La marcha de la Contrarrevolución y de la Revolución

Publicado el 04/04/2023

En la primera parte de este estudio, sobre la Revolución y la Contrarrevolución, vimos que la manera de entender a fondo los hechos históricos es comprender que ellos suceden de acuerdo con los procesos de la Revolución A y de la Revolución B, y fue explicado en qué consistía la diferencia entre estos dos procesos.

Plinio Corrêa de Oliveira

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El dinamismo por el cual la Revolución y la Contrarrevolución caminan en la almas es completamente diferente. La primera avanza de modo paulatino, como las lavas de un volcán; la segunda debe romper el camino por una explosión. Mientras la perversión se hace gradualmente y por concesiones, la conversión sólo se realiza mediante grandes esfuerzos.

A continuación, será analizado el problema en el terreno individual para, enseguida, estudiarlo en el campo social.

Tres categorías de hombres

Por más que se diga lo contrario, los fenómenos de la sociedad humana sólo se estudian en el hombre. La sociedad es un conjunto de hombres y por tanto, debemos primero analizar cuáles son los principios que rigen el comportamiento de los entes humanos para después estudiar el modo por el cual ellos se aplican a la sociedad.

El primer principio que podemos enunciar es el de la división de los hombres en tres categorías:

1) El miles Christi, el soldado de Cristo.

2) El miles diaboli, el soldado del demonio.

3) El amicus Christi et diaboli, o el pragmático. No encontramos otros hombres sobre la faz de la Tierra, al menos en los países de Civilización Cristiana.

El miles Christi o miles Ecclesiae –lo que es lo mismo–, es un hombre para el cual lo principal de la vida es servir a la Iglesia Católica. Él comprende que todo el encanto, toda la belleza, toda la gracia y toda la dignidad de la vida provienen del hecho de servir a la Iglesia Católica, Apostólica, Romana. Y debido a esto, para su felicidad, inclusive para su bienestar, pero, sobre todo, para cumplir su deber, él se debe consagrar en cuerpo y alma al servicio de aquel que es el Arca de la Alianza del Nuevo Testamento. El miles Ecclesiae tanto puede ser un hombre muy inteligente como muy ignorante. Ser miles Christi no es algo que provenga de su cultura, sino de la Fe y del amor que se tiene a la Iglesia.

Tenemos, en otra categoría –más difícil de ser admitida por el liberal–, el miles diaboli, el cual es el hombre que ama el mal. Alguno podría contra argumentar que en Filosofía se estudia que el mal, en cuanto mal, no puede ser amado. Evidentemente esto es correcto. Pero el hombre tiene muchos modos de engañarse, por los cuales él llega a amar el mal bajo alguna razón de bien.

Y es por esto que muchos hombres son entusiastas del mal, así como, por otro lado, nosotros contrarrevolucionarios somos entusiastas del bien. Y es capital para ese tipo de hombre extirpar el bien de la Tierra e implantar el mal, como para nosotros es fundamental implantar el bien y extirpar el mal.

Entre estas dos categorías, tenemos la de los que son amicus Christi et diaboli. Son los que gustan un poco de Jesucristo y un poco del demonio, pero que, en verdad, no aman a Jesucristo y sí, de una manera relativa, al demonio. Pertenecen al número de aquellos que, en el decir de la Escritura, tienen por dios al propio vientre -quorum deus venter est (Fl 3, 19). Estos hombres se aman sobre todo a sí mismos. A veces tienen cierta simpatía por Dios, a veces por el demonio, buscando siempre conciliar la luz con las tinieblas. Son los pragmáticos.

¿Cuándo puede un hombre decirse revolucionario o contrarrevolucionario?

Divididos así los hombres, en estas tres categorías, la vida en la Tierra se nos figura como una batalla universal del ejército de Cristo contra el ejército del demonio, luchando precisamente para conquistar a los indiferentes, los que están divididos entre Cristo y Satanás, hombres relajados, indecisos y sin ideales.

