una integridad y una obediencia que recuerdan el Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum (Lc 1,38)1. Fue hasta el fin, con la cabeza en alto, con la actitud en que lo vemos en el Santo Sudario. Así caminó Jesús.

Esto se hace más conmovedor el Jueves Santo, cuando se celebra la culminación de su obra. El Divino Salvador instituye la Misa, la Eucaristía, el Sacramento de la Penitencia, y con esto se completa, en cierto sentido de la palabra, el edificio de la Iglesia.

Todo el pueblo judío estaba en fiesta, celebrando el paso del Mar Rojo, la Pascua. Y Nuestro Señor, en ese clima de alegría general, ciertamente veía a los Apóstoles participar de esa alegría. Él hace la fiesta y completa su obra sin desfallecer. Podemos conjeturar la mezcla de alegría y tristeza en Él, pues sabía que en pocas horas comenzaría la gran tragedia.

Imaginemos la tristeza del Redentor lavando los pies de Judas, San Pedro, San Juan, pensando en lo que harían en breve. Luego, distribuyendo la Eucaristía, y estando la Presencia Real dentro de cada uno de ellos, tan mediocres, tan inferiores a su cometido… ¡San Pedro, el Príncipe de su Iglesia, hizo lo que hizo!

Las inflexibilidades del Padre Celestial

Oración en el huerto – Iglesia del Sagrado Corazón – Puerto Varas – Chile

Terminado el festín, todos los dolores, grandes y pequeños, convergieron. Comenzó la terrible agonía, en la cual tuvo la representación de todo lo que habría de suceder y, en su inteligencia, en su alma santísima, lo quiso con tanta integridad que sufrió la desproporción entre el dolor que venía y las fuerzas que poseía. Se sintió aniquilado. A pesar de esto, hizo un acto de sumisión. Sudó Sangre y le pidió al Padre Eterno: “¡Hágase tu voluntad, no la mía!”(cf. Lc 22,42).

Nuestro Señor poseía una fuerza divina que no tiene nada en común con la flaqueza, sin embargo, daba una impresión de debilidad. Dijo: “Hágase tu voluntad, y no la mía”, como quien intuía o conocía que la voluntad del Padre Celestial tenía inflexibilidades; Jesús se estaba topando con una de ellas, en la que se aniquilaría. Viene un ángel y le da una fuerza que no era un consuelo para sufrir menos, sino una capacidad para padecer más. Entonces llega el abandono de los Apóstoles, etc.

A cada paso, vemos el horror llegando a lo inimaginable. Él entra en ese horror, se reviste de él y bebe el cáliz del dolor. Y eso a cada minuto. Por ejemplo, le quitan la túnica, toda empapada de sangre ya seca en algunos lugares y, por lo tanto, pegada a las heridas. Cuando llega el momento de tirar de ella, ¡una laceración sin nombre! Estoy seguro de que un hombre, sin las fuerzas que Él tuvo, se volvería loco, moriría de dolor.

Es de suponer que ese manto fue arrojado al suelo, y la preciosa sangre comenzó a secarse allí.

Imaginen si tuviéramos una camisa ensangrentada con nuestra propia sangre y se enfriara, se coagulara, y luego tuviéramos que ponérnosla sobre la carne cruda. Es cierto que no hay nada en la tierra comparable a su sangre, pero se puede entender lo que quiero reflexionar.

Le patearon, le escupieron, pisaron su túnica. Lo inimaginable debe haber sucedido. Ahora, dentro del conjunto de tormentos por los que pasó, esto es una insignificancia.

En cada uno de estos pasos sucedió lo peor previsible. Los asumió por entero sin un minuto de pausa. En ningún instante de la Pasión el Redentor pide que tengan compasión de Él y que suspendan un poco para poder respirar.

Hasta el Padre Eterno y el Espíritu Santo lo abandonaron

Cuando cae bajo la Cruz es porque sus fuerzas ya no aguantaban. En cuanto pudo, la levantó y continuó sufriendo todo con una serenidad única, como si no estuviera padeciendo nada. Creo que Pilato, desde dentro de los baños y su comodidad, tenía envidia del bienestar de Nuestro Señor.

