Jesús los amó con dilección e hizo de ellos sus confidentes

Publicado el 07/29/2022

El Evangelio nos trae la memoria de la familia de Lázaro y sus hermanas Marta y María, tan especialmente querida por Jesús. Familia agrariciada entre miles por la gracia divina para ser albergue cariñoso del Señor, su compañía y consuelo en medio de los abandonos y rechazos de los hombres durante su vida pública y, muy particularmente, en los momentos auge que culminarían con su Pasión y Muerte.

En los planes de Dios, María Santísima era quien, de modo exclusivo, comprendería con plenitud el Corazón de su divino Hijo, sus planes salvíficos y obra redentora y la razón profunda de su muerte afrentosa. Sin embargo, por designios inescrutables y misteriosos del propio Cristo, la Virgen permaneció en su casa de Nazaret cuando Él inició su vida pública… Así, quedaría el Señor en la compañía de sus Apóstoles y discípulos que, aunque le fueran seguidores fieles en algunos aspectos, su comprensión del papel del Mesías era aún muy humana e interesada, ambiciosa y superficial.

Fue entonces que en el grupo de sus seguidores conoció Jesús a la familia de Lázaro, lindo hogar, distinguido en Israel por su riqueza y generosidad, su espíritu pródigo y noble, y que lo acogía en su casa con espléndida piedad.

Marta y Lázaro vivían en Betania, a escasos 3 kilómetros de Jerusalén. María, vivía en Magdala, a los pies del Mar de Galilea. En este lugar, ella, mujer muy bella y rica se entregó a la vida refinada y sin control y, vanidosa como era, se lanzó ávidamente en la vida del pecado. Sus dos hermanos, de existencia íntegra, sufrían con los desarreglos morales de María, queriendo a toda costa que ella abandonase su carrera infame hacia el abismo, volviendo a la casa de sus padres en Betania. Le hablan del Señor; le cuentan sus milagros haciéndose lenguas deslumbradas de todo lo que ven y oyen. Está en su casa y es el alborozo exultante de todos.

Es así como María tiene un primer encuentro con Jesús en Betania, quedando maravillada por su bondad, la belleza de su doctrina y la santidad de su vida. De los labios divinos del Maestro, sólo se escuchan palabras de dulzura y de paz; ni una sola manifestación de repugnancia o desprecio: un absoluto amor que pacientemente espera la hora de su gracia… Todo el abismo de perfección que María nota en Jesús, es un reparo dulce y tácito, pero silencioso y lleno de perdón a los horribles desatinos de su desvergüenza.

María ha sido “confiscada” por el Corazón de Jesús. Ya no piensa sino en Él, su vida no tiene sentido sino al lado del Maestro. Entonces, se da el episodio magnifico: Jesús es convidado a comer en casa del fariseo Simón, donde también están los de su género. Quieren observarlo y ponerlo a prueba. En ese ínterin irrumpe en la escena María la Magdalena, llena de resolución y empeño, enfrentando el “qué dirán” y con un objetivo claro y definido: ponerse a los pies de Jesús. Ha comprado un rico perfume de nardo, una libra por el precio de 300 denarios, lo equivalente al salario anual de un obrero; y en un vaso no menos espléndido de trabajado alabastro lo lleva hasta la presencia del Señor, se arroja a sus pies en actitud humilde y reverente, y sin proferir una sola palabra, con el lenguaje mudo del corazón que son las lágrimas, baña los pies sagrados de Jesús, en actitud contrita y llena de amor.

Se oye un ruido seco: la loza del piso ha sido golpeada por el vaso de alabastro, para que salga en abundancia su preciosa esencia. Todo el recinto se llena del suave y penetrante perfume del nardo con el cual la pecadora arrepentida unge los pies del Maestro, enjugándolos luego con sus cabellos. Es el “escándalo” de Simón, que así piensa. –“Si fuese realmente un profeta, ¡sabría claramente qué tipo de mujer tiene en su presencia!”. Jesús se dirige entonces a él:

Simón, tengo algo que decirte. Él dijo: Di, maestro. Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más? Respondió Simón: Supongo que aquél a quien perdonó más. Él le dijo: Has juzgado bien, y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra. Y le dijo a ella: Tus pecados quedan perdonados. 

El propio Jesús asume la defensa de Magdalena la pecadora, y censura con vehemencia al fariseo, afirmando que ella ha amado mucho, y en ese amor va incluido un inmenso arrepentimiento. También se ha adelantado a ungir su cuerpo incluso antes de su Pasión (quizás ya tenía conocimiento de ella, confidenciado por el mismo Jesús en actitud de confianza), y de modo premonitorio rompe sin temor el vaso de alabastro, como en pedazos sería roto el Corazón divino, en muestra del amor insondable por sus hijos en la Cena del Cenáculo… El perfume del nardo se expande, de igual forma que las virtudes inconmensurables de ese Corazón se reparten a sus hijos sin medida en el Sacramento de la Eucaristía… Las páginas de la historia contarán, impregnadas de ese perfume, hasta el final de los siglos, el gesto de amor de la contrita pecadora.

