Santa Catalina de Génova tuvo una experiencia mística del estado de un alma en el Purgatorio y comprendió la paz y la alegría que trae la verdadera contrición. Si llevamos nuestra cruz con resignación, tendremos en el alma torrentes de paz, tranquilidad, estabilidad y orden, cuyo gozo nadie en este mundo podrá arrebatárnoslo.
Plinio Corrêa de Oliveira
Tenemos un texto para comentar sobre Santa Catalina de Génova.

Santa Catalina de Génova Parroquia de los Italianos, Lisboa
En un éxtasis, ve la enormidad de sus pecados y se convierte
Catalina de Génova, descendiente de la noble familia Fieschi, nació en la mencionada ciudad mediterránea a finales de 1447. Su deseo de ingresar en un convento fue frustrado por sus padres, quienes la casaron con un patricio genovés, Giuliano Adorno, atendiendo a las conveniencias políticas.
Su marido la ridiculizaba, le era infiel y violento. Durante los primeros cinco años de su matrimonio, la joven sufrió en silencio. Más tarde, cuando su marido intentó arrastrarla a una vida mundana, donde pensaría desarrollar sus extraordinarios dones de belleza y espíritu singular, vio aumentar su desgracia, perdiendo incluso el consuelo de la religión que la había sostenido hasta entonces.

Almas del Purgatorio – Catedral de Loja, Ecuador
Diez años después de su matrimonio, Catalina visitó a su hermana, quien vestía el hábito monacal, y le contó sus dificultades. La joven monja le aconsejó que se confesara e hiciera penitencia. Cuando decidió seguir este maravilloso camino, cayó en éxtasis, y la gravedad de sus pecados le fue revelada; y un amor tan grande por Dios se despertó en ella, que se convirtió a partir de esta experiencia.
Así, reavivó el deseo de su infancia. Durante muchos años, durante la Cuaresma y el Adviento, vivió casi exclusivamente de la Sagrada Comunión.
Su esposo, arruinado, seguía haciéndola sufrir mucho, confesándose solo en su lecho de muerte.
Catalina se dedicó a cuidar a los enfermos en un hospital de Génova, donde su conducta fue particularmente heroica durante la epidemia de 1493. Murió el 15 de septiembre de 1510.
El fuego abrasador del Purgatorio
Nunca se han escrito palabras tan profundas sobre el Purgatorio como las de esta santa. En el ardor de su amor a Dios, reconocía el sufrimiento de las almas que pasan por ese lugar de purificación, donde el amor purificador del fuego limpia los espíritus de todo rastro de pecado.
Al separarse del cuerpo, dijo, el alma impura se siente rota, reconociendo el peso que la oprime y, con la convicción de que solo se liberará de ese peso a través del Purgatorio, desea caminar inmediata y voluntariamente hacia él.
La esencia divina contiene tanta pureza y claridad que aquellas almas que tienen un sólo rastro de imperfección en su interior prefieren arrojarse a mil purgatorios antes que presentarse ante Dios con la mancha del pecado. Es cierto que el amor a Dios les proporciona un bienestar indescriptible, pero esto no disminuye en lo más mínimo el sufrimiento que deben soportar en el Purgatorio. Al contrario, su sufrimiento consiste precisamente en sentirse limitados en el amor, y este tormento aumenta a medida que su amor se perfecciona. De esta manera, las almas del Purgatorio disfrutan de los mayores deleites mientras sufren los mayores dolores, sin que una cosa impida la otra.
Un alma muy llamada
Hay dos consideraciones que deben hacerse sobre esta nota.
Una de ellas es específicamente biográfica, sobre la vida de Santa Catalina. Y la otra es la referente al trecho sobre el Purgatorio.
En la parte biográfica, podríamos hacer varias observaciones. Se trata de un alma muy llamada, pero que, sin embargo, no correspondió a la invitación de Dios. Se casó con Giuliano Adorno cuando quería ser monja y se dejó llevar por un océano de sufrimientos y de padecimientos que sus padres le infligieron, por un lado; y por otro, por el espíritu del mundo y la vanidad, que la convirtieron, durante mucho tiempo, en una persona preocupada solo por los placeres y sin considerar las cosas de Dios.

