
Marcada por hechos grandiosos que causan entusiasmo, la Historia da lugar a diferentes tipos de gloria. ¿Cuál es la primera y la mayor de ellas?
Plinio Corrêa de Oliveira
Podríamos definir el entusiasmo como el sentimiento que se produce en el alma cuando alguien es puesto en presencia de una acción notablemente grande a varios títulos —como, por ejemplo, su tamaño, su arrojo, su belleza—, la cual haya costado un esfuerzo y un riesgo también notable para ser realizada.
Si recorriéramos las más diversas realizaciones posibles de un hombre, veremos que siempre que una de ellas entusiasma a terceros es porque se hace notar por algunos de estos títulos.
Una gran acción: el descubrimiento de América

Partida de Cristóbal Colón para América. Biblioteca del Congreso. Washington
Tomemos como ejemplo la acción de Cristóbal Colón descubriendo América. Es una acción notablemente grande porque lo fue en sus efectos, desde el conocer un mundo nuevo. Es grande por el esfuerzo empleado en ella y por los riesgos a que exponía a los navegantes, pues exigió de ellos que avanzaran por primera vez en dirección a lo desconocido. Además, en aquel tiempo se tenía más o menos la idea de que el mundo fuese circular, pero a la manera de una bandeja. Entonces, el gran problema era llegar hasta el confín del mar, donde ellos suponían que este se ligaba con el cielo.
¿Qué sucedería allí? Algunos suponían que las aguas del mar caían en un abismo sin fondo, y cuando llegaran imprudentemente a este lugar, la nave se hundiría. Era, pues, una acción muy arriesgada, incluso porque muchos de ellos creían que había figuras mitológicas, demonios en los extremos del mar, lo que les infundía terror de llegar hasta allá y ser tragados por alguna fuerza extraña. Todo eso les daba un verdadero pavor.
Por fin, la acción era grande debido a la enorme travesía a ser hecha.
Más aún, se nota la grandeza de la acción por la dama ilustre que la encomendó: Isabel la Católica, que al conquistar Granada juntamente con su esposo, el Rey Fernando II, puso término a la larga reconquista emprendida por España y Portugal que lucharon valientemente durante siglos para libertar la Península Ibérica del poderío mahometano.
Es bonito considerar cómo el primer acto practicado en Granada luego de su conquista fue el mismo realizado en América por ocasión de su descubrimiento: se celebró una Misa.
Se comprende que, para recompensar todo eso, la Providencia haya abierto, por así decir, las puertas del mar a esas dos naciones: para Portugal, las navegaciones por el Cabo de Buena Esperanza hasta alcanzar Japón y más tarde China. Para España, en sentido diverso, navegación rumbo a un destino tan incierto a punto de, en determinada altura, los marineros de Colón estar medio rebelados contra él, queriendo volver porque no había más forma, aquel mar no acababa más, por otro lado, no debería haber tierra alguna, aquel emprendimiento era una locura.
Cristóbal Colón estaba en el momento de tener que enfrentar una revuelta de sus marineros, cuando comenzaron a aparecer ramas verdes de árboles flotando en el mar, lo que es señal evidente de que había tierra cerca. Entonces, fueron avanzando hasta llegar a la isla de Santo Domingo y comenzar la conquista de América.
La Reina se ve obligada a dar en prenda las joyas de la Corona

Reina Isabel I de Castilla
Hay un pormenor que hace a este emprendimiento todavía más digno de nota: la Reina Isabel no tenía dinero para pagar la expedición. Sin embargo, ella no vaciló en dar el lance. Mandó tomar las joyas de la Corona, las empeñó y recaudó el dinero. Por tanto, si Colón hubiera naufragado, la Reina perdía todas las joyas de la Corona española. Pero Isabel la Católica tuvo valor en todos los sentidos de la palabra.
Poco tiempo después del descubrimiento de América, le enviaron a ella una nave con la noticia, y así ella supo que no sólo pagaría a Colón, sino que sacaría un lucro mucho mayor que el valor de las joyas de la Corona.
Estando en viaje a Barcelona, tuve la oportunidad de conocer las copias, hechas de acuerdo a los documentos del tiempo, de las tres naves de la escuadra de Colón: la Santa María, la Pinta y la Niña. Pude entrar en esos navíos que son copias fidelísimas de aquellas embarcaciones. Ahora bien, ¡son tres “cáscaras de nuez” dentro de las cuales aquellos hombres audaces embarcaron rumbo a lo desconocido!
Por esos varios aspectos podemos analizar cómo fue grande esa acción.
La prueba de Cristóbal Colón y la victoria inesperada.

