La adaptación de los pueblos en medio de las transiciones históricas

Publicado el 02/26/2021

En un país como Brasil donde la bondad y la astucia representan un importante papel, el éxito de la monarquía estaba en tener monarcas afables, habilidosos y accesibles, que dirigiesen la nación como un padre gobierna su familia.

Plinio Corrêa de Oliveira

Poco antes de que Don Juan VI llegara a Brasil, los emisarios llegan a Bahía y más tarde a Río de Janeiro, con un mensaje: “¡Fantástico! ¡El Rey y toda la corte vienen a vivir a Brasil!” ¡Era algo inimaginable! ¡La vida de corte, un sueño! Una especie de paraíso terrenal para la imaginación de aquella gente, que se pone a delirar. ¿Cómo recibir al Rey? ¿Qué manifestaciones hacerle?

Don Juan VI llega a Río de Janeiro

                  Llegada de la corte portuguesa a la ciudad de Rio de Janeiro

Cierto día, llega el Rey con su corte… El lujo de la corte era mucho mayor que el de los ricos de Brasil, ni había comparación.

Podemos imaginar lo que significaba para un habitante de Río de Janeiro ver descender, por las escaleras de los bonitos barcos, a hidalgos con ropas de terciopelo bordadas de oro y plata, pantalones cortos con medias blancas, zapatos de charol con tacones rojos, como usaban entonces los nobles. Desembarcaban en cortejo aquellos nobles, aquellas damas con falda balón, altas cabelleras empolvadas.

Ellos con sombreros de plumas, ellas con joyas hasta en la cabeza y saludándose amablemente… Al tronar de los cañones descienden el Rey y la Reina… era algo maravilloso, casi un sueño.

Se da el encuentro de esos casi aborígenes, semisalvajes, con esa corte y con aquella pequeña civilización que algunas familias representaban. Es un contraste que, para ser pacífico, exigía mucha flexibilidad de ambas partes.

Las diferencias muy grandes generan incomprensión, de lado a lado. Por ejemplo, falda balón es una cosa muy bonita. ¿Pero qué pensaba una hija de indios de la falda balón? Debe haber pensado que esas mujeres eran anormales, estaban hinchadas.

No disponían del sentido estético para comprender la belleza de aquella abertura y cómo aquello formaba una especie de aureola alrededor de la señora, halo de distinción y de respetabilidad que apartaba de ella a las personas.

Resultado: tendencia del negro y del indio a burlarse de ella. Al mismo tiempo, mucha admiración, pues sentían la superioridad; por otro lado, desprecio.

Aquellos nobles, hombres frágiles, debían parecer de porcelana a aquellos negros corpulentos. Pero los negros debían parecer muy extraños para aquellos nobles. ¿Era verdad o no que eso debía generar incomprensiones, antipatías, aborrecimientos? 

Para que todo se armonizara bien era necesario tener, más que sentido común, buen corazón.

Un clima de convivencia donde todo se fue fundiendo

Don Juan VI supo muy bien conservar la pompa de la corte, con toda su hidalguía, haciendo en el palacio improvisado, actualmente sede de los Correos y Telégrafos de Río de Janeiro, bellas ceremonias con música del lado de afuera, “besamanos”, trono y todo lo demás. Sin embargo, mientras que él dentro de su corte tenía esplendor, en el trato con el pueblo se mostraba muy sencillo, bondadoso y accesible. Paraba el carruaje y mantenía una pequeña conversación.

Nosotros sabemos bien cómo el brasileño es sensible a eso. Es una cosa inteligente.

El Monarca tuvo que atravesar situaciones difíciles. Por ejemplo, él vino con todos esos nobles. ¿Dónde alojar a toda esta gente?

El Gobierno decretó una especie de reforma urbana: quien tenía una casa buena en Río debía cederla a la corte. La gente de la corte traía dinero para conseguir una residencia, pero era necesario cederla para que los nobles vivieran ahí. A veces los moradores de estas casas poseían otras propiedades; no perdían estas propiedades, sino que iban a vivir donde quisieran. La casa mejor debía ir al noble. ¿No es verdad que en otros países podría dar en disturbios? ¡Aquí, no! Se protestaba, se quejaban, pero cedían.

Después, en esa convivencia, el hermoso panorama, las puestas de sol, las auroras, las amenidades de Río; el negro alegre que canta y vende golosinas en la calle; el indio menos alegre y más melancólico, pero interesante y que era una novedad hablar con ellos; todo eso preparaba un clima de convivencia donde las cosas se fueron fundiendo y disponiéndose bien. Además, de los pueblos europeos, el más “fusionista” es el portugués.

El resultado es que las razas se van fundiendo y eso va tomando una cierta homogeneidad. El Rey supo muy bien no tomar una actitud de desdén. Entonces, por ejemplo: hay teatro, pero en aquel tiempo existía un pequeño teatro para la gente de la ciudad. El Rey aparece con toda su pompa. Cuando entra, todos se levantan, hacen reverencia. Se sienta, ya ha tenido la dosis suficiente de pompa que esa gente es capaz de asimilar. Poco después, él está como en su cuarto: se distiende, duerme. Esto que no sacrifica ningún principio es inteligente, bien hecho e indica mucho el sentido de la vida política brasileña.

