La docilidad del Espíritu Santo enseñada por los paganos

Publicado el 01/03/2021

João Clá Dias​.

A la dureza de corazón de la mayoría del pueblo elegido, que rechazó el nacimiento del Mesías, se opone el ejemplo de docilidad al llamamiento de Dios manifestado por reyes paganos de naciones lejanas.

Evangelio Según san Mateo 2, 1-12

Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén  preguntando: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”.

 Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.  Ellos le contestaron: “En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel’”. Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella,  y los mandó a Belén, diciéndoles: “Id y averiguad cuidadosamente qué hay del Niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo”.

 Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el Niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría.

Entraron en la casa, vieron al Niño con María, su Madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.

I – El Mesías se manifiesta al pueblo elegido

En los primeros tiempos del Cristianismo, en Oriente, la Solemnidad de la Epifanía1 —conocida entre los griegos por Teofanía, manifestación de Dios—, era más conmemorada que la propia Navidad. Para que podamos profundizar mejor en el significado de esta festividad, dirijamos nuestra mirada hacia el nacimiento del Niño Jesús. Nos encontraremos con una Virgen de condición humilde —aun siendo del linaje del rey David—, considerada como una persona corriente. No da a luz en un palacio, sino en una Gruta, y su Hijo tiene por cuna el comedero de unos animales. El Verbo Encarnado está acostado entre pajas, envuelto en pañales y calentado por un buey y una mula. ¿Y quiénes son los primeros invitados que lo visitan? Unos pastores, hombres de clase social muy sencilla que, llenos de admiración, se reúnen en torno del Pesebre, y comprueban la veracidad del mensaje angélico que habían recibido. Aparte de éste, no consta ningún otro homenaje de sus compatriotas…

¿Cuál fue la razón por la que Jesús se había manifestado de forma tan pobre a su pueblo? ¿No hubiera sido más eficaz que surgiese en el esplendor de su majestad y gloria? En aquella época, la mayoría de los judíos había deformado la idea del Mesías, a quien concebían como un hábil político capaz de proporcionar a Israel la supremacía sobre todas las naciones, y era necesario que comprendiesen que Jesucristo venía para una misión mucho más elevada: la de Salvador de la humanidad. Por eso debían entender que su Reino no era de este mundo (cf. Jn 18, 36).

Así, al pueblo elegido —con quien Dios había establecido una Alianza, sobre el que había derramado gracias y bendiciones sin límite, al que había enviado profetas, hecho revelaciones y dado la Ley— se presenta Jesús sin exteriorizar su divinidad. Sin embargo, ese pueblo, a pesar de saber perfectamente, por las Escrituras, que estaba próximo el aparecimiento del Mesías en la ciudad de Belén, no quiso reconocer a su Señor y Dios, conforme al oráculo de Isaías: “El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende” (1, 3).

Bien distinta, como muestra el Evangelio de hoy, es la manifestación del Redentor —el Rey de los reyes y el Señor de los señores— a los gentiles, representados por los Magos. En ella ya se pronostica que la Religión verdadera, privilegio de los hebreos desde Abrahán hasta el momento extraordinario en que Dios asume la naturaleza humana envuelto en las luces y en las estelas magníficas de la raza escogida, se propagaría por todas las naciones de la tierra. Antes incluso de que los Apóstoles promovieran la conversión de los paganos, el propio Niño Jesús toma la iniciativa de atraerlos hacia sí, como inigualable Apóstol de las gentes, infinitamente superior al gran San Pablo. Así, la Navidad alcanza su plenitud en la universalidad de la misión de Jesús, expresada en la Epifanía.

II – Un Dios Rey se manifiesta a los gentiles

Estudiosos de la astronomía e interesados por las cosas del cielo, los Magos, en lugar de estar preocupados con glorias mundanas, habían sido preparados por la Providencia para discernir el significado de una misteriosa estrella que había comenzado a moverse en el firmamento. Por una inspiración del Espíritu Santo, sabían que había llegado la hora del nacimiento de un Rey que sería al mismo tiempo Dios y, por tanto, tenía que ser adorado.

