La farsa del “comunismo mitigado”

Publicado el 06/19/2024

Ya en 1945 el Dr. Plinio denunciaba la maniobra del comunismo soviético para engañar a la opinión pública mundial, haciéndose aceptar por los burgueses anestesiados, dispuestos a cualquier capitulación para gozar de una paz ilusoria y efímera.

Plinio Corrêa de Oliveira

La propaganda comunista ha divulgado con insistencia la afirmación de que el régimen actualmente en vigor en la Unión Soviética ya no es el de Marx, ni siquiera el de Lenin, sino una forma social más mitigada en la que ya se admiten los grandes derechos esenciales de la persona humana y, sobre todo, la libertad de conciencia, la familia y la propiedad.

Política del avestruz

Víctimas ucranianas de la hambruna provocada por el régimen soviético, esperando la apertura de un comedor popular en Aleksandrovsk, Zaporizhzhya en la antigua Ucrania Soviética

Esa afirmación propagada de mil modos, directos o indirectos, ha producido sobre la opinión pública efectos hasta cierto punto contradictorios, pero todos ellos favorables a la expansión del comunismo.

Muchos de los que admiten el hecho como verdadero, y que tienden hacia un régimen socialista realizado sin los derramamientos de sangre y los excesos del comunismo, se vuelven con una curiosidad simpática hacia la URSS, con la esperanza de encontrar allí, prestigiado por el éxito económico, científico y militar, la fórmula de “medio término” a la que, consciente o inconscientemente, tendían de todo corazón.

No faltan las fotografías, los informes y los reportajes de todas las procedencias y todos los gustos que hacen creer, a ese público muy especial, la noticia de que la administración soviética alcanzó en todos los planos, artístico, literario, financiero, administrativo, un éxito completo. Es fácil darse cuenta de las ventajas que la expansión bolchevique obtiene con esa siembra tan copiosa, en un terreno tan predispuesto.

Hay otros que, cansados de guerras, tragedias y privaciones, quieren finalmente divisar los horizontes tranquilos con los que contaban para después de la victoria. Deseosos sobre todo de tomar aliento, dejando para mañana los problemas de mañana, quieren gozar en paz estos días de distensión y, por esto, están dispuestos a practicar, en todos los sentidos, la política del avestruz, cerrando los ojos a todas las cuestiones graves y gozando con despreocupación la vida.

A esos, les sonríe como la más mimosa de las esperanzas, la idea de que Rusia abandonó el comunismo y practica un socialismo pacífico y mitigado. Murió el nazismo. Y también murió el comunismo. La faz de la tierra está limpia de extremismos sanguinarios. Y los hombres de temperamento benigno y costumbres dulces pueden caminar pacíficamente bajo el sol de la victoria, bien seguros de que las disputas ideológicas no los conducirán jamás a las drásticas soluciones de derecha o de izquierda, ni a los trágicos conflictos ideológicos ni a los desenlaces sangrientos y espectaculares que tantas pesadillas les provocaron en otros tiempos.

Cuando la propaganda comunista les pinta a Stalin, ya no más con rostro lleno de saña y larga daga mortal en puño, sino de semblante sonriente, teniendo en los labios, poéticamente enmarañada entre los hilos ennegrecidos de su bigote, la ramita de olivo, se aferran a esta perspectiva como a una tabla de salvación y se defienden de todas las demostraciones en sentido contrario, con la energía con que una persona bien acomodada para un delicioso sueño, se defendería contra el inoportuno que quiere sacarla de la cama, bajo de la afirmación de que se oyen ruidos de una ambigüedad inquietante en el sótano o en la puerta de la calle.

Es bien evidente que el comunismo podrá hacer lo que entienda mientras el burgués anestesiado duerme su sueño delicioso. Es todo un sector de anticomunistas feroces que duerme al son de los partidarios de la propaganda roja, con ventaja no pequeña para la política de Stalin.

