La belleza inmortal de la Iglesia reflejada en los funerales de un Pontífice

Publicado el 03/26/2023

Hay en el genio de un buen diseñador un “objetivo espiritual” que para captar la realidad, vale incomparablemente más que los lentes de una máquina fotográfica. Así, al analizar algunas ilustraciones de la muerte de León XIII, el Dr. Plinio describe la grandiosidad que envuelve la muerte de un Papa y el esplendor eterno de la verdadera Iglesia de Cristo, manifestado inclusive en sus pompas fúnebres.

A lo largo de los siglos, la opinión pública se fue volviendo cada vez más deseosa de conocer donde sucedieron los actos de la vida cotidiana. Y en la época en que no había fotografía, las grandes revistas contrataban diseñadores para ilustrar sus artículos, quienes, sin haber presenciado el acontecimiento, conocían el lugar en que se había dado y reproducían la escena de acuerdo a la forma como la noticiaban los diarios.

De ahí surgieron verdaderas piezas de sociología pues, aunque no fuesen artistas eminentes, eran buenos diseñadores y componían la escena de manera a promover la venta de la revista. Ahora bien, para eso el diseño debería corresponder tanto cuanto fuera posible a la idea que los lectores se hacían del acontecimiento allí estampado; de lo contrario, rechazarían la publicación.

Se trataba, por lo tanto, de una verdadera investigación silenciosa junto al gran público, con base en la cual el diseñador procuraba captar la escena como este la concebía.

Se retrataba, por ejemplo, la muerte o la coronación de un Papa, la visita de un rey a otro, la toma de posesión de un presidente de la República. Esa representación resultaba verdadera, al mismo tiempo que revelaba la mentalidad de las personas de la época, cómo ellas consideraban aquella escena y cuáles eran sus expectativas en relación a los personajes que la vivían.

En esa perspectiva vamos a considerar la noticia publicada en la revista Illustration, a respecto de la muerte del Papa León XIII.

Un acto de augusta justicia divina

La primera ilustración retrata la constatación de la muerte de León XIII. Uno de los presentes, probablemente el médico habitual del Papa, llamado en aquel tiempo ‘arquiatra pontificio’, verifica su pulsación. Arquiatra es una palabra de origen griego que significa “archimédico”. Los otros dos que están detrás suyo son sus asistentes y esperan la confirmación de que no hay pulso y, por lo tanto, de que el Papa murió.

Analicemos cómo la idea de la muerte de un Sumo Pontífice es representada por el diseñador.

Se notan varias sábanas, un tejido de mucha categoría que llega hasta el pecho del Papa, un asiento junto a su cama el cual, por una parte de él que se ve, parece ser un sillón confortable; al fondo, se ve un tejido damasquinado que reviste la pared y al lado, una cortina. Todo habla de finura y abundancia.

Dentro de la abundancia, sin embargo, aparece el fracaso: la posición de la cabeza demuestra que el Pontífice ya no respira. Los brazos están extendidos a lo largo de un cuerpo completamente inerte. Se tiene la idea de un navío que se hundió. Se cierne en el ambiente la impresión de la insensibilidad de la muerte y del dolor del último instante. Sobre el Vicario de Cristo en la Tierra, como sobre todos los mortales, se desencadenó el castigo del pecado original. El Papa murió y, por lo tanto, Dios acaba de ejercer sobre él un acto de su terrible y augusta justicia.

El horror y la gravedad de la escena se refleja en la actitud de los médicos. El que verifica el pulso realiza una operación correspondiente a su profesión, o sea, constatar si hay vida, para prolongarla, o si hubo muerte, para declarar terminada su misión y el cambio de status y de destino de aquel cuerpo, condenado a abandonar todo ese bienestar y la convivencia de los vivos a fin de ser puesto en un ataúd, cerrado y entregado a la descomposición. El arquiatra toma en consecuencia el aire frío de quien está en una posición científica y profesional. Pero algo en su postura es solemne y serio; se prepara para proferir las palabras que concluyen un capítulo de la Historia de la Iglesia: “El Papa León XIII ha muerto.”

