La misericordia omnipotente de María. Meditación Primer Sábado de mes, noviembre de 2023

Publicado el 11/03/2023

Introducción

A fin de reparar las ofensas cometidas contra el Inmaculado Corazón de María, hagamos nuestra devoción del Primer Sábado, meditando hoy el 5º Misterio Glorioso: “La Coronación de la Santísima Virgen como Reina de Cielos y Tierra”.

Después de su ‘dormición’, o sea, su muerte suave y bendecida, la Santísima Virgen resurgió del sepulcro en cuerpo y alma, y así, por el divino poder, fue elevada al Cielo. Al ingresar en la bienaventuranza eterna, es recibida con gran fiesta, acogida por la Santísima Trinidad y coronada como Reina de toda la Creación.

Composición de lugar

Imaginemos el momento en que Nuestra Señora, que parecía dormir plácidamente, despierta con su alma gloriosa unida nuevamente a su cuerpo. Enseguida, en medio de una melodía celestial, María se yergue de su túmulo y comienza a elevarse hacia el Cielo. Podemos ver a su Divino Hijo también en cuerpo glorioso, que la recibe en la entrada de la bienaventuranza eterna y la invita a sentarse en un trono junto al de Él. Por las manos de su Hijo, la SantísimaTrinidad corona a la Santísima Virgen como Reina de todo el Universo.

Oración preparatoria

Oh, gloriosa Reina y Señora de Fátima, volved hacia nosotros vuestros ojos de Madre de misericordia y cubridnos con vuestro manto de bondad. Alcanzadnos en este piadoso ejercicio las gracias necesarias para meditar bien este misterio que exalta vuestra realeza sobre toda la creación. Dadnos a comprender que este dominio sobre nosotros es hecho de clemencia y de amparo en todas las necesidades, y que siempre debemos honraros por vuestra incansable solicitud para con nosotros. Así sea.

Apocalipsis 12, 1

“  Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza;”

I- GRAN FIESTA EN EL CIELO

Según los autores católicos, Nuestra Señora resucitó tres días después de su muerte dichosa y se levantó del sepulcro con tanta hermosura y belleza que solo los ángeles y los bienaventurados pudieron conocer.

1- En el auge de la perfección

En el día de su resurrección y Asunción al Cielo, Nuestra Señora estaba en la plenitud de la santidad. Su alma purísima, que no dejó de progresar un minuto siquiera durante toda su existencia terrena, había llegado al auge. La Virgen María había alcanzado la suprema perfección. Poseía incomparable belleza de alma, pues estaba repleta de virtud; su amor a Dios había alcanzado el apogeo. Esa santidad translucía en toda su persona y le daba una belleza única. Fue así, plena de belleza y refulgente, que María subió al Paraíso Celestial, entre las aclamaciones de los coros angélicos y las alegrías de los bienaventurados.

2- Recibida por su Divino Hijo

La humanidad santísima de Cristo se vio reflejada en la hermosura de su Madre, así como la Madre se encantó al ver nuevamente la belleza divina de su Hijo adorable. ¡Consideremos cuán merecida recompensa tuvieron el Corazón de la Madre y el del Hijo por los martirios que ambos sufrieron en los dolorosos momentos de la Pasión! Entonces se veían rodeados de mortificaciones, ahora se encuentran llenos de júbilo. La Madre, al ver el Hijo entre tantos tormentos, se condolió con extremo dolor; y el Hijo, al ver el dolor de su Madre, se llenó de angustia. Ahora, en cambio, al ver el Hijo a la Madre en tanto gozo, y la Madre al ver entre tantas glorias a su Hijo, se regocijan con el mayor placer.

¡Podemos imaginar qué espectáculo indecible no habrá sido este encuentro entre Madre e Hijo en la gloria eterna! Y pensemos, ¿qué podrá esta Reina pedir a su Hijo en nuestro favor, que no lo alcance? Supliquémosle con entera confianza los remedios para todas nuestras necesidades, de cuerpo y de alma, y seguramenteseremos atendidos.

