Las bases del auténtico heroísmo nacido de la fe no se encuentran en impulsos hipnóticos y electrizantes, sino en la convicción profunda, en la determinación inquebrantable y en el dominio completo de la voluntad sobre los sentidos.
Plinio Corrêa de Oliveira

Batalla de Las Navas de Tolosa. Museo del Prado
Tanto en la imaginación popular como en el modo de sentir del hombre contemporáneo, existen diversas modalidades de heroísmo que corresponden a tradiciones también diferentes. Tenemos, por ejemplo, el heroísmo alemán, el de la escuela francesa, el de tipo nazi-fascista, comunista, el heroísmo japonés.
Ante estas diversas modalidades, ¿Cuál es la crítica del heroísmo católico y en qué consiste?
Agresividad del heroísmo y de la disciplina alemana
En el siglo XIX, el heroísmo alemán era romántico, como todo lo que caracterizaba aquella época. Se personificó en el ejército del káiser1, distinguiéndose por una elevada idea del Reich2, de la cultura, de la civilización y de la misión germánica que, mediante una guerra librada con esplendor y brillantez caballeresca, llevó el nombre y el dominio de Alemania hasta los confines de Europa, en una época en que el Viejo Continente era el centro del mundo y, dominándolo, se dominaba toda la Tierra.
Este heroísmo alemán se basaba en una serie de convicciones que ellos consideraban evidentes y sencillas, y en función de las cuales tenían una voluntad inflexible de acertar y vencer, que se traducía en el porte erguido de sus soldados. Además, tenían la idea —que me parece muy cierta y que incluso defiende Santo Tomás de Aquino— de que la fortaleza se expresa de manera más excelente en la agresividad a favor del bien.
Creo que la característica del heroísmo alemán se simbolizaba en tres puntas: en las dos puntas del bigote del Kaiser y en la del yelmo del casco del soldado alemán. Esto lo digo sin sarcasmo, porque debo confesar que siento una cierta simpatía por todas las formas de heroísmo, aunque repudio todos los errores que hay dentro de ellas. Pero, en realidad, esas puntas manifestaban lo que el heroísmo alemán tenía de puntiagudo. Se expresaba mediante un conjunto de convicciones muy elementales, muy simples, que eran iguales en evidencia.

La batalla de Austerlitz – Palacio de Versalles
El Kaiser era para ellos la más elevada expresión del pueblo más superior, el alemán, alcanzada en el terreno más elevado del pensamiento humano, es decir, el terreno político. Consecuentemente, el emperador debía ser defendido con el mejor de los ejércitos, el alemán, ya que este era excelente tanto en infantería como en industria bélica. Para ellos, esto era una verdad elemental y simple.

Grosse Bertha
Las fábricas Krupp3, por ejemplo, produjeron uno de los cañones más potentes de la armada alemana, el «Grosse Bertha», Bertha era el nombre de la hija mayor del propietario de la Krupp. Todo esto me parece simpático. La entonación del nombre, un tanto bárbara, se asemeja a la belleza agreste de un peñasco a orillas del Rin, algo prodigioso, aunque es poco elegante comparar a una señora con un cañón, y sobre esto tengo mis reservas. En este punto ya no estamos en el terreno del heroísmo, sino en el de la vida civil, y aquí no me solidarizo con la cultura alemana.
En la cima del yelmo, la tercera punta, está la diplomacia, también agresiva y avanzando. El paso de ganso, con los pies levantados en un gesto de dureza que espanta no solo porque pisa fuerte, sino también porque requiere una destreza que asusta al hombre cuando da este paso, indica claramente la determinación de obtener la victoria. De ahí surgen las masas de soldados alemanes atacando en la Blitzkrieg4. Todo esto corresponde a la imagen romántica del heroísmo alemán.
Sensibilidad nerviosa y fanatismo del heroísmo francés
En contraste con esto tenemos la imagen, también romántica, del heroísmo francés, que estalló en condiciones pésimas por ocasión de la Revolución Francesa. En mi opinión, nada expresa tan bien ese heroísmo como La Marsellesa5. Este himno posee un conjunto de armonías, de élans, de entrains6, que determinan una marcha fulgurante hacia adelante, de espíritus dominados por errores enunciados brillantemente. Y todo el ímpetu de la embestida revolucionaria es, no solo el fanatismo de esos errores expresados brillantemente, sino también la idea de que están embistiendo contra el mundo entero, aunque estén mal armados, mal organizados, en un ejército de gente que incluso lucha descalza, si es necesario, pero que, por su sensibilidad nerviosa, sacan de dentro de sí la capacidad de luchar contra todo y contra todos, derribando todo el orden sacral contra el que se levantaban con impiedad.

