La obra maestra del Doctor de las Escrituras

Publicado el 01/26/2021

Discípula de San Jerónimo, supo mantenerse fiel a
su padre espiritual incluso ante la persecución y las
calumnias que hacían contra él.

Hna. María Beatriz Ribeiro Matos

Aunque todos los miembros de mi cuerpo se volvieran lenguas y sus articulaciones hablaran con voz humana, ni siquiera así podría decir nada digno de las virtudes de la santa y venerable Paula”. 1

Así empieza San Jerónimo una de sus cartas, introduciendo al lector,con tan breves palabras, en una de las más bellas páginas de la hagiografía católica.

¿Quién es esa que hace a San Jerónimo creerse incapaz de exaltarla cuanto merece?

Ilustre dama de la antigua Roma

Corre el año 379. En un suave atardecer otoñal las casas se van iluminando discretamente y, de manera paulatina, el bullicio propio a una ciudad muy movida disminuye, dando paso al silencio de la noche. Nos encontramos en Roma, la capital del mundo.

La mirada observadora de quien transita por aquellas calles tan bien pavimentadas es atraída por un palacio, intensamente alumbrado, cuyos ruidos procedentes del interior indican que allí debe haber mucha gente. Poco a poco llegan las matronas, revestidas con ricos tejidos, ataviadas con valiosas joyas y transportadas en confortables literas. Los primeros acordes de una música se hacen sentir. Una fiesta más da comienzo en la alta sociedad romana.

Joven aún, se diría que Paula, la matriarca de ese hogar, era la persona más feliz del mundo.

Las grandes glorias de los Cornelios, Escipiones, Emilianos y Gracos resplandecen sobre su cuna. Posee también una lúcida inteligencia: además del latín, habla griego a la perfección. Se unió en matrimonio a Toxocio, vástago de la nobilísima sangre de los Julios, familia que se hizo mundialmente famosa cuando Julio César asumió el poder como cónsul y dictador. A la nobleza, la pareja unía una inmensa fortuna. 2

Una mujer de su clase se veía obligada a vestirse con ropas de seda bordadas en oro, calzar zapatos adornados con brillantes, ceñirse un cinturón recamado de pedrería, engalanarse con pendientes y collares cuyo valor equivalía a todo un patrimonio. Paula seguía a rajatabla esas reglas.

Despojada de la felicidad mundana

Dichosos y apacibles se fueron sucediendo los años para el matrimonio, en cuyo seno nacerían cincos hijos: Blesila, Paulina, Eustoquio, Rufina y Toxocio, así llamado en honor de su padre. La ilustre dama, sin embargo, no podía imaginar la gran tormenta que le esperaba con la muerte de su marido.

El súbito acontecimiento le ensombreció el horizonte de tristeza y le hizo perder el norte de su existencia. Siendo aún joven —tenía cerca de 31 años— su futuro se le presentaba incierto, veía desprotegida a su familia y la convivencia social se volvía inestable. Afectada por el dolor, lloraba noches enteras sin que nadie fuera capaz de confortarla.

El abatimiento de Paula llegó a tal extremo que muchos temieron por su vida. Se decía cristiana, pero no lograba contemplar aquella tragedia con los ojos de la fe. No obstante, el sufrimiento acabó dándole la oportunidad de, por primera vez, considerar las cosas a la clara luz de las realidades eternas, ante las cuales la fantasía pasajera del mundanismo yace por tierra.

¿De qué le valía ser contada entre las primeras fortunas del Imperio? ¿Qué utilidad tenía su nobilísima sangre? Más aún, ¿qué ventajas sacaba del esfuerzo por quedar bien ante la sociedad, de emplear largo tiempo trenzando su cabello y acicalándose para ser tenida por hermosa?

El cuerpo frío e inerte de su marido era una respuesta contundente: el reconocimiento del mundo no lo había librado de la muerte; el dinero y los homenajes jamás serían capaces de hacer que moviera una vez más ni un dedo siquiera.

Tal perspectiva, enteramente nueva para Paula, quizá haya atormentado su alma todavía más que la pérdida de aquel a quien amaba. Ante ella se abría una encrucijada: podía sumergirse aún más en el mundo, dando rienda suelta a la desesperación y al goce de los placeres o podía extender la mano a la Providencia, que la invitaba a la seriedad. ¿Cuál de los dos caminos escogería?

Palabra y ejemplo que transforman

Seguramente que no habría conseguido superar tan crucial coyuntura si para ella no se hiciera realidad el pasaje de las Escrituras que dice: “Un amigo fiel es un refugio seguro, y quien lo encuentra ha encontrado un tesoro” (Eclo 6, 14).