Rusia tiene como objetivo obtener simpatías internacionales

Primer encuentro del líder soviético Josef Stalin con el Presidente Harry Truman durante la Conferencia de Potsdam, Alemania, en julio de 1945

En otros tiempos, el fuego ejerció sobre el hombre una misteriosa atracción. Mucho antes de que naciera la graciosa fábula de Ícaro –héroe gentil e imprevisor que volaba hacia el Sol, allí quemaba sus alas de cera, y caía en tierra donde permanecía solo hasta que nuevas alas le permitiesen intentar una vez más la funesta aproximación a las llamas– ya los niños se quemaban los dedos en el fuego. Y aunque menos pacientes que Ícaro, no dejaban de repetir la experiencia, hasta que por fin se convencían de que fuego quema; sin embargo la atracción por el elemento ígneo no desaparecía en ellos. De adultos, seguían jugando con otros fuegos. El fuego de las pasiones. El fuego de la política. El fuego del dinero. Y a menudo no se convencen de que hacen mal, y ni siquiera ven que el fuego los devoró.

Pienso en todo esto cuando veo a ciertos banqueros que juegan con fuego. Por motivos que no vienen al caso enumerar, fingen creer en la hipocresía de los propósitos comunistas, y dan rienda suelta a la propaganda soviética colaborando con sus corifeos.

¿Para qué? Deben tener en esto ventajas extraordinarias, beneficios extraordinarios, digamos. Desorientados por su ejemplo, son muchos los que piensan que realmente el comunismo hoy es otro. Y así, con el propio apoyo de los elementos ultra-burgueses, es como el comunismo va haciendo silenciosa y rápidamente su camino…

Evidentemente, si la propaganda soviética insiste tanto en esa afirmación de que la URSS vive hoy un régimen diferente, es porque pretende establecer un sistema de simpatías internacionales que no podría tener, en el caso de que aún se proclamara, de modo oficial, comunista. Hasta ahora, la URSS poco se preocupó con lo que el mundo pensase de su política. Se sucedían en el antro ruso los hechos más sorprendentes. Grandes matanzas de generales, de diplomáticos, de figuras destacadas del Partido Comunista, allí se sucedían lúgubremente.

El propio Stalin procedió a una “depuración” de correligionarios que fue, en última instancia, una “Noche de San Bartolomé” comunista. Esos espectaculares derramamientos de sangre, producidos tras bastidores, daban mala impresión. Con una palabra de explicación, la URSS podría haber aclarado sus motivos, deshaciendo así esta mala impresión. Pero nunca se dieron a este trabajo que, entretanto, le sería fácil, si las razones del Sr. Stalin fueran confesables.

Y, si no eran confesables, ¿qué credibilidad nos merece hoy su palabra? ¿Qué pasado la apoya? Un pasado de misterios y violencias. Positivamente esta base no inspira fe.

La propaganda comunista miente

Pero volvamos a la propaganda rusa. Hasta hace algún tiempo, tan indiferente le era esta propaganda al público occidental, que todo el mundo se mantenía, metódicamente, en la ignorancia de la globalidad de lo que allí pasaba. Desde hace algún tiempo, vemos que se derriban ante nosotros los muros de la temible fortaleza, y se desvelan ante nuestros ojos jardines risueños y floridos. Rusia hizo cesar el misterio, e insiste en poner a todo el mundo al corriente de su realidad entera. Por la prensa, radio, el telégrafo llama a todos los países y dice que ahora se ha ablandado.

¿Por qué tanta insistencia, después de tanta indiferencia? manifiestamente, su empeño denuncia algún interés y ese mismo interés la hace sospechosa.

Stalin será un estadista mediocre si no tiene ojos para ver todo esto. Si yo estuviera en su lugar, encontraría rápidamente medios para desmoralizar a los burgueses, rancios y obstinados, que persistieran en no dar crédito a mis palabras. Yo les lanzaría el más amable de los desafíos. Pediría a la aristocrática Cámara de los Lores, a los categóricos burgueses de Wall-Street, a los perspicaces Cardenales romanos y a los fogosos totalitarios de Serrano Súñer1, que se constituyeran en comisión y que vayan a Rusia. Yo les daría el derecho de hacerse acompañar de todos los detectives, de todos los fotógrafos, todos los camarógrafos que quisieran llevar yo los hospedaría con confort espléndido y les impondría solo una condición: además de todas las visitas que hicieran por su iniciativa particular, que no dejaran de asistir a los calabozos a escuchar a los presos, a los hospitales a escuchar a los enfermos, a los hogares más modestos para hablar a solas, con el oído pegado en boca de los pobres. Para quitarles cualquier pretexto para rechazar mi invitación, les prometería como recompensa la vida y la libertad de los polacos reclamados con tanto alboroto por los ingleses y americanos en últimos días. Lo que la violencia no conseguirá, yo lo concedería en aras de la reconciliación.

