Los designios de la Providencia son elevadísimos y muy superiores a cualquier plan ideado por el hombre. En el orden establecido por Dios en la Creación, ya sean naciones o individuos, grandes o pequeños, todos tienen un papel único y están destinados a una grandeza extraordinaria, siempre que respondan al llamado divino.
Plinio Corrêa de Oliveira
Los planes de la Providencia en la Creación, especialmente en el ámbito humano, es decir, en el orden de la inteligencia y de la libertad propia del ser humano –porque las plantas y los animales no tienen libre albedrío–, hay una posibilidad de desarrollo y de un designio, cuya elevación es sorprendente.
La grandeza de los designios de Dios para con los hombres
Si cada hombre respondiera enteramente a la gracia, nos sorprendería ver lo que podría dar. Por eso es ingratitud de nuestra parte hacia Dios, hacia Nuestra Señora, Mediadora de todas las gracias, imaginar y querer para nosotros cosas tan pequeñas como ser ricos, o ser no sé qué… ¡No! ¡Quiera ser lo que Dios quiere de usted! Él sabe bien lo que le conviene, porque sabe para qué lo creó.
La súplica del Padre Nuestro, “Hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo”, nos concierne a cada uno de nosotros de manera muy importante, porque es pedirle a Dios que amplíe nuestros horizontes para que sepamos cuál es su plan para nosotros, para que no queramos tener pequeños futuros megalomaníacos, sino el gran futuro que Él nos tiene preparado.
Me ocuparé de este futuro, no exactamente del de esta Tierra, sino del eterno, que es mucho más importante, porque es para siempre.
Dios creó perfecto el universo de los Ángeles. Sin embargo, una tercera parte de ellos se rebeló y fue mandada al infierno. Excluidos estos, la magnífica colección de los Ángeles –más preciosa que cualquier otra– quedó con vacantes que la deformaron en muchos puntos.
Por lo tanto, Dios designó a hombres para ocupar los tronos dejados por ellos. Así que su plan para nosotros es que ocupemos estos tronos angélicos.
Esto es mucho más importante que ser rico, sabio o cualquier otra cosa. Si no me elevo al alto trono destinado para mí, quedaré por toda la eternidad más abajo, y entonces Dios levantará a otro para que ocupe mi lugar.
El cielo es como una corte. Alguien es invitado por el rey a ocupar un lugar en las ceremonias a poca distancia de él. Esta persona, durante el día, hace un recorrido por la capital donde reside el monarca, se deja absorber mucho con las cosas de la ciudad y llega tarde, cuando la corte debería estar reunida. Entra con tacto para ocupar su lugar, pero cuando se acerca, ve a otro sentado allí.
El primer movimiento no es de simpatía con el otro, sino el de decirle al rey:
–Señor, este me robó el lugar.
El soberano respondería:
–No, usted se lo cedió a él.
–Pero, señor, ¿no hay lugar para mí en la corte?
–Por una misericordia mía, sí. Hay en el fondo un asientito para usted. Y alégrese, porque a no ser esto, son tinieblas y rechinar de dientes. Usted caminó por la ciudad y ha perdido la capacidad de apreciar la vida de la corte en este alto lugar.
Por lo tanto, debemos preocuparnos en primer lugar por el cumplimiento de los altos designios de Dios hacia nosotros.
A veces, al hablar de vida espiritual, una u otra persona me ha dicho: “Me sorprende la seriedad con la que usted me toma, como yo nunca pensé”. Recuerdo a uno que me dijo: “¡Me indignó la conversación con usted! ¡Porque usted concebía para mí un futuro de una grandeza que no quiero alcanzar y eso me indignó!”
Sentí lástima por él, pero no respondí, porque en ciertas circunstancias no hay nada que hacer más que rezar. Esta persona fue empeorando y de repente abandonó su vocación de una manera escandalosa. Había recibido una invitación a algo superior, pero quería lo más bajo y terminó sin eso siquiera, porque cedió a la acción de la gravedad en las almas concebidas con pecado original: son arrastradas al fondo del infierno si no quieren corresponder a los designios de Dios para con ellas.