Contemplativos del cielo… dóciles a la señal de la estrella

¿Cómo concluyeron que ese Niño debía surgir en el seno del pueblo judío? Tal vez se basaron en algún conocimiento de la Revelación escrita y en la expectativa mesiánica de Israel, ampliamente difundida en el Oriente pagano.2 Ciertamente, tocados por la gracia, tuvieron la experiencia mística de que algo grandioso iba a suceder e interpretaron el aparecimiento de la estrella como una señal sobrenatural, que los puso en movimiento en busca del Rey recién nacido que cambiaría la Historia. “Hemos visto” y “venimos”, dice el Evangelio. O sea, les bastó ver la estrella para abandonarlo todo con una docilidad única, prontitud ejemplar y total confianza en Dios, y, sin medir esfuerzos, emprender un largo viaje a través de desiertos y montañas, enfrentando toda clase de riesgos, incluso la incertidumbre en cuanto a la acogida que tendrían en el reino de Israel, por más distinguida y numerosa que fuese su comitiva. Se ve que no actuaron motivados por prudencia humana, sino, más bien, por el impulso del don de consejo, por el cual el Espíritu Santo mueve al hombre a juzgar con rectitud sobre cómo proceder en cualquier circunstancia.3

De la actitud de los Magos podemos sacar una lección útil para nuestra vida espiritual: a menudo, por un soplo de la Providencia en nuestras almas, somos llevados a abrazar una santa imprudencia, lo que puede dar origen a una gran realización. Necesitamos ser flexibles a la voz del Espíritu Santo que nos estimula por medio de sus dones.

Un triste contraste

 Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”.

Cuando los Magos llegaron a la región de Jerusalén, la estrella que los guiaba desapareció. Sin embargo, ellos no se perturbaron ni desistieron, porque tenían la certeza de que Dios les hablaba en el fondo del corazón y de que lo que les impelía no había sido una mera impresión pasajera. Habiendo perdido el camino y ante la ausencia de un auxilio sobrenatural sensible, pusieron en juego todos los recursos naturales que estaban a su alcance. Sin dudarlo, sin permitir que un destello de inseguridad se apoderase de su espíritu, entraron en la ciudad para informarse, y provocaron un jaleo tremendo por su vistoso séquito, su lengua, costumbres y lujosos trajes. Por eso, San Juan Crisóstomo4 interpreta la desaparición de la estrella como un hecho promovido por Dios para que en la Ciudad Santa se conociera la noticia del nacimiento del Mesías. Anuncian entonces que van a visitar al Rey de los judíos, alegando haber divisado su estrella. En efecto, en la Antigüedad no era raro que se identificase el advenimiento de personajes ilustres con fenómenos celestes. Y su fe en la divinidad del Niño quedaba subentendida, pues decían: “hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”. A la sazón, ¿qué Rey es ése? Nadie adora a un rey de la tierra… sólo se adora a Dios, Rey del Cielo y de la tierra que gobierna los astros.

¿Pero qué significaba esa estrella para los habitantes de Jerusalén, poco versados en astronomía? Constatamos en este cuadro un triste contraste: unos reyes paganos creen en el mensaje que Dios les había transmitido a través de una estrella, mientras que los judíos, con la Revelación y con todas las profecías, no quieren abrir su alma a su Rey, el Mesías.