Nuestro Señor se ve obligado a esta acción atroz de caminar cargando su propia Cruz hasta el lugar donde el tormento alcanzaría su auge. Es decir, cada paso que dio no era para su propia liberación. Porque si le hubieran dicho “Si subes a ese cerro, en lo alto serás libre”, se habría sentido aliviado. Por el contrario, los verdugos parecían decir: “Subes esa colina y cuando llegues a la cima tendrás lo peor. ¡Ahora camina!” Él sube y luego comienza la crucifixión.

Se tiene la impresión de que esto no es nada comparado con lo que vino después, es decir, todo el largo proceso mortal de la crucifixión. Él podía morir de apoplejía en cualquier momento. No. Jesús no bebió el cáliz de la muerte de un solo trago, sino gota a gota, absorbiendo todo su sabor. Se sintió morir a milímetros, siendo cada uno de ellos una muerte pequeña.

Nuestro Señor superó cada milímetro hasta el final, y quiso que el mundo supiera que no había tenido consuelo hasta el gemido final. El Padre Eterno y el Divino Espíritu Santo lo abandonaron.

La Santísima Humanidad de Jesús fue abandonada. La Divinidad –unida a la Humanidad en la unión hipostática– se cerró a Él. Y lo que en el Redentor había de naturaleza humana permaneció en la noche más completa y más oscura, hasta provocar ese grito indicativo de dos cosas bellas: la tremenda intensidad del dolor. y, por otro lado, toda esa fuerza aún quedaba en aquel Hombre. “Iesus autem iterum clamans voce magna…” – “Jesús volvió a gritar en voz alta…” Y luego: “…emisit Spiritum”. 2 (Mt 27, 50).

Es el auge del dolor previsto y aceptado desde lejos por una preparación del Alma para ello.

Ayuda de la gracia

Para meditar sobre Nuestro Señor Jesucristo es necesario tener todo esto en consideración. ¿Cómo puede alguien que no tiene el alma bien ajustada en este punto hablar de Contra-Revolución?

En concreto, consiste en comprender algo paradójico: esa vida es la vida más terrible imaginable… excepto la del pecador. Porque es durísima, pero la persona tiene fuerzas, tranquilidad, estabilidad, limpiezas del alma que ya son en esta Tierra al menos cien veces más de lo que recibirá.

¡Cómo debió envidiar Pilato la felicidad de Nuestro Señor! El pecador envidia al que vive así y es injusto porque está dispuesto a calumniarlo. Esta persona es su remordimiento de pie delante de él, y calumnia su propio remordimiento para tener tranquilidad. Sin embargo, se sabe un desgraciado, y que esa es la felicidad que existe en esta Tierra.

El dolor hacia el cual se camina con paso firme de alguna manera disminuye. Cuando lo esquivamos, él crece a medida que huimos. Como resultado, menguamos, y cuando llega la hora de que él nos destroce, no somos nada.

Cuanto más el individuo anticipa el dolor desde lejos, tanto menos le dolerá. Y la verdadera ascesis consiste en una larga previsión, en ponerse en manos de la Providencia. No hay otro remedio. Y, paradójicamente hablando, tenemos ahí nuestro cáliz del Huerto de los Olivos, es decir, el líquido que nos da fuerzas. Esto significa que no debemos decir “en el momento del drama seré un héroe”, sino “en el momento del pequeño drama seré un héroe”. En las pequeñas cosas de la vida cotidiana debo ser también un héroe.

Moisés en la cima del monte Nebo

Panorámica con el Mar Muerto desde el Monte Nebo

Esto no lleva a la siguiente conclusión: cada vez que se nos presenta la perspectiva del dolor, no debemos pedir que nos lo eliminen. La oración puede alejar el sufrimiento de nosotros. Así como la Providencia no sólo permite, sino que quiere –y la doctrina de la Iglesia alienta– que reduzcamos el dolor de las almas del Purgatorio, también, como muchas personas reciben una parte de ese tormento en esta Tierra, es legítimo orar para sean librados de ello. Y muchas veces la Providencia los libera misericordiosamente. Entonces no estoy predicando la actitud de Mucio Escevola3 con la mano encima del brasero. La nota católica consiste en todo esto, pero con la mirada puesta en las misteriosas inflexibilidades de Dios.

Recientemente estuve hablando de la manera en que Dios trató a Moisés. El Profeta llevó al pueblo elegido a las cercanías de la Tierra Prometida, y el Creador le dijo que allí moriría como castigo por una infidelidad que había cometido. Moisés rogó insistentemente a Dios entrar a la Tierra Prometida para poder verla. El Creador no encontró estúpida la petición, la consideró razonable e incluso lo llevó a la cima del Monte Nebo, desde donde pudo contemplar toda la Tierra Prometida.

