La mayor prueba de la Historia

Publicado el 03/14/2021

Poco tiempo después de que los Santos Esposos partieran de la casa de Zacarías y llegasen a Nazaret, un nuevo misterio se añadió a todos aquellos con los que San José ya se había topado a lo largo de su vida: notó en la Virgen los evidentes signos de la gestación del Niño Jesús.

En un matrimonio virginal como el de ellos, era normal que San José desconociera el origen del que iba a nacer. Por eso, se sorprendió al percibir que su santísima Esposa, cuya pureza hacía enmudecer hasta a los Ángeles, estaba esperando un Hijo.

Veía en la Santísima Virgen un alma de fulgor incomparable, enteramente unida a Dios; una criatura de virtud consumada y sin mancha que, aunque él sabía que era humana, a veces se preguntaba si no sería un Ángel o más, pues cuando la contemplaba, acababa pensando: «¡Ni siquiera un espíritu celestial llegaría jamás a tener esta fisonomía!».

En ningún caso San José iba a dudar de la conducta de María Santísima, en la que jamás había visto un acto menos que perfecto. Sin embargo, tenía ante sí un hecho incontestable: Ella había concebido. Su espíritu, sumamente ordenado, una vez que estaba exento del pecado original, no se precipitó a la hora de sacar conclusiones, sino que se puso a reflexionar. Mientras pensaba, pudo discernir que había algo divino en lo ocurrido, pero la sublimidad sobrenatural de aquel misterio excedía en mucho la mente humana más dotada. E inmensa fue su perplejidad ante lo que no entendía. Cabe preguntarse si algún día nos será dado conocer, en su verdadera envergadura, tan intenso tormento.

La Santísima Virgen, a su vez, por su humildad y confianza en Dios, decidió no contarle nada, dejando el caso en manos de la Providencia, como fue considerado en el capítulo anterior. Máxime que hasta Santa Isabel había recibido una comunicación del Espíritu Santo sobre el altísimo misterio de la Encarnación del Verbo.

Como José no quería levantar con su Esposa un problema que juzgaba superior a su propia competencia y comprensión, permaneció sin decir palabra sobre el asunto durante varios días, a lo largo de los cuales, aunque estuvo traspasado de aflicción en su interior, la trató con toda naturalidad. Cualquier otro seguramente habría indagado acerca de lo sucedido, aún más con el ascendiente que la Ley concedía al marido sobre la esposa; pero él, reverente, lo aceptó como un misterio sobrenatural ante el cual se sentía indigno. He aquí la actitud de varón justo (cf. Mt 1, 19) adoptada por San José: el silencio. ¿Cómo explicarlo?

En primer lugar, este santo hombre, en el constante trato que mantenía con su Ángel de la Guarda mediante sueños, había recibido una invitación a la confianza. En medio de la prueba que estaba atravesando al pensar qué es lo que podía haber sucedido, su Ángel le dijo: «José, confía. Todo quedará claro».

Pero esto no bastaba para tranquilizar su espíritu… Para ello, otro factor sería el determinante.

El dolor de tener que abandonar el mayor tesoro de la tierra

Como San José estaba convencido de que en María Santísima jamás hallaría la menor mancha y estaba seguro de que su Esposa era la Virgen anunciada por Isaías, no consideró, ante las evidencias del embarazo, la hipótesis de proceder según las leyes dictadas por Moisés, como algunos autores suponen.[1] Según explica un exégeta, el P. Salmerón, «el Ángel le dijo a José: “No temas recibir a María por Esposa”. Y no: “No sospeches”. Esto es lo que le habría dicho si José, en su espíritu, hubiera sospechado de adulterio. Por el contrario, lleno de temor reverencial, no tuvo ninguna sospecha al aceptar a su Esposa».[2]

Por eso, siendo un hombre justo, humilde y prudente, San José se juzgaba tan inferior a la santidad de su Esposa y al sublime misterio que Dios operaba en Ella, que tomó una decisión: retirarse. No era digno de vivir junto a aquella nueva Arca de la Alianza, mucho más sagrada que la primera, pues llevaba en su seno no sólo símbolos y reliquias, sino al propio Dios.[3] De esta forma, decidió abandonar su mayor tesoro en esta tierra: María Santísima.

Auxilio celestial en la hora extrema

En aquellos tiempos, en que la tecnología no había difundido sus «maravillas» por el mundo, los hombres tenían un espíritu más contemplativo. Lo que caía delante de sus ojos era objeto de análisis y profundización, y esto les llevaba a prestar atención, con una acuidad extraordinaria, a todo lo que les llegaba del mundo sobrenatural. En este sentido, el hecho de considerar los sueños como un elemento indicativo de rumbos proféticos era algo muy común en el pueblo elegido.[4] Si alguien, mientras descansaba, notaba que ciertas escenas se le presentaban de forma muy clara, reflexionaba después largamente acerca del mensaje que pudieran contener y, si lo contenían, estas escenas quedaban marcadas en el alma de quien las había soñado. Por este medio Dios quiso que San José pasara del dolor a la alegría.

