La quintaesencia de la pureza de corazón: el espíritu de prontitud

Publicado el 01/17/2025

El estado de alerta católico fue ya definido por Nuestro Señor Jesucristo: “Vigilad y orad para que no caigáis en tentación”. A todo momento pueden suceder cosas que representen para la Iglesia la necesidad de tomar una posición extrema. Y el verdadero católico debe estar interiormente movilizado y preparado para cuando eso suceda.

El estado de prontitud es un estado por el cual el individuo, en primer lugar, reconoce ser soldado de una Causa. Ese estado tiene un presupuesto militar y significa que tomamos en relación con la causa católica la posición mental y la actitud mental que el militar ejemplar debe tomar en relación con la Patria.   

La Iglesia es el alma de nuestra Patria

En cierta ocasión, recuerdo haber asistido a una conferencia de un sacerdote belga, el cual decía algo muy verdadero: “¡Nosotros debemos tener el patriotismo de nuestra religión!”

En último análisis, cuando se trata de patriotismo, todo el mundo concibe los mayores sacrificios, la necesidad de los mayores empeños y generosidades, en la medida en que los intereses de la patria lo exijan.

En términos diferentes, si oyéramos hablar, por ejemplo, que alguien invadió el territorio de Mato Grosso, consideramos una felonía rehusar nuestra sangre a la Patria. Todo el mundo renuncia a las actividades corrientes, comprendiendo que debe arriesgar su vida. Todos se dejan confiscar por el ideal patriótico y marchan hacia la frontera. Los padres renuncian a la vida de sus hijos, las esposas a la de sus esposos. Las mayores desgracias, los mayores sacrificios son considerados normales y el rechazo en ese sentido es tenido como una traición.

Ahora bien, sucede que la Iglesia Católica es más que nuestra propia Patria, porque es ella la que nos lleva al Cielo, nuestra Patria definitiva, Por tanto, la Iglesia es el alma de nuestra Patria.

El cuerpo del Brasil es el territorio, el pueblo, la lengua; pero el alma del Brasil es la Religión Católica. El día en que Brasil dejara de ser católico, ¡dejaría de ser Brasil! De manera tal que debemos tener en relación a la Iglesia un sentimiento que está en la línea del patriotismo. Sin embargo, es incomparablemente más que patriotismo, porque es un sentimiento de orden sobrenatural, que mira a un ideal divino. La patria es una realidad terrena, transitoria, temporal. La Iglesia es una realidad espiritual, sobrenatural, eterna. Por tanto, nosotros vamos a pasar de la Iglesia militante a la Iglesia gloriosa, sin embargo, si Dios quiere, nunca dejaremos de ser hijos y miembros de la Iglesia.

Por todas estas razones conjugadas, nos debemos considerar frente a la Iglesia con deberes análogos, de una naturaleza intrínsecamente superior y más noble, de los que aquellos que el sentido común indica para el hombre en relación a su propia patria.

Frente a la Iglesia, la posición de brío y de honor

Ahora bien, en el presente momento –y yo nunca me cansaré de insistir en esta idea‒, la Iglesia es como la Patria invadida de todos lados. Si nuestro país estuviese en la situación en que está la Iglesia, deberíamos imaginar a la ciudad de Río de Janeiro, por ejemplo, sitiada, con todo el resto del país ocupado y con la traición campeando allí dentro.

Es decir, en el último extremo del más tremendo apuro, de la angustia, de la aflicción más completa, del peligro más total, es así que podemos pensar en la situación de la Iglesia. Es el esquema de la traición, de la audacia y de la entrega conjugados que se desarrolla, y que ya se encuentra en sus últimas etapas. Cuando la Iglesia está en estos términos, debemos estar en estado de prontitud.

¿Qué llamo estado de prontitud? ¡Es un imperativo de conciencia, de brío y de honor! ¡Nosotros nos consideraríamos unos desvergonzados si, puesto Brasil en un estado análogo, no estuviéramos dispuestos a hacer algo por él!

Pues bien, a fortiori seríamos unas personas sin brío, unos desvergonzados, unos individuos sin sensibilidad moral si, frente a la Iglesia, en esta extrema situación, no nos colocásemos en esta posición. La realidad es esta. ¡Pero esto no es todo! Va más allá

Una convocatoria de la Reina

Imaginen que en Río de Janeiro hubiese una reina. Y ella, en la aflicción caminase por las calles invitando doscientos, trecientos, quinientos hombres, en estos términos:

“Por lo menos vosotros, ¡venid a luchar! ¡Hay un llamado especial de vuestra soberana, está la promesa de una gloria especial, de un afecto especial, pero sacrificad todo y venid a luchar en torno a la última bandera, del último reducto! ¡Esta gloria será vuestra!”

Qué diríamos del hombre que le respondiera a la reina:

“Esto depende, no sé… No sé si mi familia aprobaría ese gesto. ¿Qué va a decir de eso mi padre? Mi madre tiene restricciones, mi tío lo ve con malos ojos, a mis primos no le gusta. Oh reina, no puedo atender vuestro llamado por causa de mi familia”.