3- Acogida por los ángeles y santos en el Cielo

Después de ser recibida por Jesús, María fue también acogida por los ángeles y santos en el Cielo. La Santísima Virgen coronó con su belleza incomparable las bellezas esplendorosas de la eterna bienaventuranza. Por eso el Paraíso entero se llenó de alegría y de gloria.

¿Cómo habrá sido la inmensa felicidad que tomó a los habitantes del Cielo al ver entrar allí, rodeada de tamaña pulcritud, a su tan esperada Soberana? ¿Con qué desfile maravilloso de todas las almas elegidas la recibieron? Comenzando por el glorioso patriarca San José, su castísimo esposo; sus padres, San Joaquín y Santa Ana; Adán y Eva, reconocidos y agradecidos por haber sido Ella la humilde Virgen, la elegida para dar inicio a la Redención del género humano, decaído por la falta
que ellos cometieron.

Por fin, todo el Paraíso Celestial la reverenció y la aclamó, mientras subía hasta el trono de la Santísima Trinidad para ser coronada como Reina de todo el Universo. ¡Fue una verdadera fiesta en el Cielo, difícil de imaginar!

II –GLORIA INCOMPARABLE

 

Se entiende por la Coronación de María que, después de su entrada triunfante en la morada de los bienaventurados, Ella fue revestida de gloria debido a la grandeza de sus merecimientos. Por eso, María es la “mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”.

1- Gloria superior a la de todos los ángeles y santos reunidos

Esta maravillosa mujer, afirman los autores católicos, es la Virgen María, que recibe de la santa humanidad de Jesús, verdadero Sol de Justicia, un brillo incomparable y un esplendor realmente divino. Calca la luna a sus pies, es decir, todas las cosas humanas, todo lo que cambia y pasa. Las doce estrellas que forman su corona significan los doce apóstoles, conservados en la fe por María, después de la Ascensión de Jesús, o también los doce privilegios con que Dios la distinguió.

Superior por su maternidad divina y por la eminencia de su santidad, la Virgen María fue elevada en gloria, en felicidad y en poder, por encima de todos los coros angélicos y de todos los órdenes de los santos reunidos. María está más cerca de Dios, lo ama más perfectamente y goza de Él más abundantemente que todos los otros bienaventurados. Esta gloria, solo Dios la podría explicar.

2- Gloria comunicada a los santos

Su gloria y felicidad es tanta, que le sobra para comunicarlas todavía a los más santos. Así como el sol, dice San Bernardino, comunica su luz y su calor a los planetas, también María goza de tanta gloria en el Cielo, que la reparte entre los demás santos.

Estos se alegran inmensamente solo de ver a Nuestra Señora. Los santos del Cielo, dice San Damián, después de la presencia de Dios, no tienen mayor placer que contemplar a su preciosa Reina.

3- Nuestros deberes para con nuestra Reina

Pensemos ahora cuáles son nuestros deberes para con tal excelsa y bella Reina. Estos deberes son numerosos. Estamos obligados a respetar a esta augusta Soberana, a obedecerla y amarla. En este mundo, la soberanía de María se manifiesta, sobre todo, por una bondad y benevolencia maternales, por lo cual rezamos: “¡Dios te salve, Reina y Madre de misericordia!”

Por Ella, los justos perseveran en el bien y en el fervor; para los pecadores obtiene el arrepentimiento y la conversión. Todos pueden decir con San Buenaventura: “¡He ahí a mi Soberana que me salvó!”

Como San Luis María Grignion de Montfort aconseja, nuestros deberes para con María pueden resumirse en esta actitud: consagrándonos, según nuestro estado, a su voluntad y a su servicio en todas nuestras acciones de cada día.

¡Cuántas ventajas espirituales nos dará esta piadosa práctica! La Santísima Virgen ama a sus esclavos de amor; los ama con una ternura activa y afectiva, mucho más intensa que la de todas las madres juntas.

San Alfonso va más allá al afirmar: “Si reuniésemos el amor de todas las madres a sus hijos, de todos los esposos a sus esposas, de todos los ángeles y santos para con sus devotos, no igualaría todo ese amor al amor que María tiene a una sola alma”.