Marcela era una patricia de otro importante linaje romano. Sus padres le habían arreglado un ventajoso matrimonio para garantizar la continuidad de la familia y, aunque albergaba el deseo de entregarse a Dios por completo, atendió a los anhelos paternos. Pero a los siete meses de casada enviudó y como nunca amó el mundo transformó su palacio en una verdadera comunidad religiosa.

Transcurrieron algunos años hasta que cierto día una joven pasó delante de aquella residencia convertida en monasterio y entró en contacto con las que allí vivían. Cubierta aún con traje de luto e inmersa en su particular tempestad interior, la viuda de Toxocio se admiró con el ejemplo de una que había tenido en su breve matrimonio una suerte semejante a la suya.

Paula abrió su alma a la influencia de Marcela y ésta le ayudó a despojarse de las vanidades mundanas introduciéndola en la intimidad divina, lo cual reconocería la propia discípula más tarde en una carta: “fuiste la primera en arrimar la chispa a nuestra hoguera; nos exhortaste con tu palabra y tu ejemplo a abrazar este género de vida”. 3

Sabiduría de Dios… necedad para el mundo, dice San Pablo (cf. 1 Cor 1, 23-24). Quizá, ya en aquella época, algún “sabio” llegara a definir la conversión de la joven patricia como fruto de un grave trastorno psicológico, provocado por la muerte de su marido… Pero, de hecho, era la acción de la gracia la que estaba haciendo maravillas en el corazón de la distinguida dama.

Contrariando la sociedad que antes había frecuentado, Paula avanzó a pasos agigantados en el camino de la perfección. Distribuyó gran parte de sus riquezas entre los pobres, asistió a los necesitados con extrema bondad y cuando sus familiares la criticaban porque sacaba de sus hijos para darlo a los demás ella les respondía que les dejaba una herencia más grande y valiosa que el oro: la misericordia de Cristo.

Reuniones con el Doctor de las Escrituras

Paula aún estaba dando los primeros pasos de su conversión cuando una presencia ilustre y singular se hizo notar en Roma, despertando simpatías y antipatías en unos y otros.

En medio al lujo y a los placeres de entonces, se presenta un adusto varón que “todo él parecía un retrato de Elías, o Juan [el Bautista], o Antonio [abad]: en el habla, en la compostura, en el meneo, daba olor de ermitaño asperísimo, de monje lleno de perfección y de un hombre verdaderamente crucificado al mundo y transformado en Jesucristo”. 4

Era el obispo Jerónimo, que había llegado a la Ciudad Eterna para ser secretario del Papa San Dámaso y, también, para servirle de valioso asesor bíblico. Ocupaba, según algunos hagiógrafos, un cargo equivalente al de Secretario de Estado de nuestros días.

Su erudición y virtudes, unidas a una figura impresionantemente aus- tera, atraían a todos los que buscaban la santificación, de modo especial a aquellas matronas cristianas. Santa Marcela fue la que, movida por la admiración, tendió el primer puente de comunicación entre ellas y el santo, pues éste, por modestia, apartaba sus ojos de las nobles féminas. 5

Al encontrar en ellas y en otras amigas suyas un auténtico deseo de progresar en las vías de la perfección, San Jerónimo no escatimó esfuerzos en conducirlas por las sendas de la virtud. Al principio notó que, aun habiendo consagrado a Dios su vida y deseos, todavía conservaban muchos caprichos y defectos.

“Servían al mundo”, escribe el santo, y “no podían soportar las inmundicias de las calles, […] eran llevadas en manos de los eunucos, y cualquier desnivel del suelo les molestaba, […] el vestido de seda les resultaba una carga, y el calor del sol un incendio”. 6

A petición de aquellas damas, San Jerónimo empezó a promover reuniones en el palacio de Marcela y más tarde en el de Paula, donde les explicaba diversos pasajes de la Biblia.

Verdadero padre espiritual de Paula

Poco a poco se fue convirtiendo en guía espiritual de todas ellas, especialmente de Paula. Si Marcela había sido la amiga fiel que le había ayudado en la elección del bien, le correspondió a Jerónimo engendrarla “para Cristo Jesús por medio del Evangelio” (cf. 1 Cor 4, 15).

Con gran discernimiento y paciencia, el santo varón pasó a orientar y forjar el carácter de la patricia romana, que, por su parte, lo veía más como un padre que como maestro. Se establecía así el vínculo perenne propio a las cosas del espíritu.