Este es sin duda el principal, pero no el único campo de batalla. Nosotros, que somos hijos de la Luz, procuramos arrancar para la Iglesia también a los hijos de las tinieblas, y éstos, a su vez, buscan atraernos para las huestes de la Revolución. Sabemos, sin embargo, que estas extirpaciones son muy difíciles y por eso nuestra actuación se concentra, sobre todo, en los que están en el medio término y que constituyen así, el principal campo de batalla universal.

Manteniéndonos en el estudio del problema en el terreno individual, pasemos ahora a lo que podríamos llamar las edades de la Revolución y de la Contrarrevolución. ¿Cuándo puede un hombre decirse revolucionario o contrarrevolucionario? ¿Cómo nacen el revolucionario, el contrarrevolucionario y el pragmático?

Uno de los puntos de la Doctrina Católica menos comprendido en nuestros días es el que afirma que el niño, por regla general, comienza a hacer uso de su razón a los siete años y, a partir de esa edad, es capaz de cometer pecados mortales. Hay hasta un santo que afirmó haber visto en el infierno a una criatura de cinco años; pecó mortalmente y fue enseguida condenada a los suplicios eternos.

Esto crea al liberalismo una especie de choque, de conflicto. Para el liberal es penoso imaginar que una persona pueda tener responsabilidad moral a partir de los cinco años. Sin embargo, es lo que la Iglesia afirma. Con la edad de la razón, que suele ser por vuelta de los siete años, el hombre comienza a ser moralmente responsable.

Por regla general, es también a los siete años que se comienza a formar el revolucionario o el contrarrevolucionario. El niño, naturalmente, no tiene conocimiento claro de esto. Pero el problema de la Revolución y de la Contrarrevolución comienza a presentársele en su microcosmos infantil de modo a formar un cierto panorama, una cierta visión, en la cual el niño ya va tomando actitudes, las cuales, a su vez, acarrean una toma de posición en los demás campos, no como cosa fatal, sino como algo probable.

Los niños buenos, los malos y los pragmáticos

Niña en el campo – Museo Hermitage, San Petersburgo, Rusia

Como proveniente de lo hasta aquí expuesto, podemos clasificar a los niños en tres tipos: los buenos que se transformarán en contrarrevolucionarios; los malos que serán, en su mayoría, revolucionarios; y finalmente, los pragmáticos.

Aquel que en la infancia es bueno, ama a sus padres no sólo porque ellos lo agradan, sino porque sabe, instintivamente, que son buenos. Hay una cierta idea de bien que, muy confusamente, pero de manera muy real, entra en aquel amor. Y esto de tal forma que ese niño perdería gran parte o la totalidad del amor que tiene a sus padres si los viese practicar una acción que sabe que es mala.

Otro muy diferente es el querer de un niño pragmático. El no ama el bien, y el propio amor que tiene a sus padres se basa en el agrado que ellos le hacen. Cuando el padre lo mima, el niño pragmático se siente satisfecho y le quiere bien; cuando, por el contrario, le desagrada, se pone rabioso. Cuando la madre le da un dulce, la besa; cuando le niega, la desprecia. Esto proviene del hecho de que a él le gusta el dulce y no la madre.

Por fin, tenemos al niño malo que es bien diferente del pragmático. Sus múltiples instintos lo llevan a desear muchas cosas que los padres normalmente prohíben. Quiere pelear con los otros niños, matar mosquitos tostándolos al fuego, salta sobre los muebles y rompe los objetos, muestra la lengua a las visitas, cierra la puerta en la cara de las personas y llega a llorar de tanto reír con lo que hizo. La pedagogía moderna diría que esto es gracioso, infantil. La Doctrina Católica ve tal modo de proceder con severidad y nos enseña que los niños deben ser corregidos desde pequeñitos.

