La Navidad y el núcleo de la lucha

Publicado el 12/25/2022

El futuro está en las manos de Dios y en las oraciones de María, una vez que Ella obtiene todo cuanto pide.

Plinio Corrêa de Oliveira

Celebramos en la Navidad este hecho sublime: El Verbo se hizo carne en las entrañas purísimas de la Virgen María y habitó entre nosotros.

Dios creó todos los seres en una jerarquía perfecta: Ángeles, hombres, animales, plantas, minerales. Y decidió, desde toda la eternidad, unirse a una de sus criaturas –en una unión que la teología denomina hipostática– a fin de elevar esa naturaleza hasta su propia divinidad.

Así, en Nuestro Señor Jesucristo la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se unió a su humanidad, constituyendo una sola Persona Divina con dos naturalezas, la divina y la humana.

Entre la variedad inmensa de seres creados, Dios no escogió para tal unión la criatura más elevada, sino aquella que, de cierto modo, participaba de todas las naturalezas, a fin de, por esta manera, honrar toda la Creación.

En efecto, en la jerarquía del universo están en primer lugar los Ángeles, puros espíritus; en seguida viene la naturaleza humana, compuesta de espíritu y materia; después comienza el reino de la materia, con grados de vida diversos, terminando en la materia inerte, tan magnífica y jerarquizada ella misma, si consideramos la inmensa gama de seres existentes, desde las piedras que se pisan inadvertidamente en la calle hasta las joyas más preciosas o los astros más luminosos.

Anunciación – Maestro de la Seo de Urgell – Museo Nacional de Arte de Cataluña – Barcelona – España

Con la Encarnación, los Ángeles buenos se regocijaron por ver su naturaleza espiritual honrada. Y, sin duda, si los animales, las plantas y las piedras pensaran, cantarían de alegría en Navidad, pues se puede admitir que, en la Noche Santa, todos crecieron enormemente en brillo porque “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn. 1, 14).

Con todo, Dios honró especialmente al género humano, no solo por haber escogido un hombre para establecer la unión hipostática, sino por elevar una mera criatura humana a la dignidad de Madre de la cual Él habría de nacer. Nuestra Señora aparece, así, como el fundamento honorífico de la humanidad.

Todo el proyecto de la creación tiene, por lo tanto, un sentido específico en función de la humanidad: la lucha para la salvación de los hombres a fin de que den gloria a Dios, correspondan a sus designios y hagan su voluntad en la tierra como en el cielo, toma una importancia que envuelve la creación entera.

El centro de esa guerra es la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, y lo más selecto de las fuerzas, tanto del bien como del mal, combaten en ese campo de batalla arquetípicamente sagrado, constituido por nosotros, los seres humanos.

Al terminar un nuevo año, el panorama de esa lucha se presenta así: una enorme confusión diseminada por todas partes por los hijos de las tinieblas. Confusión dentro y fuera de la Iglesia, confusión en el terreno eclesiástico, civil, político, social, económico; todo no es sino ambigüedad y caos.

A la vista de tanta confusión entre batalladores de uno y otro lado, se diría que los verdaderos mentores de la lucha, esto es, los Ángeles y los demonios, soltaron las riendas de los acontecimientos y que los hombres, abandonados a sus limitaciones, no hacen sino burricies. Ahora bien, los espíritus angélicos nunca entregan las riendas de la batalla. Luego, son los demonios los que provocan la confusión y los Ángeles la combaten.

Por otro lado, aunque esta sea una guerra relacionada con la salvación del género humano y, por lo tanto, trabada principalmente por hombres, la desproporción existente entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas habla en favor de la angelización de la lucha. Así, caminamos para un entrechoque en el cual la transparencia de las acciones angélica y diabólica quedará cada vez más clara.

Imagen peregrina de Nuestra Señora de Fátima

El futuro está en las manos de Dios y en las oraciones de María, una vez que Ella obtiene todo cuanto pide. Roguemos, pues, a aquella a quien la Iglesia invoca como “Causa de nuestra alegría” y “Reina de los Ángeles”, para que derrame sobre el mundo una lluvia de gracias que limpie la faz de la tierra, disipe las tinieblas y haga brillar, bajo un cielo azul, el Sol de Justicia a una humanidad renovada.*

* Cfr. Conferencia del 5/12/1981

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