El pánico en los malos es infundido por Dios

Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y toda Jerusalén con él;…

La simple aparición de los Magos en Jerusalén, buscando al Rey de los judíos, conmocionó a esa zona del Imperio Romano. No dejaban de ser nada más que tres reyes de Oriente… Herodes incluso podía ordenar que los detuvieran y apoderarse de sus riquezas. En cambio tuvo miedo… Miedos y valentía recorren la Historia. Hay ocasiones en las que el Espíritu Santo insufla valor en una parte de la humanidad y produce un auténtico impulso de entusiasmo. No importa el número, la fuerza, el poder, basta estar asistido por una gracia para meter miedo mediante la presencia, la mirada o una afirmación para hacer temblar al adversario. Es un miedo sobrenatural, también infundido por Dios. Es lo que sucedió en la visita de los Reyes Magos. Herodes representa el polo opuesto de Jesús. El Señor es la Luz que viene a este mundo, mientras que Herodes simboliza las tinieblas; Cristo es la salvación, Herodes la perdición. Ese rey pésimo, prototipo del mal, se aterroriza, teme por su trono y —como ocurre en determinadas circunstancias con los que abrazan el pecado como ley— recibe una sacudida. La razón más profunda de la reacción de Herodes y de toda Jerusalén se halla en la omnipotencia de Dios, que se manifiesta cuando se dice la verdad y apoya a los que, como los Magos, la proclaman con plena seguridad. ¡Qué preciosísimo don el de intimidar a los malvados con la fe! El Niño Jesús nada más nacer ya divide los campos: es la piedra de escándalo.

Las autoridades religiosas dan muestra de su falta de fe

…convocó a los sumos sacerdotes y a los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: “En Belén de Judea, porque así lo ha escrito el profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las poblaciones de Judá, pues de ti saldrá un jefe que pastoreará a mi pueblo Israel’”.

Vale la pena destacar que cuando Herodes se dirige a los sacerdotes y a los escribas de la Ley, no les pregunta dónde iba a nacer el Rey de los judíos, porque temía emplear estas palabras, sino que dice: el “Mesías”. Ahora bien, la respuesta de los sacerdotes indica que tenían un claro conocimiento de dónde se daría ese maravilloso evento: en Belén de Judá.

Era una localidad insignificante en Israel, según los criterios humanos, pero Jesucristo la escogió por ser la cuna de David. Ante Dios, una ciudad no vale por lo que produce, por su situación geográfica o por una población numerosa, sino por su nexo con Él.

Las autoridades religiosas, no obstante, poco atentas a los designios divinos, estaban preocupadas únicamente en agradar a Herodes, en un vil intercambio de intereses. En tal situación, se comprende la ceguera del pueblo, cuando debería haber discernido el inminente aparecimiento del Salvador.

Dos opciones: convertirse u odiar con deseo de matar

Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: “Id y averiguad cuidadosamente qué hay del Niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo”.

Herodes tuvo más miedo todavía ante la comunicación del Sanedrín y, como político ladino, trazó un plan para eliminar al Niño Jesús, evitando herir los sentimientos de los regios visitantes. Les inquirió para averiguar la edad aproximada del pequeño y les confió que se informaran “cuidadosamente” de ello. De este modo, “se puso a prometer devoción cuando ya afilaba la espada, y pintaba con color de humildad la perversidad de su corazón”.5 Es el odio que profesan todos los que, habiendo optado por una vida de pecado, encuentran quien les advierte la conciencia. Para ellos, sólo existen dos opciones: convertirse u odiar con deseo de matar.

Los Magos, sin embargo, acataron el consejo con toda su buena fe. San Remigio6 comenta que así se debe hacer con un indigno predicador: seguir sus consejos, pero no imitar sus obras. Los Reyes aceptaron la información segura dada por Herodes y no volvieron para decirle dónde estaba el Niño.

Dios da consolaciones a los que creen

Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el Niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría.

Era tal la convicción de los Magos de que encontrarían al Niño, que estaban dispuestos a buscar donde fuese necesario, perseverancia que los llevaría hasta el objetivo. Y con la reaparición de la estrella se extasiaron, sintiendo la consolación y la alegría de quien tiene rectitud de espíritu. Es el premio que Dios da a los que nunca desaniman en las buenas obras: ¡Él jamás abandona a aquellos que no lo abandonan!

Una adoración fruto de la fe

Entraron en la casa, vieron al Niño con María, su Madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.

