La Eucaristía en la vida de San Juan Bosco

Publicado el 01/31/2024

San Juan Bosco hablaba siempre de la importancia del santo sacrificio. Sugería a los suyos por regla, y a los demás como consejo, la asistencia diaria a la misa, recordando las palabras de san Agustín, de que no perecerá de mala muerte el que oye devotamente y con asiduidad la Santa Misa.

Padre Angel Peña O.A.R

No dejaba de celebrar la misa, si no era realmente por gravísima necesidad. Cuando debía emprender un viaje muy de mañana, anticipaba la misa acortando su descanso, o la decía, con gran incomodidad, al llegar a su destino, aun cuando fuese muy tarde. De cuando en cuando, surcaban su rostro las lágrimas. Quedaba cortado, no sabemos si en éxtasis o a causa de fervores extraordinarios. Sucedió, en alguna ocasión, que, después de la elevación, apareció arrebatado, dando la impresión de que veía a Jesucristo con sus propios ojos. 

Frecuentemente, en el momento de la consagración, se cambiaba su rostro de color y tomaba tal expresión que parecía un santo, al decir de la gente. Sin embargo, no había en él la más mínima afectación; siempre tranquilo y natural en sus movimientos, no dejaba entrever, particularmente en las iglesias públicas, nada de extraordinario. Pero los fieles, lo mismo en Turín que allí adonde fuere, acudían presurosos en gran número y experimentaban un gran placer en ir, si sabían la hora, para verle celebrar y alcanzar el socorro de sus oraciones. Las personas que gozaban de altar privado, se consideraban afortunadas cuando podían tenerle para celebrar la misa en su casa.

Hablaba siempre de la importancia del santo sacrificio. Sugería a los suyos por regla, y a los demás como consejo, la asistencia diaria a la misa, recordando las palabras de san Agustín, de que no perecerá de mala muerte el que oye devotamente y con asiduidad la Santa Misa. Recomendaba, a quienes deseaban alcanzar gracias y recurrían a él, que la hiciesen celebrar, la oyesen y participaran en ella con la frecuente comunión. Decía, además, que el Señor atiende de un modo especial las oraciones bien hechas en el momento de la elevación de la santa hostia1.

En diciembre de 1878, don Evasio Garrone asegura que fue testigo de un prodigio: “Ayudaba la misa a Don Bosco en la capillita situada junto a su habitación, con un compañero suyo que se llamaba Franchini. Al llegar la elevación vieron al celebrante extático y con un aire de paraíso en la cara: parecía que se iluminara toda la capilla. Después, poco a poco, se levantaron sus pies de la tarima y quedó suspendido en el aire durante más de diez minutos. Los dos monaguillos no llegaban a alzarle la casulla. Garrone, fuera de sí por la extrañeza, corrió en busca de don Joaquín Berto, pero no lo encontró. Volvió y llegó precisamente cuando Don Bosco descendía, pero en el lugar aleteaba un algo del paraíso”2 .

El año 1854, dice Don Bosco: Una mañana, cuando no había en casa más sacerdote que yo, celebraba la misa, como de costumbre. Después de consumir la hostia y el cáliz, empecé a repartir la santísima comunión a los muchachos. Había en el copón unas pocas hostias, tal vez diez o doce. Al principio, como se presentaron pocos, no vi la necesidad de partirlas, pero, después de comulgar los primeros, llegaron otros y luego más, de modo que se llenó el comulgatorio tres o cuatro veces. Hubo por lo menos cincuenta comuniones. Yo quería volver al altar, después de comulgar los primeros, para partir las partículas que quedaban; pero, como me parecía que estaba viendo en el copón siempre la misma cantidad, seguí repartiendo la comunión. Y así continué sin advertir que disminuyeran las partículas y, cuando llegué al último de los que querían comulgar, encontré en el copón, con enorme sorpresa, una sola y con ésta le di la comunión. Sin saber cómo, yo había visto multiplicarse aquellas hostias3.

