
La creación entera está íntimamente unida a su Señor y Creador. Y esto se aplica de un modo sobresaliente a la naturaleza humana, creada a imagen y semejanza de Dios. Así como una planta es movida por su naturaleza a buscar la luz del sol y tomar de ella los nutrientes que necesita para su sustento, en un proceso llamado “heliotropismo”, el hombre tiene en su alma un “teotropismo”, una apetencia hacia Dios. ¿Cómo se constituye ese contacto de Dios con el hombre que satisface esa apetencia?
Monseñor Joāo Clá Dias
Tomado de las siguientes homilías, con adaptaciones al lenguaje escrito sin revisión del autor:
2ª Homilía — 9/2/2008 — Sábado | 2ª Homilía — 27/7/2007 — viernes || 2ª Homilía — 23/7/2008 — miércoles
El instinto de sociabilidad
Dios creó la naturaleza humana, a los hombres y mujeres, con instinto de sociabilidad. Y éste juega un papel muy importante, pues es el instinto más profundo del alma humana, incluso más profundo que el de conservación. Dios puso este instinto en los humanos para que sea más fácil que entre ellos se unan y se relacionen, que convivan unos con otros, para así, encontrándose, alegrarse.

La isla de Alcatraz es una pequeña isla ubicada en el centro de la bahía de San Francisco en California, Estados Unidos. En ella se encuentra el Faro de Alcatraz, y antiguamente sirvió como fortificación militar, como una temida prisión federal hasta 1963.
“Similis simili gaudet”1. Cuando hoy se quiere castigar a alguien, se le aísla en una celda cerrada, en una prisión. Pero en otros tiempos era mucho peor: se aislaba a la persona en una isla, de la que no pueda salir. En ella esa persona estaría sola, sin teléfono, sin radio, sin ningún medio para comunicarse con los demás, ¡nada!; completamente aislado del contacto humano. Aquello era un castigo tremendo. Cuando esa persona podía nuevamente ponerse en contacto con los demás, podemos imaginarnos su alegría. El instinto de sociabilidad es el instinto que más sufrimiento causa, pero también es el que más causa felicidad.
Este instinto de sociabilidad es excelente para hacernos entrar en contacto con los demás y relacionarnos de acuerdo con los principios de la moral y de la caridad, del bien que se debe hacer a los otros. Pero no debemos olvidar que Dios nos creó, nos redimió encarnándose. Él abrió las puertas del Cielo y, además, puso en nosotros la vida divina, la posibilidad de participar de su misma vida divina. Tenemos en nosotros una vida divina y, por lo tanto, una relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Este relacionamiento, en nosotros, es más importante que el relacionamiento humano. Este relacionamiento con Dios es el pináculo, es la plenitud del instinto de sociabilidad en su máximo desarrollo. Cuando nuestro instinto de sociabilidad es perfecto y da todos sus frutos, es en este momento en que se une con Dios.
Dios quiere de nosotros esta convivencia; Dios quiere conversar con nosotros, habitar en nuestro interior. Este es el objetivo esencial del instinto de sociabilidad que Él colocó en el fondo de nuestras almas.
¿Cómo Dios se comunica con nosotros?

La palabra es el signo, la forma sensible, por la cual alguien ya formado, alguien que, por ser contemplativo, ya conoce y entiende las maravillas de la Revelación, enseña a los otros, entusiasma a los otros, impulsa a los otros, hace que los otros sientan el deseo de alinearse con esa Revelación.
Dios se manifiesta al hombre e instruye al hombre a través de la palabra. El hombre se dirige a los demás y se relaciona con ellos de igual forma. La palabra es el signo, la forma sensible, por la cual alguien ya formado, alguien que, por ser contemplativo, ya conoce y entiende las maravillas de la Revelación, enseña a los otros, entusiasma a los otros, impulsa a los otros, hace que los otros sientan el deseo de alinearse con esa Revelación. La palabra es fundamental.
Pero más que eso, la Palabra de Dios vivifica el alma. Porque a partir del momento en que el alma se vuelve a Dios, toma una vida que le viene de Él. Nuestro Señor nos dice: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4) Por lo tanto, la Palabra, además, alimenta. Pero la Palabra de Dios tiene una diferencia con el alimento común: Ella no es asimilada por nosotros como nosotros asimilamos los alimentos; es la Palabra de Dios la que nos asimila y nos asume. No es que ella nos alimente solamente: ella nos da vida, ella nos vivifica. Hay, por tanto, una diferencia muy grande entre el alimento que nos trae la palabra de Dios y el alimento que nos trae lo que comemos.
Los efectos de la Palabra de Dios