¿Qué diríamos de un hombre que hiciese esto?

Imaginen otro que dijese a la reina: “Bueno, es verdad, su situación es de apuro. Pero sabe de una cosa, yo tengo mi vida particular, preciso aparecer, quiero hacer carrera. Yo soy un gran hombre y corro el riesgo de morir sin gloria ahí, yo no puedo aceptar esa situación, oh reina.

Además, mi vida cómoda. … Usted está pidiendo que lleve una vida dura y no estoy dispuesto a llevarla, mejor procure con otros”.

El día en que esa reina gane la guerra, ¿Qué dirá de esos súbditos? ¿A qué penalidades tendría ella el derecho de condenarlos? ¿Cómo la Historia los calificaría?

¡Llegará el día en que Nuestra Señora va a ganar esa guerra! Un día en el que todos vamos a ser juzgados por nuestra actitud frente a su invitación, porque nosotros fuimos de esos pocos que la Reina llamó para luchar por Ella. ¿Cómo reaccionamos? ¿La opinión de nuestros primos, nuestras flojeras, nuestras vanidades prevalecieron? ¿O supimos decir “sí” a su llamado?

El estado de prontitud

Frente a esto, ¿Qué es el estado de prontitud? Es el estado de la persona consciente de que precisa estar siempre con el espíritu dispuesto, en estado de alerta, en la perspectiva siguiente: de un momento para otro voy a ser llamado para trabar la linda batalla de mi existencia y dar mi sangre, mi vida.

Oración en el Huerto de los Olivos. Basílica de Santa Catalina de Alejandría, Galain, Italia

¿Qué llamo estado de prontitud? ¡Es un imperativo de conciencia, de brío y de honor! ¡Nosotros nos consideraríamos unos desvergonzados si, puesto Brasil en un estado análogo, no estuviéramos dispuestos a hacer algo por él!

Pues bien, a fortiori seríamos unas personas sin brío, unos desvergonzados, unos individuos sin sensibilidad moral si, frente a la Iglesia, en esta extrema situación, no nos colocásemos en esta posición. La realidad es esta. ¡Pero esto no es todo! Va más allá

Una convocatoria de la Reina

Imaginen que en Río de Janeiro hubiese una reina. Y ella, en la aflicción caminase por las calles invitando doscientos, trecientos, quinientos hombres, en estos términos:

“Por lo menos vosotros, ¡venid a luchar! ¡Hay un llamado especial de vuestra soberana, está la promesa de una gloria especial, de un afecto especial, pero sacrificad todo y venid a luchar en torno a la última bandera, del último reducto! ¡Esta gloria será vuestra!”

Qué diríamos del hombre que le respondiera a la reina:

“Esto depende, no sé… No sé si mi familia aprobaría ese gesto. ¿Qué va a decir de eso mi padre? Mi madre tiene restricciones, mi tío lo ve con malos ojos, a mis primos no le gusta. Oh reina, no puedo atender vuestro llamado por causa de mi familia”.

¿Qué diríamos de un hombre que hiciese esto?

Imaginen otro que dijese a la reina: “Bueno, es verdad, su situación es de apuro. Pero sabe de una cosa, yo tengo mi vida particular, preciso aparecer, quiero hacer carrera. Yo soy un gran hombre y corro el riesgo de morir sin gloria ahí, yo no puedo aceptar esa situación, oh reina.

Además, mi vida cómoda. … Usted está pidiendo que lleve una vida dura y no estoy dispuesto a llevarla, mejor procure con otros”.

El día en que esa reina gane la guerra, ¿Qué dirá de esos súbditos? ¿A qué penalidades tendría ella el derecho de condenarlos? ¿Cómo la Historia los calificaría?

¡Llegará el día en que Nuestra Señora va a ganar esa guerra! Un día en el que todos vamos a ser juzgados por nuestra actitud frente a su invitación, porque nosotros fuimos de esos pocos que la Reina llamó para luchar por Ella. ¿Cómo reaccionamos? ¿La opinión de nuestros primos, nuestras flojeras, nuestras vanidades prevalecieron? ¿O supimos decir “sí” a su llamado?

El estado de prontitud

Frente a esto, ¿Qué es el estado de prontitud? Es el estado de la persona consciente de que precisa estar siempre con el espíritu dispuesto, en estado de alerta, en la perspectiva siguiente: de un momento para otro voy a ser llamado para trabar la linda batalla de mi existencia y dar mi sangre, mi vida.

Dr. Plinio em 1969

Por tanto, tengo como preocupación principal el estar movilizado en mi interior y bastante desapegado de todas las cosas para estar pronto cuando esto suceda. Y el estado de alerta católico fue definido por Nuestro Señor Jesucristo, en el Huerto de los Olivos, para los Apóstoles: “Vigilad y orad para no caer en tentación”.