En otra ocasión, se celebraba en el Oratorio una de las fiestas más solemnes, quizá la de la Natividad de la Virgen santísima. Se habían confesado cerca de seiscientos cincuenta jóvenes y estaban preparados para recibir la santa comunión. Don Bosco comenzó la santa misa persuadido de que en el sagrario estaba el copón lleno de hostias. Pero dicho copón estaba casi vacío y José Buzzetti se había olvidado de poner sobre el altar otro copón con las hostias para consagrar. Este se dio cuenta de su olvido después de la consagración. Don Bosco comenzó a distribuir la comunión angustiado, al ver tan pocas hostias y tantos muchachos rodeando el altar. Desolado por tener que dejar a tantísimos sin poder recibir el sacramento, alzó los ojos al cielo y continuó distribuyendo comuniones. Y he aquí que, con gran maravilla suya y del pobrecito Buzzetti, que de rodillas y confundido pensaba en el disgusto ocasionado a Don Bosco con su olvido, veía él que las hostias iban creciendo entre sus manos de forma que pudo dar la comunión a todos los muchachos con las hostias enteras. Aunque hubiera partido las pocas que había en un principio, no habrían llegado más que para un cortísimo número de comulgantes. Al terminar la misa, Buzzetti, fuera de sí, contó lo ocurrido a sus compañeros, algunos de los cuales habían advertido el hecho y, para comprobarlo, enseñaba el copón lleno de hostias que tenía preparado en la sacristía. Muchas veces contó, durante su vida, este portento a sus amigos, dispuesto a afirmarlo con juramento, y entre ellos nos encontrábamos también nosotros.

El mismo Don Bosco confirmó la verdad de este hecho el 18 de octubre de 1863. Estaba hablando en privado con algunos de sus clérigos; le preguntaron sobre la verdad de lo que contaba Buzzetti. Don Bosco se puso un tanto serio y, al cabo de un rato, respondió: – Sí, había muy pocas hostias en el copón y, no obstante, pude dar la comunión a todos los que se acercaron al comulgatorio, que fueron muchos. Con este milagro quiso demostrar nuestro Señor Jesucristo cuánto le agradan las comuniones frecuentes y bien hechas. Y habiéndole preguntado qué sentimientos experimentaba en aquellos momentos en su corazón, contestó: – Estaba conmovido, pero tranquilo. Yo pensaba: “Es un milagro mayor el de la consagración que el de la multiplicación”. Pero sea bendito el Señor por todo4.

Otro caso. A la fiesta de María Auxiliadora celebrada en Turín por Don Bosco en 1885 asistieron los duques ingleses de Norfolk. Absortos en oración durante la acción de gracias, no advirtieron un prodigio que tuvo lugar allí mismo delante de ellos. Todavía vive el monaguillo que ayudaba a misa y que fue testigo ocular y prudente. Cursaba cuarto curso de bachillerato y se llamaba José Grossani. Hoy es párroco de Moncuco di Vernate, en el arzobispado de Milán. Tal recuerdo lo llena siempre de santa emoción.

Como suele hacerse, cuando algunas personas han de comulgar en un altar donde no hay sagrario, se puso sobre el altar un pequeño copón con las hostias suficientes para que comulgaran los duques y su séquito, es decir, unas veinte personas. El santo las consagró y, al llegar el momento de la comunión, numerosas personas devotas se acercaron también a comulgar. El monaguillo y el sacristán hicieron lo posible para convencer a aquellas personas de que no había hostias suficientes y convenía reservar a los ingleses las que se habían consagrado; pero todo fue inútil, pues nadie estaba dispuesto a ceder. Era una suerte la de poder comulgar de manos de Don Bosco. Y él, notando el nerviosismo por disuadir a las personas extrañas, dijo al ayudante:

– Déjalos, no te preocupes.

– Pero es que las hostias están contadas. ¿Quiere usted que diga que las traigan del altar mayor?

– Deja, deja.

El monaguillo no se atrevió a insistir, pero contemplaba mientras tanto con creciente estupor un verdadero milagro de multiplicación, puesto que Don Bosco, sin partir ni siquiera una hostia, iba dando la comunión a decenas de fieles. Asegura don José Grossani que los comulgantes superaron la cifra de doscientos. Ni ingleses ni italianos se dieron cuenta de ello y el aludido párroco no sabe explicarse cómo nadie haya prestado crédito hasta ahora a sus tantas veces repetida narración5.

Notas

1Memorie biografiche (MB) vol IV, cap. 39, pp. 350-351.

2MB XIII, cap. 26, p. 762.

3MB VI, cap. 71, p. 734.

4MB III, cap. 40, pp. 344-345.

5MB XVII, cap. 18, pp. 447-448

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