Se cuenta, por ejemplo, que una de las hijas de Paula, llamada Blesila, una joven de atractivo aspecto y entregada a los encantos del siglo, acabó renunciando al mundo orientada por San Jerónimo.

La malaria, no obstante, la llevó en tres meses a la tumba, dejando a su madre nuevamente oprimida por el dolor, hasta el punto de adoptar actitudes poco razonables, como la de descuidar su alimentación.

Verdadero padre espiritual, San Jerónimo también se conmovió por la separación: “Mi querida Paula, pongo por testigo a Jesús, a quien ahora sigue Blesila, pongo por testigos a sus santos ángeles, de cuya compañía goza, que yo también estoy sufriendo los mismos tormentos y el mismo dolor que tú padeces. Yo soy su padre en el espíritu, su educador por la caridad”. 7

A pesar del sentimiento de pena así manifestado, San Jerónimo le recuerda a Paula, con mucho tacto, que la mano de Dios está detrás de todo lo que sucede. Le explica por qué tal desenlace había sido lo mejor, incluso para ella, su madre. Le advierte con firmeza de que no se lleve por el afecto puramente carnal, comparándola a una mujer pagana cuyo marido había muerto hacía poco.

Hasta tal punto se dejó moldar por San Jerónimo, durante los cuatro años que éste permaneció en Roma, que ella llegó a convertirse, más que todos los escritos bíblicos, doctrinarios o apologéticos del doctor de la Iglesia, en “su mejor carta, su obra maestra”. 8

Altanería y fidelidad ante las calumnias

Llegó el año 385. Paula, que ya había madurado en la virtud, estaba lista para enfrentar varonilmente una nueva tempestad —¡y qué dura sería! Había renunciado al mundo para entregarse a Dios y ahora tendría que desafiarlo una vez más, para sellar su fidelidad al camino escogido.

Con la muerte de San Dámaso, San Jerónimo fue destituido de sus funciones pontificias. Al mismo tiempo, una ola de infames calumnias se levantó contra él. Lo acusaban de no ser lo que de hecho aparentaba; le atribuían la conversión de Paula, de Marcela y de otras tantas matronas a dones mágicos que usaba para atraer y manipular a la gente; y, peor aún, intentaron manchar con una connotación maliciosa las reuniones en el palacio de Marcela.

De este modo mancillaban el vínculo santo y enteramente espiritual existente entre Paula, sus hijas y San Jerónimo. Decían que era un hombre depravado, entregado a inmoralidades, e incluso hubo un infeliz que forjó graves acusaciones, que después reconoció ser falsas…

Pero San Jerónimo no se dejó intimidar y contemplaba con altanería la persecución que sobre él se había desencadenado: “¿Qué cúmulo de angustias no he sufrido por militar bajo la bandera de la cruz? Me acarrearon la infamia con una falsa acusación; pero yo sé que hemos de llegar al Reino de los Cielos pasando por buena y por mala fama”. 9

Conocedor de la integridad de su hija espiritual, y al verla también injuriada, destaca cómo sus virtudes la hicieron digna de sufrir por Cristo:

“¡Oh envidia, mordaz en primer lugar para ti misma! ¡Oh astucia de Satanás, que siempre persigues a todo lo que es santo! Ninguna otra mujer dio que hablar a la ciudad de Roma sino Paula y Melania, que, despreciando sus riquezas y dejando a sus hijos, levantaron la cruz del Señor como un estandarte de piedad. Si se hubieran ido a los balnearios de Baias, si hubieran sabido escoger perfumes, si hubieran aunado riquezas y viudez como fuente de lujo y libertad, se las llamaría señoras y aun santas”. 10

Alma de convicciones profundas, nada hizo sacudir la entrega de Paula a Dios y su confianza en San Jerónimo. Ante la persecución y las calumnias que contra él hacían, esa insigne discípula supo mantenerse fiel al padre que la conducía por las vías del Espíritu.

¡Qué alegría para el Doctor de las Sagradas Escrituras, en medio de aquel mar revuelto, ver brillar en su discípula tanta fidelidad y constancia, frutos de su intenso apostolado y sacrificio! De hecho, concluyendo unade sus cartas de defensa, San Jerónimo escribe:

“Saluda a Paula y a Eustoquio —mal que le pese al mundo, ellas son mías en Cristo”. 11

Regla viva a ser seguida en el monasterio
 
Todavia en el conturbado año 385, Santa Paula abandona la Ciudad Eterna en un barco rumbo a Oriente, siguiendo las huellas de su maestro. En los meses siguientes conocerá Tierra Santa, cuna de la fe, y Egipto, germen de la vida monástica. Y recorriendo cada uno de los lugares santos su alma piadosa reviviria el Evangelio.
 