El acto del médico jefe es puramente formal. Los dos asistentes que están detrás ya saben que el Papa falleció, pues se dan cuenta de que ya no respira. Ambos tienen actitudes diversas. El médico más joven, de bigote negro, conserva una postura erguida, como quien mira a lo lejos y piensa en cosas graves –evidentemente, en la muerte y en sus consecuencias– y expresa, de modo imponderable, una cierta consternación. Por cierto, el buen gusto en todas esas actitudes está precisamente en el hecho de ser imponderables. Las maneras evidentes son artificiales.

El médico que se apoya en la cama acaba de ejercer alguna función, pues está usando el pince-nez, el cual se utilizaba apenas para leer o fijar la vista en algo. Parece ligeramente entristecido, y muy pensativo, como quien pondera: “Qué gran cosa es una vida que cesa, un pontificado que se termina… ¿Qué es la muerte?” En el fondo, ya sea ateo o no, la palabra “Dios” le viene al espíritu.

Debemos parar, reflexionar y meditar en las grandes verdades

El otro personaje de la escena es un monseñor. Se nota que el colorido del traje difiere de los demás por la tonalidad y brillo que el diseñador colocó. Eso es así porque la sotana con esa especie de capa que lleva es de color violeta. El brillo de la sotana indica que es de bella seda. Los pequeños botones de alto a bajo están también revestidos de hilo violeta. Sin duda, una bonita sotana, cuyo aspecto vistoso es atenuado por el abrigo, también noble, pero que parece ocultar el esplendor de un traje más propio para los días de fiesta.

Se percibe que ese monseñor, que es más o menos de la edad del médico de bigote negro, tiene una actitud de quien se va retirando como alguien que estaba asistiendo al Papa y cuya función cesó, pero aún realiza los pequeños servicios a los que estaba habituado. Por ejemplo, lleva en la salva, presumiblemente de plata, un vaso probablemente de cristal, y así comienza a dar un pequeño orden al cuarto del Pontífice para que se inicien las ceremonias fúnebres.

Sin embargo, viendo que la palabra decisiva va a ser dada, se detiene, preocupado y un tanto afligido, para oír lo que el médico va a declarar, en definitiva, que no hay absolutamente ninguna esperanza.

Comprendemos así cuánto pensamiento el diseñador puso al retratar esta escena. Supo transmitir en su diseño la idea de cómo la muerte, episodio tan frecuente en el cuadro general de la existencia, es una grandiosa escena delante de la cual debemos parar, reflexionar y meditar en las grandes verdades. En último análisis, se trata del supremo poder pontificio, el fulgor de la genialidad –León XIII era considerado un genio–, que en cierto momento se extinguieron, y sólo quedó un cadáver.

De ahí a poco el cuerpo médico saldría y comunicaría a los Cardenales, gran número de los cuales presumiblemente ya estaría en la antesala, que el Papa había muerto.

Tres discretos golpes con un martillito de plata

Después de la constatación científica, venía la Iglesia a comprobar la muerte de su jefe. Entraba el Cardenal Camarlengo, el cual substituye al Papa inmediatamente en caso de muerte, y con un martillito de plata se acercaba con todos los Cardenales presentes, golpeaba discretamente sobre la frente del Pontífice y preguntaba:

¿Santísimo Padre, vives?

Habiendo repetido este ceremonial por tres veces, ante de la ausencia de respuesta declaraba:

Su Santidad León XIII murió.

La noticia era llevada inmediatamente a los campaneros, y las grandes campanas de la Basílica de San Pedro comenzaban el toque de finados. En pocos minutos, las campanas de las cuatrocientas iglesias de Roma les hacían eco.