Moisés había insistido en el pedido, pero Dios le dijo: “¡Basta!” Son de esas inflexibilidades que son adorables. De una forma u otra, el alma lo siente y debe estar preparada para todos los impulsos de la esperanza y la confianza, y también para la resignación.

Muere Moisés, el hombre fiel entre todos, a bien decir condenado a muerte por Dios. ¡Es algo asombroso! El Creador lo amaba tanto que escondió su cuerpo; nadie sabe dónde está. La mirada de Dios se posa sobre este cuerpo hasta la resurrección de los muertos. Moisés estuvo presente en la Transfiguración, pero soportó milenios en el Limbo. Un decreto inexorable cayó sobre él. Y Moisés adoró ese decreto divino.

Papel de la confianza

Dolorosa – Pedro de Mena – Museo del Hospital de San Juan – Brujas – Bélgica

De modo que también hay un claroscuro en lo que estoy diciendo. Primero, la ayuda de Nuestra Señora para que podamos tener fuerzas. No creo que ningún hombre, sin la ayuda de la Santísima Virgen, pueda hacer esto.

Por otra parte, los adorables alivios de Dios, más aún cuando se suplica como intermediaria a su Madre, la gloriosa intercessio Beatæ Mariæ Virginis. Y se pueden lograr cosas asombrosas, pero este punto siempre permanece: una inexorabilidad puede descender sobre nosotros. En ese tiempo debemos saber hacer como Moisés: murió pacíficamente en manos de Dios.

Si queremos meditar seriamente sobre la Pasión, encontramos esto. Y, en cuanto a Nuestra Señora, no se puede imaginar que a una simple criatura se le pida tanto como a Ella se le pidió.

Imagínese el cuidado y el cariño de la Virgen María por Jesús cuando era niño, luego cuando era joven, ¡con qué afecto bordó la túnica sin costuras de Cristo! Y ese Cuerpo que Nuestra Señora tanto había amado, esa Alma que había buscado llenar de consuelos –y que sabía que la había llenado– se encontraba en ese mar de tormentos. Ella estaba unida a la naturaleza inexorable de Dios y quería que Jesús muriera.

No tenemos idea de lo que esto representa. Si sintiéramos una chispa de eso dentro de nosotros, moriríamos de dolor.

El papel de la confianza es muy bonito en ese momento. Ella es la virtud por la cual de manera misteriosa discernimos lo que no es inexorable y logramos hacerlo retroceder un poco. La confianza es tan poderosa que creo que un poco de lo inexorable a veces retrocede.

Es algo curioso, pero confiamos en que no vendrán sobre nosotros los dolores que normalmente sentimos que no están en nuestro camino. Cada uno de nosotros tiene una noción confusa de cuál es el camino de nuestros dolores. Lo sentimos también cuando tropezamos con lo inexorable. Y entonces la confianza cambia de nombre y se llama resignación. Sin embargo, lo más terrible es cuando llega la prueba axiológica4, porque la persona pierde la noción de lo exorable y de lo inexorable.

Esta es una meditación sincera sobre la Semana Santa. Es necesario decir también: detrás de todo esto están las glorias y las esperanzas de la Resurrección. ¡Cuántas cosas en nuestras vidas fueron a manera de resurrección! Y, sobre todo, vendrá la resurrección final de todos nosotros. Por tanto, no se trata de un horizonte abrumador.

Las palabras de Nuestro Señor desde lo alto de la Cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste?” (Mt 27, 46) son el comienzo de un Salmo que profetiza la Resurrección y la victoria.

(Extraído de conferencia del 31/03/1983)

Notas

1Del latín: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.

2Del latín: entregó el alma.

3Héroe de la antigüedad romana que, durante una guerra que tuvo lugar en el año 508 a.C., para demostrar su valentía, se quemó la mano derecha delante de sus enemigos.

4Axiología proviene del latín axis, esto es: eje. Así, en la concepción del Dr. Plinio, la palabra “axiología” y sus derivados siempre se refieren al “eje” que debe guiar la vida de una persona, es decir, el fin para el cual el hombre es creado y su vocación específica, en torno a la cual deben girar todas sus ideas, voliciones y actividades.

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