El llamado de las naciones
La vanidad de los hombres para alcanzar la grandeza que imaginan para sí mismos, –y no la enormemente mayor a la que Dios los destinó–, también se da con las naciones. Su futuro es de una magnitud que ellas no imaginan. Y por eso, en general, cuando hablo del papel de las naciones, los hijos de esas naciones se sorprenden. Y muchas de ellas han perdido hoy la noción de su propio llamado. No amando más a Dios, a Nuestra Señora, se inclinan para abajo.
Incluso las naciones más pequeñas del mundo tienen un papel encantador y extraordinario dentro del equilibrio de los planes divinos.
Por ejemplo, Liechtenstein, Mónaco, Andorra, un poco Luxemburgo, ¡son tan pequeñas!
Hasta hace algún tiempo, Andorra –un pequeño principado enclavado en los Pirineos entre España y Francia– tenía dos jefes de Estado, hecho único en el mundo, llamados príncipes. ¡Una república de príncipes! Uno era vitalicio y el otro electivo. Creo que esa costumbre debe haber muerto, porque es demasiado bonita para haber sobrevivido.
Ninguno de ellos era escogido por los propios andorranos. Andorra es muy pequeña y es probable que su ubicación en los Pirineos tenga alguna importancia estratégica en las relaciones entre Francia y España. Relaciones que no siempre están muy barnizadas… Temperamentos nacionales brillantes, pero tendiendo a lo puntiagudo. Según la expresión “dos gorgojos no se besan”, es de suponer que, si Andorra dependiera de una provincia o municipio de España, se desequilibraría la situación para Francia…
Entonces, ¿quiénes son los dos jefes de Estado de Andorra? El presidente de la República Francesa, elegido por el pueblo francés, no por el pueblo de Andorra; y el obispo vitalicio de Urgel, España, nombrado por el Papa. Gobiernan Andorra juntos. Y nunca se oye hablar de huelgas, de descontento, de desorden en Andorra…
Para los que estudian Derecho, Andorra es una especie de juguete encantador del Derecho Público Constitucional, donde se ven las mil modalidades de una nación formada por sus costumbres y no por juristas.
No voy a dar la descripción de todas estas pequeñas naciones. Me interesó bastante cada una de ellas. Representan en su conjunto lo que las flores muy pequeñas son en la botánica: como los pensamientos y las miosotis, por ejemplo. El mundo sin las miosotis –una florecita diminuta, bien formada, muy graciosa y de un azul encantador– sería menos hermoso.
San Marino y el Reino de Italia
Otra nación: San Marino, una República. El Presidente es elegido por el propio pueblo. Ese país tiene su propia economía, pero tiene mucho menos autonomía que Andorra, un minúsculo péndulo entre España y Francia. San Marino no, está encerrado por Italia y enteramente rodeado por ella.
Para mí, lo interesante de San Marino es el hermoso misterio histórico que lo cerca.
Garibaldi hizo la unificación de Italia, afirmando, por ejemplo, que Roma no podía ser la ciudad del Papa porque la unidad italiana exigía que fuera incorporada al Reino. De hecho, ya se habían anexionado a Italia, por la violencia, todos los pintorescos estados que la componían. Según él, Roma no podía ser independiente y, por lo tanto, se la debería arrebatar al Papa. De ahí que el Sumo Pontífice, en protesta, se encerrara en el Vaticano y pasara allí de 1870 a 1922, medio siglo, considerándose prisionero voluntario. No salió al territorio italiano, ni siquiera para visitar Castel Gandolfo. Y cuando un jefe de Estado visitaba Italia, no era recibido en audiencia por el Papa, porque había roto relaciones con el Reino de Italia. Sin embargo, cuando el Pontífice recibía a un jefe de Estado, se aseguraba de que éste no visitara después al rey de Italia.