El Káiser Guillermo II

Adolf Hitler
Basta con oír cantar los acordes de La Marsellesa para que cualquiera se dé cuenta de lo envolvente que es la música y de cómo, a pesar de todos los horrores, tiene la capacidad de comenzar a entusiasmar y llevar al individuo a marchar con el ímpetu de un coraje individual, en el que lucha y resiste solo, dispuesto a morir en el campo de batalla, padeciendo todos los horrores, para realizar aquello que había decidido. Es otra forma de heroísmo.
El magnetismo hipnótico y electrizante de Hitler
Ya en el heroísmo nazi-fascista encontramos algo parecido y algo diferente a los dos tipos tratados anteriormente. Este se basa, como el de los alemanes, en algunas verdades muy simples y elementales y no en doctrinas abstractas, como las de la Revolución Francesa.
Una verdad elemental era que, como descendiente y continuadora del Imperio Romano, a Italia le correspondía dominar toda la zona del Mediterráneo, como el Mare Nostrum7, para defender la manumisión de la cultura latina, que habitaba en ella como en su tabernáculo, ya que era la primera cultura de todos los siglos.
Entonces, el Führer8 personifica la idea democratizada del Kaiser alemán. Ya no se trata de luchar por una dinastía o por una estructura política, sino de luchar por la idea del pueblo- rey, del pueblo-señor, dotado de más cualidades que todos los demás pueblos que, como no quisieron reconocer tales atributos, tuvieron que recibir una buena paliza para, al fin, dejarse organizar por el pueblo que sabe hacer las cosas.
De ahí nace, naturalmente, la idea del dominio nazista sobre la Tierra, ya no con el bigote puntiagudo del Kaiser, sino con el bigote cínico de Hitler, que más bien me parece escurrido de las narices; bigote de un hombre que ya no tiene nada de la grandeza de la Europa de antaño, pero que, al mismo tiempo, es un gran demagogo, un político muy bellaco, capaz de lanzar miradas oblicuas en las que se trasparece toda su falsedad. Este hombre es un electrizador, un magnetizador. Ahora bien, el Kaiser no era un electrizador, era el representante de una tradición. Hitler, por el contrario, magnetizaba y, cuando gritaba y golpeaba la mesa con los puños, levantaba y determinaba enormes corrientes eléctricas que arrastraban a pueblos enteros a la batalla, a la guerra, a la agresión y al combate, mediante un fluido magnético, un apetito de heroísmo que él era capaz de despertar, dejando a las personas completamente dominadas. Electrizaba a todas las Alemanias: Austria, los Sudetes, los del Corredor Polaco, así como a los alemanes del centro del país.
Heroísmo fatalista e irracional de los comunistas

Entronización del emperador Shōwa (Hirohito)
El heroísmo comunista, por su parte, tiene dos vertientes: la del terrorista y la del soldado de guerra convencional. Este último tiene algo de sombrío, de desesperado, de sádico y fatalista. Basta observar la fotografía de un general o un soldado ruso mirando fijamente a algún punto del horizonte; su mirada es inexpresiva. Se nota que no es la actitud militar, ya que no es fruto de un entusiasmo, sino, esto sí, de un peso misterioso que hay en el alma, más parecido a una especie de incubación diabólica.
Se diría que aquel hombre quedó poseído por haber hecho con el demonio uno de esos pactos irretractables, con el cual participa de todo el odio, toda la agresividad y todo el espíritu de cálculo diabólico, así como también de toda la fría desesperación de quien sabe que ya no le queda ninguna esperanza de salvación; no cree en ningún idealismo, no quiere construir, solo quiere derribar porque sabe muy bien que el orden que finge construir es una negación de toda especie de orden. Él quiere eso y va movido impulsado por una fatalidad hacia la muerte, con rebeldía, va para destruir. Hay algo irracional y fatalista en este heroísmo de hombres hipnotizados que caminan así hacia la muerte.

