La importancia del ejemplo

Publicado el 12/15/2021

Todo hombre, a cada instante, está influenciando a su prójimo o recibiendo influencias de él. Está siendo para él, ora pastor, ora oveja; ora maestro, ora discípulo.

Narran los santos Evangelios el ardiente celo del Señor, cuando iba recorriendo todas las regiones de Israel, realizando numerosos prodigios a favor de los que salían a su encuentro: “Pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él” (Hch 10, 38). Los ciegos veían, lossordos oían, los muertos resucitaban.

No había nadie que no se acercara a Él sin que fuera beneficiado.

En uno de sus viajes de Judea a Galilea, se detuvo en la ciudad de Sicar, en Samaria, y se sentó junto al pozo de Jacob para descansar. En determinado momento llegó una mujer a buscar agua.

Y Jesús le pidió: “Dame de beber” (Jn 4, 7). Pero ella se sorprendió, ya que los judíos no se relacionaban con los samaritanos.

Entonces el Maestro le dijo: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice ‘dame de beber’, le pedirías tú, y Él te daría agua viva” (Jn 4, 10)

Incomparablemente superior a todas las maravillas de la Creación —en las cuales siempre existe un reflejo visible de los atributos invisibles de Dios (cf. Rm 1, 20)—, ese “don de Dios”, o sea, la gracia, es la criatura que transciende todo lo creado y nos confiere una participación en la vida divina, increada. Una mínima “gota” de gracia sobrepasa al bien natural del universo entero. 

Por consiguiente, acompañar el desarrollo de la gracia en las almas de los justos es uno de los medios más apasionantes de conocer la historia de la Iglesia, además de una excelente forma de amor a Dios.

Quiso hacernos partícipes de sus méritos

Dirijamos ahora nuestra mirada hacia lo alto de la cruz. Después de que Cristo pronunciara su “consummatum est” (Jn 19, 30), la lanza de un soldado le abrió el costado, de donde manaron sangre y agua, símbolo del comienzo y crecimiento de la Iglesia.  En efecto, “del costado
de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera”. 

Al género humano, hasta entonces en las tinieblas del pecado, se le hizo accesible el camino de la virtud.

Se abrieron las puertas el Cielo. Por la Redención, la Ley Antigua es sustituida por la Ley de la gracia.

En su designio salvador, Cristo quiso constituir la Santa Iglesia, sociedad visible, a la manera de un cuerpo cuya cabeza es Él mismo (cf. Ef 5, 23.30; Col 1, 18), para que de su plenitud todos los miembros recibiésemos gracia tras gracia (cf. Jn 1, 16); así pues, también nos hizo partícipes de los infinitos méritos de su vida, pasión y muerte. 

Porque en la medida en que nosotros como miembros estemos unidos al Señor, “no sólo la virtud de la pasión de Cristo se nos comunica, sino también el mérito de la vida de Cristo”. 

“Brille así vuestra luz ante los hombres”

Todos los hombres que están en estado de gracia, conforme nos lo enseña la doctrina católica, poseen un misterioso vínculo entre sí, procedente de esa unión con la Cabeza. “Una admirable y discreta circulación de bienes espirituales los une, como unidas están las diversas partes del cuerpo por la circulación de los fluidos y de la sangre que propagan por todos lados los cálidos aromas de la vida”, explica el P. Monsabré concluyendo:

“A este misterio se le conoce como la comunión de los santos”. A cada instante, esclarece Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, todo hombre está influenciando a su prójimo o recibiendo influencias de él. “Está siendo para él, ora pastor, ora oveja; ora maestro, ora discípulo; continuamente dando y recibiendo algo”. 

Según el P. Monsabré, el “capital social” en el que participan los miembros de la Iglesia en la comunión de los santos está compuesto por tres tipos de bienes: “las buenas obras, mediante el ejemplo y la imitación; las gracias, a través de la intercesión; los méritos, por medio de sustitución”. Aunque las dos últimas son de una
importancia fundamental, nos limitaremos en este artículo a hablar de la primera: las buenas obras.

“Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los Cielos” (Mt 5, 16), les recomendaba el divino Maestro a sus discípulos. San Juan Crisóstomo interpreta estas palabras como una invitación: “haya grande virtud, haya fuego abundante, brille una luz indecible. Porque cuando la virtud alcanza ese grado, por más que quiera ocultarla entre las sombras del mismo que la practica, es imposible quede definitivamente oculta”. 

Así, los apóstoles anunciaban el Reino de Dios sobre todo por el ejemplo de sus vidas.

Las virtudes que adornan a las almas santas se manifiestan en lo exterior, de modo permanente, por las buenas obras y por el ejemplo, el cual se impone a nuestra imitación, invitándonos a conformar nuestra vida con la de ellas, es decir, con Jesucristo, arquetipo de todas las virtudes, ejemplo universal de la vida cristiana, supremo modelo de perfección. Dichas obras y ejemplos constituyen un capital de bien que crece a cada momento con un incesante llamamiento a los de- más miembros del Cuerpo Místico a abrazar también la santidad.

La doctrina transformada en vida

La mera doctrina no es suficiente para arrastrar las voluntades. Como la verdad entra en el intelecto por los sentidos, las cosas sensibles tienen sobre el espíritu humano una fuerza mayor que la doctrina abstracta. “El ejemplo hace sensible la verdad, la cual, en cierto modo, se encarna en la persona y en los hechos”. 

El Doctor Angélico nos enseña que “en las acciones y pasiones humanas, en las que la experiencia vale muchísimo, mueven más los ejemplos que las palabras”. Al igual que un faro orienta a los barcos, pero no los impulsa, del mismo modo la doctrina por sí sola no mueve a las almas; éstas son movidas por el ejemplo, es decir, por la doctrina transformada en vida. “Son los ejemplos los que arrastran y motivan a los demás a recorrer el mismo camino”, y esto en todos los ámbi- tos de las actuaciones humanas.

Cuentan las crónicas de la Revolución Francesa un hecho muy ilustrativo de esa realidad. Cuando Henri du Vergier, conde de La Rochejaquelein, asumió con tan sólo 20 años de edad el mando del ejército vandeano, les dijo a sus hombres esta célebre frase: “Si avanzo, seguidme; si retrocedo, matadme; si muero, vengadme”. Al justificar con su propio heroísmo ese fogoso llamamiento, arrastraba tras de sí a la victoria, o a una gloriosa muerte en la batalla, a los combatientes que tenía bajo su mando.

El instinto de imitación forma parte de la sicología humana. “Así como se bosteza viendo bostezar a otro, así, movidos como por un mecanismo interno invisible, se ejecuta una acción, buena o mala, que vemos que otros hacen”. 

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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