El día 25 de marzo celebramos el acontecimiento más grande de todos los tiempos: la Encarnación de Dios en las entrañas purísimas de la Virgen María. De esta forma providencial, Dios entra en la historia haciéndose hombre para hacer “dioses” a los hombres.
Nuestro “endiosamiento” es la idea osada, pero muy real, que Padres de la Iglesia y teólogos desarrollan en sus enseñanzas y que tiene tanto alcance para valorar la grandeza y dignidad de nuestra condición humana. En efecto, hemos sido de alguna forma divinizados cuando, en la plenitud de los tiempos, el ángel de Señor anunció a María y ésta concibió por obra del Espíritu Santo.
Ahora, llama la atención la analogía, por no decir la identidad, que se da entre el acontecimiento de la Anunciación -y la consecuente Encarnación del Hijo de Dios que nos relata el evangelista San Lucas- y el desarrollo de las partes en la celebración de la Misa. Las etapas de estos dos misterios se acompañan con notable similitud. Veamos:
El Saludo:
El Ángel dijo a María en la Anunciación: “Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo”
El Obispo (o el celebrante) en la Eucaristía comienza con el saludo: “El Señor esté con vosotros”
La liturgia penitencial:
El saludo angélico provoca en la Virgen una confusión profunda; Ella se turbó.
En la Misa los fieles son invitados a anonadarse a la vista de nuestra bajeza.
La Liturgia de la Palabra:
El Ángel es mensajero, transmite la Palabra de Dios. La Virgen la escucha antes de consentir y de recibirla en su carne.
“En la Misa, los fieles deben primero saborear el banquete de la Palabra antes de recibir el Pan Eucarístico.
La homilía:
El Ángel ha dicho a María: no temas, has encontrado gracia, concebirás en tu seno, darás a luz… y Ella quiere saber más, es prudente “¿Cómo sucederá esto?” se pregunta.
Así también en la Misa, debemos preguntarnos ¿Cómo ésta Palabra se va a cumplir en mi vida? La prédica actualiza la Palabra hecha luz.
Las epíclesis:
Dijo el Ángel: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. La Encarnación se opera por obra del Espíritu Santo.
En la Misa es igualmente por el Espíritu Santo que el pan y el vino se transubstancian:“Santifica estas ofrendas por la efusión de tu Espíritu”
La comunión:
Dice María “Hágase en mi según tu Palabra”. Su “fiat” atrae a Dios y Ella “comulga”.
El “Amén” de los comulgantes es el acto de fe y de entusiasmo profesado antes de la comunión.
El envío:
“Y el Ángel la dejó”. Es la hora del envío y de la misión. María se pone en camino para visitar a su prima Isabel llevando en sus entrañas al Señor.
“Ite Misa est”: lo mismo deben hacer los fieles al concluir la Eucaristía y dejar el recinto sagrado.
Decíamos que la Encarnación fue ocasión de divinización para los hombres; ¿y qué decir de la Eucaristía que, alimentándonos con el Cuerpo y Sangre del Señor, nos da la propia vida de Dios que nos asume y lleva a plenitud aquello de que no somos nosotros que vivimos sino Cristo que vive en nosotros?
Considerase con razón que la Ultima Cena del Señor en el Cenáculo, en la que fueron instituidos el mandamiento del amor, la Eucaristía y el sacerdocio ministerial, fue la primera Misa de la historia.
Pero, a la vista de la constatación que acabamos de exponer, ¿no se podrá llegar a decir que fue la Anunciación la primera, o al menos, la más bella Misa de todos los tiempos?.