La Presentación en el Templo: el fruto de una larga espera

Publicado el 03/16/2021

Monseñor João Clá Dias.

Estando en Jerusalén, San José fue a comprar el par de palomas para el sacrificio. Como sabía que iban a ser destinadas al culto divino, no le importó lo qué podrían costar, sino que procuró encontrar dos palomas perfectas, que simbolizaran mejor la inmaculada pureza de su Esposa.

Cuando llegaron al Templo, se encontraron con el sacerdote Simeón que, «impulsado por el Espíritu» (Lc 2, 27), había acudido allí con la convicción de ver aquel día al tan ansiado Salvador. Los esperó en la entrada y, tan pronto como vio al Niño Jesús, fue a su encuentro recibiéndolo con el alma llena de júbilo. La Virgen Madre le entregó a su Hijo, el cual dio muestras de muchísima simpatía hacia él. Era indescriptible la alegría del venerable anciano por tener en sus brazos al mismísimo Dios. El Niño Jesús tuvo para él gestos de enorme afecto; lo miraba, le sonreía y le acariciaba la barba con sus pequeñas manos, dejándolo conmovido.

Fue el momento más feliz de la existencia de este santo varón, gastado ya por la dureza de una larga vida plagada de arideces, pruebas y luchas. En efecto, Simeón, por su santidad de vida y por gozar de la inspiración del Espíritu Santo, no podía dejar de constatar el deplorable estado de Israel, con el culto del Templo profanado por tantos sacerdotes indignos, interesados en el lucro que los vendedores ambulantes les proporcionaban mediante negocios no siempre honestos. ¡Cuánta decadencia, cuánta miseria, cuánta ruina había soportado con dolor y santa indignación! Con todo, tenía la certeza absoluta de que Dios iba a intervenir y, por eso, rezaba con todo el empeño de su alma suplicando la venida del Mesías.1

¿Cuántos años duró esa espera? El Evangelio no nos lo cuenta, pero se sabe que tuvo que aguardar hasta el extremo de su ancianidad, cuando los achaques de la edad más se hacían sentir. Muchas veces pensó: «Me siento viejo y sin fuerzas. Recibí de Dios una voz interior diciéndome que vería al Mesías…, pero ¿cuándo, Dios mío? Me siento desfallecer. Sé que necesito mantenerme firme hasta el final, pero ya no sé de qué manera puedo renovar mi ánimo».

La buena noticia empezó a llegar a los oídos de Simeón a través de dos sacerdotes amigos, que le dijeron en confidencia que María, la esposa de José, había tenido un Hijo y que a ellos los habían invitado a participar en el rito de su Circuncisión, donde pudieron comprobar que sin duda alguna se trataba del Mesías esperado. Las descripciones sobre el Niño coincidían exactamente con las profecías y, aun prescindiendo de ellas, a una persona con fe le bastaba verlo para convencerse de que era el Redentor anunciado.

A pesar de ello, Simeón no sabía si iba a poder ver al Niño, porque sus padres no tenían obligación de ir al Templo para rescatarlo.2 Como no podía hacer un viaje y desplazarse hasta allí, hizo un nuevo acto de confianza, el último y el más heroico, que conmovió el Corazón de Dios: «¡Yo lo veré!». Si el Señor se lo había prometido, ¡lo cumpliría! No se debe dudar de la palabra divina, aunque todos los acontecimientos parezcan desmentirla. La fidelidad de Simeón llegó a su extremo y, por eso, recibió el premio de un sobreabundante consuelo.

La confianza fue el arma que le alcanzó la victoria contra todas las apariencias de fracaso, y lo llevó a encontrarse con la Sagrada Familia cuando estaba en el auge de su prueba.

Nunc dimittis’

Concluidos los ritos prescritos por Moisés, Simeón tomó de nuevo al Niño en sus brazos y exclamó: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 2, 29-32).

A esta profecía añadió muchas otras, exponiendo lo que le había sido revelado sobre el Niño Jesús, su misión, su vida, su Muerte y Resurrección. Después bendijo a la Sagrada Familia y, volviéndose hacia Nuestra Señora, le anunció los dolores de la Pasión: «Una espada te traspasará el alma» (Lc 2, 35). Le explicó entonces que Ella iba a tener un papel especialísimo junto a su Hijo durante la Pasión, pues llevaría a cabo su misión de Corredentora del género humano.3

En ese momento llegó al Templo la profetisa Ana e inundada de alegría por la gratísima sorpresa, fue a saludar a los Esposos y al Niño Dios, quedándose extasiada al ver la mirada purísima e inteligente de aquel recién nacido. Después de más de un año sin ver a la Virgen María y a San José, su corazón estaba herido de añoranza. Reencontrarlos en el Templo, en compañía de Simeón, era una escena que no se esperaba, por lo que su confianza y rectitud fueron premiadas con una generosidad insuperable.

Después de conversar con la Santísima Virgen y acariciar con mucho afecto al Niño, miró a San José con profundo respeto y le dijo: «Veo en ti a un nuevo Abrahán que tendrá que entregar a su propio Hijo para que se cumplan los designios del Señor».