Conversión de San Pablo – Catedral de la Santa Cruz, Cádiz, España
Vemos entonces una maravillosa conversión. En aquella época, muchísima gente entraba en el estado religioso. Incluso en familias de las más altas categorías, siempre había dos, tres o cuatro hijos que se convertían en frailes, monjas, sacerdotes, obispos o incluso entraban en las órdenes de caballería. Lo más común era que alguien fuera religioso.
Un día, fue a visitar a su hermana, que era religiosa, y le contó todo el sufrimiento que padecía en el mundo. Eran sufrimientos que se contradecían y chocaban entre sí. Por un lado, se debían a su pésimo marido, que había malgastado su fortuna, continuó llevando una mala vida y sólo se convirtió en su lecho de muerte.
Y, por otro lado —no consta expresamente en la nota, pero es comprensible—, el enorme vacío de placeres en los cuales buscaba compensación por lo sufrido. Su hermana le recomendó entonces que volviera a Dios y a la práctica de los sacramentos que había abandonado. Catalina siguió el consejo y fue herida por un éxtasis, en el que vio todo el horror de los pecados que había cometido.
Entonces comenzó una vida de penitencia. Ella, que había sido una dama de gran honra —había ocupado un lugar destacado por su belleza, estatus social y riqueza en una de las ciudades más famosas del mundo en aquel entonces, Génova, una república aristocrática que dominaba partes del Mediterráneo—, va a cuidar humildemente de los enfermos de un hospital, para hacer penitencia.
La idea de expiar los pecados mediante el sufrimiento dominó toda su vida, y ella se entrega a un verdadero Purgatorio en la Tierra. Va a ayudar a los otros en el sufrimiento y sufre con ellos para expiar el pecado que cometió. Por lo tanto, es lógico que tuviera pensamientos profundos —éxtasis, visiones y revelaciones— sobre el Purgatorio.
Antes de abordar este tema, consideremos el conjunto de esta biografía.
Intentó escapar del camino recto y recibió grandes sufrimientos
Hay ciertas almas que Dios persigue obstinadamente; sin embargo, huyen y a veces luchan contra el Creador. Pero Él, en su misericordia, en un momento dado las alcanza de tal manera que se entregan por completo a Él. Tales almas son innumerables en la historia de la Iglesia. Tenemos un ejemplo en San Pablo, a quien Nuestro Señor le dijo, en el momento de su conversión: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hch 9, 4). Y añadió que le era difícil resistir el viento de la gracia de Dios, que lo llamaba a una finalidad determinada.
Santa Catalina intenta escapar del buen camino. Dios no la aparta del mal camino, sino que le impone en él un sufrimiento. Su mal esposo, la frustración del mundo, predisponen su alma para ese momento bendito en que su hermana le da un buen consejo.
Su alma probablemente estaba preparada para mil sufrimientos. Catalina era en ese momento más o menos como un hijo pródigo que regresa a la casa paterna. Ella es vencida por Dios, quien le arrebata esta victoria de manera magnífica. En lugar de inspirarle piadosas reflexiones sobre el pecado, para hacer tan sólo un acto de contrición, Dios le da mucho más. Le concede una visión en la que tiene una clara noción del pecado que ha cometido.
David, después de haber pecado, pronunció esa maravillosa frase de los Salmos que siempre me ha impresionado: “Contra ti solo he pecado, Dios mío, y mi pecado está siempre delante de mí” (cf. Sl 50, 5-6), como si fuera un acusador que se levanta y declara lo que ha hecho. Catalina pudo decir esto porque tuvo una visión en la que vio su propio pecado.
La verdadera contrición es alentadora y trae mucha alegría
Podríamos preguntarnos si Dios fue misericordioso o severo con ella, un padre lleno de bondad o, por el contrario, riguroso. Entiendo que a algunos les resulte extremadamente difícil afrontar su propio pecado, ya que este debe producir una impresión de desaliento, tristeza, desánimo e incluso desmayo.
Quien piensa así no tiene una idea clara de lo que es la contrición. En medio de sus tristezas, de sus lágrimas, la verdadera contrición es alentadora y trae bellas alegrías, quizás lúgubres, pero magníficas. Para demostrarlo, describe el Purgatorio, que es por excelencia el lugar de la contrición. Allí acuden las almas que deben purificarse de algo antes de ver la esencia de Dios.
En el pasaje transcrito, Santa Catalina habla de forma concisa pero muy elevada sobre el Purgatorio. Muestra que el alma de una persona buena y fiel que muere, tiene una primera noción de la infinita pureza de Dios y sabe que lo poseerá por toda la eternidad, insondable felicidad que no se puede comparar con las alegrías de la Tierra. Pero, al mismo tiempo que se siente atraída por el Creador, ella se siente incapaz de presentarse ante Él. Entonces, el alma pasa por dos movimientos: uno lleno de alegría y otro lleno de pesar. El movimiento lleno de alegría la lleva a unirse con Dios. El de pesar proviene del contraste entre esa mancha que percibe en sí misma y la infinita pureza del Creador. Entonces, por un deseo de unión, de purificación, dice Santa Catalina, el alma soportaría mil Purgatorios para poder unirse con Dios. Allí, en el Purgatorio, ella sufre el delicioso tormento o el atormentador deleite de sentir que aquello que la separa de Dios se desvanece a lo largo de las purificaciones y, al mismo tiempo que quiere llegar más cerca del Creador.

