
La Iglesia fue profanada de manera que se imprima en su rostro una fragilidad y una indignidad que no tiene, sujetándose a una humillación inenarrable. Luego, debe venir una glorificación no propiamente mayor que la Resurrección y Ascensión, porque la Iglesia no muere, pero la Esposa Mística de Cristo refulgirá con un esplendor, y una maravilla, que esté en proporción con la humillación sufrida.
Plinio Corrêa de Oliveira
Pascua es una palabra que significa paso. Cuando se habla de la Santa Pascua de Nuestro Señor Jesucristo se refiere a su santo tránsito.
Fiesta de triunfo
¿Tránsito de qué? Aquel hecho extraordinario y milagroso, único en la Historia, por el cual Nuestro Señor Jesucristo, muerto por sus asesinos, después de haber pasado tres días en la sepultura, Se resucitó a sí mismo, un ángel abrió su sepulcro, y apareció resplandeciente en varios lugares, en la gloria de su Resurrección.
Jesús, vino a la Tierra para una lucha, una oblación y una victoria. Su lucha y su oblación tenían que terminar en una victoria. La Pascua es su tránsito, del estado de muerto al de vivo; de muerto que se auto-resucita. Esto es lo que no tiene precedentes en la Historia. Ya hubo personas que resucitaron a un muerto. Él mismo resucitó al hijo de la viuda de Naín, a la hija de Jairo y a Lázaro, pero un muerto que se resucita a sí mismo solo puede ser Dios. Al autorresucitarse, derrota magníficamente a todos sus adversarios.
Pero: Es Dios el que vence al demonio; la verdad, la que vence al error; la virtud quien vence al crimen; el orden, el que vence al desorden y la luz la que vence a las tinieblas. La Pascua, es, pues, fundamentalmente una fiesta de triunfo.
Por causa de esto, las luces de la Pascua son espléndidas, la alegría es de victoria, una de esas glorias radiantes y comunicativas en que las almas tienen el deseo de proclamar en voz alta.
Es como el Sol en pleno mediodía. Así es como se puede interpretar la alegría de la Pascua.
La seriedad con que se celebraba la Liturgia de la Semana Santa en la pequeña Sāo Paulo

Ciudad de São Paulo a inicios del siglo XX
Me acuerdo muy bien del contraste que había en el ambiente de la ciudad entre la Pascua y los días anteriores de la Semana Santa.
En la pequeña Sāo Paulo de entonces, en todas las iglesias se celebraba la liturgia de la Semana Santa con una seriedad que hoy en día, desgraciadamente, ya no existe. A partir del Miércoles de Ceniza, se empezaba a rezar en el presbiterio del altar mayor, donde se comenzaba a recitar salmos alusivos a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. El fondo del presbiterio estaba recubierto de un gran paño rojo, que es el color del dolor, de la tristeza. Así, la iglesia, habitualmente llena de colores alegres, presentaba un fondo de tristeza. Un candelabro triangular lleno de velas cubría el altar de arriba abajo, culminando con una vela central.
A medida que el Oficio se desarrollaba, en tiempos marcados, se levantaba un acólito, apagaba una vela y regresaba a su lugar. Cuando el oficio llegaba a su fin, era la señal de que la luz del mundo se había apagado.
Todo el recinto sagrado quedaba envuelto en una atmósfera de recogimiento y tristeza, con todas las luces apagadas.
Alguien llevaba aquella última vela detrás del altar, donde permanecía encendida, mientras el resto de la iglesia quedaba en la oscuridad. Era la señal de que Nuestro Señor Jesucristo había cesado de brillar en el mundo y de que su Muerte, ya prefigurada en aquel día, sucedería en breve.
En el Jueves Santo, había una ceremonia muy bonita, que era el desvestimiento de los altares.