En suma, el niño bueno quiere divertirse con la conciencia tranquila, caso contrario en nada encuentra gracia. Al pragmático, a su vez, le gusta también vivir dentro del terreno de la legalidad, no por amor, sino tan sólo porque la ilegalidad trae disgustos. Es como alguno que observa las reglas del tránsito únicamente para no ser multado. El niño malo, a su vez, sólo se complace con la ilegalidad: las cosas solamente son divertidas cuando son arriesgadas y prohibidas.

A los buenos, desde pequeños, les gusta su familia debido al orden que reina en el hogar. Los pragmáticos, cuando niños, aprecian a su familia, en último análisis, porque es una buena incubadora donde se vive en paz. Los malos, desde la tierna edad, tienen rabia de su familia porque en ella ven reinar el orden; prefieren la agitación y el barullo.

Luz primordial y defecto capital

Siguiendo este derrotero, podemos llegar al punto clave. El niño bueno tiene el espíritu hecho para el sacrificio y de buen grado se presta a él. El pragmático acepta el sacrificio, no porque sea noble, sino porque comprende que hacer esto es de buena política. El malo detesta el sacrificio y es capaz de todas las luchas para huir de la menor cruz.

En los buenos, aún en edad infantil, se realiza el principio anima humana naturaliter christiana; en los pragmáticos, desde niños, hay una prudencia que se puede decir puramente humana; en los malos, ya en la infancia, encuéntrase el odio a la ley.

La rebeldía y el odio que existen en estos últimos niños no son nada más que concupiscencia desordenada. Así, al llegar a la adolescencia, si uno de ellos lee una novela en la que un policía y un bandido están en lucha, naturalmente quedará del lado del malhechor; él, que en los juguetes de niño era el bandido, acabó tomando el lado equivocado en la vida. Como resultado, así continuará. Y si un día llega a presenciar el derrocamiento de un gobierno bueno por la oposición, elegirá esta facción. Antes que nada es contra todo, por el simple motivo de que siempre así lo fue.

Cuando se le coloque el problema del amor libre, él defenderá esta medida pues desde niño ardió en concupiscencia. A partir de los siete años le gustaba decir inmoralidades; al llegar a los veinte será adepto de algún partido socialista y dirá que las leyes respecto a la moralidad son prejuicios sin ningún fundamento.

En resumen, es desde niño que comienzan a formarse los estados de espíritu. Y cierto es que todo hombre tiene varias edades de revolucionario y de contrarrevolucionario. Esto nos lleva al principio que San Pablo nos enseña al decir que, cuando era pequeño, pensaba como niño, y después que se hizo hombre dejó las cosas que eran de niño (cf. 1Cor 13, 11). La Revolución y la Contrarrevolución también se condicionan a esta regla.

Si analizáramos al hombre pragmático y lo confrontáramos con el revolucionario, veremos que no hay diferencia entre ambos; ellos son una sola cosa. El pragmático es un individuo que encontró su placer en llevar una vida recta y por esto la lleva. El revolucionario, a su vez, encontró la alegría en tener una vida mala y, consiguientemente, la tiene. Pero los dos procuran su propio placer, variando apenas en el modo de realizarlo. De donde se concluye que pragmáticos y revolucionarios pertenecen a una misma familia, y que de hecho sólo existen dos razas de personas en el mundo: la de los que son de Nuestra Señora, del orden, de la Contrarrevolución; y la de la serpiente, que es la del desorden y de la Revolución.

Sabemos, por otro lado, que hay dos hombres dentro de cada hombre, es decir, existe en cada uno de nosotros una luz primordial y un defecto capital. La luz primordial nos inclina a la Contrarrevolución y el defecto capital nos lleva a la Revolución. Pero es preciso considerar que todo hombre, por más que esté firmemente anclado del lado de la Revolución, puede ser llevado a la Contrarrevolución, y viceversa. En otras palabras, hay una mutabilidad en el hombre en relación a ambos caminos. No existe –lo que sería desolador– fijeza en cada una de las rutas.