Es en sus manos en las que yo pondría todas las posibilidades de la nueva paz. Y yo querría ver quién, después de esto, podría dudar de que realmente yo había hecho de la Rusia de Lenin, todavía oliendo a sangre y pólvora, el panorama pastoril, delicado, ameno, que Watteau2 pintaría con certeza si aún estuviese vivo.

No se necesita gran astucia para inventar este medio de aplastar la contra-propaganda burguesa. Desde el tiempo de las cuevas, se sabe que el hombre, acusado de practicar cosas deshonestas en su cueva, casa o palacio, insiste en abrir su casa y quizás sus archivos a los detractores para conminarlos a que demuestren su acusación. ¿Será Stalin tan obtuso que no lo perciba? La propaganda comunista me dice que no. Lo presenta como un genio y yo estoy en este dilema:

a) Stalin se compromete, evidentemente, a demostrar que el comunismo de hoy es blando y pacífico como una paloma;

b) el único medio capaz de vencer esa demostración está al alcance de cualquier espíritu primario, y él no lo emplea;

c) dicho esto, o él no tiene visión de estadista, y la propaganda comunista miente cuando dice que es un genio;

d) o, a pesar de sus palabras, hay en Rusia realidades tan evidentes y tan graves que él buscaría esconder a sus visitantes. Y en este caso la propaganda comunista miente cuando afirma que el comunismo ha cambiado.

Miente en un caso, miente en otro caso. No veo cómo salir de ese dilema.

Veremos en el siguiente artículo cómo esta sospecha se agrava en la lectura de los propios documentos de la propaganda de Moscú.

Un comunismo evolucionado

De izquierda a derecha: Clement Attlee, Harry S. Truman y Josef Stalin, con sus respectivos consejeros, en Potsdam, Alemania, en junio de 1945

Se dice que el comunismo, hoy en día, ya no tiene sus antiguas doctrinas y, por lo tanto, ya no se le puede aplicar la condena de los Papas. ¿Es esto verdad?

Para comenzar, ¿qué puede significar exactamente la afirmación de que el comunismo de hoy ya no profesa sus antiguas doctrinas? En rigor, nada.

Supongamos que alguien dijera: “El protestantismo ya no sostiene sus antiguos errores y por lo tanto un católico puede ser protestante”. Que ¿significaría tal afirmación? Nada.

En efecto, se llama protestantismo a cierta doctrina minuciosamente expuesta por los respectivos partidarios, y condenada por la Iglesia.

Si los protestantes abandonan esa doctrina no se dirá que el protestantismo evolucionó y se volvió católico. Se dirá que el protestantismo murió y sus adeptos se convirtieron. No evolucionó el protestantismo, doctrina con errores característicos y propios. Abandonar sus tesis es sinónimo de morir, para una doctrina. Porque las doctrinas tienen sus nombres y su contenido ideológico correspondiente, y ellas deben lógicamente abandonar su primitiva denominación si sus adeptos abandonan sus primitivas ideas.

Esto recuerda la anécdota de un museo en el que estaba expuesta una vieja espada con el cartel: “Perteneció a D. Pedro II”. Con el tiempo, la carcoma devoró subrepticiamente el mango de madera de la antigua arma, y la dirección del museo lo sustituyó por una nueva pieza. Y el cartel continuó. Pasados algunos años, el óxido había inutilizado la hoja. La dirección, solícita, proporcionó lámina nueva. Todo mudó. Una sóla cosa quedó. Fue el viejo cartel: “Espada que perteneció a D. Pedro II”

Así también en el comunismo habrían mudado las ideas, y con ellas los programas y el espíritu de sus partidarios. ¿No sería tan grotesco llamar a esto de comunismo, como continuar a atribuir a D. Pedro II la propiedad de la espada del museo?

Si el protestantismo pudiese evolucionar al punto de aceptar todos los dogmas católicos, sin dejar de ser protestante, la consecuencia sería que el Catolicismo, sin dejar de ser católico, podría venir a asumir, por un movimiento igual y contrario, toda la doctrina protestante. Si un comunista puede continuar a decirse legítimamente comunista habiendo sin embargo abandonado su ideología, sería forzosamente legítimo que un católico se dijese católico aunque dejase de profesar el Catolicismo.