Declarada la muerte del Papa, los Cardenales recitan la primera oración oficial por el alma del Pontífice muerto, oración que se repetirá por todo el Orbe. En todas las Iglesias se celebran Misas, el mundo entero se pone a gemir, a rezar y a esperar porque el Papa murió.

Contraste entre la riqueza y la pobreza, el señorío y la humildad

Otra ilustración retrata el momento en que, aún antes de la muerte de León XIII, el Santísimo Sacramento es llevado al Papa moribundo. El Viático recorre una de las galerías del Vaticano, y en el centro del cuadro está un clérigo, probablemente un Cardenal, que, utilizando las vestimentas litúrgicas y el ceremonial tradicionalmente establecidos, lleva el Santísimo Sacramento bajo una umbrela portada por un sacerdote.

El clérigo que conduce la Sagrada Eucaristía va rezando, con el rostro próximo del copón. Se mantiene recogido, no mira para los lados, pues está transportando a Nuestro Señor Jesucristo verdaderamente presente, bajo las Especies Eucarísticas, en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.

Al frente van los soldados de la Guardia Suiza portando alabardas, con su traje bien característico. Al lado derecho de quien conduce a Nuestro Señor Sacramentado, está un miembro de la Guardia Noble Pontificia, constituida únicamente por aristócratas. En cuanto los de la Guardia Suiza abren camino, este acompaña al Santísimo como guarda de honor; por eso lleva su bonito yelmo en la mano y no sobre la cabeza.

Entre el Santísimo Sacramento y la Guardia Suiza avanza un clérigo tocando una campanilla, para alertar a las personas del paso del Santo Viático, que está flanqueado por clérigos portando velas prendidas.

Acompañan la procesión lacayos, camareros y señores de la corte pontificia. Todos se dirigen de la capilla del Santísimo Sacramento a los aposentos papales.

En el primer plano se ven dos sacerdotes franciscanos con la cabeza tonsurada, inclinados y rezando. Es muy bonito el contraste entre la simplicidad del traje franciscano, la humildad con que ellos se arrodillan, el espíritu de oración expresado por las manos y por la actitud, por un lado, y, por otro, la solemnidad y el recogimiento de los que acompañan al Santísimo Sacramento. Ese contraste entre la riqueza y la pobreza, el noble señorío y la suma humildad constituye una armonía especial.

Se trata de otra escena que el diseñador supo representar muy bien. Llama la atención lo lustroso del suelo, se diría que están andando sobre el agua; es el mármol eximiamente pulido y de una calidad espléndida, tan frecuente en Italia y tan bello en el Vaticano.

¡He aquí una escena verdaderamente magnífica! Nuestro Señor se encuentra presente y pasa por aquellas galerías; desde lo alto del cielo, Nuestra Señora, todos los Ángeles y Santos lo están adorando. Jesús Sacramentado se dirige al Papa que se está muriendo, y va a haber el último coloquio entre Cristo y su Vicario en la Tierra.

Sin embargo, el diseño no es nada en comparación con el ceremonial elaborado a lo largo de siglos, poco a poco, por la costumbre, por la tradición y sobre todo por la Fe.

El pulchrum eterno de la Iglesia Católica

Otra ilustración representa la Plaza de San Pedro en la noche que precedió la muerte de León XIII. La plaza comienza a llenarse de gente que anda de un lado para otro a la espera de noticias sobre la salud del Papa, o del desenlace final que todos aguardan en cualquier momento.

No se forman esas multitudes compactas de nuestros días, sino pequeñas ruedas de gente, pues las personas aún tienen mucha personalidad.

Se percibe que todos hablan bajo. Sería una falta de respeto que hubiese allí un vendedor de caramelos, o cualquier otro elemento que llevase a los presentes a pensar en algo que no fuese esto: el vicario de Cristo está muy enfermo y en cualquier momento serán dadas noticias sobre él.

