La promesa de Genazzano

Publicado el 12/16/2022

El Dr. Plinio pasó por grandes pruebas, llegando inclusive a tener la idea de que tal vez estuviese destruyendo aquello que se proponía defender. En medio de esos sufrimientos atroces, crisis individuales internas causticaban su incipiente obra y enfermó gravemente. Mientras se recuperaba en un hospital de una cirugía, recibió, el 16 de diciembre de 1967, una insigne gracia de la Madre del Buen Consejo de Genazzano.

Plinio Corrêa de Oliveira

Aún en la infancia, la primera batalla de mi vida fue contra la pereza. Esta lucha me llevó a formar en mí, con mucho esfuerzo, y amparado por la gracia obtenida por Nuestra Señora, un modo de ser, un estilo de temperamento.

Después de duras renuncias, grandes esperanzas

Cuando rompí con el mundo y entré al movimiento de las Congregaciones Marianas, fue a la manera de algún contemporáneo de Nuestro Señor Jesucristo que, viendo pasar al Divino Maestro a lo largo del camino, lo dejó todo para seguirle. Así hice yo con el estandarte de Nuestra Señora: lo vi pasar, dejé todo y lo seguí. Por un reflejo curioso del espíritu humano, me vino a la mente, sin que lo explicitara enteramente, la siguiente idea: “Ahora que vencí todo esto y di esos pasos puedo estar seguro, porque nunca me faltarán las fuerzas a lo largo de mi vida, y por mayores que sean los obstáculos que aparezcan, si vencí esto, venceré el resto. Por tanto, así como tengo piernas, brazos, cabeza, tengo residiendo en mí la virtud de la fortaleza”.

Misa solemne en el Santuario del Sagrado Corazón de Jesús, en los tiempos de la infancia del Dr. Plinio

Me acuerdo perfectamente de un día en el que estaba asistiendo a una bendición con el Santísimo Sacramento, en la Iglesia del Corazón de Jesús; mientras rezaba, me pasó por la cabeza esta pregunta: “Ahora, ¿hasta dónde volaré después de haber hecho estas renuncias? Vamos a ver si estoy dispuesto a cualquier cosa”.

En medio de las borrascas interiores, la comprensión del papel de la gracia

En destaque, Plinio en la Congregación Mariana de Santa Cecilia, a mediados de 1932

Poco después, y de un modo un tanto imprevisto, estallaron ciertas tormentas interiores que no conseguía acabar con ellas. Gracias a Nuestra Señora no pequé, pero eran tan superiores a mis fuerzas, que tuve que rezar intensamente como nunca lo había hecho en mi vida. Porque no había otra cosa que hacer.

En aquella ocasión, fui llevado a considerar más atentamente una verdad a la cual nunca le había prestado mucha atención, esto es, todo lo que dicen los libros de formación religiosa respecto al papel de la gracia, para que el hombre enfrente las dificultades. Entonces fue cuando, cayendo en mí, pensé: “Es verdad, me faltaba esto… De hecho, necesito el auxilio de la gracia”. Por fin, aquellas borrascas pasaron y viví un periodo de dos o tres años de mucho consuelo y bienestar espiritual. Sin embargo, aún no tenía claro que eso era imprescindible para la vida interior del hombre y también necesario para sus actuaciones externas. Juzgaba que, con tales o cuales recursos intelectuales, con tal o cual forma de fuerza de voluntad y con el auxilio de la gracia para mi perseverancia personal, haría el resto. Implícitamente estaba la siguiente idea: “Que Dios me ponga en orden, que yo pongo en orden a los otros y acabo haciendo vencer la Contra-Revolución”.

Encuentro con el Libro de la Confianza

Nuestra Señora de la Confianza, venerada en el Seminario Mayor de Roma

Externamente, no tardaron en aparecer problemas para los que no tenía solución, pura y simplemente no encontraba solución: dificultades financieras, de salud, de relacionamiento y liderazgo en el medio católico, en fin, una lluvia de hechos, unos más perturbadores que los otros, cayendo encima de mí como torrentes.

Fue cuando, por una circunstancia providencial, con apariencia de fortuita, conocí El Libro de la Confianza, cuya lectura me dio la esperanza de que, a fuerza de confiar Nuestra Señora también ordenaría aquello que yo debería poner en orden. Yo no sería sino un instrumento de Ella, pero la Santísima Virgen colocaría todo en orden.