Rey David – Museo de Bellas Artes de Marsella, Francia
La tristeza que purifica y la paz de la contrición
De tal forma que ella tiene una alegría fundamental junto con una tristeza que la purifica y la acerca a Dios. Algo de esto también existe en la paz de alma causada por la contrición. En los Salmos, David, inspirado por el Espíritu Santo, canta su dolor por haber pecado, de modo que cada una de esas palabras es una gota de fuego que cae del Cielo para el alma humana. Hace algunas comparaciones magníficas. Él dice, por ejemplo, que, a causa del pecado, había quedado aislado, rechazado y se sentía como un gorrión solitario en el tejado de una casa.
La similitud no podría ser más pintoresca. Las personas se reúnen en familia bajo el tejado de la residencia, donde quizás se enciende una chimenea y se respira el calor de la buena relación entre todos. Afuera, en el tejado, solo, expuesto a la lluvia, al aire libre, sin nadie con quien “hablar”, se encuentra el gorrión solitario.
Así, lejos de la compañía de personas buenas que se aman, se encuentra el pecador solitario. La imagen no podría ser más poética, más hermosa para expresar la soledad del pecador. David describe su propio dolor de mil bellas maneras.
Al hablar de su dolor, se puede ver que él está en paz. Es la paz del alma del pecador que reconoce que ha cometido un error, que no se miente a sí mismo ni a Dios, y que tiene el valor de mirar su propio pecado de frente. En general, los Salmos terminan con un canto de esperanza: “Pero tú eres Dios, mi Salvador, y tendrás misericordia de mí”. Todas estas magníficas palabras indican la esperanza del alma de ser escuchada, redimida y salvada. Se puede comprender el torrente de paz, esperanza y alegría triunfante que existe tras la penitencia. Así es como debemos considerar a Santa Catalina de Génova.
Un hospital en la Génova de aquel tiempo
Imaginemos un hospital en la Génova de aquella época: un edificio hermoso, como solían ser los edificios italianos. A las cinco de la mañana, suena una campanilla, la misa está a punto de comenzar, y las primeras mujeres fieles entran con velo en la capilla. Entre ellas, está santa Catalina de Génova, quizá recordando otras madrugadas en las que no salía de su casa, sino que entraba en ella. Cuando no tenía ante sí la perspectiva de un día de sacrificio, sino el amargo recuerdo de una noche entera de placer, seguida de una frustración inconsolable.

Santa Catalina de Génova – Iglesia de Santa Ana, Detroit
Ella camina con paso ligero, pide perdón una vez más por su pecado, se arrodilla y comienza a orar en el recogimiento del templo. Empieza la misa, los fieles rezan con el sacerdote, poco a poco la luz entra en la iglesia, la luz de las velas se vuelve inútil, la naturaleza empieza a despertar, es la normalidad de la vida.
Santa Catalina se prepara para comenzar su enorme e interminable penitencia con los enfermos, escuchando sus gemidos, presenciando sus agonías, consolando su dolor. Pero, más allá de todo esto, hay una luz que se eleva y se hace cada vez más clara: llega el perdón, nace el Cielo, entra la paz del alma. Y con ella se da lo que sucede dentro de esta capilla.
Al mismo tiempo, las luces también entran y brillan, como una capilla donde la madrugada va haciéndose luz y las imágenes adquieren color. En cierto momento, ella muere; y es el Cielo.
Ésta es la paz, la tranquilidad del alma contrita, un perfume que existe en la tristeza, en la resignación católica, y que los espíritus paganos desconocen.