Entonces aparece la punta del misterio de San Marino: ¿Por qué nadie trató anexar San Marino en ese momento? Roma fue incorporada y arrancada al Papa por la violencia, ¿y San Marino podría quedar independiente? Es una contradicción. ¡Qué gran argumento para quien defendía las tierras del Papado!
Nunca he oído que se alegue este argumento. Nunca conocí un italiano, hombres de gran cultura, que me respondiera esta pregunta: ¿por qué subsistió San Marino? No hay ningún hecho importante de la historia de San Marino, no hay nada pintoresco o panoramas famosos. ¿Por qué existe San Marino? Es un misterio.
El misterio de las naciones pequeñas
Entonces, hay un gran y hermoso problema histórico acerca de una nación pequeña. Una prueba más del papel de los pequeños en el equilibrio y la armonía entre los grandes.
Planteo una mera hipótesis sobre por qué San Marino se mantuvo como un estado independiente.
La República de San Marino ha tenido incluso presidentes comunistas. Entre tanto, los títulos nobiliarios se venden allí hasta el día de hoy. No suprimen esos títulos porque eso trae dinero a las arcas de la republiqueta. Así, se encuentra en Italia a un individuo llamado, por ejemplo, el conde Espada. No se sabe si pertenece a la familia Espada Pontezzianni o si es un Conde Espada nombrado por San Marino.
La verdadera nobleza lo rechaza, pero después de cinco generaciones de “Conde Espada”, ¿qué se puede hacer? ¡Es un dolor de cabeza!
Si me preguntaran: “Pero si usted pudiera acabar con eso, ¿lo haría?”
Bueno, si pudiera, llamaría allá ahora y diría: “¡Está prohibido, ya no se venden más títulos!” Entonces saldría un decreto cazando e inutilizando los títulos que tuvieran una sola generación.
Pero este misterio no sería tan interesante y atrayente si San Marino no fuera tan pequeñito. Esto demuestra cómo los pequeños a veces son llamados a cosas muy grandes.
Ahora bien, si incluso en Andorra y San Marino hay tantos aspectos interesantes que considerar, y si este papel histórico de estos padres en la estética política del universo es tan notable, no se me puede reprochar que mire a mi propio país desde esta misma perspectiva. Por tanto, cuando trato de Brasil, no creo que me deje llevar por una especie de patriotismo ciego, unilateral y estúpido. Lo veo en una perspectiva vuelta hacia el Cielo, según la cual debemos analizar cualquier otro país.
Brasil, nacido de una nación pequeña, pero de grandes hombres
Brasil es un país grande nacido de una nación físicamente pequeña que, en aquel tiempo, jugó un papel inmenso, produciendo hombres gigantes en serie. Basta leer la historia de Alfonso de Albuquerque y otros de aquellos navegantes para comprobarlo.Según la versión oficial, Portugal descubrió Brasil como que por casualidad. Ciertos vientos y corrientes marinas desviaron los navíos de la ruta india, destinada por los navegantes portugueses a recolectar especias, riquezas, etc.
Al ser una nación pequeña, Portugal tenía la posibilidad de enviar un pequeño contingente poblacional a Brasil. Envió aquí un cierto número de habitantes y esos se esforzaron de tal manera que el crecimiento de la población brasileña fue verdaderamente asombroso.
Es conocida la historia épica de aquellos súbditos del rey de Portugal que, allá por el siglo XVI, para conocer todo Brasil y buscar el oro y las esmeraldas que la leyenda decía que aquí existían, fueron hasta el Océano Pacífico, a pie. Partieron de una pequeña y fea villoría, llamada São Paulo, y recorrieron vastas extensiones que hasta entonces sólo habían sido atravesadas por indios. Los indios detrás de escarabajos para comer. Los portugueses no: con un programa, con intención y difundiendo la Fe dondequiera que pasaban.
