La justicia y la paz se besaron

Publicado el 11/14/2023

Hay espíritus que hacen el bien admirablemente a través de la severidad, y otros que lo realizan, en la medida de lo razonable, por la gentileza y la suavidad. Algunos imitan más a Nuestro Señor al expulsar a los vendedores del templo; otros lo imitan cuando Él perdonaba a Santa María Magdalena.

Plinio Corrêa de Oliveira

El 28 de febrero, la Iglesia conmemora la fiesta de San Román, abad. Tenemos para comentar un registro biográfico tomado de la obra de Daras, Les Vies des Saints.

Luchar corajosamente contra el demonio

San Román, nacido el año 399 en Borgoña, fue el fundador de un famoso convento en la región del Franco Condado. Desde muy joven se retiró a la soledad, siendo seguido más tarde por su hermano, San Licinio. Se dice que  llevaron una vida que consideraban de paz y felicidad, cuando el demonio decidió interrumpirla. Cada vez que se ponían de rodillas para orar, el demonio hacía caer sobre ellos una lluvia de piedras cortantes, que les dolía e impedía continuar. Ambos resistieron por un tiempo; pero, al ver que no podían hacer nada, decidieron abandonar el retiro. Al llegar a una aldea, fueron recibidos por una pobre mujer que les preguntó de dónde venían. No sin cierta vergüenza, narraron toda la verdad.

Vosotros deberíais luchar valientemente contra el demonio, dijo la mujer, y no temer los embustes y el odio de quien tantas veces fue vencido por los amigos de Dios. Si él ataca a los hombres, es por temor a que ellos, por sus virtudes, se eleven al lugar del que la perfidia diabólica lo hizo caer.

Al salir de esa casa, consideraron su debilidad y lo poco que habían luchado. Volvieron sobre sus pasos y, con oraciones y paciencia, vencieron al enemigo.

San Licinio era severísimo y San Román actuaba con dulzura

Más tarde, después de haber fundado numerosos monasterios, los dos hermanos visitaban estas fundaciones con frecuencia. San Licinio era severísimo, sin perdonar el más mínimo desliz. San Román, por el contrario, era mucho más misericordioso.

Sucedió que San Licinio, visitando un convento en Alemania, encontró en la cocina una cantidad excesiva de verduras y pescado. Escandalizado por ello, lo hizo cocinar todo junto para castigo de los monjes. La comida salió tan repugnante que doce religiosos se fueron de la casa, sin soportar la penitencia. San Román tuvo una visión sobre este acontecimiento, y cuando Licinio regresó, le dijo:

Hermano mío, es mejor no visitar a las ovejas que ir a verlas para dispersarlas.

Respuesta de San Licinio:

¡No tengas lástima, mi querido hermano! ¿No necesitamos purificar el campo del Señor y separar la paja del grano bueno? Los que se habían ido eran doce orgullosos en quien el Señor ya no habitaba.

San Román estuvo de acuerdo. Pero a partir de entonces lloró tan profundamente, herido por la partida de los monjes, que Dios, atendiendo a sus oraciones, recondujo más tarde a los doce recalcitrantes al convento. Se presentaron allí voluntariamente para hacer penitencia.

Combatientes varoniles

En esta narración hay una serie de hechos interesantes a ser considerados. En primer lugar, nos encontramos frente al admirable florecimiento de santos que se produjo después de la caída del Imperio Romano de Occidente. Vemos a dos hermanos que llevan una vida de gran santidad, en un lugar yermo, en medio de una naturaleza amena, bucólica, felices sin los atractivos de las cosas de la ciudad ni del mundo.

Podemos imaginar a estos hermanos arrodillados, en las horas de oración, orando uno al lado del otro, así como los representaría un dibujo o un vitral, Nuestra Señora apareciendo en lo alto y sonriéndoles.

Entonces, un primer acto es el de la felicidad eremítica y bucólica de estos dos hermanos, que viven en una atmósfera terrena que tiene por encima un cielo similar al aire diáfano de aquellos firmamentos azules de Fray Angélico.

Luego viene la prueba. El demonio, que tiene odio hacia ellos, emplea una forma muy peculiar de castigarlos: una lluvia terrible de piedras cortantes para molestarles la vida. Ellos tratan de ser muy serios en su vida de piedad, con oraciones bien rezadas; pero, al fin de cuentas se les viene una lluvia tan espantosa de piedras y, finalmente, deciden irse.

Entonces, encuentran a una buena mujer que habita una choza en el campo. Ella perdió a su marido, tiene un hijo que vive lejos y del que sólo recibe, de vez en cuando, una carta; con una pierna hinchada, enferma, reumática, ora todo el tiempo y vive sólo para Dios.