Oficiales del Ejército Rojo dejando la Puerta de Brandemburgo después de ser condecorados
Muy diferente es el riesgo que corre el terrorista. Este es el individuo que consume drogas y es objeto de toda especie de efectos excitantes. Es el sujeto acostumbrado a la orgía y que, como es propio de los hombres que viven en ese libertinaje, tienen tendencia a despreciar la vida y, por causa de esto, si es comunista se transforma en terrorista; si no es comunista, acaba siendo una especie de playboy loco, de esos que hacen carreras de coches para ver quién pasa primero por tal obstáculo y, al final, se estrella o muere. Es una explosión de agitación, resultado inequívoco de todo un desorden interior o de toda una acumulación de varios desórdenes internos.

Agonía en el Huerto – St. Jodok Landshut, Alemania
El heroísmo japonés, fruto de una desesperación
El heroísmo japonés tiene algo de ciego, de fanático y, al mismo tiempo, de implacable.
El otro día leímos la historia del preceptor del emperador japonés. Cuando murió su predecesor, el preceptor del actual Mikado, , le dio su última clase para confirmar que había asimilado todo lo que le había enseñado. Al comprobar que la cabeza del joven estaba preparada para ser emperador, comprendió que no tenía nada más que hacer. Con total frialdad, sin ningún sentimiento, con una especie de adormecimiento del instinto de conservación que causa pavor, acordó con su mujer, que decidió suicidarse también, y ambos practicaron el harakiri. Me dijeron que esta práctica consiste en sacarse las entrañas con las propias manos.
Hay en esto algo de aquel estado de ánimo que expresan las deidades japonesas: ídolos con rostros feroces, ojos desorbitados de quien, con un ritual de desesperación interior, abandonan la vida porque ya no caben dentro de sus propias entrañas y, cuando sacrifica la vida, inmola algo que les pesa y que ya no quieren soportar.
El propio kamikaze tiene algo de eso. En su heroísmo no se percibe el temor, sino una especie de deformación, por la que excluye el miedo y va hacia la muerte con total indiferencia.
El episodio heroico por excelencia
A fin de cuentas, ¿cuál es el verdadero heroísmo? Es el católico. El ejemplo supremo del heroísmo católico es Nuestro Señor Jesucristo. Él es el modelo de toda forma de virtud y santidad. Y no es solo el modelo, sino la fuente, porque de Él emanan las gracias para que los hombres conquisten la santidad. En mi opinión, la demostración más perfecta que Él dio de su propio heroísmo fue la Agonía en el Huerto de los olivos.
Nietzsche la despreciaba, pues afirmaba que Nuestro Señor no se había mostrado varón en ese paso de la Pasión y que, además, con su doctrina del perdón, con su voluntad, no era verdaderamente un hombre, sino un ser aburrido y meloso. Esta afirmación es blasfema y, si hubiéramos mandado a Nietzsche a cargar con la Cruz, no habría tenido valor para cargarla, habría pedido agua doscientas veces, la abandonaría, apostataría, habría hecho cien cosas para huir de ella.
La agonía de Nuestro Señor Jesucristo en el Huerto es el episodio heroico por excelencia, no solo porque se trata de Él, sino por la naturaleza del episodio.
Él era el Hombre-Dios y, considerado en su humanidad, era perfecto no solo por haber sido concebido sin pecado original, sino porque era el más perfecto de los hombres creados. Poseía todas las cualidades de la creatura humana en su grado más elevado. En Él, todos los instintos eran perfectos, y como el instinto de conservación es un elemento fundamental de todo ser humano, sería un hombre deformado si no lo tuviera. De hecho, lo poseía muy armónicamente desarrollado y más agudo, lo que le llevaba a tener pavor de los supremos tormentos físicos que iba a sufrir. Por otro lado, debido a que poseía una inteligencia perfecta, conocía en profundidad el valor del afecto, la fidelidad y la solidaridad de los amigos. Y, por lo tanto, tenía una comprensión completa de todos los tormentos morales que le esperaban. Así, nunca hubo, no hay ni habrá un hombre que haya sufrido los tormentos físicos y morales que Nuestro Señor Jesucristo sufrió durante la Pasión, no sólo por causa del abandono de los Apóstoles, sino por todas las injurias expelidas por cada una de aquellas almas a las que quiso salvar. Es insondable lo que el Redentor sufrió en esa ocasión.
Pues bien, al llegar el momento de la Agonía en el Huerto, Nuestro Señor, por así decirlo, puso un punto final en su existencia terrena, su obra estaba lista, y en esa noche debía prepararse para su propio martirio, disponer de su sensibilidad física y espiritual para sufrir la Pasión y llevar la Cruz. Todo esto implicaba prever, medir, ajustarse, tomar la resolución y actuar. Agonía, en griego, significa lucha, combate. Por lo tanto, fue la lucha que Nuestro Señor Jesucristo libró contra ese acopio de dolores que, dentro de Él, pedía santísimamente no sufrir, floreciendo en esa oración conmovedora y emocionante.
Comenzó a sentir tedio y pavor, como narra el Evangelio (cf. Lc 22, 42-44), y por miedo a lo que le habría de suceder, comenzó a sudar sangre. ¡No puede haber mayor expresión de miedo! Y dentro de este miedo, en el culmen del sufrimiento moral, no puede haber mayor resolución que la que Él hizo al Padre Eterno: “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz, pero hágase tu voluntad y no la mía”. Lo que equivale a decir: “Si fuera posible, prefiero no sufrir, pero si para seguir tus designios superiores debo sufrir, entonces no insisto en mi oración. Acepto el sufrimiento que me sobreviene y lo enfrentaré. Padeceré hasta el último gemido, hasta la última gota de sangre, hasta la última lágrima. ¡No retrocederé!” Entonces vino un ángel y le dio fuerzas.