Modo por el cual un hombre pasa de la Contrarrevolución a la Revolución

Esto puesto, se podría preguntar de qué modo un hombre pasa del camino de la Contrarrevolución al de la Revolución.

Como consecuencia del pecado original, el defecto capital tiene en el hombre una vivacidad asustadora y con cualquier pequeña concesión se alimenta y se expande enormemente. Podemos tomar para ejemplo un hombre orgulloso que sea miembro de una asociación cualquiera. Si le dijéramos que conocemos a todos los miembros de esa sociedad y que el de mayor valor personal es él, inmediatamente nos juzgará un buen hombre y un fino psicólogo. Dirá que lo conocemos bien y tenemos la noción exacta de lo que él es en realidad; que discernimos bien el aspecto por el cual él es superior a todos y que tenemos buen corazón, pues lo que los otros no vieron nosotros sí lo percibimos.

Lo que en realidad hicimos fue darle un veneno. Después de esto, la primera vez que alguien lo reprenda por un pequeño desliz él se rebelará.

Rey David – Catedral de Santa Cecilia, Albí, Francia

¿“Cómo es posible? ¡Yo, que soy el más importante de todos, estoy siendo recriminado por este niño! ¿Quién es él, para hacer eso”? A partir de ese momento no tolerará nada más, porque el mínimo alimento dado al defecto capital tiene una prodigiosa capacidad de inflamación.

Aún a título de ejemplo, tomemos un hombre que practica la pureza y, de un modo general, se comporta bien, pero que, repentinamente, consiente en una tentación contra la virtud angélica. Habiendo consentido en aquel pecado, es posible que llegue hasta el fin de su ignominia. ¿Cómo llegó David a pecar de manera tan infame? Mirando una vez hacia el jardín vecino, una única concesión fue suficiente.

La pereza también actúa de modo semejante. Nos acercamos, por ejemplo, a un perezoso y le decimos que debe trabajar. ‘¿De hecho es necesario?’, nos preguntará. Le demostramos que sí y cuando terminamos concuerda y nos pregunta cuál es el trabajo que debe ser hecho, añadiendo: “quiero avisarle que estoy muy ocupado.” Y antes incluso de designarle el trabajo, indagará si el servicio no es demasiado pesado. Y esto porque todo le es costoso y difícil.

Por otro lado, si le dijésemos a alguien que combate la pereza desde hace veinte años que pase un día bien perezosamente, pues veinte años de trabajo merecen un descanso, arrasaremos su alma. El día siguiente, podrá acontecerle estar en el comienzo y necesitar, así, recomenzar todo el esfuerzo como si no hubiese luchado durante los veinte años. Todo eso porque como este vicio principal tiene una fuerza de expansión semejante a los gases, en poco tiempo invadirá todo el hombre y lo dominará. Es el proceso por el cual alguien se vuelve un revolucionario.

¿Cómo sucede la conversión a la Contra-Revolución?

Detalle de la pintura El hijo pródigo de Bartolomé Murillo. Museo del Prado, Madrid, España

¿Cuál es el proceso por el que alguien se transforma en contrarrevolucionario?

La respuesta a esta pregunta es mucho más compleja. Encontramos en el Evangelio dos ejemplos de intento de formación de un contrarrevolucionario, uno exitoso, otro fracasado. El primero es el del hijo pródigo, y el segundo es el del joven rico. Éste es característicamente el pragmático. Era bueno, pero quería la vida fácil y alegre. Se encontró con Nuestro Señor, y el Divino Maestro le presentó un programa anti pragmático. Él se rehusó y continuó su camino.

El hijo pródigo también era eminentemente un pragmático. Encontraba aburrida la casa paterna, tenía sed de aventuras y quería conocer la ciudad. El padre, viendo las proporciones a las que habían llegado esos malos deseos, tuvo la única actitud razonable en estas situaciones extremas: le dio al hijo la cuota que le pertenecía y le permitió que se fuese.