En el momento de la gran prueba axiológica, en que la perplejidad estaba dilacerando su alma, San José tuvo que ser sustentado por su Ángel de la Guarda, puesto que la prueba era durísima. Cuando ésta llegó a su auge y el varón de Dios, ya serenamente dormido,[5] se preparara partir, el Santo custodio lo detiene: «Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un Ángel del Señor» (Mt 1, 20a)

Esta intervención decisiva fue obtenida por María, como señala el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira: «Con certeza, mientras el Ángel hablaba con él, Nuestra Señora estaba rezando al Ángel e interce diendo junto a Dios para aclarar y abreviar el drama de San José».[6]

 De hecho, el Ángel le reveló en sueños toda la maravilla que contenía aquel misterio, en el que todavía no le resultaba claro su papel: «“José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en Ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un Hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados”. Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta: “Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un Hijo y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa ‘Dios-con-nosotros’”» (Mt 1, 20b-23).

Sin mediación humana, Dios lo socorrió en aquella hora extrema, recompensando su perfecta rectitud y temor reverencial. Se comprende que el Ángel esperase a que San José estuviera durmiendo para decirle todo esto durante el sueño, pues, ¿cuál habría sido su impresión si llegase a recibir tales noticias en circunstancias normales? Sin una ayuda especial de la Providencia, probablemente habría muerto, colmado de una felicidad plena.