Prisión de Jesús – Museo Certosa di San Martino, Nápoles
Convicción inquebrantable de Nuestro Señor Jesucristo
Nótese la extraordinaria belleza de lo sucedido en la Pasión: Nuestro Señor Jesucristo no tuvo miedo en ningún momento, incluso cuando llegaron los verdugos para arrestarlo y le preguntaron: “¿Eres tú Jesús de Nazaret?”, a lo que Él respondió: “Yo soy”, y lo dijo de un modo tan terrible que todos cayeron por tierra (cf. Jn 18, 4-6).
Allí mostró que, si quisiera, no sufriría aquellos tormentos, porque podía expulsar a esos hombres. Iba a sufrir porque quería. A pesar de todo lo que en Él clamaba contra el dolor, Él lo aceptaba y quiso llevarlo hasta el final.
Este modelo de heroísmo tiene como punto central lo siguiente: una convicción. Es evidente que me expreso en términos humanos porque, para referirme adecuadamente a Nuestro Señor Jesucristo, debo hablar de su unión hipostática, de las comunicaciones que su humanidad recibió de su divinidad durante su vida terrena. Pero voy a simplificar la exposición.

Desembarcando en Normandía
Nuestro Señor Jesucristo tenía una profunda convicción, en su humanidad, de todo lo que su divinidad sabía. Entendía que debía que cumplir la voluntad del Padre Eterno y quería que así fuera. Y, como resultado de esta convicción inquebrantable, tenía una voluntad firmísima; como consecuencia de esta voluntad, tenía un dominio invencible sobre las pasiones; por efecto de ese dominio, aceptó el martirio hasta el final. Ahí está el esquema y la explicación de lo que hay de más recóndito en el heroísmo de Nuestro Señor.
El refinamiento del heroísmo católico
A lo largo de la Historia de la Iglesia, este heroísmo se ha repetido. En ciertos momentos, el soplo del Espíritu Santo incendió la Cristiandad, levantando legiones de héroes en las Cruzadas, por ejemplo, o por ocasión de la Reconquista. En tales episodios a menudo vimos a esos héroes ir alegremente a luchar, tanto por la liberación del Santo Sepulcro como para desinfestar el territorio de la Península Ibérica de los moros, de los mahometanos que lo habían invadido.
Sin embargo, lo mejor del heroísmo no es cuando la gracia comunica a los hombres una alegría sensible y la virtud, los actos heroicos son fáciles de practicar.
El refinamiento del heroísmo católico se encuentra cuando abrimos los libros de la historia de las Cruzadas y descubrimos los sufrimientos que ellos pasaron cuando el soplo del Espíritu Santo ya no se hacía sensible; los riesgos que corrieron, enfrentando un calor horrible, tremendas marchas por el desierto, diezmados por la peste o el hambre, teniendo que luchar contra enemigos muy superiores y muriendo en condiciones muchas veces atroces, y sin embargo perseveraron en la deliberación de morir por Nuestro Señor Jesucristo hasta el último momento.
Es decir, había una profunda convicción, una determinación, un acto muy firme de voluntad tomado como resultado de esta convicción, y un dominio completo de la voluntad sobre todos los sentidos, que decían “no”.
Las Cruzadas y la Reconquista no deben verse como marchas alegres de hombres que estaban continuamente entusiasmados, en un continuo encantamiento del acto realizado, y que morían viendo ante ellos los cielos abiertos, listos para entrar en ellos con alegría, llevados por los Ángeles. Hubo cruzados que murieron así, también hubo mártires que murieron así en el Coliseo o en el Circo Máximo, en la plena alegría de dar la vida; pero son muertes excepcionales. La muerte común del héroe católico es una muerte en el miedo, en el asombro, en el tedio, en el horror. Sin embargo, por una profunda convicción, sigue siendo heroica. En esto tenemos el contraste entre el heroísmo de las diversas escuelas mencionadas anteriormente y el heroísmo católico.
Sistemas fabricados por un ímpetu, basados en impulsos
