La gracia que habita al niño bautizado

Publicado el 06/01/2022

Cuando el niño es bautizado, se torna templo del Espíritu Santo. A medida que va madurando, Dios acompaña el despertar de su inteligencia, voluntad y sensibilidad. Ya en los primeros centelleos de la razón comienza a existir algo de la noción de culpa y la posibilidad de un pecado, pues él ya tiene libre albedrío y responsabilidad moral. Se inicia entonces, cierta lucha dentro del niño, que es la batalla trabada por Dios contra el demonio.

Plinio Corrêa de Oliveira

Evidentemente, cuando fui bautizado yo no poseía con- ciencia de mí mismo, de manera que no tengo la menor sombra de recuerdo de mi Bautismo. Como todos los niños, debo haber llorado mucho, y estoy seguro de que recibí la gracia bautismal porque todos la reciben cuando son bautizados. Esto es de Fe, de manera que no tengo duda a este respecto.

La felicidad del Limbo y la del Cielo

La Doctrina Católica aconseja que el niño reciba el sacramento del Bautismo lo más pronto posible, entre otras razones porque puede suceder que él muera de un modo inopinado.

Aunque sea un bebé bien constituido y fuerte, puede fallecer, por ejemplo, debido a una sofocación. Y, si muere sin ser bautizado, no irá al Cielo, sino al Limbo, que es un lugar de una felicidad completa, no obstante de segunda categoría.

Aposentos Palacio de Versalles, Francia

Para que tengamos una idea de lo que es esta felicidad, imaginemos lo siguiente: una persona va a morar en Versalles, en el mejor de los apartamentos, en el auge del lujo, del confort, de la buena mesa, e intimando con el rey continuamente. Esa persona puede decirse que reunió en torno a sí varios elementos de felicidad.

No es una felicidad perfecta, porque en la Tierra ella no existe. Pero podemos suponer una persona que, por designio de Dios, gozase en Versalles de una felicidad suprema: tuviese una inteligencia perfecta, una voluntad de hierro, una sensibilidad muy proporcionada, armoniosa, así como todas las cualidades que hacen a una persona atrayente y agradable. Ella sería, por tanto, con excepción del rey, el centro de la corte, que atraería a todo el mundo en torno a sí.

Príncipe de Conti

Había personas así tan apreciadas en la corte que superaban al monarca. El Rey Luis XIV, por ejemplo, tenía un primo relativamente próximo que poseía el don de la conversación fascinante; se llamaba el Príncipe de Conti.

Cuando el Monarca estaba en una sala y entraba este Príncipe, él precisaba por el protocolo dirigirse al Rey y hacer una profunda reverencia, a la cual el soberano respondía con un saludo superior y más discreto. Y si el Rey no le dirigiese la palabra, él iba a cualquier rincón de la sala a fin de conversar con otras personas. En poco tiempo Luis XIV estaba casi sin gente en torno a sí, porque el Príncipe de Conti sabía conversar de tal modo que las personas dejaban simplemente al Rey e iban a oírlo hablar.

Una de las cosas que hace nuestra vida agradable es sentirnos agradables a los otros. El hecho de que las personas se regalaran con el Príncipe de Conti, desearan y prefirieran su presencia a la del propio “Rey Sol”, es más que ser Luis XIV, a mi modo de entender.

Esa rama de la familia real era muy capaz. Los Conti construyeron un castillo para sí mismos, a una distancia no muy grande del Palacio de Versalles.

Rey Luis XIV de Francia

El castillo fue quedando tan bonito que Luis XIV mandó un recado: “Les prohíbo aumentar el castillo o poner adornos, porque deja a Versalles en la sombra.” Vemos así cómo ellos sabían hacer las cosas.

Entonces, imaginemos un hombre que, además de todo cuanto describí arriba, tuviese el don de la conversación que el Príncipe de Conti poseía.

En fin, con un hombre así se podría imaginar un poco lo que sería la felicidad existente en el Limbo. Pero la felicidad del Cielo deja al Limbo a años luz de diferencia, porque en el Paraíso Celeste la persona ve cara a cara a Dios que es infinito y, por así decir, dialoga sin cesar con cada uno de los habitantes del Cielo. Entonces, es una felicidad perfecta, infinita, que con nada se puede comparar.

