La imagen de San Benito representada en la Medalla

Publicado el 07/11/2021

Próspero-Louis-Pascal Guéranger, OSB. 

El honor de figurar en la misma Medalla con la Imagen de la Santa Cruz fue concedida a San Benito, con el fin de indicar la eficacia que tuvo en sus manos aquella señal sagrada. San Gregorio Magno, en la biografía que escribió de San Benito, lo representa disipando con la señal de la Cruz sus propias tentaciones y quebrando con la misma señal, una copa de bebida envenenada, a manera de patentar el perverso designio de los que habían osado atentar contra su vida. Si el espíritu maligno, para aterrorizar a los Monjes, hace aparecer en llamas el monasterio de Monte Casino, San Benito después disipa ese prodigio diabólico haciendo sobre las llamas fantásticas la misma señal de la Pasión del Salvador.

Cuando sus discípulos andan interiormente agitados por las sugestiones del tentador, les indica como remedio el trazar sobre el corazón la imagen de una Cruz.

En su Reglamento, determina que el hermano que acaba de leer delante del altar la obligación solemne de su profesión religiosa, escriba en la cédula de los votos la señal de la Cruz, a manera de sello irrevocable.

Los discípulos de San Benito, llenos de confianza en el poder de esa sagrada señal, hacían por intermedio de esa Cruz innumerables milagros. Basta recordar que San Mauro le devolvió la visión a un ciego; San Plácido curó muchos enfermos; San Richmiro, liberó cautivos; San Vulstano, salvó un operario que caía desde la torre de una iglesia; San Odilón, extrajo del ojo de un hombre herido una astilla de madera que le había perforado; San Anselmo de Cantuária,espantó las temibles sombras que le perseguían a un anciano moribundo; San Hugo de Cluny, aplacó una tempestad; San Gregorio VII, suspendió el incendio de Roma etc.: todos estos milagros y muchísimos más, referidos en las Actas de los Santos de la Orden de San Benito, fueron conseguidos con la señal de la Cruz.

La mayoría de los más ilustres monasterios de la Orden de San Benito fueron fundados bajo el título de la Santa Cruz.

El propio Salvador del mundo parece hacer querido, como favor especial confiar a los hijos de San Benito parte de la Cruz en la cual rescató a los hombres.

Pues para su custodia fueron entregados fragmentos insignes de aquel madero. Si todos esos pedazos que son conservados en los diferentes monasterios de la Orden se reuniesen delante de un cristiano, éste se sentiría muy feliz por tener al frente de sus ojos el instrumento de su salvación.

La más gloriosa misión, confiada a los Benedictos para la glorificación de la Santa Cruz, fue la de llevar ese instrumento de salvación a numerosas regiones, por medio de la predicación apostólica a los herejes.

Fue la devoción de ellos que arrancó de las tinieblas de la infidelidad a la mayor parte del Occidente; es bien sabido cuánto Inglaterra debe al Santo Augustín de Cantuária, Alemania a San Bonifacio, Bélgica a San Amado, Holanda y Zelandia a San Vllibrordo, Vestfalia a San Suitberto, Saxonia a San Ludígero, Baviera a San Corbiniano, Suecia y Dinamarca al Santo Ascario, Australia a San Volfgango, Polonia y Boemia al Santo Adalberto de Praga, Pursia al Santo Oto de Bamberg, Rusia al segundo San Bonifacio.

Muy resumidamente, estas son las relaciones que tienen con la Santa Cruz las grandes obras relativas a la persona y al nombre de San Benito. Es por todo esto justo concluir que había especial conveniencia en reunir, una sola Medalla, a la imagen del, Santo Patriarca y de la Cruz del Salvador.

Eso queda todavía más claro, si tomamos en consideración, lo que es narrado en la vida de los dos discípulos siervos de Dios, San Plácido y San Mauro.

Cuando ellos hacían sus frecuentes milagros, tenían la costumbre de hacer intervenir, conjuntamente con la invocación de la Santa Cruz, el nombre del Santo Fundador, y de este modo consagraron, desde el comienzo, la piadosa costumbre que la Medalla más tarde revelaría.

San Plácido se despedía de San Benito para ir a Sicilia; llegando a Capua, le piden su intervención para la curación del párroco de la iglesia local, después de una larga resistencia por su humildad, admite y pone las manos sobre la cabeza del Sacerdote, que estaba sufriendo una enfermedad mortal e inmediatamente es curado, pronunciando estas palabras: “En nombre de Jesús Cristo, Señor nuestro, que por las oraciones y por la virtud de nuestro Maestro Benito, me sacó sano y salvo de las aguas, recompense Dios tu fe y te devuelva la salud”.

Poco después, se presentó a él un ciego, pidiéndole le cure, Plácido le hizo sobre los ojos la señal de la Cruz, y acompañó con esta oración: “Mediador de Dios Y de los hombres, Señor Jesús. Cristo, que bajaste del Cielo a la tierra para iluminar a los que están en las tinieblas Y en la sombra de la muerte; que diste al Bienaventurado Benito, nuestro Maestro, la virtud de curar todas las enfermedades Y heridas, dignaos por su merecimiento, dar la vista a este ciego,
a fin de que él contemple la grandeza de vuestra obra. A Vos tema Y a Vos adore como al soberano Señor”. Volviéndose rápidamente al ciego, añadió: “Por los méritos de nuestro santísimo Patriarca Benito Y en nombre de Aquel que creó el sol, la luna para que silva de ornato al Cielo Y que dio al ciego de nacimiento la vista que la naturaleza le negara, yo te ordeno: que te levantes Y te cures; anda a anunciar a todos las maravillas de nuestro Dios”. Y el ciego inmediatamente recobró la vista.

Podríamos todavía relatar muchos otros acontecimientos milagrosos de la vida de San Plácido, como la curación de enfermos Y la expulsión de demonios, en los cuales la invocación o la memoria de San Benito, que para entonces aún vivía, se conjugaba con la utilización de la señal de la Cruz. Estos relatos hasta los propios enfermos conocían y proclamaban esa misteriosa correlación.

 

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