Comenzaron a coexistir dos hombres en el hijo pródigo. Por un lado, llevaba en sí un resto de amor a la casa paterna, pero, por otro lado, mucho amor a la vida de orgía y disipación. En la ciudad se perdió completamente, y con esto surgió dentro de él un recuerdo antiguo; el resto de amor que aún conservaba hacia la casa de su padre afloró a la superficie y el mal hijo se acordó del hogar paterno. Por primera vez en la vida tuvo añoranzas de su casa. Dentro de sí, una vieja imagen, embotada, semi olvidada, la imagen del hogar comenzaba a aparecer ante sus ojos y a hacerse viva. Y habiendo caído en sí, dijo: “me levantaré y volveré a la casa de mi padre” (Lc 15,18). Aquél antiguo ideal revivió en su interior y vuelve a la casa paterna, donde es recibido con los brazos abiertos.

Todo hombre, por más que se haya pervertido, lleva dentro de su alma una figura completa de los ideales de bien y de verdad para los que fue creado. Sin embargo, a medida que va decayendo en la virtud, se produce un embotamiento en su conciencia de tal forma que aquella figura tiende a desaparecer; va siendo sepultada, pero no destruida, tal como la leyenda bretona de la catedral sumergida: de vez en cuando sube a la superficie del mar, y tantos recuerdos del bien, de moral, de virtud, de fe, resurgen en el alma del pecador y comienzan, repentinamente, a tocar sus campanas. Entonces, aparece la posibilidad de la conversión. El viejo ideal se ilumina, y el hombre vuelve a verlo brillar.

De lo expuesto, se concluye, que la conversión a la Contra-Revolución sólo sucede, de una manera intensa, completa y radical, cuando llegua al fondo de su personalidad. La conversión tiene que basarse en un principio fundamental de aquella alma, que domine a todos los demás, y entonces, debe restaurarla en toda su pureza. Mientras la perversión sólo se hace por pequeñas etapas y concesiones, la conversión sólo se realiza mediante grandes esfuerzos. Para que sea posible la conversión, es necesario emplear grandes energías, y despertar los primeros principios. El dinamismo por el cual la Revolución y la Contra-Revolución caminan en las almas es completamente diferente. La primera anda paso a paso, la segunda debe romper el camino por una explosión. Si queremos promover la Contra-Revolución, no podemos seguir la misma marcha de la Revolución, sino que tenemos que hacerla por otro proceso, sacando del fondo de las almas la cathédrale engloutie,1 sumergida por las olas del vicio. Los motivos son otros y la técnica completamente diferente.

Los métodos de la Revolución y de la Contrarrevolución son opuestos

Digamos, ahora, una palabra sobre el embotamiento. ¿Qué entendemos, en lenguaje común, por un hombre embotado? Es aquél cuyo espíritu sólo tiene pequeños destellos, unos restos de clarividencia, y nada más.

En el fondo de todo pragmático hay resquicios de virtudes católicas embotadas; es por excelencia, un hombre embotado. Cuando se le habla de Jesucristo o de su Iglesia, sonríe con un poco de simpatía, como un sordo que consigue oír las últimas notas de un concierto. Sin embargo, si se le amonesta respecto a su concupiscencia, o su embotamiento, sufre una metamorfosis, sus energías entorpecidas despiertan y, o procura dominarse, o correrá hasta los extremos. Veamos su importancia.

Las consideraciones desarrolladas en este punto son de tal modo importantes, que antes de pasar a otro aspecto del problema, es de toda conveniencia que tengamos una visión general de ellas.

Definimos el embotamiento y vimos sus efectos en relación al problema de la Revolución y de la Contra-Revolución. Una de las consecuencias más importantes de esos efectos –tan importante que se podría llamar la filosofía de la acción del contrarrevolucionario– se puede enunciar así: Una es la técnica de la conversión, y la otra es la de la perversión.