En estas escuelas siempre se tiene en cuenta el miedo por causa de una vergüenza, y sólo se concibe el verdadero héroe como un individuo preparado por una especie de calefacción propagandística para hacer lo que el partido o la nación quieren de él. Ahora bien, la convicción razonada, reflexiva y deliberada se considera algo secundario.
Así, ya sea por medio de las falanges que marchan a paso de ganso, la hipnosis del Führer, el romanticismo contagioso de la Marsellesa, o este otro tipo de hipnosis siniestra del comunismo, se intenta hacer hombres, guiados no por convicción razonada, sino por medio de algunas ideas simples que parecen evidentes y que ni siquiera han sido objeto de un análisis, fanatizados, embriagados por un sistema de propaganda, ni siquiera sienten su instinto de conservación y se lanzan al peligro ciega y locamente.
El resultado es que, después del momento de heroísmo, el sistema se derrumba, porque está hecho solamente para algunos grandes embates y para la victoria; sin embargo, si la embestida no tiene éxito y es necesario empezar a resistir, el sistema se derrumba, no puede sostenerse, porque todo está fabricado por un ímpetu; es un sistema basado en impulsos y, por lo tanto, no tiene duración.
La prueba de esto está en la historia de todos estos regímenes. El Kaiser Guillermo II, por ejemplo, fue derrotado en la guerra, se rindió al adversario para evitar la invasión. La Alemania imperial se derrumbó por completo, esos ejércitos se disolvieron y todos acordaron capitular ante Francia para evitar que el territorio fuera perjudicado. En resumen, se produjo una hermosa embestida, que culminó en un cálculo económico y una capitulación.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los aliados y los rusos atacaron Alemania una vez más, la invadieron violentamente y la bombardearon, aunque hubo resistencia. Sin embargo, si lo analizamos bien, la resistencia fue hecha por una poca gente que tenía una tradición de patriotismo. Los jefes vacilaron, flaquearon, intentaron huir, traicionaron a Hitler. Cuando Hitler se suicidó en el Búnker 13 en Berlín, solo tenía unas pocas personas con él.
Los historiadores alemanes reconocen que, por causa del desembarco inglés en Normandía14, episodio que dio un vuelco a la guerra, todos los grandes generales alemanes estaban escondidos, en la retaguardia, lejos del campo de batalla: uno de ellos estaba celebrando el cumpleaños de su madre, otro iba a ver un castillo que había mandado restaurar… Todos estaban ocupándose de sus pequeños asuntos, el impulso había pasado.
Tomemos, por ejemplo, el heroísmo de los integralistas15 brasileños. Hubo un tiempo en que dos fuerzas estaban en claro ascenso en la juventud brasileña: el movimiento católico y el movimiento integralista. Una vez, un integralista vino a visitarnos y nos dijo:
—¿Qué están haciendo ustedes aquí?
—Estamos haciendo un círculo de estudio.
—¿Eso para qué? — Preguntó.
Le respondí:
—Para compenetrarnos de la Doctrina Católica y luchar.
—¡Nada! No es con un círculo de estudio como se prepara a un héroe, sino por medio de una galvanización, un calentamiento del entusiasmo. Nosotros, los integralistas, cuando oímos hablar de comunistas, se nos pone la piel de gallina y estamos dispuestos a saltar sobre el comunismo como un gato salta sobre un ratón. Yo dije:
—Esto no va a dar ningún resultado, a menos que ustedes sean perfectamente irracionales, porque cuando llegue el momento del miedo, no va a salir nada.
Poco después, ambos movimientos recibieron una paliza: Getúlio Vargas comenzó a combatir el integralismo y el progresismo atacó a nuestro movimiento. El movimiento integralista se disolvió por completo y varios de los llamados “gatos” se convirtieron en comunistas. Gracias a Dios, nosotros seguimos muchas veces arriesgando nuestra vida, incluso frente al daño moral y difamaciones sin nombre.

