
En la parábola de la cizaña y del trigo (Mt 13, 24-30) la semilla buena, según la interpretación que le dio el propio Señor (Mt 13, 38), son los hijos del Reino, los que escucharon la palabra de Dios, la aceptaron y conformaron su vida con ella.
En la sociedad visible instituida por Nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia, el trigo serían los fieles. Sin embargo, se debe notar que la cizaña, esto es, los hijos de la iniquidad (Mt 13, 38), se encuentra en el mismo campo, crece al lado, muy cerca del grano bueno.
Realmente sería difícil arrancarlo sin damnificar el trigo. La lección del Maestro insinúa, pues, que está en los designios de la Providencia permitir que existan también los malos en el seno de su Iglesia.

El juicio final, pintado por Fray Angélico
Y dispuso así que ella continuara su finalidad hasta el tiempo de la cosecha, que es la consumación de los siglos, cuando el Reino de los Cielos recibirá su último complemento en la Jerusalén celeste, donde no entrará nada de imperfecto.
No nos escandalicemos, por tanto, si encontramos algún día, en nuestros templos la cizaña, donde ella absolutamente no debería estar.
Nuestro Señor lo predijo para que no disminuyese nuestra fe. Hay razones divinas para permitirlo que ni siempre es dado escudriñar a los límites de nuestra inteligencia.
Plinio Corrêa de Oliveira, extraído de O Legionário nº. 334, de 05/02/1939