Esta idea animó mi espíritu, la hice mía, la incorporé, al menos eso espero, en mi mentalidad y mi modo de ser y continué adelante.

Prueba aún más atroz que las anteriores

Sucedió mi expulsión de la dirección de la Acción Católica, la reducción de todo el movimiento que lideraba a un grupo de seis o siete amigos heroicos, nada más que eso, en fin, un marchitamiento completo.

A partir de entonces, otra preocupación se estableció en mi espíritu. Pensé: “Confié, recé y estoy seguro de que Nuestra Señora quiere que la Contra-Revolución venza. Si en la plenitud de mi vida la Contra-Revolución está recayendo de esta manera, no será cuando tenga cincuenta, sesenta o más años que va a resurgir. Ahora bien, si en el vigor de mi vida estoy recibiendo el mazo de la Revolución encima de mí, algo debo haber hecho para merecer el castigo de Dios”.

De ahí, continuos e implacables exámenes de conciencia. Dudo que exista un hombre que pueda decir con toda seguridad: “De tal manera soy fiel, que estoy seguro de en nada merecer el castigo de Dios”. Soy un hombre, luego estoy en este caso.

No sabía cómo arreglármelas, pues, aunque viniera este pensamiento consolador: “Tenga también confianza en la misericordia de Dios…”, Mi raciocinio era: “Si, confío, pero también creo en su justicia, y la adoro específicamente en aquello en que ella tiene horror a mis defectos”; adoro la intransigencia divina en relación a mis defectos y no puedo espantarme de que Él desate su justicia sobre mí. Además, no me compete estar raciocinando sobre eso, pues si Dios me está castigando, es porque lo merecí; Si pedí misericordia y no la obtuve, fue porque según las medidas de su sabiduría, no era oportuno dármela”.

Así, nuevamente se abatía sobre mí una prueba más atroz que las anteriores, pues tener la idea de que tal vez yo estuviese destruyendo aquello que me proponía defender, era un sufrimiento atroz.

Estaba en medio de esas pruebas, en un periodo en el que crisis individuales internas flagelaban y causticaban mi incipiente Obra de un modo horroroso, cuando enfermé con una crisis de diabetes, probablemente ocasionada o agravada por el pesar que esos casos personales me provocaban.

La promesa de la Madre del Buen Consejo

En estas circunstancias había leído un libro sobre la historia de Nuestra Señora de Genazzano, que también me cayó en las manos fortuitamente, y me encanté con aquello, manifestando el deseo de obtener una estampa de la Madre del Buen Consejo. Sabiendo de esto, un amigo mío, en viaje por Europa, estuvo en Genazzano y me trajo una estampa.

Me encontraba hospitalizado, recuperándome de una cirugía, cuando algunos miembros de nuestro Movimiento, vinieron a visitarme trayendo, ya enmarcada, una representación del milagroso fresco de Genazzano.

Me acuerdo de que, al mirarla, aunque no hubiese un milagro ni revelación, tuve la impresión de que la imagen me decía algo así: “Hijo mío, lo que debe suceder yo le estoy asegurando que se realizará, desde que confíe en mí”.

Pero todo esto acompañado de una sonrisa con mucha bondad, mucha clemencia. No lo conté a nadie en aquella ocasión, pero evidentemente aquello ejerció en mi espíritu una profunda impresión que conservé interiormente.

Poco después, el médico me fue a examinar y juzgó que de tal manera había mejorado, que me autorizó a volver a casa. Dejé el hospital llevándome la estampa, claro está, con inmensa veneración y deseo de tenerla junto a mí. Desde entonces conservé siempre esta imagen en un mueble que queda frente de mi cama. Santa Teresita del Niño Jesús hablaba de las preocupaciones y perturbaciones que el demonio ponía durante su sueño, comprendiéndose así la razón por la cual se pedía en la hora del Oficio recitado durante la noche para ser alejadas las pesadillas y fantasmas nocturnos. Así también, en mi caso, para alejar las pesadillas y fantasmas nocturnos, allí está el cuadro. Si algo me preocupa y me despierto durante la noche, enciendo la luz y miro a la Madre del Buen Consejo.

Estoy seguro de que ya habría muerto de disgustos si no fuese porque esa promesa de Genazzano se mantuvo siempre en pie. Recemos para que esa certeza nos acompañe hasta el fin. Nuestra Señora realizará aquello que deseamos.

Extraído de conferencia del 20/12/1983

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