Esta devoción tiene enorme fuerza y sustancia. No está hecha únicamente de emociones; al contrario, es seria, llena de pensamiento, con razones firmes. A través de ella la vida espiritual del católico se constituye un sólido y esplendoroso edificio de conclusiones y certezas.
Plinio Corrêa de Oliveira
La devoción al Rosario tiene enorme fuerza y sustancia. No está hecha sólo de emociones, sino que es seria y llena de pensamiento. A través de ella, la vida espiritual del católico se constituye como un sólido y esplendoroso edificio de certezas.
Para que se entienda mejor el valor de la devoción al Santo Rosario, analicémoslo con mayor profundidad.
Después de haber sido entregado directamente por Nuestra Señora a Santo Domingo de Guzmán, la devoción al Rosario se extendió rápidamente por toda la Iglesia, superando los límites de la Orden Dominica y convirtiéndose en el distintivo de otras muchas Órdenes, cuyos miembros empezaron a llevarlo colgado de la cintura.
Hubo un tiempo en que todo católico lo portaba habitualmente consigo, no sólo como un objeto de contar avemarías, sino como instrumento que atrae las bendiciones de Dios.
¿Qué viene a ser el Rosario?
En síntesis, se trata de una composición de meditaciones sobre la vida de Nuestro Señor Jesucristo y de su Madre Santísima, sumada a oraciones vocales. Tal conjunción —de la oración vocal con la mental— es verdaderamente espléndida, pues mientras se pronuncia con los labios una súplica, el espíritu se concentra en un punto.
Así, el hombre hace en el orden sobrenatural todo lo que puede: a través de sus intenciones se une a lo que sus labios pronuncian y por su mente se entrega a aquello que su espíritu medita.
Por esta forma de oración el hombre se une íntimamente a Dios, sobre todo porque tal vínculo se produce a través de María, Medianera de todas las gracias.
Alguien podría preguntar: «¿Qué sentido tiene rezarle vocalmente a la Virgen mientras se medita otra cosa? ¿No podría ser algo más sencillo? ¿No sería más fácil meditar antes y luego rezar diez avemarías?».
La respuesta es muy simple. Cada misterio contiene, en sus pormenores, elevaciones sin fin, las cuales nuestro pobre espíritu procura sondear… Ahora bien, para hacerlo con toda perfección, necesitamos ser auxiliados por la gracia de Dios y tal gracia nos es dada por el auxilio de Nuestra Señora. Es decir, se pronuncia la avemaría para pedir que la Virgen Santísima nos obtenga las gracias para meditar bien.
Devoción fuerte, seria, llena de pensamiento
En el Rosario encontramos pequeños, pero preciosos tesoros teológicos que lo convierten en una obra maestra de la espiritualidad y de la doctrina católica.
Esta devoción tiene enorme fuerza y sustancia. No está hecha únicamente de emociones; al contrario, es seria, llena de pensamiento, con razones firmes. A través de ella la vida espiritual del varón católico se constituye un sólido y esplendoroso edificio de conclusiones y certezas.
Además de eso, la meditación de los misterios de la vida de Nuestro Señor y de su Madre le proporciona al fiel la oportunidad de recibir gracias propias a aquel hecho que está contemplando.
Al analizar las innumerables gracias que María Santísima viene distribuyendo por medio del rezo del Santo Rosario, vemos en él algo que lo hace superior a los demás actos de piedad mariana. Ahora bien, ¿cuál es la razón de esto?
Antes que nada, merece la pena señalar que Nuestra Señora, al ser excelsa Reina, tiene el derecho de establecer sus preferencias. Y quiso elevar esa devoción por encima de las demás, distribuyendo gracias especialísimas a través del rezo del Santo Rosario.
Resolución de rezar siempre el Rosario
Un episodio ocurrido en la vida de San Alfonso María de Ligorio nos muestra que, sobre todo, en una gran lucha el Rosario es garantía de victoria.
El santo era llevado en silla de ruedas, por un hermano de hábito, a través de los pasillos del convento, cuando le preguntó si ya habían rezado todo el Rosario. Su compañero le respondió:
—No me acuerdo.
—Recémoslo entonces —le dijo San Alfonso.
—¡Pero usted está cansado! ¿Qué mal hay en dejar de rezar el Rosario solamente hoy?
—Temo por mi salvación eterna si lo dejo de rezar un solo día.
Eso es precisamente lo que debemos pensar y sentir: el Rosario es la garantía más grande de nuestra perseverancia final. Debemos pedirle a la Santísima Virgen la gracia de rezarlo todos los días de nuestra vida.
¡Nunca nos apartemos de él!
El Rosario es la oración de los fuertes, la oración de los luchadores, pues posee tal eficacia que hace retroceder al mal y avanzar al bien. Ata al fiel a Nuestra Señora y ahuyenta al demonio, el cual le tiene odio y terror.
A los que se sientan tentados, les doy esta recomendación: ¡Agarren el rosario! Pero agárrenlo físicamente, no lo suelten nunca.
Incluso al acostarse, procuren tener el rosario a mano, de manera tal que lo sientan consigo. Y si tuvieran recelo de que se pudiera caer al suelo —debemos tratarlo con toda reverencia—, cuélguenselo del cuello o colóquenlo en el bolsillo.
«Quisiera resucitar con el rosario en mis manos»
Cuando nuestras manos ya no pudieran abrirse ni cerrarse y tuvieran que ser movidas por otros que nos asisten, tengamos, como última actitud de oración, el rosario entrelazado en nuestros dedos, de modo que, cuando llegue la resurrección de los muertos y nuestro cuerpo retome la vida, entre nuestros dedos vivificados esté el santo rosario.
Quisiera que, en el momento en que todos los justos sean convocados a la resurrección, mi primer ósculo fuera en el rosario que se encontrara en mis manos.
He aquí un consejo para después de la resurrección. Nunca escuché que se dieran consejos o se llegara a algún acuerdo para ese momento, pero les propongo uno. Cuando todos resucitemos, entre los resplandores del Juicio final, recordémoslo: «Estaba acordado». Y entonces ¡besemos el Rosario!