Después la Misa, que todavía tenía algo de festivo en medio a tanto dolor, pues era la alegría de la última Cena, antes de la tristeza por la Pasión que se iniciaba. Se guardaba el Santísimo Sacramento en una urna revestida de seda blanca y bordada con un cordero dorado, dispuesta sobre el altar; se retiraban de los otros altares todos los ornamentos, velas, vasos, y manteles, etc. Y la iglesia presentaba un aire de desolación y tristeza.
En el Viernes Santo, ya no había misa. Se celebraba lo que se llamaba “Misa de los pre-santificados”, en la cual no existía consagración. El sacerdote retiraba el Santísimo Sacramento de aquella urna, y solo se consumían las Sagradas Especies que en la víspera habían sido consagradas. Después no quedaban más hostias en la iglesia. Se guardaban en algún lugar las que eran destinadas a los moribundos, pero sin objeto de culto. El tabernáculo permanecía abierto para indicar que el Dueño de la casa ya no estaba presente.
Las campanas no tocaban más, los fieles vestidos de luto formaban largas filas, pasando delante de un crucifijo y besándolo. La ciudad quedaba inmersa en una especie de silencio respetuoso, reflejando la tristeza enorme de la humanidad, porque Aquel que era el Sal de la tierra y Luz del mundo, el Salvador, ya no se encontraba presente.
En la Pascua, la ciudad pasaba de la tristeza a una alegría inocente
A partir del medio día del sábado, se preanunciaban las alegrías de la Resurrección. Ya por la mañana, los niños colgaban en los postes figuras representando a Judas, para ser apaleadas. En las casas comenzaban a preparar las comidas y los almuerzos campestres del día siguiente.
Llegada la Pascua de resurrección, las personas vestían trajes alegres, se saludaban efusivamente, las campanas de la ciudad repicaban, pues Jesucristo resucitó, y el demonio fue aplastado y ¡Nuestra Señora está inundada de felicidad!

Torre de la Iglesia del Corazón de Jesús
Por el gusto de analizar esos ambientes, recuerdo que en cierta ocasión hice algo de lo que me alegro: subí al punto más alto de São Paulo de aquel tiempo, que era la torre de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, para desde allí contemplar la ciudad en el momento en que se conmemoraba la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Quería ver si en el ambiente de la ciudad se sentía la alegría de la Pascua, y de hecho lo sentí.
Cuando, a mis pies los carrillones comenzaron a tocar y después en la ciudad de San Pablo, en aquel entonces sin rascacielos, de todas partes llegaban ecos de las campanas que repicaban en aquella enorme cantidad de torres de iglesias por todos lados, se sentía la transformación de la ciudad, que pasaba de la tristeza a una alegría inocente y triunfal. Salí de allí triunfante, con la idea de que había participado de la victoria de Nuestro Señor aplastando al demonio. Era un júbilo, un triunfo pascual con grandeza bíblica, pues el verdadero espíritu de la Pascua tiene grandeza bíblica, desde que se preste atención y se contemple como los personajes bíblicos mirarían ese acontecimiento.
Grandeza del hecho de que Nuestro Señor resucitado se apareciese a su Madre Santísima
Cierta vez, durante una misa, estaba pensando cómo sería la grandeza intrínseca de la Resurrección, el modus faciendi adoptado por Dios para que Ella tuviese toda su majestad.

Jesús aparece a Nuestra Señora después de la Resurrección. Museo Metropolitano de Nueva York, EE. UU
Un modus faciendi sería que la vida volviese al cadáver divino – en el cual la unión hipostática no cesó a pesar de la muerte – de manera que las cicatrices se recompusiesen, la respiración recomenzase, y toda la perfección y grandeza suya fuese refloreciendo. La “más estupenda primavera de la Historia”. Cuando llegase un determinado momento, la sepultura estaría llena de ángeles que cantarían el más estupendo Gloria in Excelsis, y Nuestro Señor se levantaría como un Rey, los ángeles retirarían la piedra y Jesús en el mismo instante aparecería a Nuestra Señora, porque para Él ya no había distancias.