Don Pedro I un hombre voluntarioso y medio quisquilloso

Don Pedro I en su adolescencia

Cuando se habló de Independencia, se dio cuenta de que Brasil iba a ser independiente. Entonces Juan VI le dijo a su hijo: “Pedro, si viene la Independencia, ponte tú la corona en la cabeza, antes que un aventurero se la ponga”.

Es decir, sea usted el Emperador de Brasil. Mi otro hijo, Miguel, se convertirá en Rey de Portugal. Pero este punto no está muy claro…

Juan VI se fue a Portugal. Ese país entró en un régimen de convulsiones políticas de las que no es el momento de tratar aquí. Don Pedro I se quedó gobernando en Brasil.

Analizada la historia de Don Pedro I desde este aspecto, ¿qué rasgos de él conserva el alma brasileña?

Don Pedro I era un príncipe eminentemente portugués, muy afable, hombre distinguido, pomposo. Al mismo tiempo muy expeditivo y voluntarioso. No tenía las habilidades políticas del padre.

Juan VI era suave y habilidoso. Pedro, era duro y nada hábil. Imponía su voluntad, sin réplicas. Eso nunca funcionó en Brasil. Es decir, se puede ser duro, pero duro, durísimo… ¡vaya!, tenga cuidado… El brasileño no es en absoluto un pueblo de anarquistas; es hasta sensato. Pero cuídese, no ponga problemas, porque por ahí no van las cosas. Don Pedro I era medio problemático…

                                  Archiduquesa Leopoldina de Austria

Don Juan VI casó a Don Pedro I con la Archiduquesa Doña Leopoldina de Austria. Una dama de la más alta educación y nobleza que pueda haber. Hija del más alto monarca de Europa, que era el Emperador de Austria. Acostumbrada a todo lujo, refinamiento y a la gracia de Viena, vino a vivir a Brasil con un destino incierto. Era la tradición de la Casa de Austria. Su hermana, por ejemplo, estaba casada con Napoleón. Los hijos del Emperador de Austria odiaban tanto a Napoleón que, cuando eran niños, tenían en el cuarto de los juguetes muñecos representando a Napoleón y horcas donde lo colgaban…

En un momento dado, llamaron a la Archiduquesa María Luisa, diciéndole que su padre quería hablarle. Ella fue y el Emperador le dijo: “María Luisa, ¡te vas a casar con Napoleón!” Ella aceptó, pues era princesa y existía por el bien del Estado. La Archiduquesa entró en pánico al principio, pero se las ingenió. ¡Imaginen, había jugado a ahorcar a ese hombre!

Emperatriz piadosa y muy respetada

La Archiduquesa Leopoldina venía, sin embargo, de un ambiente de personas muy pomposas, pero muy afables. La corte de Austria se caracterizaba por la afabilidad. 

Esta simpatía amable y acogedora caracteriza la forma de ser del alemán en sus aspectos más simpáticos y se acentúa en los austriacos.

Por ejemplo: la reina está esperando que nazca su primogénito. Mientras tanto, en un teatro se representa una obra. Llega la noticia de que nació el primogénito de la Reina. Aparecen heraldos, escuderos, lacayos que interrumpen la representación.

Todo el mundo se levanta, porque perciben que nació el primogénito de la Corona. Cuando el primer hijo era una mujer, era una decepción, pero cuando se trataba del primogénito, éste era proclamado ahí, con gran alegría, con distinción. El pueblo aplaudía y aplaudía. Después continuaba la obra.

María Teresa, la madre de María Antonieta, estando en el teatro supo del nacimiento del primogénito de su hijo José. Manda interrumpir la música y, poniéndose en pie, dice desde su palco al pueblo:

– ¡José tuvo un hijo!

– ¡Viva! ¡Viva!

Era un niño que nacía de Austria entera. Era toda una forma de ser…

La Archiduquesa Leopoldina llega aquí y se habitúa enormemente a Brasil. Se transforma en una entusiasta de las selvas brasileñas. Sale a cazar mariposas, ella misma con botas para caminar en la selva virgen. Y naturalmente lo cuenta en cartas a Europa, cómo era, etc. porque allí tenían fascinación por esas cosas. 

Eran novedades en aquel tiempo. Ella era más o menos como la princesa que se fue a vivir a Marte y manda flores a la Tierra… Era muy querida por el pueblo.