En efecto, San José sabía que el ritual del rescate de los primogénitos había sido establecido con vistas al ofrecimiento del Redentor, que aquel día se estaba realizando. Todos los padres de Israel rescataban a sus hijos, pero él conociendo la voluntad divina acerca de Jesús, lo estaba entregando para que un día fuera crucificado.4 Así, aceptando los dolores de la Pasión de Jesucristo y asumiendo su sacrificio en el Calvario, fue sacerdote al realizar este acto, en el que también se ofreció silenciosamente como víctima expiatoria en unión con su Hijo.

Tomado de la obra, San José, ¿Quién lo conoce? pp. 251-256

Para ir al Capítulo 8 de esta Historia, haga clic aquí

Para ir al Capítulo 10 de esta Historia, haga clic aquí

Notas:
1) Sobre este anhelo de Simeón, afirma San Francisco de Sales: «El Evangelista dice de San Simeón que era justo y temeroso de Dios: “Et homo iste justus et timoratus” (Lc 2, 25a). En muchos lugares de la Sagrada Escritura, esta palabra “temeroso” nos da a entender el respeto hacia Dios y las cosas que miran a su culto; por ello reparamos en que este buen anciano estaba lleno de reverencia hacia las cosas sagradas. Pero San Lucas dice, además, que esperaba el consuelo, es decir, la Redención de Israel, y que el Espíritu Santo estaba en él: “Expectans consolationem Israel, et Spiritus Sanctus erat in eo” (Lc 2, 25b)» (SAN FRANCISCO DE SALES. Sermon pour le jour de la Purification de Notre-Dame. In: Œuvres. Paris: Société Générale de Librairie Catholique, 1881, t. VI, p. 21). San Gregorio Magno comenta así este episodio: «Al nacer el Señor y venir el Espíritu sobre Simeón en el Templo, hemos aprendido con cuánto deseo los santos varones del pueblo israelita anhelaron ver el misterio de la Encarnación. El mismo Redentor dice a sus discípulos: Muchos profetas y justos desearon ver lo que estáis viendo y no lo vieron (Mt 13, 17)» (SAN GREGORIO MAGNO. Libros Morales. L. VII, n.o 7. Madrid: Ciudad Nueva, 2004, t. II, p. 84).
2) Ratzinger explica que, según la Ley, tanto el sacrificio de purificación de la madre como el rescate del primogénito podían hacerse ante cualquier sacerdote, y «para ninguno de di- chos actos prescritos por la Ley era necesario presentarse en el Templo» (RATZINGER, Joseph. La infancia de Jesús. Barcelona: Planeta, 2012, p. 89).
3) Salmerón ofrece una serie de argumentos sobre esta participación de la Virgen María en el sufrimiento redentor de Cristo. En uno de los más bellos afirma: «No siempre la muerte sigue al dolor extremo. Así, en Cristo, los tormentos de la Cruz y el dolor de la muerte no tuvieron una secuencia inmediata, sino que fueron precedidos de mucho sudor, sangre y agonía. En Juan, el Evangelista, el más amado y amante de Cristo, testigo de su Muerte, ésta no fue inmediata. Y cuando el espíritu contristado abandona los huesos y luego, con sumo dolor, se da la muerte, sea la de un hombre o la de una mujer, eso sucede como por una debilidad de un ánimo poco ejercitado en las adversidades y poco ejercitado en la Providencia Divina: pues quien se da cuenta y sabe que todo en Cristo ocurre para su mayor gloria y para una más abundante salvación del mundo, éste no sucumbe al dolor. Esta consideración fue precisamente la que hizo que la Virgen se mantuviera de pie. Por lo tanto, no debemos observar tanto el dolor natural en María, como la gracia de Dios, la constancia y la fortaleza, que eran predicados suyos» (SALMERÓN, SJ, Alfonso. Commentarii in Evangelicam Historiam et in Acta Apostolorum. Tractatus XLIII. Coloniæ: Antonium Hierat & Ioannem Gymni- cum, 1602, t. III, p. 396). El Papa San Pío X declara que María Santísima, por su sufrimiento unido al de Cristo, puede ser considerada, junto con Él, reparadora de la humanidad: «Por esta comunión de voluntad y de dolores entre María y Cristo, Ella mereció convertirse con toda dignidad en reparadora del orbe perdido, y por tanto en dispensadora de todos los bienes que Jesús nos ganó con su muerte y con su Sangre» (PÍO X. Ad diem illum lætissimum, 2/2/1904).
4) El episodio de la Presentación del Niño Jesús en el Templo, mucho más que el mero cumplimiento de la Ley, era ya la entrega de nuestro Señor Jesucristo como Víctima de holocausto para la salvación de los hombres, muy poco tiempo después de su nacimiento (cf. CLÁ DIAS, EP, João Scognamiglio. ¿Jerarquia o igualdad? In: Lo inédito sobre los Evangelios. Città del Vaticano-Lima: LEV; Heraldos del Evangelio, 2014, t. III, p. 124-128).
 
 

Deje sus comentarios

Los Caballeros de la Virgen

“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

version mobile ->