Tengo como cosa cierta que, en el momento en que Jesús recobró la vida, salió de la sepultura y se apareció a María Santísima.
Otro modo sería: Si de repente la vida volviese al cadáver con su plenitud, como si fuese un rayo vivificante y no hecho para matar, pero que, encontrando obstáculos, mataría. Su Alma entraría en el Cuerpo y se aparecería a Nuestra Señora de forma inmediata. En mi opinión, la belleza del acto contuvo las dos hipótesis. ¿Podría imaginarse algo de mayor grandeza bíblica, que Dios resucitándose a sí mismo, y apareciéndose a su Santísima Madre?
En comparación con esto, ¿qué es la entrega de las tablas de la Ley, la danza de David delante del arca, y todo lo que sucedió en el Antiguo Testamento?
Semejante Grandeza puede ser contemplada en la actual fase en que se encuentra la Santa Iglesia.
Cuando alguien es sometido a una prueba de humillación, cuanto más profunda sea ésta, tanto más alta será la gloria que vendrá en reparación. Por ejemplo, el juicio y la Crucifixión constituyeron una humillación enorme para Nuestro Señor.
A esto se contraponen la Resurrección y la Ascensión que también son glorias indecibles.
El sagrado semblante de la Iglesia infundirá terror a los malos
Ahora bien, vivimos en una época en la que la Iglesia está siendo humillada más allá del extremo límite que sería posible imaginar. ¿En qué consiste esa humillación? Y tan horrible que hasta se hace desagradable la analogía que voy a emplear, pero que bien expresa la realidad del crimen que se está cometiendo.

Ecce Homo de Juan de Valdés de Leal. Colección privada
El hecho de que los verdugos se hayan apoderado de Nuestro Señor y durante los tres días de la Pasión le hayan desfigurado cuanto pudieron, incluso en su Divino Rostro, no es algo tan horrible, cuanto si le hubiesen hecho ingerir una sustancia por la que quedase con su sagrado Rostro con contorsiones ridículas y horribles. Esto sería hacer que partiese de Él un movimiento que lo desordenase y causase su desfiguramiento. Sería lo más terrible, sobre todo si quedase a la manera de un tic nervioso definitivo permanente.
Pues bien, precisamente lo que se perpetró fue obligar a la Iglesia a hacer una mueca con la propia faz, sujetando al Cuerpo Místico de Cristo a esta forma de humillación inenarrable peor que cualquier otra. Luego, debe venir una glorificación, no propiamente mayor que la de la Resurrección o la Ascensión, porque la Iglesia no muere, pero en este orden de lo desfigurado, la Esposa Mística de Cristo tiene que refulgir con un esplendor, con una maravilla, que esté en proporción con la humillación sufrida.
Más aún, sería lógico que, cuando Ella venza, así como el rostro de la Iglesia fue profanado para imprimir una debilidad y una indignidad que Ella no tiene, ¡su sagrado semblante infunda terror en los malos y arranque gritos de admiración de la humanidad!
Creo que durante la Ascensión de Nuestro Señor, se constituyó nuevamente un “súper Tabor” .Y, por lo tanto, todo cuanto se relata de su transfiguración, en la Ascensión, en Él brilló aún mucho más. Tengo la impresión de que, cuanto más iba ascendiendo, más esplendoroso se manifestaba. Sería lógico y parecería razonable, que esto fuese así, porque hay una hora de la humillación y hay una hora de la glorificación.
Y es preciso que el cáliz de la humillación se haya sido bebido por completo, para que después la gloria venga también completamente.
Así, sucede con la causa de la Contra-Revolución.1
Ese es un fenómeno tan profundo que hay días en los cuales percibimos la gloria de ser contra-revolucionario. De repente, viene un resplandor y sentimos esa gloria por entero. Son pequeños antegozos del esplendor que vendrá después de la larga humillación que debemos recorrer, para que seamos dignos de la gran gloria, cuando llegue el día de la glorificación.
Extraído de conferencias del 25/12/1976 y 15/04/1980
Notas