Esta última procede de las pequeñas concesiones. Y esto porque el vicio capital, que es el gran resorte de la perversión y la raíz de la Revolución, es fácil de ser alimentado, y se inflama extraordinariamente con cualquier pequeño alimento. En la medida que va recibiendo cualquier cosa, crece por minúscula que sea la dosis. Debido a esto, el modo por el cual se conduce una persona hacia la Revolución, es en general, el de las concesiones graduales que van llevando a los hombres poco a poco, hasta los extremos.

Pero para conducir a alguien a la Contra-Revolución, tenemos que usar el método opuesto. Se trata de resucitar, dentro de la persona, aquello que llamamos la Cathédrale engloutie, y esto sólo se puede provocar mediante un choque muy grande. La táctica de la Contra-Revolución es la de esos grandes choques y llamamientos a la conciencia.

El demonio tienta al pecador por etapas a fin de anestesiar su conciencia

Esta idea se esclarece si nos atenemos a otra imagen. El hombre utiliza una táctica para hacer dormir a una persona y otra para despertarle. En el primer caso, toca una música lenta y dulce hasta que la persona se adormezca. Pero para despertarla, la utilización del mismo método no producirá el menor resultado. La táctica, en esta circunstancia, es ¡tocar el bombo! … Entonces, el vicio capital y la Revolución la adormecen, exactamente cuando la Contra-Revolución la despierta.

Volcán del Monte Vesubio. Al fondo se puede ver el puerto italiano de Nápoles

Todos sabemos cómo se desliza la lava. Imaginemos una nueva erupción del Vesubio, y la lava corriendo ladera abajo. Sabemos que por su propia naturaleza no da saltos, sino al contrario recorre todas las etapas intermedias de la ladera de la montaña hasta llegar al valle. Imaginemos, sin embargo, que el Vesubio en su explosión expulse una piedra. La trayectoria de ésta es enteramente de la recorrida por la lava. La piedra salta de un punto a otro sin recorrer las etapas intermedias. Son, por lo tanto, dos procesos diferentes. Uno se hace lentamente, mientras que el otro alcanza directamente el blanco.

Al analizar el individuo pragmático, vimos que es un hombre dividido; al mismo tiempo es un amicus Christi y un amicus diaboli. Es un templo con dos altares, o un altar con dos imágenes; dentro de sí tiene restos el amor a Nuestro Señor y un fuerte foco inicial de amor al demonio.

También vimos que la táctica del demonio consiste en atraer hacia sí al pragmático mediante concesiones que no lleguen a ser tan violentas, que llegue al punto de provocar un choque, y hacer resurgir su cathédrale engloutie.

Si el hijo pródigo, por ejemplo, hubiese conocido a un vecino en un estado semejante al suyo, ciertamente su historia habría sido diferente. Si, cuando estuviese a punto de salir de casa, se encontrase con alguien regresando de la ciudad, después de haber comido las bellotas de los cerdos, se habría producido en él un gran choque, que le haría comprender el camino infame que estaba tomando, y se detendría. En su espíritu se produciría una “cristalización” repentina, pues se daría cuenta de hasta donde le iba llevando el amor al demonio, y con el choque resurgiría su cathédrale engloutie.

Así pues, para el demonio, la táctica inteligente es la de ir tentando al pecador por etapas, de tal modo que su conciencia se vaya anestesiando, sin nunca recibir un sobresalto, pues si sucediese eso, sería una batalla perdida.

Podemos decir, entonces, que el demonio tiene interés en que la persona se haga revolucionaria y se precipite en el infierno por la marcha de la lava, esto es, de modo gradual, por etapas.

Muy raramente se interesa por la marcha de la piedra, o sea, por los fenómenos psicológicos en los que la persona, sin peligro de convertirse, es sacada del extremo de la virtud hacia el extremo del vicio. Esto traería consigo el peligro de la “cristalización”.