San Agustín
Más aún: San Agustín dice que la palabra transforma el alma. porque dice él: “El alimento material es corruptible, pero el alimento espiritual es incorruptible. La palabra de sabiduría es alimento especial de la mente, porque se sustenta de ella”. Entonces esta palabra da sustento a la inteligencia y, sobre todo, a la Fe, a la inteligencia en cuanto iluminada por la Fe.
Esta palabra tiene fuerza, tiene virtud, es eficaz. Porque veamos, ¿qué produce esta palabra?: “Os aseguro: el que oye mi Palabra y cree en el que me envió, tiene vida eterna.” Entonces, esta palabra hace que la vida eterna penetre en el alma de la persona. Porque, ¿qué es esta vida eterna? Esta vida eterna ya está apuntando a la resurrección. “No será condenado, porque ha pasado de la muerte a la vida.”
Entonces esta palabra produce vida. Si oigo la palabra y creo en ella —que es la palabra dada por Nuestro Señor Jesucristo—, si creo en esta Revelación, esta vida está en mí y ya y no seré condenado, porque he pasado de la muerte a la vida.
La palabra purifica. La palabra ilumina: “Yo vine al mundo como luz, para que todo el que cree en mí no quede en tinieblas.” (Jn 12, 46). Quien cree en la palabra de Él tiene luz.
La palabra santifica: “Me consagro en favor de ellos, a fin de que también ellos sean consagrados en la verdad.” (Jn 17, 19). Es decir, con la palabra somos consagrados, somos santificados.
La palabra da alegría: “Y Jesús respondió: “Más felices los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 11, 28).” Nos hace realmente felices.
La actitud frente a la Palabra de Dios
La palabra tiene esta vitalidad de la semilla. La semilla, cuando la ponemos en condiciones normales para su germinación, crece de forma misteriosa. Porque ¿cómo, de uno de esos granitos de nada, nace a veces un robusto vegetal? La Palabra de Dios es viva, eficaz, penetrante. No podemos confundir la palabra humana con la palabra divina, porque aquella ilustra conocimientos y conceptos humanos, pero ésta parte de Dios y guarda una ligación directa con Él.
Todos recordamos la parábola del sembrador (cf. Mt 13, 1-9). El sembrador que siembra a mano. Va sembrando y cuando arroja las semillas, en lugar de caer la zanja preparada por él, cae en el camino; avanza un poco más, arroja la semilla, pero no se da cuenta, y ella cae en medio de las piedras. Después, más adelante, arroja la semilla y cae entre las espinas. Luego, más adelante, arroja un poco más de semillas, y luego cae en tierra, en tierra fértil. ¿Qué sucede con la que cayó junto al camino? El ave baja, recoge la semilla y se la come. Se acabó la semilla. ¿El que cayó sobre la roca? Brota un poquito y no llega a nada, porque no tiene suficiente tierra para recibirlo.
Entonces la palabra no penetra, ¿por qué? Porque falta fe, falta caridad, falta esperanza. Faltan las tres virtudes teologales.
La buena semilla es la que cae en la tierra; Si cae en la tierra fértil, allí se desarrolla. Es el que escucha la palabra con entusiasmo y luego, con seriedad, cambia de vida y decide abandonar todas las tonterías que tenía a lo largo del camino. Decide entregarse por completo.
Nuestro Señor les dice: “¡Cuidado que mi palabra no se quede al borde del camino! ¡Cuidado que mi palabra no caiga sobre las piedras! ¡Cuidado que mi semilla no caiga en espinas! ¡Que mi palabra produzca fruto!” Para que produzca fruto, ¿qué es necesario? Abandonar los apegos, los egoísmos, abandonar por completo todos los intereses personales. Tengo que entregarme por completo y tengo que impostarme en el primer amor. ¿Cuál es el primer amor? Es el primer mandamiento de la Ley de Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con todo tu ser, por encima de todas las cosas” (cf. Dt 6,5) Ahí sí la tierra está fértil.
1 Del latín: “el semejante se alegra con su semejante”.