¿Cómo está, entonces, nuestra devoción y entrega a esta Madre y Reina que se dedica a cada uno de nosotros como si fuésemos su hijo único?

III –REINA QUE ES NUESTRA PUERTA DEL CIELO

Tanto más debemos empeñarnos en ser devotos de nuestra Celestial Soberana, cuanto esa realeza se ejerce sobre nosotros, no como un poder tiránico, sino por la acción misericordiosa de la mejor de todas las madres, capaz de librarnos de nuestros defectos y atraernos, con agrado y particular dulzura, hacia el bien que nos desea.

1 – Todo nos obtiene de la infinita bondad divina

Ese poder materno de María sobre las almas nos revela cuán admirable es su omnipotencia suplicante, que todo nos obtiene de la misericordia divina. ¡Tan augusto es ese dominio sobre todos los corazones, que representa incomparablemente más que ser soberana de todos los mares, de todas las vías terrestres, de todos los astros del cielo; ¡tal es el valor de un alma, aun cuando sea la del último de los hombres!

2 – Aquella que nos abre la entrada al Cielo

Además de alcanzarnos la benevolencia divina para aplanar nuestras dificultades terrenas, Nuestra Señora es también la puerta que nos abre la entrada de la Casa de Dios, conforme exclama San Pedro Damián al celebrar el nacimiento de María: “Hoy nació la Reina del mundo, ventana del Cielo, Puerta del Paraíso”.

Sí, María es la puerta del Cielo, porque todos los que en él entran, lo hacen siguiendo a Jesús, por medio de María.

La tierra, que el pecado de Adán había separado del Cielo, se reconcilió con este por la intercesión de María, que nos dio a Jesús.

La Santa Virgen María, afirman los teólogos, por su pureza y humildad, hizo descender a Jesucristo del Cielo a la tierra; así también, por sus ejemplos y virtudes, fue la primera en abrirle a los hombres la vía que conduce al Cielo.

Por eso, Jesucristo la colocó a la cabeza de todo el género humano, y quiso que nadie pudiese salvarse, ni subir al Cielo, sino por el consentimiento y bajo la protección y la dirección de María.

Es por esa gloriosa puerta, pues, que llegamos al Cielo. Es por esa puerta que todas nuestras oraciones suben hasta Dios y es por medio de Ella que obtenemos las gracias necesarias para nuestra salvación. Así, en todos los días de nuestra vida y sobre todo en el momento en que estuviéremos por entrar en la eternidad, a Ella debemos dirigir esta filial y confiada súplica: “Puerta del Cielo, abríos para mí”.

CONCLUSIÓN

 

Terminemos esta meditación volviéndonos hacia la Señora de Fátima, cuyo Inmaculado Corazón deseamos reparar en este piadoso ejercicio. A Ella exaltamos y veneramos como a nuestra clemente Reina, dirigiéndole esta alabanza dictada por San Bernardo de Claraval:

“¡Oh María, Señora del Mundo, Reina del Cielo! Es para Vos como centro de la Tierra, como el Arca de Dios, como la causa de las cosas, como la estupenda obra de los siglos, que se vuelven las miradas de los habitantes del Cielo y de la tierra, de los tiempos pasados, presentes y futuros. Por eso os llamarán bienaventurada todas las naciones, oh Madre de Dios, pues para todas engendrasteis la vida y la gloria.

En Vos los ángeles encuentran la alegría, los justos la gracia, los pecadores el perdón para siempre. ¡Con razón, por lo tanto, todas las criaturas ponen los ojos en Vos, porque en Vos, por Vos y de Vos la benigna mano del Omnipotente rehízo todo lo que Él había creado!”

Dios te salve, Reina y Madre…

Referencias bibliográficas
Basado en:
SAN ALFONSO DE LIGORIO, Glórias de Maria, Editora Santuário, 1987.
MONSEÑOR JOÃO CLÁ DIAS, Pequeno Oficio da Imaculada Conceição Comentado, Artpress, 1997.
P. ANTÔNIO DE ALMEIDA FAZENDA, SJ, Meditações dos Primeiros Sábados,
Braga, Portugal

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Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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