La Revolución intenta evitar las “cristalizaciones”

Río Anhangabaú a su paso por la ciudad brasileña São Paulo, inicios del siglo XX

 

El fenómeno físico de la “cristalización” es muy conocido. Si en un recipiente, donde hay una solución muy saturada, se coloca un cristal, toda la solución se cristaliza. Lo mismo sucede con la conciencia humana. Está saturada de remordimientos. Repentinamente alguien hace algo muy revolucionario. Resulta de ahí un fenómeno de “cristalización”, esto es, un regreso a la posición inicial. Y es esto lo que la Revolución intenta evitar a toda costa que suceda.

En base a las consideraciones precedentes, queda patente, que la marcha de la lava es el proceso normal de la Revolución.

Como ejemplo muy concreto y esclarecedor, podemos presentar el de una persona de edad que estaba de paso por el Valle de Anhangabaú, en São Paulo, e hizo la siguiente observación: “¡mire qué cambio! Yo comí mojarritas pescadas en el riachuelo de Anhangabaú, en el tiempo en que aquí sólo había fincas de uno y otro lado. Hoy en día el río está canalizado. ¡Cómo se transformó todo esto!”

Yo, que presenciaba el hecho, me puse a considerar la enorme diferencia de aquél antiguo São Paulo en el que el río Anhangabaú brillaba al sol con sus chacras marginales, y por otra parte la ciudad actual con sus rascacielos y avenidas. El Viaduto do Chá aún no existía y el trayecto, que hoy hacemos de automóvil, era realizado a caballo. Después, ya en tiempo de la República, el viaducto construido era tan primitivo que se pagaba un peaje al pasar por él, y el tránsito era tan reducido que los hombres que cobraban este peaje se avisaban mutuamente de que una persona iba a pasar, ¡mediante un toque de corneta! Las señoras vestían faldas redondas, con todas las costumbres propias de la época; los hombres, usando sombrero de copa, las saludaban respetuosamente; los niños trataban a los mayores con todo respeto y veneración; en la antigua Facultad de Derecho, los profesores se presentaban con la tradicional beca. ¡Eran otros hábitos, otro mundo!

En aquel tiempo, ¿cómo se sentían esas personas y sus alumnos? Imaginemos que existiese en São Paulo, en la época de las mojarritas del Río Anhangabaú, un grupo de contrarrevolucionarios que profetizase que: “para el año 1964, habría una moda según la cual las jóvenes, como las mujeres de los presidios, usarían cortados sus bonitos cabellos largos, de los que entonces se ufanaban; y que verían a sus hijas usando pantalones de hombre, saliendo solas con chicos por la calle y hasta en excursiones; y, además de esto, presentasen un croquis representando un traje de baño en 1964”. Esas señoras se pondrían a llorar asegurando que no sería verdad. Todos acusarían a esos contrarrevolucionarios de estar ultrajando la dignidad paulista y de estar desequilibrados.

Pues bien, ese estado de cosas, que en 1860 provocaría llanto y rechinar de dientes, se estableció tranquilamente en Brasil, así como en todo el mundo. Y la reacción que la generación del tiempo de las mojarritas podría producir fue nula, una vez que toda esa situación se instauró de hecho en la sociedad. Si se hubiera visto, en el comienzo de la evolución, el punto a que llegaría la Revolución en 1964, seguramente, se habría dado una “cristalización” muy fuerte. Todos se habrían defendido y reaccionado. Sin embargo, como la Revolución camina al modo de la lava –muy lentamente–, fue entera y pacíficamente aceptada.

Un hecho histórico ilustra bien el avance gradual de la Revolución

Playa de Bélgica en el año 1900

Un ejemplo histórico característico del lento caminar de la Revolución es el conocido hecho de la Duquesa de Berry, nuera del Rey de Francia, que vivió hacia 1825. El mar, en aquel tiempo, era reputado como un lugar bravío. Entonces, no se admiraban sus bellezas. La humanidad tardó mucho tiempo en comprender el mar, el cual, solamente comenzó a ser apreciado, en la época del Rey Carlos X de Francia.