Cuando los Reyes Magos llegaron a Belén, la Sagrada Familia ya no estaba en la Gruta, sino en una casa. En ésta sólo encontraron a María y al Niño Jesús, lo que ponía de manifiesto que, de hecho, Ella era única y fue constituida Medianera necesaria por voluntad de Dios. Al ser la Reina de los Ángeles y de los hombres, es probable que por una inspiración del Espíritu Santo, su Divino Esposo, María haya conocido a los Magos a distancia, desde el momento en que comenzaron a ser tocados por la gracia, y los estuviera acompañando a lo largo del camino, rezando para que fuesen flexibles y dóciles y se entregasen a la Providencia que los llamaba. La Virgen entonces habría sustentado su fidelidad, y no es de extrañar que San José, en cuanto Patriarca de la Iglesia, se hubiera unido a Ella en esa intención e, incluso, que ambos conversasen sobre ello.

Podemos creer perfectamente que los Reyes adorarían al Niño estando Éste en los brazos de la Santísima Virgen. No obstante, leemos en el Evangelio de San Lucas que los pastores, al entrar en la Gruta, encontraron a María, José y el Niño acostado en un pesebre (cf. Lc 2, 16). ¿Cuál es el sentido de esta diferencia? Como se trataba de gente muy sencilla, era menester tener el cuidado de que ellos no confundieran al Hijo con la Madre y, de repente, la adorasen también a Ella. Por eso, María asumió esa actitud humilde de dejar al Niño reclinado para que los pastores le rindieran homenaje, siguiendo el ejemplo de silencio y oración que Ella les daba. Pero ahora no se trataba de rudos pastores, sino de personas cultas y delicadas. Los Reyes no entenderían que María apuntase hacia una cuna, indicando dónde estaba el recién nacido, cuando sería mejor venerar al Niño en los brazos de su Madre.

Por cierto, la casa de la Sagrada Familia no tenía ningún aire palaciego y, obviamente, los Magos encontraron a María y al Niño sin ninguna insignia real. No obstante, después de un largo viaje, penetraron en ese ambiente modesto y, como nos dice el Evangelista, “cayendo de rodillas lo adoraron”. O sea, en lo íntimo de su corazón habían reconocido la divinidad del Niño. Tuvieron, por tanto, un movimiento de alma íntegro. “Si hubiesen ido en busca de un rey terreno y se hubiesen encontrado con esto, tenían motivos de confusión más que de gozo, al haber emprendido un viaje tan costoso esperando otra cosa. Pero como buscaban al Rey del Cielo, se sentían felices, a pesar de que lo que estaban viendo no mostraba a un rey. […] ¿Habrían adorado a un Niño incapaz de comprender el honor de la adoración, si no hubieran visto en Él algo divino? Luego no adoraron a un Niño que no entendía nada; adoraron su divinidad, que lo conoce todo. Hasta la calidad especial de los regalos que le ofrecieron dan testimonio de que algún barrunto o indicio tenían de la divinidad del Niño”.7

Ellos, Reyes, tal vez ya de edad avanzada, se arrodillan ante un Niño. En el fondo, deseaban ser esclavos de Nuestro Señor Jesucristo y darse a Él completamente, con todos sus bienes. Ésa es la razón por la que le ofrecieron magníficos regalos: oro, por reconocer en Él la realeza, el Rey de los reyes; incienso, por su divinidad, es Dios y merece ser incensado; y mirra, porque quieren ofrecerle sus sacrificios y, con ello, ser beneficiados por sus gracias. En este sentido, nos exhorta San Elredo: “como no hemos de llegar a Cristo o adorarle con las manos vacías, preparadle vuestros regalos. Ofrecedle oro, es decir, un amor verdadero; incienso, una oración pura; y mirra, la mortificación de vuestro cuerpo. Con estos dones se aplacará Dios con vosotros, para que Él mismo amanezca sobre vosotros y se vea su gloria en vosotros. Él mismo será glorificado en vosotros y os hará partícipes de su gloria”.8

El camino de los Magos y el de Herodes

Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.

