La devoción mariana también debe caracterizarse por un espíritu combativo

Publicado el 12/19/2020

Plinio Corrêa de Oliveira.

Celebrando fiestas como la Inmaculada Concepción, no tenemos en cuenta cosas que sabemos cómo son teológicamente, o por lo menos pueden ser vistas bajo un cierto aspecto, y que así deben ser examinadas.

La imagen de la Inmaculada Concepción que con más frecuencia se difunde es la de Murillo. Ese cuadro representa a Nuestra Señora de pie sobre nubes, en un gesto de completo encanto hacia Dios, con las manos juntas y pensando sólo en Dios. Como una Reina presente en su reino y, por tanto, completamente distendida, despreocupada, en un terreno que domina enteramente, sintiéndose objeto de todo el amor y complacencia de Dios, de tal manera que el amor que tiene el Creador a todas las criaturas no se compara con el amor que Dios tiene hacia Ella, ni de lejos.

La persona mira ese cuadro y dice: “¡Qué admirable! El contrarrevolucionario completo afirma: “Es un cuadro en donde el combate no está presente, por tanto,
en realidad le falta alguna cosa. Y al interpretar la Inmaculada Concepción alguna cosa falta. Todo lo que el cuadro quiere representar, Nuestra Señora tiene, está presente. Pero falta ese algo para lo que no podemos cerrar los ojos: la lucha.”

Cuando falta la lucha, el contrarrevolucionario siente que hay un engaño, un fraude, que la verdad entera no está ahí.

¿Qué nos dice a ese respecto Cornélio a Lápide? Por lo que yo recuerdo, él no expone una doctrina como segura, sino que la presenta como aceptada por muchos teólogos eminentes, cuyos nombres y obras cita, diciendo lo siguiente: los que están en el infierno tienen un conocimiento sin delicias, sin alegría, sin amor; al contrario, amargados, con un desagrado profundo por lo que ocurre en el Cielo. Ellos ven, o mejor, saben, que Nuestra Señora está ante la presencia del Altísimo, inundada de felicidad, etc., y el odio aumenta en ellos.

Y desde lo más profundo del infierno blasfeman contra Ella. En oposición a esas blasfemias María Santísima ejerce en ellos un acto de justicia, mandando que otros bienaventurados les respondan. Y se traba una es pecie de polémica, de lucha, no al estilo de la batalla que hubo en el cielo cuando satanás fue expulsado por San Miguel Arcángel, sino una controversia en que los bienaventurados la aclaman mucho más por causa de las blasfemias que los condenados profieren, y una atmósfera de combate se hace notoria en el Cielo, en la que Nuestra Señora es la vencedora que aplasta con su calcañar la cabeza de la serpiente.

Así el cuadro de la Inmaculada estaría completo. Alguien podría decir: “¡No, Dr. Plinio, despacio! El cuadro de Murillo muestra a Nuestra Señora aplastando la cabeza de la serpiente.”

No lo recuerdo, pero es fácilmente posible. Sin embargo, Murillo la pinta tan absorta con Dios que ni tiene en cuenta los insultos del demonio. Aquella es la última chusma hacia la que Ella no presta atención y, por tanto, es muy teológico que la presente haciendo caso omiso al demonio. Pero si Ella tiene su gloria cuando el demonio es escarnecido, que recibe justicia con el vilipendio descargado sobre él, es justo también que Ella tenga consciencia de esto. Y que sabiendo que Dios es insultado por ese acto del demonio, María Santísima haga un acto de reparación y de adoración. Un acto de adoración pleno como sólo Ella es capaz de hacer y tiene los recursos para realizarlo; pero un acto en el que estén presentes en Ella el conocimiento de la situación belicosa y su participación en esa guerra atormentadora con el demonio.

Supongamos que un católico pone un cuadro de esos en su casa, en el retablo de la capilla de su oratorio particular. Al rezar, debe tener la noción de esa atmósfera de lucha, en que todos los condenados, todos los demonios en el infierno aúllan contra Nuestra Señora. Pero tambiéndebe tener la noción de que, al menos en ciertas ocasiones, los humilla y los aplasta mayestática y gloriosamente; me atrevo a decir, como un Carlomagno, aunque la comparación es impropia, no es buena, pues Ella es mucho más grande que cualquier otra criatura.

El católico debe tener esto bien presente por lo menos en algunas ocasiones, y necesita sentir que falta alguna cosa cuando, en su devoción mariana, esto nunca se le pasa por la cabeza.

La Santísima Virgen, usando una espada, lucha contra el demonio

Nunca me lo enseñaron, y yo sentía que, en mi devoción a Nuestra Señora faltaba alguna cosa, que buscaba y no comprendía qué era. Hasta que mis ojos cayeron sobre ese texto de Cornélio a Lápide.

Yo sentía que tenía un recoveco en el alma que estaba vacío de algo necesario para la devoción a la Santísima Virgen, y exulté porque me sentí lleno de Nuestra Señora. Y
considero que la devoción contrarrevolucionaria a Ella comporta este aspecto de un modo relevante.

No quiero decir que una imagen o un cuadro, que no se refiera a esto, sea censurable. Afirmo otra cosa: es censurable que casi nunca lo representen.

Hay una escultura medieval, representando una leyenda, en que Nuestra Señora está defendiendo, espada en mano, un alma que el demonio quiere robar. Es, por tanto, la Santísima Virgen en lucha contra el demonio, pero usando una espada.

El efecto del Renacimiento fue el de pasar un paño mojado sobre todas esas realidades. De ahí que haya esa forma de piedad dulcificada y sin lucha, haciendo que la Contra-Revolución no tenga luchadores. Los contendores están del lado de allá y son feroces; del lado de acá encuentran el agua azucarada que conocemos.

Pero vuelvo a decir, no es que cuando una representación de Nuestra Señora no tenga eso, sea agua azucarada, eso no es verdad. Pero la verdad es que en el conjunto de mo-de los sobre Nuestra Señora se debe tener esto presente, so pena que no seamos verdaderamente contrarrevolucionarios. Tengo seguridad que nuestro espíritu contrarrevolucionario brillará especialmente si tenemos cuidado en tener siempre presente que Nuestra Señora es así. 

(Extraído de conferencia de 6/12/1992)

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