Cuando Brasil se independizó, sucedieron dos hechos. Primero, los puertos brasileños se abrieron a todas las naciones de la Tierra y al comercio exterior. En segundo lugar, como nación independiente podía recibir inmigración, ya que hasta entonces sólo procedía de Portugal. No era exactamente inmigración, sino movimiento dentro de los reinos de un mismo rey. Brasil tenía una población pequeña y se abrió a todos los pueblos de la Tierra. Vinieron muchos extranjeros, entre ellos, y con gran alegría para nosotros, más portugueses. Y la población creció mucho durante la época del Imperio y la Primera República.
Dulzura y suavidad brasileña con los inmigrantes
A todos los inmigrantes se les permitió establecerse aquí donde quisieran.
Y, por tanto, formaron bloques de inmigración muy densos. El ejemplo más característico es, quizás, Santa Catarina, donde la influencia alemana es tan preponderante que hasta hace algún tiempo la mayoría de la población de ciertas ciudades hablaban alemán.
Los alemanes también entraron en masa en Rio Grande do Sul y formaron bloques. En Pernambuco, por el contrario, constituyeron grandes grupos de población y no solamente bloques. Sin embargo, siempre estuvieron organizados y haciendo planes, querían las zonas más frías del país, para adaptarse más al clima de donde venían. Y Brasil fue dejando.
La entrada de italianos a Brasil no tiene cuenta ni límite… Se establecieron principalmente en el Estado de São Paulo. São Paulo es una ciudad ítalo-brasileña. En los anuncios de todo Brasil aparecen uno, dos, tres, cinco nombres italianos entre los ricos de la ciudad.
También está la inmigración de un pueblo numéricamente pequeño, pero que llenó América: los sirios. No sé cómo todos los que salieron de allá cabían en Siria. Quizás sea ese un misterio de la Historia. El caso es que las colonias sirias en Brasil, especialmente en São Paulo, son muy abundantes, pero también hay importantes colonias sirias en Argentina y Chile.
Y no podía olvidarme de la colonia japonesa. Mientras las otras colonias hacen fiesta, cantan, bailan –quizás la colonia italiana más que ninguna otra…– nuestros hermanos japoneses son discretos por naturaleza.
No tenía idea de cuán grande era la colonia japonesa hasta cuando, hace muchos años, me encontraba al lado de la iglesia de San Gonzalo y, de repente, comencé a ver el tráfico congestionado y japoneses llegando de todos lados hacia la Plaza João Mendes. No venían sólo de la calle Conde do Pinhal, que tiene fácil comunicación con el Largo João Mendes, sino por todas partes y en masa. Es algo pintoresco, todos tomados de la mano, a veces el padre, la madre. Debía ser para que la familia no se desintegrara entre tanta multitud.
Por suerte encontré a un brasileño en ese mare magnum, y le pregunté:
—¿Qué está pasando?
Él respondió:
— ¿Ud. no sabe? El Príncipe Heredero del Japón está en São Paulo y vendrá hoy aquí para una ceremonia en la Plaza João Mendes.
Entonces entendí cual era la afluencia de japoneses en São Paulo, ¡fenomenal!
Otro país tal vez se asustaría, reaccionaría, ordenaría programas para contener la inmigración, impediría que esa gente siguiera con sus propias características. Brasil no. Los dejó tranquilos. La suavidad, la bondad brasileña, la forma en que los brasileños se abrían abría a los otros, que se acostumbraron a nuestro modo, no tanto de vivir, sino de sentir.
Hay un cierto carácter del espíritu brasileño que, al tratar con personas de cualquier origen, se acomoda de buena gana, con amabilidad, pero sin perder su autenticidad ni dejar de ser brasileño en todo. Y, a través de esta dulzura y suavidad, modela a los demás. Estos acaban teniendo una especie de impregnación brasileña donde, en la enorme confluencia de razas y lugares, la nota brasileña es suavemente preponderante.