Las tres carabelas de Colón: la Niña, la Pinta y la Santa María
Hubo, además, la gran prueba para Colón. El había estudiado, había hecho cálculos según los cuales estaba seguro de que esas tierras deberían existir, y enfrentó la rebelión de la tripulación, que podría haberlo matado.
Sin duda, es bello cuando se alcanza una victoria esperada; pero cuando llega la victoria inesperada, ésta es todavía más bonita.
Y sucedió precisamente que en cuanto él estaba cercado de aquellos hombres insatisfechos, fastidiado y temiendo una revuelta en cualquier momento, de repente alguien grita una palabra más o menos de este género: “¡Tierra a la vista!”
Tal vez él recelara de que se trataba de un delirio del marinero, porque a veces las personas sujetas a mucha preocupación comienzan a delirar. Podríamos imaginar a Cristóbal Colón corriendo a cubierta y viendo aquellos pedazos de árboles que eran emisarios del Continente americano viniendo al encuentro de su descubridor.
A mi ver, de todos los aspectos por los cuales esta navegación despierta el entusiasmo, el más importante es el riesgo. Si no hubiera habido riesgo de vida, todo eso sería mucho menos grandioso. Aunque no se traten de proezas militares, los riesgos de este viaje despiertan un entusiasmo parecido con el militar, precisamente porque aquellos hombres arriesgaron la vida por un elevado objetivo.
La belleza del combate en la Edad Media
A ese respecto, son características las batallas medievales con guerreros revestidos de coraza, yelmos, polainas, con escudo, lanza, espada, montados en fogosos corceles y formados en filas, listos para el embate. Estando así los dos ejércitos, frente a frente, en uno de ellos destacaba un cantor, que se adelantaba y cantaba las razones por las cuales ellos iban a combatir. Poesías o cánticos improvisados o repetición de viejas canciones célebres, cuyas letras eran adaptadas a las circunstancias del momento.
Terminados los cánticos por ambos ejércitos, los ánimos estaban en el auge de su calor, los heraldos se retiraban y las dos caballerías partían para el ataque.
A veces, por la violencia del entrechoque, las lanzas se rompían en astillas, los caballeros caían por tierra, pasando a combatir a pie, con espadas. La batalla que al inicio, según la expresión francesa, era “rangée”, organizada en filas, después del primer choque pasa a ser “melée”, porque todos se mezclaban, los ejércitos se interpenetraban y los contendientes luchaban cuerpo a cuerpo. Algo semejante se daba con la infantería.
A veces la victoria era celebrada con otro cántico por el heraldo del ejército vencedor.
De entre las posibles glorias de un hombre, la militar era considerada una de las mayores en la Edad Media. Por ejemplo, Carlomagno fue un gran administrador, gobernador y buen diplomático. Para su tiempo era un hombre culto, en fin, de mucho valor. No obstante, lo que las canciones de gesta exaltan en él es mucho más el guerrero que cualquier otra cualidad.
¿Por qué? Porque en la guerra está el riesgo, el esfuerzo, la gloria.
Con el advenimiento de las armas de fuego, la guerra del coraje cede lugar a la de la riqueza
A partir del momento en que se descubrió la pólvora, todo esto comenzó a declinar, porque la guerra comenzó a ser cada vez más mecánica. Quien poseía más armas de fuego tenía la ventaja. Ahora bien, tenía más armas quien contara con más dinero. Luego, ya no era más tanto la guerra del coraje cuanto la de la riqueza.
Así siendo las cosas, el rey más rico era el que hubiera conseguido buenos préstamos de grandes capitalistas. Así, por detrás de la guerra no aparecía más la figura grandiosa de un Carlomagno, soberano militar que arriesgaba su sangre, sino que estaba el interés financiero de un monarca que necesitaba adular a algún financiero a fin de conseguir los medios para hacer la guerra. Por otro lado, el tiro dado a distancia disminuye la sensación de riesgo, aunque tal vez haya mayor peligro en la guerra con armas de fuego.
Después comenzaron a aparecer otras formas de guerra aún menos gloriosas, ejecutadas no más de ejército a ejército sino de ejército contra población civil. Entonces, por ejemplo, el uso de la artillería a larga distancia, teniendo como objetivo alcanzar las ciudades del país adversario. Hasta llegar a los recursos más recientes y terribles como la guerra química y bacteriológica, con la cual se puede contagiar y exterminar a poblaciones enteras.
¿Qué gloria hay en diezmar así a señoras, niños, ancianos, que ni siquiera están luchando? Hay, sin duda, una suma crueldad, no un coraje fenomenal. Ahora bien, ¡la gloria militar no está en el número de víctimas que el guerrero hace, sino en la cantidad de riesgos que corrió y en el valor con que él los enfrentó! ¡Se comprende la diferencia fantástica existente entre esto y la batalla medieval precedida por heraldos!
Un lance característico de la guerra moderna que marcó la Historia contemporánea fue la destrucción de Hiroshima y Nagasaki, las dos ciudades de Japón donde había mayor población católica y sobre las cuales cayeron bombas terriblemente mortíferas. ¿Qué coraje tuvieron los aviadores que tiraron esas bombas? Nadie habla de ellos para glorificarlos. Creo que esos pilotos habrán tenido remordimientos de conciencia al considerar lo que hicieron, ¡de tal modo las consecuencias fueron tremendas!
La gloria literaria consiste en resucitar el heroísmo.
Hay otro tipo de gloria relacionada con la gloria militar.
Todas las naciones pasan por fases heroicas en su historia. España, por ejemplo, en el período de las Cruzadas; sin embargo, a mi ver, fue todavía más en la época de las contiendas contra los protestantes para mantener la santa Fe Católica Apostólica Romana. Se trata, por tanto, de una lucha muy meritoria que corresponde a la época de oro y de gloria militar de aquella nación.
Con todo, hay períodos en la historia de los pueblos en que se apaga el espíritu militar, y el entusiasmo por el heroísmo militar cede lugar al gusto de sentirse en seguridad, en la comodidad de su hogar dentro del cual transcurre una ‘vidita’ sin lances heroicos. Esos son los períodos de la degradación de una nación.
Aquí entra el papel de la gloria literaria, que consiste en levantar en el alma del pueblo el gusto por lo maravilloso por medio de los recursos literarios relacionados con el uso de la palabra, pero sirviéndose de otros, inclusive y muy largamente por la música. Con eso pueden reavivarse en el hombre los sentimientos que hacen de él un héroe, llevando a una población entera que va haciéndose lerda, egoísta y perezosa a levantarse, de repente, como un solo hombre. Esta resurrección del heroísmo tiene la belleza del propio heroísmo. Un ejemplo característico son Los Lusiadas de Camões, que no es propiamente un cántico de guerra, sino un poema exaltando la gloria de los navegantes portugueses que realizaron la proeza de descender por África, dando vuelta por el “Cabo de las Tormentas” –que después de esta hazaña pasó a ser llamado “Cabo de la Buena Esperanza”– entraron por el Océano Indico, llegaron a tocar en la India, y fueron hasta Japón. Quisieron ir hasta China, pero no pudieron. Y a eso se liga otro tipo de gloria.
Una conquista más valiosa que todo el Universo.