María es el prototipo de la mujer arrepentida, quien tocada por la gracia se transforma en el modelo de amor efusivo y apasionado por el bien, y en la confidente de Jesús en medio del abandono de su pueblo y la incomprensión de sus discípulos. Es también el alma contemplativa que a los pies de la cruz enfrenta el respeto humano con gallardía y coraje, y, da a Jesús la prueba segura de su adhesión amorosa en medio del desprecio de los “grandes” de este mundo.

Lázaro es el hombre recto, de íntegra fidelidad. Es el amigo de todas las circunstancias, particularmente de aquéllas más difíciles donde se mide el verdadero sentido de la simpatía, el aprecio y la adhesión.

Su nombre pasó a la Historia como el del “aquél a quien Jesús resucitó”.

En varias ocasiones enviaron a Jesús avisos de parte de Marta y María de que su hermano Lázaro, “el amigo a quien tanto quieres” estaba enfermo. Al oír esto, Jesús dijo:

Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella” Y más adelante afirmó: “Lázaro, nuestro amigo, se ha dormido; pero yo voy ahora a despertarlo.” 

El camino de vuelta hasta Betania era de dos días. Al llegar Jesús, ya habían pasado cuatro desde su muerte. Marta salió a su encuentro, antes de entrar en la ciudad, diciéndole:

Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano, pero aún ahora, estoy segura de que Dios te concederá lo que le pidas. Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en Mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto? Ella le contestó: “Sí, Señor, creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”. (Jn 11: 20-27).

Nuestro Señor se hace llevar hasta el lugar donde le enterraron y llora… Los judíos comentaron: “De veras ¡cuánto lo amaba!” Algunos decían: “¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego de nacimiento, hacer que Lázaro no muriera?”

Jesús manda quitar la losa y con el imperio de su voz gritó: ¡Lázaro, sal fuera! Y el que estaba muerto salió atado de pies y manos, conforme era la costumbre de los judíos. Jesús ordenó desatarlo para que pudiese andar.

Muchos, entonces, iban desde Jerusalén hasta Betania, al enterarse de que el Maestro estaba allí, “no sólo para ver a Jesús, sino también para ver a Lázaro a quien Jesús resucitó” () Los sacerdotes planearon también matar a Lázaro, pues por causa de él muchos ya no querían saber nada de ellos y seguían a Jesús. (Jn. 12: 9-11).

Finalmente, Marta es una excelente mujer, ama de casa que ha asumido sus funciones con entereza de espíritu y generosidad a toda prueba, aunque muchas veces se deja tomar por lo concreto, olvidando que el trabajo exterior debe ser realizado con profunda calma y distancia psíquica, acompañándolo de la oración y la contemplación, elementos eficaces para poder obtener los mejores resultados, dentro del sosiego. Labor importantísima, imprescindible si se quiere, pero un tanto desequilibrada, si se la deja ausente de la vida interior, alma fundamental de todo apostolado. En el contacto con Jesús:

«Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada». (Lc 10, 38-42).

y después de la corrección que el Señor le hace, se crea en el alma de aquella buena mujer un equilibrio perfecto que hará de ella la mejor anfitriona, cargada de bondad y apacible generosidad.

Al contemplativo, Jesús corrige con el silencio bondadoso; al concreto y lleno de espíritu práctico, la corrección va unida a la palabra llena de lógica amorosa, pues en esa impulsividad y estado de ánimo, con dificultad se atiende a la voz del sigilo.

En suma, los hermanos deben juntar sus propias cualidades para realizar una acción perfecta. La acción sin la contemplación tiene un resultado insuficiente y de escasa efectividad. Sin embargo, cuando no se tienen los pies en la realidad toda contemplación termina desarrollándose de una forma hueca y vacía, que no deja felicidad en el alma y sí una idea de frustración. Lázaro, en la etimología de su nombre, es aquél que es “ayudado o asistido por Dios”. Que más ayuda que devolverle la vida después de haber muerto; su resurrección, no obstante, más que el inmenso don recibido de Dios, fue querida y realizada por el Maestro para mostrar su propia gloria e inmenso poder ante los hombres.

Los tres son “ayudados por Dios”, a su modo y en su momento, con sus debidos matices y en plenitud, haciendo de ellos modelos de perfección y de amor, consumiendo su vida en el altar del holocausto al Señor, de quien todo han recibido.

Pidamos a esta familia enaltecida por la gracia y honrada por la benevolencia del Eterno, que nos haga siempre dóciles al don divino y así poder, también nosotros, recibir las confidencias de Jesús. Que María Santísima nos ayude a ser siempre fieles y que podamos ser consuelo para su Corazón Inmaculado y el Corazón de Jesús.



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