Plinio Corrêa de Oliveira.
San Juan de Dios fue fundador de una Orden religiosa famosa, y se volvió uno de los hombres más conocidos de su tiempo.
Toda su fisonomía es marcada por la mirada. Los rasgos son comunes, regulares, no dicen nada especial. El bigote, muy finito, delgadito, ciertamente hacía parte de las costumbres del tiempo; y la barba corta, cubriendo casi todo el rostro. Globo ocular bien hecho, con cierta profundidad, pero nada extraordinario. Nariz, cejas, frente y musculatura, comunes. Sin embargo, todo sale de lo banal por causa de esos ojos oscuros y profundos.
Mirada pensativa y analítica, al mismo tiempo de un místico y teólogo, pensando en algo muy elevado que lo toma por entero. Una fuerza de alma verdaderamente extraordinaria.
Cuando consideramos un semblante como este, debemos compararlo con las fisionomías que encontramos en las calles. ¡Cuántas caras comunes existen por las vías públicas! Pero esta mirada, ¿dónde la encontraremos?
Así comprendemos el trabajo de la gracia, tomando un hombre que probablemente fue común, volviéndolo una gran alma y haciendo, a través de él, una gran obra.
La tradición ubica su nacimiento en Montemos-o-Novo (Portugal) un 8 de marzo de 1495, si bien se cree que pronto se trasladó a España hospedándose en Oropesa (Toledo) en donde se dedicó al cuidado y pastoreo de ganado, ya que fue su primer oficio.
En dos ocasiones sale de allí para incorporarse en la vida militar, iniciando un proceso de búsqueda que lo lleva a regresar a Portugal; después se traslada a Sevilla, y posteriormente llega al Norte de África. La etapa inicial de su vida es confusa y se disponen de pocos datos.
Es en 1538, cuando vuelve a España y se instala en Granada, ejerce el oficio de librero que en la época suponía la vida de contacto en la calle y con libros de tipo religioso. Una fecha especial es el 20 de enero de 1539, cuando tras asistir a la Ermita de los Mártires y escuchar la predicación de Juan de Ávila, se pone en evidencia su proceso de conversión; demostrando de esta manera una fuerte reacción de disconformidad ante lo que veía en la calle, la pobreza y sufrimiento de muchas personas.
Su enajenación es tomada como locura y por este motivo es recluido en el Hospital Real de Granada donde tras contemplar el trato y situación de los enfermos intuye su gran contribución, pidiéndole a Dios que cuando salga pueda disponer de un Hospital donde las personas reciban otro tipo de trato.
Con el apoyo y acompañamiento de San Juan de Ávila, empieza a perfilar su acción hospitalaria, recogiendo y atendiendo a cuantos encuentra en la calle.
Los recursos con los que contaba eran propios, de igual manera las limosnas que conseguía de las personas de buen corazón; exteriorizándolo así: “Hermanos, haceos bien a vosotros mismos”.
Su obra creció con rapidez, la manera de atender a las personas enfermas y desvalidas promovió a que surgieran otras personas que acompañarían su labor, aunque sus primeros compañeros fueron libros de tipo religioso.
Extraído de conferencia de 17/01/1986