San Francisco Javier
En una de las numerosas expediciones marítimas de los portugueses, viajaba con ellos San Francisco Javier, que ansiaba por convertir China a toda costa. Sin embargo, cuando se dirigía hacia allí enfermó en una pequeña isla. Sintiendo la proximidad de la muerte, pidió que lo dejaran con la mirada hacia China, gesto que en el caso concreto de él correspondía al valor de morir mirando hacia el Cielo. El moría contemplando el regalo magnífico que su gran alma de apóstol deseaba dar a Dios. San Francisco Javier quería que el “Celeste Imperio”, como era llamado en aquel tiempo, fuese dado al Rey dueño del Cielo.
Esa es la gloria religiosa, propia de quien quiere alcanzar para Dios una grande victoria en la tierra, un gran número de almas para que Él sea el Señor y Rey de ellas en el Cielo por toda la eternidad.
De este modo se da a Dios algo que Él ama más de lo que cualquier conquistador podría desear.
En efecto, si un misionero consiguiera salvar el alma de uno sólo de nosotros, daría más a Dios que si un hombre pudiera conquistar para Él la Tierra, la Luna y todo nuestro sistema planetario. Porque la Iglesia nos enseña que todo cuanto Nuestro Señor Jesucristo sufrió en su Pasión y Muerte fue para poder rescatar a todos los hombres, pero que Él hubiera sufrido lo mismo por cualquier hombre individualmente. En otras palabras, si Dios hubiese creado un solo hombre y este hubiese pecado, Nuestro Señor estaría resuelto a padecer toda su Pasión y Muerte en la Cruz para rescatar aquella alma.
Pues bien, imaginen a un misionero que consigue la conversión de un país entero, el cual, durante siglos, hasta el fin del mundo, sigue siendo un país católico, ¡cuántas almas van al Cielo porque aquel hombre dio aquello a Dios!
Carlomagno, Emperador misionero

