La Natividad de Nuestra Señora: comienza la derrota del demonio

Publicado el 09/08/2022

El día en el que María fue dada a luz, declaró Dios la ruina del demonio y la restauración del plan original que el pecado de Adán había frustrado.

Hno. Guillermo Torres Bauer, EP

Así como el ser humano al escoger algo para sí o para los que más quiere, escoge siempre lo mejor, así mismo Dios quiso escoger lo mejor para adornar el alma de la que sería su Hija Bienamada, su Madre Admirabilísima y su Esposa Fidelísima: María Santísima.

Cuando Adán cometió el pecado original en el Edén, la humanidad en su persona adquirió una deuda de valor infinito que ningún hombre sobre la faz de la tierra conseguiría resarcir, sólo Dios hecho hombre podría ofrecer ese acto de reparación infinito. Por esta razón es que el “Verbo de Dios se hizo carne” para redimir a la humanidad “y edificó su morada entre nosotros” (Jn 1, 14).

Virgen de la humildad

Al encarnarse Dios en el seno de María Santísima y hacer de Ella su morada, quiso adornar su alma con los mayores dones, virtudes y gracias que poseía en su divino tesoro. Dios Padre quiso que su Hija Predilecta fuera exenta de la mancha original desde el primer momento de su concepción; Dios Hijo previendo el inestimable don ser Madre de Dios, quiso que permaneciera Virgen – por inefable privilegio ­- antes, durante y después del parto; y el Divino Espíritu Santo quiso asociarla a su obra santificadora haciéndola tesorera y dispensadora de todas las gracias.

El día en el que María fue dada a luz, declaró Dios la ruina del demonio y la restauración del plan original que el pecado de Adán había frustrado.

Bien podríamos imaginar el júbilo que inundaba a los Ángeles al ver por fin, después de tanto tiempo a su Reina y Señora, la causa de su alegría. Y en contrapartida podemos pensar también en el odio satánico de los demonios al darse cuenta de que Aquella mujer que fue la causa de su condena entraba ahora en el mundo aplastándoles inexorablemente la cabeza con sus pies inmaculados.

El nacimiento de Nuestra Señora fue el inicio de la glorificación que Dios desea darle a Ella, y que culminará con el cierre de oro de la historia, la era más santa, el periodo más augusto: el Reino de María.

Pero volviendo nuestros ojos al presente y reconociendo el estado en que se encuentra la humanidad, tenderíamos a dudar de que esa glorificación se pueda realizar, pues la humanidad le ha dado la espalda a Dios y a su Madre Santísima y se ha dejado llevar por las falacias del demonio.

En el momento decretado por Dios en su misericordia, Él derrumba la muralla: nace la Virgen, la raíz bendita de la cual brotaría nuestro Señor Jesucristo.

Sin embargo, no puede claudicar nuestra esperanza pues como nos dice el doctor Plinio Corrêa de Oliveira: “La situación del mundo en aquel tiempo era parecida a la de nuestros días: los vicios imperaban, la idolatría dominaba la tierra, la abominación había penetrado en la propia religión judaica — precursora de la Iglesia Católica —, el mal y el demonio vencían. Con todo, en el momento decretado por Dios en su misericordia, Él derrumba la muralla: nace la Virgen, la raíz bendita de la cual brotaría nuestro Señor Jesucristo. Comenzaba la ruina del demonio1

1 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 8/9/1963 in CLÁ DIAS, Monseñor João. María Santísima, el paraíso de Dios revelado a los hombres. Tomo II Pág. 87

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