Tomado de la obra, San José ¿Quién lo conoce?;  pp.141-143; 152-154; 159-161

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NOTAS
1) Cf. TUYA, OP, Manuel de. Biblia comentada. Evangelios. Madrid: BAC, 1964, t. V, p. 27- 28; LEVORATTI, Armando Jorge. Vangelo secondo Matteo. In: LEVORATTI, Armando Jorge (Dir.). Nuovo comentario bíblico. I Vangeli. Roma: Borla; Città Nuova, 2005, p. 370; VOLPI, Domenico. L’uomo giusto. Giuseppe di Nazareth. Roma: Pia Unione del Transito di San Giuseppe, 1996, p. 2; LÉPICIER, OSM, Alexis-Henri-Marie. Saint Joseph, époux de la très Sainte Vierge. Paris: P. Lethielleux, 1932, p. 109-110. A pesar de defender siempre el absoluto convencimiento de San José acerca de la plena inocencia de su Esposa, el Monseñor João Clá Dias consideró en el pasado que el Santo tal vez hubiera tenido en cuenta las diversas alternativas que la Ley Mosaica ofrecía en el caso de un embarazo al que el esposo no había concurrido (cf. CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. Dos silencios que cambiaron la Historia. In: Lo inédito sobre los Evangelios. Città del Vaticano-Lima: LEV; Heraldos del Evangelio, 2014, v. I, p. 60). En la actualidad, habiendo profundizado en el estudio y en la contemplación de este episodio, no tiene la menor duda en defender la hipótesis registrada en el texto de esta obra.
2) SALMERÓN, SJ, Alfonso. Commentarii in Evangelicam Historiam et in Acta Apostolorum. Tractatus XXX. Coloniæ: Antonium Hierat & Ioannem Gymnicum, 1602, t. III, p. 240. Así piensa también Santo Tomás de Aquino: «José quiso dejar a María, no porque tuviera alguna sospecha acerca de Ella, sino porque temía, por su humildad, vivir unido a tanta santidad; por eso el Ángel le dijo: “No temas” (Mt 1, 20)» (SANTO TOMÁS DE AQUINO. Super Sententiis. L. IV, d.30, q.2, a.2, ad 5). En el mismo sentido apuntan va- rios Padres de la Iglesia: cf. SAN EFRÉN DE NÍSIBE. Diatessaron, 2, 1: SC 121, 68; EUSEBIO DE CESAREA. Quæstiones ad Stephanum, q. I, n.o 6: PG 22, 887; SAN BASILIO MAGNO. Homilia in sanctam Christi generationem, n.o 3: PG 31, 1462-1463; ORÍGENES. In Lucam. Hom. VI: PG 13, 1814-1815. Y también el Doctor Melifluo: cf. SAN BERNARDO. En alabanza de la Virgen Madre. Hom. II, n.o 14. In: Obras completas. 2.a ed. Madrid: BAC, 1994, t. II, p. 633; y Morales: cf. MORALES, SJ, Pedro. In caput primum Matthæi. De Christo Domino, Sanctissima Virgine Deipara Maria, veroque eius dulcissimo et virginali sponso Iosepho. L. IV, tract. 5. Lugduni: Sumptibus Horatii Cardon, 1614, col. 676. En la actualidad, hay una pléyade de exégetas de renombre que defienden esta opinión: cf. LÉON-DUFOUR, SJ, Xavier. Studi sul Vangelo. Torino: Paoline, 1974, p. 69; 79; CARRA- SCO, OCD, José Antonio. San José en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Valladolid: Centro Español de Investigaciones Josefinas, 1980, p. 47-48; FABRIS, Rinaldo. Matteo. 2.a ed. Roma: Borla, 1996, p. 61; PHILIPPE, OP, Marie-Dominique. Le mystère de Joseph. Versailles: Saint-Paul, 1997; Giuseppe il padre che Gesù non nomina mai. Casale Monferra- to: Piemme, 2001, p. 130; HARRINGTON, SJ, Daniel J. Il Vangelo di Matteo. Bologna: Elledici, 2005, p. 31; FAUSTI, SJ, Silvano. Una comunità legge il Vangelo di Matteo. Bologna: EDB, 2007, p. 19; BOUTON, André. C’est toi qui lui donnera le nom de Jésus. In: Assemblées du Seigneur. Paris. Año II. N.o 8 (1962); p. 35-70; KRÄMER, SDB, Michael. Die Menschwerdung Jesu Christi nach Matthäus (Mt 1). Sein Anliegen und sein literarisches Verfahren. In: Biblica. Roma. Vol. 45. N.o 1 (1964); p. 1-50; SPICQ, OP, Ceslas. José, son mari, étant juste (Mt 1, 19). In: Revue Biblique. Paris. Vol. 71. N.o 2 (Abr., 1964); p. 206-214; PELLETIER, SJ, André. L’annonce a Joseph. In: Recherches de Science Religieuse. Paris. Vol. LIV. N.o 1 (Ene.-Mar., 1966); p. 67; LAURENTIN, René. The Truth of Christmas Be- yond the Myths. Petersham (MA): St. Bede’s, 1986, p. 266; DE LA POTTERIE, SJ, Ignace. María en el misterio de la Alianza. Madrid: BAC, 1993.
3) Con respecto a esta decisión tomada por la severa consideración de su indignidad, es oportuno mencionar la bellísima consideración del P. Salmerón: «Muchos opinan que el santo y humilde José no desconocía el misterio de la concepción del Hijo de Dios, sino que a causa de su modestia se consideraba indigno de tanto honor y del consorcio con la Virgen, en razón del honor y reverencia debidas a Ella, así como por deber de justicia. Cuando el Verbo se encarnó, pensó en dejarla, recordando lo que a Moisés le había sido dicho: “No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado” (Éx 3)» (SALMERÓN, op. cit., p. 237).
4) «El tema del sueño como instrumento de la revelación de Dios es típico en la Sagrada Escritura: en el Antiguo Testamento, por ejemplo, son conocidos, entre otros, los sueños de Salomón (cf. 1Re 3, 15); de Mardoqueo (cf. Est 1, 1 y 10, 3 del texto griego); de Judas Macabeo (cf. 2Mac 15, 11-16); del profeta Daniel (cf. Dan 7); pero, sobre todo, los sueños de José, hijo del patriarca Jacob (cf. Gén 37, 5; 42, 7), el cual —como Daniel— no sólo es “soñador”, sino el propio intérprete de los sueños (Gén 40, 5-8; 41, 16; Dan 1, 17; 2, 18.28; 4, 5-15; 5, 11); en el Nuevo Testamento, en Mateo los encontramos expresados explícitamente (cf. Mt 1, 20; 2, 13.19.22; 27, 19), así como en los Hechos de los Apóstoles (cf. Hch 16, 9; 18, 9; 23, 11; 27, 3)» (MICELI, Patrizia Innocenza. I modelli di Giosefologia nella storia della Teologia cristiana. Todi: Tau, 2015, p. 21).
5) El P. Isolano, con mucha elevación de espíritu, explica que «José, aunque atormentado por la duda, no lo estaba, sin embargo, por la pasión, sino que su espíritu estaba tranquilo y atento a no contrariar en nada la divina voluntad. Y lo significa bien el tiempo de la noche, dedicado al descanso del hombre» (ISOLANO, OP, Isidoro de. Suma de los dones de San José. P.2.a, c.8. In: LLAMERA, OP, Bonifacio. Teología de San José. Madrid: BAC, 1953, p. 474).

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