El autor de la Obra Imperfecta9 comenta que los Reyes recorrieron el camino desde Herodes hasta Jesús, pero no el de Jesús a Herodes, pues quien hace el camino del mal hacia el bien no puede volver a la vida anterior. Además, en contacto con el Niño Jesús y la Virgen, debieron haber sentido una consolación enorme y, seguramente, habrían deseado quedarse con los dos para siempre. Pero percibieron que no era la voluntad de Dios y retornaron a sus tierras para ser allí los heraldos del Mesías. Nosotros, igualmente, una vez descubierta la finalidad para la que hemos sido creados, tenemos que hacer apostolado y procurar que todos gocen de la misma felicidad.

Tremendo contraste entre los Magos venidos desde Oriente y aquellos que son los principales beneficiados por Jesús: los de su patria. Los primeros reciben una gracia de discernimiento de los espíritus, una intuición profética, por donde ven la santidad de María y de José y la divinidad de Jesucristo, hasta el punto de caer de rodillas, honrándolo como Rey, Dios y Señor, a pesar de las exterioridades. Los otros no lo reconocen y no lo aceptan. Y Herodes hará de todo para matarlo, como finalmente lo conseguirán los príncipes de los sacerdotes, al rechazar y crucificar al Mesías, que no se conciliaba con su mentalidad y sus anhelos mundanos.

III – También para nosotros brilla  una estrella

La historia de los Reyes Magos es un extraordinario ejemplo de correspondencia al llamamiento de Dios. Ellos vieron una rutilante estrella —según una bonita tradición— que contenía la figura de un Niño, y sobre ésta la imagen de una Cruz,10 y la siguieron sin dudarlo. Esa estrella es un símbolo muy expresivo de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana. Así como la luz de la estrella guió a los Magos, la Iglesia es la luz que centellea incesantemente, sin oscilar nunca ni disminuir su fulgor, para guiar a los pueblos rumbo al Reino de Dios. Y todos los que, a lo largo de los siglos, se conviertan, habrá sido porque de alguna manera han visto esa estrella y resolvieron adorar a Cristo. Ésta continúa brillando y brillará hasta el último día de la Historia, como lo prometió Jesús: “el poder del infierno no la derrotará” (Mt 16, 18).

El Salmo Responsorial de la Solemnidad de la Epifanía trae esta magnífica profecía: “póstrense ante Él todos los reyes, y sírvanle todos los pueblos” (Sal 71, 11). Queda patente en esta sentencia inspirada por el Paráclito no sólo que Jesús vino para todos, sino que en determinado momento la humanidad entera deberá adorarlo. Para que esto se verifique, es indispensable que haya apóstoles. Los primeros cristianos eran muy pocos. No obstante —como el grano de mostaza, que se desarrolla hasta transformarse en un árbol enorme—, se extendieron por el mundo. Hoy, nuestra responsabilidad no es menor que la de los Apóstoles, porque la palabra enunciada en el Salmo Responsorial no se ha cumplido todavía. Quizá en la actualidad existe una obligación mayor, ya que muchos han abandonado la verdadera Religión y le han dado la espalda a Dios.

En este día manifestamos nuestra fe en que, tarde o temprano, la Religión Católica será admitida y alabada por todos los pueblos, porque no es posible que Jesucristo se encarnase y redimiera a los hombres y sea ignorado por ellos.

¿Somos fieles al brillo de esta estrella?

Aquí cabe una aplicación personal: esa estrella lució delante de nuestros ojos con ocasión del Bautismo, cuando Dios infundió en nuestra alma un cortejo de virtudes —las teologales: fe, esperanza y caridad; y las cardinales: prudencia, justicia, templanza y fortaleza, en torno de las cuales se agrupan todas las demás— y los dones del Espíritu Santo, y empezamos a participar de la naturaleza divina. Pertenecemos ya al Cuerpo Místico de Cristo y el Cielo se abre ante de nosotros. Esa estrella se volvió más resplandeciente el día de nuestra Primera Comunión, cuando recibimos el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo glorioso, para que nos asuma y santifique. A cada instante nos invita a la santidad, a que rechacemos nuestras malas tendencias y estemos totalmente dispuestos para oír la voz de la gracia que dice en nuestro interior “ven, sígueme”, y nos llama a ser generosos, de manera que cada uno de nosotros también constituya para los otros una estrella, atrayéndolos a la Iglesia.

