
San José, a quien el mismo Padre Eterno confió la misión de ser en esta tierra, el padre virginal de Jesús, será el brazo fuerte del Todopoderoso para custodiar y salvar al Hijo de Dios y a su Madre Santísima de los más variados peligros luchando contra el poder de las tinieblas.
Monseñor João Clá Dias, EP.
Fundador de los Heraldos del Evangelio
El prólogo del Evangelio de San Juan es una magnífica síntesis de toda la obra de la Encarnación y Redención.
Al tratar en sus versículos acerca de la acción divina en el mundo por medio del Hijo de Dios encarnado en el seno purísimo de María, el Evangelista da la clave para poder interpretar el desarrollo de los acontecimientos que van desde la Creación, hasta el Juicio Final: la lucha entre el bien y el mal. Ésta es la esencia de la Historia, el factor que la explica en su sentido más profundo.
En efecto, la afirmación del Discípulo Amado al referirse a Jesucristo: «La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió» (Jn 1, 5) muestra una terrible confrontación, que Nuestro Señor describe mejor con Nicodemo: «La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz» (Jn 3, 19a), revelando, además, que el motivo de esta pésima elección es la desobediencia a la ley divina: «porque sus obras eran malas» (Jn 3, 19b).

Adoración de los pastores al Niño Jesús
Al nacer, Jesús encuentra el mundo en la oscuridad, a causa de las locuras y manchas del pecado. Por eso, el Salvador es rechazado por los hombres, pues «todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras» (Jn 3, 20).
Sí, aquel que sigue los tortuosos caminos del vicio, al enfrentarse con la luz percibe su propia torpeza y busca esconderse de la claridad, que deja al descubierto su lamentable estado.
La actitud del hombre virtuoso es la opuesta: «el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios» (Jn 3, 21). De esta forma queda delineada la fisonomía moral del bien y del mal: los hijos de la luz aman a Dios y desean acercarse a Él; en cambio, los hijos de las tinieblas lo detestan y procuran distanciarse de Él, y llegan al extremo de desear su destrucción, si eso fuese posible. Ésta es la clave en que debe entenderse la vida de nuestro Señor Jesucristo.
Él es, en su Muerte y Resurrección, la luz vencedora de las tinieblas, y su triunfo fue tanto más glorioso cuanto mayor fue el odio desencadenado contra Él por el demonio y sus secuaces.

Jesús quiso consumar la derrota del mal y las tinieblas en lo alto del Calvario
Sin embargo, antes de consumar esta derrota del mal en lo alto del Calvario, Nuestro Señor quiso entrar en la Historia humana alejado del lujo de los palacios, en el silencio de un refugio escondido, y sujeto a la debilidad propia de la infancia.
Los únicos cortesanos del Rey de reyes fueron su incomparable Madre, María, y su padre virginal, San José, el varón justo por excelencia, cumplidor en todo de la voluntad de Dios. Jesús quiso nacer junto a estos esposos inmaculados e inocentes para mostrar así su preferencia por la más elevada y sublime virtud.
José, el Cruzado de la Luz
Al enviar a su Hijo al mundo, el Padre sabía que Él se vería rodeado por el odio desenfrenado y mortal de los malvados, como lo evidenciará el sangriento episodio del martirio de los Santos Inocentes por orden de Herodes. Sin embargo, no lo hizo nacer en un castillo inexpugnable, construido sobre la roca, ni provisto de ejércitos numerosos y disciplinados. Tampoco le concedió una compañía de guardias que lo protegieran. ¡Las soluciones de Dios son siempre más bellas!
Para defender de tantos riesgos al pequeño Jesús, que ya estaba amparado por el afecto de la mejor de todas las madres, solamente un hombre fue escogido: José, a quien el mismo Padre Eterno confió la misión de ser en esta tierra, el padre virginal de Jesús. Él será el brazo fuerte del Todopoderoso para custodiar y salvar al Hijo de Dios y a su Madre Santísima de los más variados peligros.
Por eso, San José fue un varón dotado de una altísima sabiduría, de un vigor indomable y de la más pura inocencia. Y nadie, en toda la Historia, supo unir como él, la más fina astucia a la pureza más íntegra, convirtiéndose así en una pieza clave de la victoria del bien sobre el mal.
No conozco una presentación del perfil moral de San José más apropiada que la descripción del Dr. Plinio para introducir al lector en el estudio de la vida, las virtudes y los dones excepcionales del casto esposo de la Santísima Virgen:

«Alma de fuego, ardiente, contemplativa, pero también impregnada de cariño» Imagen de San José – Casa de Formación Thabor, de la Sociedad Clerical Virgo Flos Carmeli, Caieiras (Brasil)
«Casado con Aquella que es llamada Espejo de la Justicia, padre adoptivo del León de Judá, San José debía ser un modelo de fisonomía sapiencial, de castidad y de fuerza. Un hombre firme, lleno de inteligencia y criterio, capaz de asumir la responsabilidad de cuidar del secreto de Dios. Un alma de fuego, ardiente, contemplativa, pero también impregnada de cariño.
Descendía de la más augusta dinastía que haya habido en el mundo, es decir, la de David. […] Como príncipe, conocía también la misión en la que estaba involucrado, y la cumplió de forma magnífica, contribuyendo a la preservación, defensa y glorificación terrena de nuestro Señor Jesucristo. En sus manos confió el Padre Eterno este Tesoro, el más grande que jamás hubo y habrá en la Historia del universo. Y estas manos sólo podían ser las de un auténtico jefe y dirigente, un hombre de gran prudencia y de profundo discernimiento, así como de elevado afecto, para rodear de la dulzura adoradora y la veneración necesaria al Hijo de Dios hecho hombre.
Al mismo tiempo, era un hombre dispuesto a enfrentar con perspicacia y firmeza cualquier dificultad que se le presentase: ya fueran de índole espiritual e interior, ya fueran las originadas por las persecuciones de los adversarios de Nuestro Señor. […]

Conquistar Jerusalén es una hermosa proeza, sin duda alguna. Godofredo de Bouillon
Se suele apreciar y alabar, con justicia, la vocación de Godofredo de Bouillon, el victorioso guerrero que en la Primera Cruzada, comandó las tropas católicas en la conquista de Jerusalén. ¡Hermosa proeza! Él es el cruzado por excelencia.
Sin embargo, mucho más que recuperar el Santo Sepulcro es defender al propio Jesucristo, Nuestro Señor. Y de esto fue San José gloriosamente encargado, convirtiéndose en el caballero modelo en la protección del Rey de los reyes y Señor de los señores». 1
San José fue un héroe insuperable, un verdadero Cruzado de la Luz; en síntesis, el hombre de confianza de la Santísima Trinidad. Su fortaleza está profundamente ligada a su virginidad, pues la pureza íntegra es la única capaz de originar en el corazón humano las energías necesarias para enfrentarse a las dificultades con ánimo resuelto y total certeza de la victoria.
Sin duda, San José es el mayor Santo de la Historia, dotado con una vocación más alta que la de los Apóstoles y que la de San Juan Bautista, como señalan autores distinguidos. 2 Esta afirmación se apoya en el hecho de que el ministerio de San José está íntimamente unido a la Persona y misión redentora de nuestro Señor Jesucristo, participando de modo misterioso del plano hipostático […] Esta cercanía con Dios hecho hombre le permitió beneficiarse como nadie, después de la Santísima Virgen, de los efectos de la Encarnación, pues fue santificado de forma sobreabundante por este Niño Divino que, en adelante, lo llamaría «padre», aunque San José no había intervenido en su generación natural.

Los desposorios de la Virgen, pintado por Sebastián López de Arteaga. Museo Nacional de México
Además, no convenía que el elegido para ser el esposo virgen de Nuestra Señora no estuviera a la altura de la criatura más pura y más santa salida de las manos de Dios. En función de ello, ¿se puede considerar la hipótesis de que haya sido santificado desde su concepción de la misma manera que su Esposa? Estas y otras consideraciones acerca del Santo Patriarca atraerán nuestra atención a lo largo de estas páginas.
De hecho, muchas verdades aún no manifestadas sobre la persona de San José deben ser proclamadas desde lo alto de los tejados, a fin de hacer patente la grandeza oculta de este varón. Y, además, en esta hora de crisis y de tragedia que atraviesa el mundo y la Iglesia, la figura del casto esposo de María debe adquirir un realce providencial, y aparecer con todo su esplendor como nunca antes en la Historia, para que los fieles recurran a él como insigne defensor de los buenos.
Sí, San José ya ha sido proclamado Patrono de la Santa Iglesia 3 , pero todavía no ha mostrado a la humanidad la fuerza de su brazo. Tempus faciendi! Están llegando los días en que, bajo el amparo del padre virginal de Jesús, los escogidos de Dios llevarán a cabo grandes proezas a fin de instaurar el Reino de Cristo sobre la tierra; Reino de paz y de pureza, reino también, por qué no decirlo, de María y de José.
Tomado del Libro, San José ¿Quién lo conoce? pp. 21-27
Notas
1) CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. São José, esposo de Maria e pai adotivo de Jesus. In: Dr. Plinio. São Paulo. Año II. N.º 12 (Mar., 1999); p. 14-15; 17.
2) Cf. SUÁREZ, SJ, Francisco. Misterios de la vida de Cristo. Disp. VIII, sec. 1-2. In:
Obras. Madrid: BAC, 1948, t. III, p. 261-281.
3) Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN DE LOS RITOS. Decreto Quemadmodum Deus, 8/12/1870.