Batalla de Guadalete – Museo del Prado
La Fe, el fundamento del heroísmo católico
El fundamento del heroísmo católico es la fe. Por lo tanto, son las convicciones, las certezas de la fe que la persona adquiere en el estudio, en la oración, en la meditación, en la victoria interior contra sí mismo, contra sus pasiones desordenadas, siendo casto, puro, diligente en su trabajo, coherente, formando un espíritu intransigente contra la Revolución, aplastando el respeto humano, viviendo exclusivamente para la Causa Católica sin preocuparse, salvo en la medida indispensable, de sus intereses personales.
Así es como una persona forma su heroísmo interior para después convertirse en héroe en el campo de batalla. Esta es la diferencia entre las escuelas neopaganas de heroísmo y la escuela católica de heroísmo, de la cual, con las limitaciones y miserias del ser humano, buscamos ser discípulos. Este es el heroísmo para el que queremos prepararnos. El tiempo presente lo pide más que nunca. Nuestro siglo será el siglo de los héroes, porque nadie más sobrevivirá, excepto los héroes.
En esta época es necesario entender que nacimos para ser héroes de la Fe, no por puro impulso o por mero temperamento, sino para ser heroicos como lo fue Nuestro Señor Jesucristo.
Alguien dirá: “Es pretenciosa la comparación”.
Y yo respondo: no se trata de una comparación, excepto porque Él es el modelo que debe imitar todo católico. Nuestro Señor Jesucristo mismo dijo: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Por lo tanto, debemos decir: “¡Sed heroicos como Nuestro Señor Jesucristo lo fue!” Esta es la verdadera escuela del heroísmo.

El Dr. Plinio en 1971
(Extraído de conferencia del 18/2/1971)
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1) Título usado para el emperador del Sacro Imperio Germánico (962- 1806), de Austria (1804-1918) y de Alemania (1871-1918).
2) Nombre oficial del Estado-Nación alemán entre 1871 y 1943.
3) Perteneciente a la familia Krupp, una importante y antigua dinastía alemana de Essen. La fábrica Krupp fue la mayor empresa de Europa a principios del siglo XX y la principal fabricante de armas de Alemania durante las dos guerras mundiales.
4) Del alemán: guerra relámpago. Táctica de ataques rápidos y por sorpresa, con el fin de impedir que las fuerzas enemigas puedan organizar la defensa.
5) Himno revolucionario compuesto por ocasión de la Revolución.
6) Del francés: vivacidad alegre, optimista.
7) Del latín: «nuestro mar». Término utilizado por los antiguos romanos y recuperado por los nacionalistas tras la unificación de Italia en 1861.
8) Del alemán: líder, jefe. Término que, aunque común en la lengua alemana, se asoció a Adolf Hitler.
9) Denominación creada al final de la Primera Guerra Mundial, cuando Alemania cedió a Polonia una estrecha franja de tierra junto al mar Báltico.
10) Título del emperador de Japón. En el momento de esta conferencia, el emperador era Hirohito (Shōwa).
11) Suicidio ritual practicado en Japón, especialmente por los guerreros, que consiste en rajarse el vientre con un cuchillo o un sable.
12) Friedrich Wilhelm Nietzsche, filósofo (*1844 – †1900).
13) Complejo subterráneo de salas, en Berlín, conocido como el Führerbunker, ubicado a cinco metros bajo tierra dentro del edificio de la Cancillería del Reich.
14) Ocurrió el 6 de junio de 1944. 15) Movimiento que pretendía unir las tradiciones políticas, culturales y religiosas.