Maestro y discípula se establecieron, finalmente, en Belén. Alli Paula erigirá un monasterio femenino, del cual será superiora, y San Jerónimo un cenobio masculino. También construyeron una casa dedicada al hospedaje de peregrinos, en reparación de la falta de acogida sufrida por la Sagrada Familia en aquella ciudad.
 
En el monasterio de Belén vivió Santa Paula cerca de veinte años. A pesar de todas las responsabilidades de la dirección de la casa continuaba auxiliando a San Jerónimo en sus comentarios a las Escrituras, sobre todo planteando preguntas y haciendo observaciones que lo conducían a nuevas explicaciones.
 
A fin de serle más útil a su maestro, aprendió hebreo. Aunque, imitando el ejemplo que él le daba, se esforzaba principalmente en trasladar las enseñanzas bíblicas al día a día, más que en estudiarlas intelectualmente.
 
Era una superiora ejemplar, era la viva Regla a seguir. No había quien la venciera en humildad o la superara en generosidad. Aliando la firmeza a la compasión y dotada de un alto sentido psicológico, formaba de manera eximia a sus discípulas y, a pesar de las advertencias de San Jerónimo, se sometía a severas penitencias, diciendo:
 
Tengo que afear una cara que, contra el mandato de Dios, tantas veces pinté de rojo, sombreado y pálido. Tengo que mortificar un cuerpo que se entregó a muchos deleites. […] Yo que antes busqué agradar al siglo y al marido, ahora quiero agradar a Cristo”.12
 
De Belén al Reino de los Cielos
 
Habiendo pasado el umbral de los 56 años, Dios encontró a Paula lista para el Cielo. Fue acometida por una terrible enfermedad que la hizo entender que su fin estaba próximo.
 
Convirtiendo en alabanzas al Creador los estertores de la agonía, solamente decía: “¡Qué deseables son tus moradas, Señor del universo! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor” (Sal 83, 2-3).
 
 
Al recibir la noticia de que esa alma tan virtuosa estaba a punto de dejar esta tierra, monjes y vírgenes se apresuraron en llegar al monasterio. A ellos se juntaron los obispos de Jerusalén y de otras ciudades, además de muchos sacerdotes y diáconos. Y, a su muerte, todos alababan a Dios por las maravillas obradas en aquella noble dama. 
 
“No estamos tristes de haberla perdido, sino que damos gracias a Dios de haberla tenido o, mejor aún, de tenerla todavía” 13 ,expresaba más tarde San Jerónimo en el elogio funebre de su discipula.
 
De ella se despide con palabras llenas de poesia y piedad diciendo: “Vete con Dios, Paula, y ayuda con tus oraciones la extrema vejez de quien te venera. Tu fe y tus obras se asocian a Cristo: presente a Él alcanzarás más fácilmente lo que pidas”14.
 
Tomado de la Revista Heraldos del Evangelio nº 198, enero 2020, p.16-19
 
Notas Bibliográficas
 
1 SAN JERÓNIMO. Carta 108, n.° 1. In: VALERO. Juan Bautista (trad.). San Jerónimo. Epistolario. Madrid: BAC, 1994, v. II p. 214.
 
2 Cf. GENIER, OP. Raimun do. Santa Pauda. Barcelona: La Hormiga de Oro, 1929, Pp. 11; 19.
 
3 SAN JERÓNIMO. Carta 66, n. 13. In. VALERO, idem.
 
4 SIGÜENZA, José de. Vida de San Geronimo, apud MORE NO. Francisco. San Jeronimo: la espiritualidad del desierto. Madrid: BAC. 2007. p. 44.
 
5 Cf idem, p. 45.
 
6 SAN JERÓNIMO. Carta 66, n° 13. In. VALERO, idem. P 694,
 
7 SAN JERÓNIMO. Carta 39, n.° 2. In. VALERO. idem. p. 340.
 
8 RUIZ BUENO. Daniel. Introducción, versión y notas. In SAN JERONIMO. Cartas. Madrid: BAC, 1962, v. I. P. 233.
 
9 “SANJERONIMO. Carta 45. n 6. In. VALERO, idem. p. 374.
 
10 Ídem, n. 4; pp. 371-372.
 
11 Ídem, n 7: p. 374.
 
12 ” SAN JERONIMO. Carta 108. n.º 15. In: VALERO. op. cit., 1994.v. II. p. 236.
 
13 Ídem, n. 1; p. 215.
 
14 Ídem, n.º 33; pp. 14 263-26  

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