Restos de Santa Catalina de Génova – Basílica de la Santísima Anunciada del Vastato, Italia
Al tratar de la vida espiritual, cuando hablamos de mortificación, de tristeza, etc., las almas en general se estremecen. No comprenden toda la alegría y felicidad que no estoy consiguiendo expresar adecuadamente, pero que espero hacerles sentir con esta exposición, porque hay algo que las palabras humanas no pueden describir plenamente. Es esta mezcla de amargura y de esperanza, de tristeza y de paz, en la que la esperanza vale mucho más que la amargura, y la paz mucho más que la tristeza. Recuerdo las palabras que creo que son de San Pablo: “Tengo un gozo rebosante en medio de mis tribulaciones” (cf. 1 Tes 1,6). Eso, el mundo no lo sabe.
Océano de paz que solo posee la persona verdaderamente católica
El verdadero miembro de la Iglesia vive una especie de purgatorio en la tierra, que es un valle de lágrimas donde expiamos nuestros pecados. Si llevamos nuestra cruz con resignación, tendremos en nuestra alma torrentes de paz, tranquilidad, estabilidad y orden, de cuyo goce nadie en este mundo descarriado puede tener una idea real.
Estos bienes coexisten con un verdadero dolor y una auténtica contrición. Si yo lograra decir las palabras apropiadas para hacer sentir cómo la verdadera paz hace soportable el dolor y cuán digno de entusiasmo es, en estas circunstancias, llevar la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, con esto, habría hecho un bien a muchas almas que se encuentran aquí. Es algo indescriptible. Sin embargo, encontramos un ejemplo de ello en la vida de Santa Catalina de Génova.
Que ella interceda por nosotros desde lo alto del Cielo y haga luminoso – obteniendo gracia en nuestras almas– aquello que solo puedo indicar y hacer sentir vagamente. Y que Nuestra Señora nos conceda la paz y la alegría de la verdadera contrición, propias a quienes Ella concede la fuerza para ver sus defectos de frente. Es lo opuesto de la mirada tangencial sobre la propia conciencia, de un desviarse, de un no querer ver bien las cosas con claridad y nunca corregirse, de un no querer luchar perpetuamente contra los propios defectos. De ahí también un malestar, una agitación y un nerviosismo constantes.

Sede de la Sabiduría (colección privada)
Si, por el contrario, miráramos nuestro propio defecto con completa paz y dijéramos: “Mi defecto es este. Lo veo en su totalidad y noto que ha llegado hasta tal punto; pero, lo observo en la paz, mirando a Nuestra Señora. No cometo el engaño de no mirar y lo observo con una tristeza que quizás aún no sea eficaz en el orden de la corrección, hasta el momento en que la Santísima Virgen se apiade de mí”. Éste es el primer paso para corregirse. Pero es necesario tener esta lealtad interna por donde se vea el propio defecto de frente, no cerrar los ojos para él. Eliminar del alma el caos, la confusión, el malestar de ese defecto que a veces aparece y en el que nos vemos atrapados; con el que tenemos complicidad, que nos causa horror y luego desaparece; y que no sabemos cómo librarnos de él, que no queremos erradicar, pero que nos agarra. Tener el alma limpia de estas miserias y ver las cosas con claridad, es un océano de paz que solo posee una persona verdaderamente católica. Y esto ya nos da una pequeña idea de las amargas delicias del Purgatorio, que son el preanuncio del Cielo. Que Nuestra Señora nos haga comprender esto, a ruegos de Santa Catalina de Génova.

El Dr. Plinio en 1971
(Extraído de conferencia del 27/3/1971)
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1) No disponemos de referencias bibliográficas.