La basílica de Santa María la Mayor – Símbolo y baluarte de la ortodoxia

Publicado el 08/05/2024

Sobre el Esquilino, la colina más alta de la Ciudad Eterna, se yergue un suntuoso templo, como un estandarte que proclama la victoria de María Santísima sobre sus adversarios. La basílica de Santa María la Mayor, cuya dedicación es celebrada por la Santa Iglesia el 5 de agosto, tiene una hermosa historia que nos remonta a un pasado rodeado de fe y de piedad mariana, además de muchos enfrentamientos contra los enemigos de la Esposa Mística de Cristo. No faltaron milagros y grandes acontecimientos que marcaron su pasado.

Volvamos, pues, nuestra mirada a los primordios de la que sería la basílica más antigua dedicada a la Santísima Virgen en Occidente.

Un sueño milagroso

En el mes de agosto del año 358, un patricio romano llamado Giovanni, hombre piadoso y señor de muchas posesiones, pero sin descendencia, deseaba legar sus propiedades a la Iglesia. Le pidió entonces una señal a la Reina del Cielo, para que pudiera llevar a cabo sus objetivos de la manera que más le agradara. Ahora bien, la noche del 4 al 5 de agosto se le apareció en sueños diciéndole que se dirigiera a primera hora de la mañana al monte Esquilino, donde encontraría nieve en pleno verano. En ese sitio debería construir una iglesia.

No obstante, esa misma noche el sumo pontífice había tenido idéntico sueño. Así, al amanecer estaban los dos —el papa Liberio y el patricio Giovanni— en lo alto del monte, delante de una blanca alfombra formada por la nieve que había caído milagrosamente, a pesar de las tórridas temperaturas habituales en esa época del año. La señal era clara: el lugar de culto debía ser construido por mandato de la Santísima Virgen.

«Ante una gran multitud de fieles, Liberio trazó la planta de la futura iglesia sobre la nieve fresca, siguiendo la costumbre de los arquitectos de la antigüedad que, antes de comenzar un edificio, diseñaban el proyecto en el polvo, en escala real».1 De aquella milagrosa señal deriva el primer nombre del temploSanta Maria della Neve.2 Así pues, con la activa participación de los habitantes de Roma, movidos ​​por una gran devoción a Nuestra Señora de las Nieves, se inició la construcción.

El Papa trazó la planta de la futura iglesia sobre la nieve fresca, que había caído milagrosamente «La fundación de Santa María la Mayor», de Masolino da Panicale – Museo Nacional de Capodimonte, Nápoles (Italia)

El templo mariano también fue llamado Basílica Liberiana, ya que había sido construido en tiempos del papa Liberio. A lo largo de los siglos, adquirió otros dos nombresSancta Maria ad Præsepedado que recibió, bajo el pontificado de Teodoro I, las reliquias del pesebre en el que fue colocado el Niño Jesús poco después de su nacimiento; y Sancta Maria Maggiore, porque es el mayor templo de Roma dedicado a la Virgen y una de las cuatro basílicas papales.3

Símbolo de la victoria de María

La embestida más grande librada por la Esposa Mística de Cristo en la primera mitad del siglo v fue dirigida contra el nestorianismo, una herejía que afirmaba que Nuestro Señor Jesucristo tenía dos personas y que la Santísima Virgen era la madre de Jesús hombre, pero no de Dios. El Concilio de Éfeso, celebrado en el año 431 y presidido por la incomparable figura de San Cirilo de Alejandría, legado del sumo pontífice Celestino I, condenó tales errores y definió que en Nuestro Señor hay una sola persona y, por tanto, que María es la Madre de Dios –Theotokos.

En ese período histórico, la basílica de Santa María la Mayor desempeñó un eminente papel como «símbolo y baluarte de la ortodoxia contra toda forma de herejía».4 Para marcar este hito en la historia de la Iglesia, el papa Sixto III derribó completamente la primitiva construcción en el año 432 para levantar un edificio más suntuoso en honor a la Madre de Dios.

Tras unos años de intensivos trabajos, se concluía el nuevo templo, símbolo, para los siglos venideros, de la victoria de María sobre sus adversarios.

Tras el Concilio de Éfeso, el papa Sixto III derribó la primitiva iglesia para construir un templo más suntuoso en honor de la Madre de Dios Baldaquino sobre el altar mayor

Históricos recuerdos

La basílica también sería escenario de acontecimientos que adornarán su historia de glorias. En los primeros siglos de la Edad Media, libros heréticos eran quemados en sus escalones. Hasta el cisma de Occidente, los Papas celebraban allí oficialmente las misas de tres importantes solemnidades: la Pascua, la Asunción y la Natividad del Señor; por tradición, en la primera el coro no contestaba a la invocación Dominus vobiscum del pontífice celebrante, en respeto a la memoria del milagro que ocurrió con el papa Gregorio Magno, a quien los ángeles del Cielo le respondieron et cum spiritu tuo.

