La divina alegría de dar

Publicado el 05/27/2020

El diezmo se destina a la manutención de la Casa de Dios, a la dignidad del culto divino y a las obras parroquiales de asistencia a los desposeídos, pero el principal beneficiado es, sin duda, el propio donante.

Si es un hecho que Dios nos ama a todos, más cierto aún es que ama y bendice muy especialmente al que sabe dar con generosidad, compartiendo los dones recibidos. Las Sagradas Escrituras no dejan dudas al respecto: “Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9, 7); “El hombre generoso será bendecido” (Prov 22, 9).

“A mí me lo hicisteis”

De la Divina Providencia recibimos no sólo los dones espirituales sino también los materiales, que igualmente debemos compartir. “En verdad os digo: cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40), dirá Nuestro Señor al que haya dado de comer, de beber o de vestir en esta vida a su hermano necesitado.

Con mayor énfasis, el Divino Maestro le dirá al que haya sido fiel en ofrecer el diezmo a su Parroquia o comunidad eclesial: “Fue a mí a quien disteis”. El deber de contribuir a la manutención de la Casa de Dios tiene prioridad sobre cualquier otra clase de caridad cristiana.

En efecto, el diezmo se aplica primordialmente al servicio del culto divino, o sea, la digna presentación de los edificios y objetos destinados a las funciones litúrgicas, además de los gastos rutinarios de la manutención de la Casa de Dios y de sus ministros. Pero esa generosa contribución también proporciona a las comunidades eclesiales los recursos para socorrer a los hermanos menos favorecidos. Como hijos que buscan el abrigo de la casa paterna, muchos menesterosos acuden a las parroquias buscando, junto al consuelo espiritual, un auxilio para aliviar sus necesidades materiales.

 

Un encargo de todos

Con la parábola del buen samaritano (Lc 10, 25-37), Cristo nos muestra el deber de socorrer al hermano. Sin duda, esta caridad implica ante todo la asistencia espiritual y el celo por la salvación de las almas, pero no puede descuidar la indispensable ayuda material a los necesitados. Y precisamente una de las glorias de la Santa Iglesia es haber enseñado y practicado la caridad cristiana a lo largo de sus veinte siglos de existencia. Mucho se podría decir sobre el heroísmo de innumerables sacerdotes y monjas en los hospitales, asilos, orfanatos y en tantas otras iniciativas nacidas de corazones abnegados. La Esposa de Cristo se ufana de tal tradición, y desea permanecer en ella durante su trayectoria rumbo a la Patria definitiva.

 

Pero dicha tarea no es exclusiva de obispos, sacerdotes y monjas, sino también –en cierto sentido, hasta de modo preponderante…– de cada fiel, considerado individualmente.

De hecho, la actuación concreta de quien dedica su vida al servicio de Dios, ya sea en la evangelización como en la asistencia a los hermanos necesitados, depende de la liberalidad de quienes le proveen los medios materiales para ello. Es decir, de quien ofrece a la Iglesia su diezmo de todo corazón.

 

El mayor beneficiado

Pero es preciso destacar que el mayor beneficiado con el diezmo no es la Iglesia ni los mismos hermanos desposeídos, sino el propio donante, por la sencilla razón que el acto de dar nos acerca a Dios y nos hace participar en su dadivosidad infinita. Y cuando damos con alegría, Él nos ama con predilección.

Así entonces, lector, cuando ofrezca su diezmo, comprenda y sienta en el fondo del corazón la divina alegría de dar. 

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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