El ‘jeitinho’ brasileño
Dos características corresponden a esta suavidad: la amplitud de vistas y el ‘jeitinho’.1
Debido a la amplitud de vistas, nuestro pueblo intuye instintivamente de qué forma cualquier inmigrante se puede encajar en este país, y lo trata así:
“Venga aquí, tenemos un lugar para usted, haga su vida aquí. Su hijo puede ser Presidente de la República; su nieto, el hombre más rico de Brasil; sus bisnietos, tal vez, serán unos desconocidos: ¡padre rico, hijo noble, nieto pobre! No importa, haga usted su vida aquí. ¡Yo sigo siendo Brasil! Yo me entiendo con usted, y usted se encaja en mí con la naturalidad con que una piedra preciosa se incrusta en una joya en la que ya hay muchas piedras. Pronto nadie piensa en la esmeralda, el zafiro, el rubí, engastados en los bordes de la joya, porque lo que aparece es el diamante central. ¡Esto se llama Brasil!
Es una de las mil formas del jeitinho… Y, si empieza a sentirse orgulloso de tener jeitinho, lo perderá. No debemos pensar mucho en el jeitinho, porque podemos volvernos vanidosos. Lo verdadero del jeitinho es no pensar en él y dejar que él arregle las cosas. Esa es una tendencia de la nación que muchas veces se lleva a la exageración, pues termina en un “deje así para ver cómo es que queda…”
No hay brasileños sin características propias de su región
Unas palabras sobre el Brasil actual. Esta nación ha llegado a un extremo donde parece que no se puede dejar como está para ver cómo es que queda. La situación es muy seria. Hemos dormido demasiado sobre este principio seductor pero engañoso, y actualmente nos encontramos en una de esas encrucijadas en las que o abrimos los ojos o Brasil cae.
Nuestro país es demasiado vasto para que haya un solo tipo de brasileño. O somos de Paraíba, Piauí, Santa Catarina, Rio Grande do Sul, São Paulo, Rio de Janeiro, Minas Gerais, o no somos verdaderamente brasileños, porque cada uno necesita tener su inserción en alguna parte. No puede haber un tipo de hombre pautado de la ONU dentro de Brasil; un brasileño cualquiera, no existe.
Mamá, por ejemplo, era una típica paulista: en estilo, en mentalidad, en modales, en apariencia, en fin, en todo.
¿Cuál era su posición delante de Brasil? Ella era muy patriótica. Y, en mi opinión, estuvo muy influenciada por la literatura de la época de la independencia. Es decir, elevando a Brasil a su máximo, algo que en aquel momento era prematuro reclamar. Aún quedaba mucho camino por recorrer para poder pensar eso a respecto de Brasil. Sobre este tema tuve a veces desacuerdos afectuosos con mis familiares. Ella sonreía afectuosamente la mayor parte del tiempo, pero terminaba coincidiendo conmigo en muchas cosas.
Sin embargo, ella tenía un espíritu muy europeizado y entendía bien el aporte que Europa debía hacer a la cultura brasileña. Por eso, trajo a São Paulo una institutriz de primera clase para formar a sus hijos en la disciplina alemana. Pero debían saber hablar francés, ya que también necesitaban tener una nota francesa en su educación.
Sin embargo, esto nunca le impidió amar mucho Portugal y contar una larga historia de cómo la familia de su padre abandonó la ciudad de Porto durante las invasiones de Napoleón.
Por tanto, era brasileña, muy luso-brasileña, afrancesada ella misma, pero sabiendo reconocer el valor de la disciplina germánica. Es la apertura brasileña, tratando de encontrar un jeitinho en todo.
Extraído de conferencias del 13/10/1984 y 5/9/1986
Notas
1Jeitinho, diminutivo de jeito [forma, manera], es una expresión particularmente usada en Brasil que indica un modo no formal o no habitual de conseguir un fin, que puede constar de improvisación, flexibilidad, sorpresa, creatividad e intuición, justo en momentos en que se requiere esta habilidad para solucionar un impasse o alcanzar un objetivo.