Lo hizo, por ejemplo, el Sr. Salomón Ferraz. Basta sólo preguntar a cualquier teólogo lo que piensa de esta actitud. Ella no es menos bárbara, en términos doctrinarios, que esa del comunismo que continúa a ser comunismo y que, entretanto, pasa a ser católico. Y si un católico acusa de deslealtad al “Obispo Católico Libre Brasilero”, Salomón Ferraz, ¿con qué derecho toma seriamente a cualquier “comunista -católico”?

Sí, se dirá. La expresión “comunismo” es inadecuada a los rojos que dejaron de ser comunistas. La expresión evolucionó de modo impropio, pero designa hoy, aunque indebidamente, una corriente enteramente diversa. O por lo menos considerablemente diversa.

La mano derecha es extendida llena de flores; la izquierda se oculta por detrás de la espalda.

Los que hoy se dicen comunistas no tienen más las ideas de Marx. Su programa, por tanto, ya no puede ser condenado por la Iglesia en los términos en que ella condenó el marxismo.

¿“Su programa”? ¿Qué programa? ¿Dónde está ese programa? ¿Hay un escritor, un pensador, un estadista soviético que haya definido la nueva ideología soviética de un modo claro, preciso, palpable? ¿Donde se concretiza esa doctrina, de modo bien nítido y tangible, para poder ser objeto de análisis de parte de la Iglesia?

No falta aparatosidad a los soviets. Dicen lo que quieren y siempre que es posible actúan con aspavientos. El rojo es un color ostensivo. Lo ostensivo del color parece expresar lo ostensivo de los gustos y de los hábitos soviéticos. Esto puesto, ¿Por qué no hablan? ¿Por qué no se definen? ¿No es sospechosa esa ambigüedad de doctrina?

Consideremos el problema desde otro ángulo. Por todas partes, los líderes soviéticos toman hoy una actitud blanda en relación a la Iglesia, y procuran convencer a los católicos que reina plena libertad religiosa en la URSS. Al mismo tiempo, insinúan de mil maneras que el régimen social en vigor en Rusia ya no es propiamente comunista.

Ahora bien –y todo el mundo sabe eso– si los soviets dicen esto es porque les conviene. Verdad o no verdad, ellos sabrían callar el hecho si no les conviniese. No es en vano que conservan a Rusia como una fortaleza impenetrable a los periodistas extranjeros y aparejada con una prensa absolutamente esclavizada al Estado. Ellos afirman todo cuando les conviene, y sólo lo que les conviene.

Dicho esto, si les conviene inculcar, con o sin razón, que sus doctrinas evolucionaron, ¿por qué no definen sus nuevas doctrinas? ¿Por qué no demuestran por esta forma –la única forma decente y posible–    con claridad meridiana, que no piensan hoy como pensaban otrora? ¿Por qué no promulgan de modo oficial y público su nueva posición doctrinaria?

La explicación sólo puede ser una: porque les conviene ahora tomar una actitud aparentemente conciliatoria, pero no les conviene cortar cualquier posibilidad de retroceder hacia una actitud nuevamente hostil.

La mano derecha nos es extendida llena de flores. La mano izquierda se oculta por detrás de la espalda. ¿Qué contiene ella? Podemos admitir cualquier hipótesis excepto una: rosas, positivamente no. Nadie esconde flores. A veces esconde puñales.

La Iglesia condenó el comunismo y el socialismo…

Continuemos raciocinando. Se afirma que el régimen soviético hoy no es más lo que era, y que la evolución ideológica de los soviets se da en los hechos y no en los meros reportes. Aunque ese mutismo de los reportes sea inquietante, analicemos este nuevo argumento. ¿Cuál es la prueba de esta transformación concreta? Los comentarios acerca de Rusia son los más desencontrados. De todos ellos –y el Legionario exhibirá oportunamente párrafos comprobatorios de este hecho– resalta que nadie puede examinar con libertad a Rusia. Una policía vigilantísima orienta incesantemente los pasos de los visitantes, y paraliza la espontaneidad de las personas del pueblo con los que ellos intentan conversar. En este caso, ¿de qué valen los comentarios “a priori” versando todos ellos sobre una parcela insignificante de hechos, escogidos adrede para análisis de los extranjeros?

Admitamos, sin embargo, que de hecho el régimen sea diverso de lo que Marx soñó. ¿Qué demuestra esto?

Todas la grandes revoluciones han hecho retrocesos estratégicos. En general, después de un período muy agudo, ellas se retraen, adaptan al país por algún tiempo a un estado de cosas intermedio, y prosiguen hacia reformas más arrojadas.