Si, por miseria o por probación, perdemos de vista esa luz, necesitamos ir a Jerusalén, esto es, a la Santa Iglesia, la cual, en sus templos sagrados, se mantiene siempre a nuestra espera para indicarnos dónde está Jesús. Allí se encontrará un sacerdote, estará expuesto el Santísimo Sacramento o habrá una imagen piadosa, instrumentos para reencender la estrella existente en nuestro corazón.

Nos incumbe, además, tener cuidado con el “Herodes” instalado dentro de nosotros: nuestro orgullo, nuestro materialismo, nuestro egoísmo; porque anhela apagar esa estrella, por el pecado mortal, y ponernos en el camino de los placeres ilícitos; quiere llevarnos a matar a Jesucristo que está en nuestra alma como un lucero centelleante. Seremos del mundo y del demonio si tenemos una doble vida, limitándonos a frecuentar la iglesia los domingos y comportándonos después como si desconociésemos la estrella. Debemos, por tanto, estar siempre junto a Jesús, ofreciéndole el oro do nuestro amor, el incienso de nuestra adoración y la mirra de nuestras miserias y contingencias, pidiendo constantemente el auxilio de su gracia.

Comprendamos que, en esta Solemnidad de la Epifanía, los Magos nos dan el ejemplo de cómo alcanzar la plena felicidad. Con los ojos fijos en María, imploremos: “Madre mía, mira cómo soy débil, inconstante, miserable y cuánto necesito, oh Madre, de tu súplica y de tu protección. Acógeme, Madre mía, me entrego en tus manos para que me entregues a tu Hijo”. Y dirigiéndonos a San José, digamos: “Mi Patriarca, mi señor, aquí estoy, ten pena de mí, ayúdame a pedir a tu esposa, María Santísima, para que tenga siempre los ojos puestos en mí”. Roguemos a los Reyes Magos que intercedan ante la Sagrada Familia para que nos obtengan la gracia de que nunca busquemos luces mentirosas, sino que sigamos a la verdadera estrella, es decir, a la de la práctica de la virtud y del horror al pecado. ²


1) Otros comentarios acerca de esta Solemnidad en: CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. ¿El Espíritu Santo y nuestros maravillamientos? In: Heraldos del Evangelio. Madrid. N.126 (Ene., 2014); p.10-16; Frente al Rey, los reyes buenos y el rey malo. In: Heraldos del Evangelio. Madrid. N.85 (Ene., 2009); p.10-19; Comentario al Evangelio de la Solemnidad de la Epifanía del Señor –Ciclos A y C, en los volúmenes I y V de esta colección, respectivamente.

2) Cf. TUYA, OP, Manuel de. Biblia Comentada. Evangelios. Madrid: BAC, 1964, v.V, p.36-37.

3) Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. II-II, q.52, a.1; ad 1.

4) Cf. SAN JUAN CRISÓSTOMO. Homilía VII, n.3. In: Obras. Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (1-45). 2.ed. Madrid: BAC, 2007, v.I, p.133.

5) AUTOR DESCONOCIDO. Opus imperfectum in Matthæum. Homilia II, c.2, n.8: MG 56, 641.

6) Cf. SAN REMIGIO, apud SANTO TOMÁS DE AQUINO. Catena Aurea. In Matthæum, c.II, v.7-9.

7) AUTOR DESCONOCIDO, op. cit., n.11, 642.

8) SANTO ELREDO DE RIEVAL. Sermón IV. En la manifestación del Señor, n.36. In: Sermones Litúrgicos. Sermones 1-14. Burgos: Monte Carmelo, 2008, t.I, p.96-97.

9) Cf. AUTOR DESCONOCIDO, op. cit., n.12, 643.

10) Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q.36, a.5, ad 4.

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