Se ven de los dos lados, los lugares de donde parte la columnata de Bernini. A la derecha se encuentra el Palacio del Vaticano, y es junto a una de esas ventanas que el desenlace se está dando, los últimos momentos de un pontificado, de una vida y de un capítulo de la Historia están transcurriendo. Todo el mundo confabula…

Como no podría dejar de ser, en la plaza aparecen varias sotanas, traje muy característico del tipo de sacerdote común en aquel tiempo, experimentado y compenetrado de su misión. En el primer plano hay un sacerdote que se está yendo. Se trata de un hombre alto, corpulento, con paso decidido, serio, portando un gran sombrero y aparentando una edad avanzada, un aspecto venerable acompañado de una especie de madurez que se prolonga. El alma es provecta de antigüedad, y el cuerpo decidido y fuerte. El sacerdote se retira inmerso en sus pensamientos.

¿No es verdad que ese diseño nos hace comprender, más que muchas fotografías, lo que hay de venerable en la Plaza de San Pedro y todo el pulchrum eterno de la Iglesia Católica?

Expresión de la realidad que la fotografía no capta

El Papa murió, su cuerpo fue puesto en una posición más erguida y comienza la despedida de los Cardenales. El diseño representa a uno de ellos que besa la mano del Pontífice. Atrás, donde la pared hace un ángulo, está el futuro Papa Benedicto XV, sucesor de San Pío X –la sucesión de los Pontífices fue: León XIII, San Pío X, Benedicto XV–, en la fuerza de su madurez, aún con cabellos negros, pensativo. No mira a nadie, y nadie mira nada a no ser al muerto.

Al fondo, un Cardenal bien más viejo mira fijamente hacia el infinito. Otro, ya más cerca de la cama, mira para el cadáver con una especie de ansiedad, como quien dice: “Entonces, mi viejo compañero de episcopado y de colegio cardenalicio, mi Papa durante tantos años, ¿tú te vas? ¿Es así la muerte? Ella no está lejos de mí… ¡Oh muerte! Miro fijamente en ti mi día de mañana. Más aún: muerte, contemplo en ti el umbral de la eternidad, el pasado que queda y el futuro que viene. ¡Oh muerte! ¡Oh Dios!”

Sentado en un sillón que se veía en uno de los diseños anteriores se encuentra otro Cardenal, literalmente affaissé1 y muy pensativo. ¿En qué piensa? Tal vez en las palabras clásicas: Sic transit gloria mundi, así pasa la gloria del mundo. Todo se fue, todos los anhelos, realizaciones, aflicciones, decepciones, todo está acabado, nada permanece, todo es efímero… ¡Oh amargura! ¡Oh Dios que, al final, seréis la consolación de los justos!

Un cierto desaliño intencional del cabello constituye casi un sismógrafo que indica su aflicción. Él no está en la postura propia de quien en la Belle Époque2 se encontraba en presencia de otros. Su actitud es la de un hombre de la Belle Époque cuando estaba solo en el cuarto meditando, o sea, a gusto…

Comparemos la actitud de mucha dignidad de los demás Cardenales –hasta inclusive el cadáver de León XIII está digno en su postura– y la de ese Cardenal anciano en el primer plano. Es como si él estuviese solo en su cuarto, en una posición inclinada, pero digna, en nada ridícula, ni descompuesta. Todo eso refleja la pompa de la Belle Époque.

Vuelvo a decir: en mi opinión, esas ilustraciones tienen mucha más expresión que la fotografía. Sin embargo, no habría un diario hoy que las reprodujese, porque el público querría la fotografía que recogió el hecho real, reciente. Las personas no perciben que esos diseños dan la esencia de la realidad que ninguna fotografía capta. Hay en el espíritu de análisis del buen diseñador un “objetivo espiritual”, que vale incomparablemente más que el clic de las máquinas fotográficas. 

Extraído de conferencia del 21/11/1980

Notas

1 Del francés: abatido, postrado.

2Del francés: Bella Época. Período entre 1871 y 1914, durante el cual Europa sufrió profundas trasformaciones culturales, dentro de un clima de alegría y brillo social.

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