Fue entonces cuando comenzaron los baños de mar. Este hábito chocaba mucho, porque en aquella época no se comprendía cómo era posible practicar un acto íntimo de la vida como era el baño, en público. Sin embargo, la Duquesa de Berry que era contrarrevolucionaria en el plano B, pero revolucionaria en el plano A, inauguró los baños de mar en una playa del norte de Francia. Iba a la playa con un traje largo hasta los pies, y acompañada por sus damas. El alcalde de la ciudad la esperaba en la orilla vestido de frac. Acompañaba a la duquesa dándole la mano, y juntos entraban en el mar; desde la fortaleza se oían salvas de cañón, pues ahí estaba Su Alteza Real y era necesario saludarla.

Era una ceremonia muy solemne. Sin embargo, este hecho, por el proceso de la marcha de la lava, puso de moda los baños de mar. Se hacía imposible un baño de mar con tanto aparato y, poco a poco, fue siendo hecho de modo más vulgar.

Hacia 1925, las jóvenes tomaban baño de mar con trajes confeccionados con una especie de látex, largos, apretados en la rodilla y con mangas. A su vez, los hombres se vestían análogamente y aún con un poco más de recato. Sin embargo, hacia 1930, estos últimos comenzaron a utilizar una especie de taparrabo indígena que son los calzones de baño. En la playa, las jóvenes más recatadas huían de la presencia de ellos, pues nunca se vio una cosa semejante. Hoy en día, como todos saben, en las playas hay una inmoralidad sin freno y sin medida. Prácticamente no falta nada para el nudismo, y en algunos lugares ya comenzó.

Es la marcha de la lava. Gradualmente se llegó a este cúmulo de miseria moral y, sin embargo, no hubo reacciones. De etapa en etapa, el pragmatismo fue arrastrado hasta donde no quería. Y eso explica que la generación de 1860 haya presenciado las mayores modificaciones imaginables en el plano A con una completa indiferencia. El triunfo consistió exactamente en caminar con la marcha de la lava y en evitar la marcha de la piedra, o sea, las “cristalizaciones”.

Revolución sofística y Revolución tendencial

Se podría concluir, de lo arriba expuesto, que las ideas y las doctrinas no tienen ninguna importancia. Las consideraciones hechas nos llevarían a la afirmación de que no hay mal en lanzar una doctrina equivocada, sino que todo se procesa tan solo por las tendencias y las costumbres.

Para responder a esta cuestión es necesario distinguir dos categorías de Revolución A: la sofística y la tendencial. La primera es hecha por las ideas equivocadas enseñadas en las cátedras universitarias, divulgadas por los periódicos, libros y demás medios de propaganda. La segunda es la que produce las tendencias, despierta los malos deseos y actúa tendencialmente en el hombre para llevarlo hasta donde él no debería ir. En orden de importancia, la Revolución en las mentalidades, en las costumbres –la Revolución A tendencial– es las más importante. La Revolución A sofística, la que inculca el error y es cronológicamente posterior a la tendencial, es menos importante que esta. El sofisma sólo gana terreno en el alma depravada, que desea el error.

Tendremos, por último, la Revolución B que, pasando a los hechos, transforma las intenciones, las leyes y las costumbres2.

Extraído de conferencia del 15/10/1964

Notas

1Cathédrale engloutie: Catedral sumergida, basada en una antigua leyenda bretona que cuenta como la catedral de la mitológica isla de Ys se hundió en el mar como castigo por los pecados de los habitantes de la isla.

2Cf. Revolución y Contra-Revolución, Parte 1, Cap. V, “La Revolución, en las ideas y en los hechos”.

 

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