Emperador Carlomagno
¡Pobre Cristóbal Colón, si lo comparamos con Carlomagno, guerrero magnífico que contuvo a los bárbaros en Alemania y les quebró la saña, impidió a los moros pasar por los Pirineos y contribuyó a comenzar la reacción contra los paganos normandos que entraban por los ríos de Francia, lanzando de ese modo los fundamentos de la Europa actual! Durante siglos y siglos, la Europa católica, señora del mundo, era hija del regalo dado a Dios por Carlomagno.
Es una belleza dar una nación a Dios. Carlomagno dio un continente, la más gloriosa e ilustre familia de naciones que hubo en la Historia: Europa. Dio más, América es hija de Europa de punta a punta. Ella es también un fruto de Carlomagno, el Emperador misionero.
San Benito y la primera de todas las glorias.

San Benito de Nursia
Con todo, es preciso considerar que nada de eso hubiera servido de nada si no hubiese sacerdotes y legos especialmente dedicados para convertir las almas. El gran Carlos conquistó las áreas que conquistó, quebró a los adversarios, pero para bautizar, atender en Confesión, arrancar del paganismo a esa gente y encaminarla en las vías de la Civilización Cristiana, para construir la Cristiandad con sus catedrales, universidades, su feudalismo, toda su cultura, en fin, todo eso fue objeto mucho más de la labor de misioneros que de Carlomagno.
Entre tantas figuras se destaca la de San Benito, fundador de los Benedictinos, la gran Orden de los Misioneros de la Edad Media, que esparció conventos por toda Europa y fue el factor principal de la conversión de aquel continente.

Abadía de Montecassino, Italia
Buscando la soledad, ellos constituían abadías, para huir de las ciudades, centros de perdición. Pero las ciudades salían corriendo detrás de ellos, pues cuando fundaban un monasterio las poblaciones católicas se localizaban en torno. Y así se fue repoblando la Europa católica.
¿No es ésta una gloria superior a la militar y a la literaria? Sin duda es la primera de las glorias, porque mira a la gloria de Dios más directamente, conquistando para Él algo que vale enormemente más que tierras y tesoros: almas.
Además, esos héroes hacen un sacrificio más grande que el del soldado. Una cosa es decir: “Yo avanzo, muero, ¡pero voy al Cielo!”. Otra más noble es: “Yo voy hacia adelante, vivo y arrastro una larga y dura vida en la Tierra; pero, cueste lo que cueste, ¡yo me santificaré! Venceré mis defectos hasta la raíz para pertenecer enteramente a Dios, Nuestro Señor y a su Madre Santísima, Nuestra Señora. ¡Qué literatos, qué soldados, qué nada! Yo hago el mayor de los sacrificios: ¡me doy a mí mismo!”
De lo alto de los cielos nos están oyendo los guerreros, los literatos, los misioneros y apóstoles que fueron para allá. Ellos no tienen rivalidades entre sí y cada uno canta la gloria del otro para cantar la gloria de Dios. Posiblemente habrán sonreído con complacencia para todas estas consideraciones que hicimos. Habrán visto nuestras almas y pedido a Nuestra Señora que perdone nuestros defectos, y nos torne semejantes a su Divino Hijo. Habrán pedido para nosotros la gloria también, pero principalmente la gloria de Jesús y María.
Extraído de conferencia del 10/8/91