Esta mujer, probada por el sufrimiento y llena de sabiduría, los recibe a ambos; y, primero, naturalmente, les ofrece algo de comer, ayuda a curar alguna herida causada por las piedras y luego les pregunta cuál es su problema. Afuera está lloviendo torrencialmente, ellos se refugian en la casa de la mujer y le cuentan lo que les ha pasado. Ella suspira, pone sus ojos en un crucifijo y afirma:

Hermanos, ustedes han actuado mal. Y les dice la verdad.

Ellos, compungidos, pasan la noche en oración. A la mañana siguiente, regresan al yermo y van a luchar contra el diablo. Son dos guerreros contra el maligno que emergen de esta atmósfera azul y rosa claro, de oro rutilante, quienes, a partir de ese momento, se transforman en luchadores varoniles. Es la formación de ellos que así se enuncia.

Este era el ambiente y la forma en que la gracia operaba en esa época. Así que no se trata de leyenda, sino el estilo de la acción de Dios en ese período.

Los diferentes métodos deben ser utilizados de acuerdo con el soplo de la gracia

En la ficha se saltan varios anillos intermediarios; ellos nos aparecen en una posición pomposa y majestuosa. Son dos venerables santos, cuya fama de santidad reunió a su alrededor varios conventos que les están sumisos. Se convirtieron en patriarcas, probablemente ya con barbas blancas; más sabios, más probados en la vida que aquella mujer; derrotaron a los demonios, enfrentaron sus adversarios, hicieron viajes peligrosos pasando por lugares donde había fieras, puentes mal construidos, bandidos, tempestades, todo eso enfrentado por causa de Dios Nuestro Señor. Están en el cenit de sus vidas, pero una vez más tendrá lugar un episodio entre ellos.

Hay una cierta medida de severidad y gentileza que debe usarse de acuerdo con el soplo de la gracia y la forma en que el Divino Salvador quiere guiar a los espíritus. Hay espíritus que sólo saben hacer el bien a través de la suma severidad y realizan un bien admirable. Hay otros espíritus que, dentro de la medida de lo razonable, casi se diría que están en el extremo opuesto: son muy suaves y delicados, y les va bien con su suavidad y delicadeza. Algunos imitan más a Nuestro Señor expulsando a los vendedores del templo; otros, mientras Él perdonaba a Santa María Magdalena.

Comienzan a gobernar estos monasterios. San Licinio visita uno de ellos y, al encontrar irregularidades, aplica una severa corrección. Sin embargo, La Iglesia es múltiple en sus formas, y San Román tenía el espíritu diverso de su hermano.

Nótese la sutileza y el contenido teológico del hecho: San Román lamentó esta actitud y criticó a San Licinio. Éste le dio una espléndida respuesta, explicándole todo. San Román, suspirando, estuvo de acuerdo.

Severidad y dulzura aliadas a la fuerza de la oración

Pero la Providencia quiso que la misericordia no fuera derrotada. Así como San Licinio había hecho bien en expulsar, San Román hizo bien en pedir que regresaran. Este se puso a llorar, y se ve entonces al viejo con las barbas blancas, en una actitud enternecida, pensando en esas almas, las lágrimas cristalinas de ojos cristalinos, que corren a lo largo de una cara blanca y demacrada e incluso caen al suelo, enternecen al Ángel de la Guarda y encuentran eco ante la Virgen, quien, a su vez, siempre tiene audiencia ante Dios. María Santísima pide. Resultado: los monjes, que había barrido San Licinio con tan buena escoba, vuelven. Pero, no vuelven como él los había barrido, sino llenos de enmienda, por una acción que está más allá de los caminos normales de la gracia: no es el correctivo de San Licinio, sino una hermosa superación de él. La gracia logró la conversión de aquellos que la justicia, a tan buen título y tan oportunamente, había castigado. Iustitia et pax osculatæ sunt, dice el Salmo (85, 11) —la justicia y la paz se han besado—. Aquí se podría decir que la justicia y la misericordia se besaron. Y así es como termina, en un encantador happy end, esta ficha.

Que San Román nos consiga este candor de alma, tan extraordinariamente agradable, para practicar la virtud. Pero que también tengamos la comprensión de los métodos de San Licinio, y no sólo la ternura empleada por San Román. Y nos hagan parecidos a ellos: San Licinio nos dé toda su severidad; y San Román, la dulzura con la fuerza de su oración, porque sin esto de nada le valdría la dulzura. 

Extraído de conferencia del 28/2/1967

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