             Marquesa de Santos

El emperador comienza a tener indiferencia con ella y a gustar mucho de una señora a quien confiere el título de Marquesa de Santos, la cual era casada con un hombre de familia de hidalgos de Minas Gerais. Don Pedro I se entusiasma con esa señora y comienza a cohabitar con ella…

Eso crea en la corte y en Río, donde la Emperatriz era muy querida y venerada – por ser piadosa, muy respetada, muy recta, con las mejores costumbres –, un choque contra el Emperador. Y su modo de ser perentorio, aumenta ese choque. Tuvo una hija de la Marquesa de Santos. Era un doble adulterio, una cosa indecente. Al contrario de conservar eso en secreto, Don Pedro I registra a la niña como su hija y le da el título de Duquesa de Goiás. Además, inventa que en una ceremonia de la corte la niña debe ser presentada a la Emperatriz.

Se reúnen, entonces, todas las damas vestidas con esplendor. Se trataba de una ceremonia de corte cuando una alta hidalga era presentada a la soberana. La niña es introducida en la sala, pasa por las manos de algunas damas hasta que, al final, la más notable de todas la presenta a la Emperatriz.

Una gran curiosidad para ver la actitud de la Emperatriz… Ésta tuvo una actitud que encantó a todos. Besó a la niña y dijo: “Hija mía, tú no tienes la culpa…”

Eso es más que saber hacer las cosas, es ser buena… Quien no es bueno, no sabe hacer eso.

Con Don Pedro II se abre una era nueva

Don Pedro I encuentra una manera de tener una pelea con la Emperatriz y la maltrata mucho en presencia de la concubina. Aunque no está documentado, circuló el rumor de que, estando embarazada doña Leopoldina, el Emperador le dio una patada.

Luego se embarca a una guerra con Argentina, a propósito de Uruguay. Cuando está en la guerra, recibe la noticia de que la Emperatriz había muerto…

Se da, entonces, lo contrario: él se toma de un remordimiento loco, suspende las operaciones de guerra y vuelve a Río de Janeiro para venerar la tumba de la mujer de la que él no había sido digno… Durante todo el viaje se encierra en su camarote y se pone delante de un cuadro de la Emperatriz, llorando y pidiendo perdón.

Se difundió el comentario de que él habría matado a la Emperatriz con un puntapié, lo que tuvo, evidentemente, un efecto profundamente negativo sobre todo en el temperamento brasileño.

Por otro lado, había una serie de cosas favorables de su parte: el Grito de Ipiranga [1]; su heroísmo entrando en São Paulo con la independencia proclamada; él mismo compone el Himno de la Independencia.

Por lo tanto, es el héroe que salva la unidad del Brasil y, al mismo tiempo, asegura la independencia del País. Es un lance de alta popularidad. Además, tenía ministros muy competentes, los hermanos Andrada, con quienes se peleaba, pero sabía conservarlos.

Entretanto, las ideas liberales del tiempo le obligaron a constituir una Cámara y un Senado. Éstos quisieron hacer leyes. Ahora bien, él era hijo de un rey absoluto y no estaba habituado a eso. Resultado: “¡No señores, quien manda soy yo!”.

En cierto momento, recibe la noticia de la muerte del padre, y empieza a correr (en Brasil) el rumor de que Don Juan VI no había regulado quien sería el Rey de Portugal: si sería Don Pedro I, Emperador de Brasil, reuniendo de nuevo las dos coronas; o su hermano Don Miguel.

Si las dos coronas se reunían nuevamente, se perdía la independencia.

Por otro lado, si permanecía en Brasil, perdía el trono de Portugal, donde se estableció una disputa a ese respecto entre dos corrientes: una favorable a las ideas nuevas, revolucionarias, caminando para el republicanismo y que quería a Don Pedro I, porque éste era un hombre de temperamento despótico y con ideas liberales; y el partido reaccionario, compuesto por “ultramontanos”[2] de su tiempo que deseaban como rey a Don Miguel.

Crisis en Brasil, pelea en Portugal…

           Don Pedro II

Se da una solución: Que Don Pedro I vaya a Portugal y haga su vida allá. Que deje a su hijo en Brasil como garantía de unidad nacional, en manos de José Bonifacio, el proclamador de la Independencia.

Con ese niño comienza el mayor reinado de Brasil. Don Pedro II sube como niño de cuna en 1831 y solo va a ser depuesto en 1889. Por lo tanto, más de medio siglo de reinado.

Se abre una nueva era, y con eso se cambian todas las costumbres. Pero dejemos eso para tratarlo en una próxima ocasión.

Extraído de conferencia de 2/9/1985

Notas
1) Se denomina Grito de Ypiranga o Grito de Ipiranga (por Ipiranga, São Paulo) a la declaración de la independencia de Brasil realizada por el entonces príncipe portugués Pedro I de Brasil el 7 de septiembre de 1822.
2) Ultramontanismo y ultramontano hacen referencia a un tipo de doctrina sobre el tipo de relación que debe mediar entre la Iglesia Católica y los estados civiles con los que mantiene concordatos. Afirma la primacía espiritual y jurisdiccional del Papa sobre el poder político y por consiguiente la subordinación de la autoridad civil a la autoridad eclesiástica.

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