Fue el caso de Francia. Después del Terror, vino finalmente Napoleón. ¿Representó el Corso por ventura el fin de la Revolución? De ningún modo. El fue, según se dice muy espirituosamente, la Revolution en bottes3, el gran realizador y propagador de los principios más vivaces y sutiles de la Revolución. De allá para aquí, ¿qué ha hecho la Revolución sino progresar? ¿Y cómo se hizo ese inmenso progreso sino con sucesivos períodos de realización arrojada y de retrocesos prudentes?

Pero admitamos que no se trata de un retroceso estratégico. Muy concretamente, ¿qué significa para un católico, en el orden absolutamente práctico de las cosas, que el comunismo se aplique mitigadamente en Rusia?

Es preciso tomar en consideración que la Iglesia condenó no sólo el comunismo, sino el socialismo. Es decir, toda la forma de organización social en que se hipertrofien los derechos del Estado, en detrimento de los derechos naturales e imprescriptibles de la persona humana.

¿Qué puede ser un “comunismo mitigado” sino un régimen en que se violan, aunque de modo algún tanto menos radical que en el comunismo, los derechos naturales de la persona humana? Porque, en fin, precisamos ser serios y no podemos admitir que en Rusia todo se pase sin ningún vestigio de socialismo, y ni es lo que pretenden los más dulces de entre los mistificadores soviéticos.

El régimen socialista también está condenado por la Iglesia. Cuando mucho, esa evolución social probaría que Rusia pasó de un régimen más detestable para otro menos detestable. ¿Será lícito para el católico adherir o apoyar doctrinas erradas, sólo porque son menos detestables que otras?

Pío XI definió que los vocablos “socialismo” y “Catolicismo” son incompatibles, hurlent de se trouver ensemble.4

Así, pues, aunque fuese verdadera la hipótesis de que el régimen soviético evolucionó hacia un socialismo menos crudo, no por eso dejaría de ser incontestable que un católico no podría ser favorable a tal régimen. No es comunista, sino socialista. Entonces está igualmente condenado.

incluso si admitiesen la familia y prohibiesen el divorcio

Y concluyamos con una observación muy importante.

No se piense que es sólo por su política antirreligiosa que el comunismo está condenado, o el socialismo. Si por absurdo hubiese un Estado en el que la Iglesia tuviese todas sus libertades escrupulosamente respetadas, pero el régimen económico y social fuese socialista, este régimen estaría condenado.

La Iglesia no condena apenas la política religiosa del socialismo o del comunismo. Condenó la propia esencia de su sistema económico-social.

Así, pues, todas las versiones sobre la propalada libertad religiosa de Rusia – que coexistiría paradojalmente con los ataques de las emisoras soviéticas al Vaticano– no alteran los términos substanciales del problema.

Aunque la Iglesia fuese tan libre en Rusia cuanto en Francia, en Brasil o en la Argentina, e incluso aunque allá como aquí se admitiese la familia y se prohibiese el divorcio, el régimen comunista o el socialista continuaría siendo, por su mero aspecto económico, un ideal prohibido por la Iglesia a sus hijos.

De lo cual, en suma, se concluye que un católico no puede cooperar con un partido comunista o socialista, admitida por hipótesis una diferencia radical entre estos términos, aunque sea muy evolucionado.

Para cortar cualquier discusión, recordemos que Pío XI condenó no sólo la doctrina socialista, sino la propia palabra “socialismo”. Y no condenó la palabra “comunismo” porque, al tiempo de la encíclica Quadragesimo anno,5 nadie había tenido la extravagancia de pensar en un comunismo católico. Pero si el comunismo no es sino la forma más radical del socialismo, la conclusión es fácil de extraerse…

Extraído de O Legionário n. 669, 3/6/1945 y n. 670, 10/6/1945

Notas

1Ramón Serrano Súñer (*1901-+2003) , político español, ministro del gobierno franquista, promovió el envío de la División Azul a Rusia a fin de luchar contra los comunistas; gran número de sus componentes fueron muertos. Uno de los destacamentos fue comandado por el capitán Teodoro Palacios Cueto (*1912- +1980). Católico valeroso.

2Jean-Antoine Watteau (*1684- +1721), célebre pintor francés.

3Del francés: la Revolución en botas.

4Del francés: aúllan de encontrarse juntos.

5Encíclica de Pío XI publicada en 1932, cuarenta años después de la Rerum Novarum, de León XIII.

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