Comienza una batalla en el interior del niño

El niño bautizado pasa a ser hijo de Dios

No se puede, por relajamiento, retrasar el Bautismo. Comprendemos, por tanto, que un niño, luego de ser bautizado hasta iniciar el uso de la razón, no se acuerde de nada.

Aunque sea un templo perfecto del Espíritu Santo, él no comenzó todavía a tener aquella conciencia de la gracia que adquiere a medida que va madurando y comprendiendo mejor ese don divino.

Tal es el valor de la gracia que habita un niño bautizado, que hubo un Santo – cuyo nombre no recuerdo, y creo que han existido otros Santos que hacían esto – , el cual, encontrando a un niñito recién bautizado, acostumbraba a besarlo en el pecho, porque, decía él, era el tabernáculo del Espíritu Santo.

A medida que el niño va madurando, Dios acompaña el florecer de su inteligencia, así como de su voluntad y sensibilidad. En los primeros centelleos de la razón, ya comienza a existir alguna cosa de noción de culpa o no culpa. Y como tal, la posibilidad de un pecado, pues ella ya tiene libre albedrío y responsabilidad moral.

Comienza entonces cierta batalla dentro del niño, que es la batalla trabada por Dios con el demonio dentro de cada uno de nosotros. Digamos, por ejemplo, que un niño esté jugando en su cuarto. Su madre, que es extremadamente cariñosa, bondadosa, entra en la habitación, pero el niño está con más deseos de jugar que de recibir las caricias de la madre.

Notando que su hijo tiene poco deseo de estar con ella, la madre lo agrada todavía más para ver si lo atrae.

Mi alma estaba como pegada al alma de Doña Lucilia

Doña Lucilia con Plinio en sus brazos

Recuerdo que, siendo niño, restableciéndome de una enfermedad cierto día el médico dijo a mi madre:

Él ya no está enfermo, pero debe quedar en cama para preservar-se un poco y recuperar fuerzas – yo era un niño muy débil. Ud. aliméntelo cuanto pueda, dele tales y tales remedios y mañana o después estará bien.

Naturalmente mi mamá quedó contentísima.

En mi infancia, acompañé esto al punto de poder contar pormenores; yo tenía mi alma por así decir pegada al alma de ella. No eran raciocinios que hacía, aunque actuaba razonablemente.

Es decir, la rectitud que el Bautismo puso en mí me llevaba a querer el cariño de mamá y a dedicarme a ella como ella se dedicaba a mí. Yo sentía una alegría en estar con ella como no tenía con nadie. Y, aunque estuviese todavía quebrantado, si me dijesen: “Si tú estás bien, Doña Lucilia va a hacer un viaje”, yo prefería permanecer en cama restableciéndome y que ella no viajase.

En estas circunstancias, había una porción de actos de cariño de ella hacia mí, a los cuales de un modo general – no a cada uno de ellos – yo debería corresponder con afecto amoroso.

De manera que cuanto más ella se daba, más yo me entregaba a ella y la unión de nuestras almas comenzase perfectamente en esta ocasión, aunque yo fuese un niñito.

Y puedo decir que si no me porté perfectamente – no me acuerdo de ninguna falta, pero puede haber habido – , me porté casi perfectamente. Esto me ayudó mucho a que más tarde, cuando fui puesto delante del fenómeno religioso en la Iglesia del Corazón de Jesús, mi alma estuviese rectamente abierta para aceptar aquella temática, más o menos como una planta que respira el aire bueno y de eso ella vive.

Esta rectitud preparó una rectitud mucho mayor: delante del Sagrado Corazón de Jesús, del Corazón Inmaculado de María, de la Liturgia católica, de la Misa, del órgano, de la Santa Iglesia. Así, paso a paso, Nuestra Señora me ayudó y me dispuso de manera a que yo llegase a ser, mejor o peor, aquél que soy hoy.

Extraído de conferencia del 25/6/1994

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