Durante el período en el que transcurría el Concilio de Trento, grandes teólogos realizaban sus reuniones de trabajo en el recinto sagrado, en las cuales preparaban sus tesis y argumentos contra los errores en discusión, en defensa de la verdad y de la doctrina de la Iglesia.5

Digno de nota es el hecho de que el cuerpo del gran San Pío V descansa allí desde 1588. Este memorable pontífice fue muy devoto de la Reina del Cielo, y a sus ardorosas oraciones se les debe la victoria de las tropas católicas en Lepanto en 1571, cuando se libró la batalla que decidió el rumbo de la cristiandad frente a las invasiones musulmanas en Europa.

María, «Salvación del pueblo romano»

No obstante, uno de los mayores tesoros que la basílica romana alberga, sin duda, es el histórico icono de la Virgen venerado en una de sus capillas.

Una piadosa tradición afirma que el evangelista San Lucas era pintor y que, por su cercanía a Ella, de la cual se había convertido en auténtico biógrafo, plasmó un retrato suyo. Éste se encontraría hoy en la capilla Paulina de Santa María la Mayor, siendo conocido con el nombre de Salus populi romani, es decir, Salvación del pueblo romano.

Aunque se discute el origen del icono, ciertamente representa uno de los signos más claros de la protección de Nuestra Señora sobre la Ciudad Eterna.

En más de una ocasión los pontífices han recurrido a Salus populi romani en grandes aflicciones. Hasta el día de hoy se conserva el recuerdo de la lucha librada por San Gregorio Magno para alejar la peste que se extendía por toda la ciudad, realizando una procesión con el icono. Durante el pontificado de León IV en el siglo ix, cuando se desató un violento incendio en el burgo vaticano, la imagen también fue llevada en procesión desde Santa María la Mayor y las llamas se extinguieron.

Múltiples reformas

La primitiva edificación sufrió varias transformaciones hasta llegar al estado actual. Además de la reconstrucción del papa Sixto III, fue ampliada por Eugenio III en el siglo xiii. Una de sus fachadas es de la época de Clemente X, siendo restaurada posteriormente por el papa Benedicto XIV en 1741.

El techo de madera de la enorme basílica, diseñado por el arquitecto Antonio da Sangallo, evoca un peculiar recuerdo histórico: se dice que está revestido con el primer oro que Cristóbal Colón trajo de América y que Isabel de Castilla había donado al papa Alejandro VI. «Santa María es toda de oro» era el dicho que brotó de los romanos a propósito del esplendor inigualable del templo.6

Además de la grandeza de la construcción, la iglesia está adornada con una variedad de ricos mármoles y mosaicos que narran de manera viva y atrayente la historia de la salvación: desde Abrahán y los patriarcas hasta la vida de Nuestro Señor Jesucristo y su Madre Santísima.

Los pétalos blancos, la nieve y las gracias de María

Cada año, el 5 de agosto, se conmemora la dedicación de la basílica. Ese día se lanzan una gran cantidad de pétalos blancos desde lo alto de la capilla Paulina, aludiendo al hecho milagroso de la nieve que cayó sobre el monte Esquilino en pleno verano.

Se trata de un hermoso acto de devoción mariana que nos recuerda una verdad esencial declarada por León XIII, con respecto a la mediación de Nuestra Señora. En su encíclica Octobri mense, sobre el santo rosario, el pontífice afirma que «de aquel grandísimo tesoro de todas las gracias que trajo el Señor, […] nada absolutamente, nada se nos concede, según la voluntad de Dios, sino por María; de suerte que a la manera que nadie puede llegar al Padre supremo sino por el Hijo, casi del mismo modo nadie puede llegar a Cristo sino por la Madre».7

Ahora, los pétalos blancos bien pueden representar las gracias que el Señor distribuye, por mediación de su Santa Madre, a los hombres. Sin embargo, para los días actuales parece más evocativa la figura de la propia nieve que cayó en una época inapropiada para delimitar el lugar donde debía construirse un glorioso templo mariano.

Así como el calor del verano romano no licuó la nieve milagrosa, los horrores del mundo moderno nunca podrán sofocar las gracias que la Reina del Cielo desea conceder a quienes deben constituir las piedras vivas de su glorioso reinado

En efecto, nada puede impedir que en nuestros conturbados días la Santísima Virgen derrame sobre la humanidad las más albas y delicadas gracias, con vistas a la edificación de su Reino. Y así como el calor del verano romano no licuó la nieve milagrosa, los horrores del mundo moderno nunca podrán sofocar las gracias que la Reina del Cielo desea conceder a quienes deben constituir las piedras vivas de su glorioso reinado. ◊

Notas


1 VICCHI, Roberta. Las basílicas mayores de Roma. Florencia: Scala, 2000, p. 124.
2 Cf. GREGORI JÚNIOR, Henrique. Igrejas de Roma. São Paulo: Ave Maria, 1950, p. 22.
3 Cf. Ídem, pp. 22; 25.
4 VICCHI, op. cit., p. 126.
5 Cf. DANIEL-ROPS, Henri. História da Igreja de Cristo. A Igreja da Renascença e da Reforma (II). São Paulo: Quadrante, 1999, t. II, p. 90.
6 Cf. VICCHI, op. cit., p. 134.
7 LEÓN XIII. Octobri mense, n.º 12.

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