La familia se traslada a São Paulo

Publicado el 10/20/2020

Mons. João Clá Dias

En 1893 —cuatro lustros después de haberse establecido en Pirassununga— terminaba definitivamente la permanencia de los Ribeiro dos Santos en esa ciudad. En aquel entonces, los cinco hijos del matrimonio tenían respectivamente: Gabriel, veinte años; Lucilia, diecisiete; Antonio (Toni), quince; Eponina (Yayá), once; y Brazilina (Zilí), cuatro. El Dr. Antonio regresó con su familia a São Paulo conservando gratos recuerdos de aquellos años que, para ellos, fueron heroicos.

Si saudades llevaron, saudades también dejaron. De ello podemos hacernos una idea por las siguientes líneas, escritas por un periodista que en su infancia los había conocido:

«Viene ahora a mi memoria otra imagen que ejercía en mi espíritu de niño una profunda y agradable impresión de simpatía y respeto; más que de simpatía, casi de veneración. ¿De dónde provenían esos sentimientos? Con certeza, del cariño con que me trataba siempre que me aproximaba a él. Abogado de envidiable cultura e inatacable honestidad; detentaba un prestigio tan íntegro cuanto el vocablo puede significar. Socialmente, ese prestigio se traducía en la general estima de la que gozaba entre la población, que lo tenía por un precioso ornamento de su conjunto; políticamente, se destacaba la franca solidaridad que sus correligionarios le tributaban, tanto en las victorias como en las eventuales derrotas del partido que lideraba —el Liberal— todo él colmado de valerosos servicios prestados a las instituciones monárquicas, ideal que conservó intacto hasta la muerte. […] Su despacho, una mansión buscada con confianza por los clientes, correligionarios e innumerables amigos.

El interior de su casa, sagrario sagrado de su respetable familia, constituida por su virtuosa esposa, Doña Gabriela ,y sus hijos, entonces pequeños: Lucilia, Antonio y Gabriel […] Doña Gabriela era el ángel tutelar de aquel dichoso hogar. La docilidad amorosa,con que reprendía alguna inocente travesura de sus hijos, la sonrisa amable con que extendía la mano hacia los pobres que llamaban a su puerta, la entereza con que desempeñaba sus deberes de buena ama de casa y la distinción con que se portaba en la sociedad que tanto la admiraba y quería, justificaban, con sobrada razón, esta frase que oí de una niña y que nunca olvidé: “Bella y bondadosa como Doña Gabriela, sólo la Virgen”» .[1]

Después de mudarse a la capital, Lucilia pudo ver varias veces la Pirassununga de sus tiempos de niña, pues no era raro que la familia pasara las vacaciones en la hacienda de un amigo de su padre localizada en Santa Rita do Passa Quatro, por entonces distrito de su tierra natal. En 1892, el Dr. Antonio vendería la hacienda Santo Antônio das Palmeiras para, tres años después, comprar otra, llamada Jaguary, en São João da Boa Vista, población ubicada en el Estado de São Paulo.

Poco tiempo después de su traslado a la capital [2], la familia se instaló en un bello palacete en el aristocrático barrio de los Campos Elíseos, que comenzaba a vivir sus esplendores, característicos de la Belle Époque [3].

La São Paulo aristocrática

Antes de continuar nuestra narración, detengámonos un momento a analizar el refinado ambiente que sirvió de marco a la juventud de Doña Lucilia. ¿Nos será posible —a quienes vivimos inmersos en este ceniciento y caótico inicio de milenio— vislumbrar el esplendor de la sociedad de entonces? ¿Nos permitirá nuestra triste experiencia contemporánea creer que Brasil, entre los años de 1890 a 1914, desarrolló una esmerada vida cultural y social que, bajo diversos puntos de vista, era comparable a la europea? Esa fue, no obstante, la realidad; y las luces que brillaron en este país lo hicieron con especial intensidad en São Paulo, irradiándose desde la tradicional aristocracia a todas las clases sociales. En apoyo de dicha afirmación podemos recurrir, entre otras, a las declaraciones, libres de toda sospecha, de Georges Clemenceau, destacado protagonista de la alta política francesa, que en 1911 visitó Brasil. Sus impresiones del viaje fueron reproducidas en varios artículos de la célebre revista L’Illustration, de los cuales extraemos los trechos que citamos a continuación:

 

«Ni el gran impulso de la civilización en general, ni la cultura francesa, son novedades en Brasil. Brasil es una antigua sociedad latina que ya puede ostentar sus títulos de nobleza. […] El hacendado (fazendeiro), señor feudal refinado, imbuido del pensamiento europeo […], es infinitamente superior a la generalidad de sus similares en el Viejo Continente, tanto los nacidos de la tradición como los que surgieron de los azares de la democracia. En todas partes somos testigos de su preocupación por conocer y hacer, y notamos la brillante manifestación de una actividad desbordante.

En París, se pasa al lado de este dominador sin sospecharlo, de tal manera difiere él del estereotipo satírico, por su modestia en el hablar y por la simplicidad del modo de presentarse. […] Hay demasiadas afinidades entre los dos pueblos [el francés y el brasileño] ―de lo que pude convencerme a cada momento― para que, a los múltiples atractivos de este grande y hermoso país, no se le sume también a un francés la alegría de una elevada comunión de sentimientos e ideas en una noble concordia de esperanzas y de voluntades.

Tuve la inexpresable satisfacción de comprobarlo en mi primer contacto con el gran público de Río, y la experiencia fue tan felizmente renovada en São Paulo, que me fue posible entregarme sin reservas al placer de hablar como francés a otros franceses, sin que nada me hiciese notar las particularidades de alma de un extranjero al cual me tuviese que adaptar. […] La ciudad de São Paulo (350.000 almas) es tan curiosamente francesa en algunos aspectos que, durante toda una semana, no me acuerdo de haber tenido la sensación de encontrarme fuera de Francia. El hecho de que la lengua francesa se hable allí correctamente no es una particularidad de São Paulo.

 

La sociedad paulista, que por tradición tiene, tal vez, una personalidad más marcada que la de cualquier otro conjunto semejante en la República de Brasil, presenta el doble fenómeno de orientarse decididamente hacia el espíritu francés, y desarrollar, al mismo tiempo, todos los rasgos de la individualidad brasileña que determinan su carácter.

Es indudable que el paulista es paulista hasta lo más hondo de su alma, paulista tanto en Brasil como en Francia o en cualquier otro lugar. Sentado esto, decidme si algún día hubo bajo las apariencias de un hombre de negocios, al mismo tiempo prudente y audaz, que ha sabido valorizar el café, un francés de maneras más corteses, de conversación más amable y con más aristocrática delicadeza de espíritu» [4]

Tomado del libro Doña Lucilia, p. 76-81

Notas:
[1] A. Z. Prado, «Reminiscências». En: O Movimento, Pirassununga, 6-2-1940. Se trata del primer artículo de una serie sobre los «recuerdos saudosos» de Pirassununga. Tras evocar la figura del antiguo párroco, el Canónigo Ángelo Alves d’Assumpção, el cronista pasa a hablar del Dr. Antonio Ribeiro dos Santos y de su familia.
[2] Primero la familia se instaló en el centro de la ciudad, poco después, en diciembre
de 1893, en un amplio palacete con 19 habitaciones que el Dr. Antonio adquirió, cerca de la Estación de la Luz, en la calle Bom Retiro, n.o 88, actual calle General Couto de Magalhães.
[3] Período de la Historia de Occidente caracterizado por el refinamiento de la vida
social, de la cultura, de las buenas maneras, del vestuario y de la existencia en general, restos preciosos del régimen anterior a la Revolución Francesa. Duró desde finales del siglo xix hasta los trágicos cataclismos político-sociales provocados por la Primera Guerra Mundial.
[4]Georges Clemenceau, «Notes de Voyage dans l’Amérique du Sud», n.o XII y XIII.
En: L’Illustration, Paris, 15 de abril de 1911, pp. 291-294; 22 de abril de 1911, pp.
311-313.

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