Coronación de la Virgen Museo Pierre de Luxembourg, Villeneuve-lès-Avignon, Francia

Vigilar, es decir, ¡es preciso una vigilancia continua sobre el enemigo! No me refiero al terrible enemigo interno, les hablo del enemigo externo. O sea, ¡a todo momento pueden suceder cosas que representen para la Iglesia, para nuestra Causa, la necesidad de tomar una posición extrema!

La vigilancia supone hábitos de austeridad

Nuestro Señor es quien está en lo alto de la torre escudriñando los horizontes. Mirémoslo a Él acompañando con su mirada, con sus gestos, con su espíritu, cuáles son los enemigos que Él ve, cuáles los recelos que tiene, cuáles las maniobras para las cuales Él se está preparando. Procuremos asociarnos a la perpetua vigilancia de Nuestro Señor Jesucristo, comprendiéndola; estemos prontos a dar todo en unión con Él, como Él y a todo momento. ¡Es ésta nuestra vigilancia! Es la vigilancia de los soldados en una fortaleza medieval: ellos miran al vigía que se encuentra en lo alto de la torre y esperan una palabra suya. ¡Basta eso y los soldados se lanzan al combate! Es ésta nuestra vigilancia. Y así, es el estado de espíritu que yo pido que Nuestra Señora les dé.

La vigilancia, así vista, supone hábitos de austeridad y de dureza. Nadie puede estar en estado de alerta cayendo en la comodidad de la vida de todos los días.

Hay un momento para cada cosa. Hay un momento, en la vida, en el cual se puede tomar una actitud más o menos despreocupada, porque las gracias así fluyen. Y después, hay el momento en que eso no es más posible, porque la gracia sólo atiende a los que vigilan. Como hubo un momento para los Apóstoles de dormir, hubo también aquél en que ellos deberían haber quedado despiertos y no lo hicieron. Fue por el hecho de que ellos se durmieron con molicie a la hora de dormir que, en la ocasión de despertar, no lo hicieron.

Almas dispuestas a lo imprevisto

¡Debemos vivir toda nuestra vida cotidiana en una actitud de alerta, decididos a hacer las cosas duras, comenzando por ellas, en la alegría de hacerlas y dándoles preferencia! Dispuestos a los imprevistos duros, aunque no tengamos bien idea de cuáles son. Y el imprevisto es siempre alguna cosa que la persona no sabe lo que es. Debemos estar dispuestos a los sacrificios a cualquier momento.

El estado de alerta supone, entonces, la disposición de hacer cualquier cosa, a cualquier momento y de hacer un examen de consciencia: ¿estoy dispuesto o mi alma no está atenta a la voz de Dios que me puede llamar en cualquier momento a luchar por Él?

La vía común de las almas es sentir en sí esta disposición. Puede ser que algún alma dentro de una vía especial, y sin desdoro para ella, no sea exactamente así y, puesta delante de la idea del sacrificio, se atemorice. Hubo mártires que entraron en el Coliseo temblando, pero con el auxilio de la gracia, iban al encuentro de las fieras, entregándose al sacrificio.

Debemos ser como los católicos de aquellos tiempos, diciéndonos a nosotros mismos: yo siento el miedo delante de mí, pero vivo mi miedo dentro de la oración confiante, seguro de que en la hora del sacrificio Nuestra Señora no me negará la gracia.

Yo voy a pedir mucho a Nuestra Señora el coraje que no siento en mí. Tener en mente la necesidad de pedirlo como un don precioso para cualquier momento que suceda. Esto es lo que el estado de alerta significa para nosotros.

Es un punto para colocar en nuestro examen de conciencia: ¿Yo estoy en estado de alerta? Esto es, ¿estoy dispuesto para cualquier trabajo, a cualquier arbitrariedad, a cualquier peligro?

Si lo estoy, debo preguntar: ¿reconozco que esto me viene de Nuestra Señora? ¿Comprendo que, si yo lo pido, Nuestra Señora me lo dará? ¿Yo lo estoy pidiendo más?

El estado de alerta: la quintaesencia de la pureza de corazón

La Virgen rezando. Iglesia de la Madre de Dios, Jerez de la Frontera, España

 El otro día me mostraron la explicación de una de las bienaventuranzas: bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Y el Catecismo explicaba que el limpio de corazón no es exclusivamente el puro, sino que el concepto es mucho más alto. ¿Cuál es la limpieza de corazón? Es el hecho de que el alma esté dada a la Iglesia Católica por entero y, por tanto, sin ninguna especie de error y de mal. Es la definición de la posición combativa. Así, no se tiene con el enemigo ni complicidad y ni molicie, se corre encima de él: es el combate. Luego, este estado de alerta es la quintaesencia de la pureza de espíritu.

Esta pureza de espíritu se alimenta en el estudio, por la comprensión, por el amor.

Junto al estudio viene la oración. Es evidente. Sin oración, no conseguimos nada. Ni siquiera el estudio nos es útil sin la oración. El estado de alerta católico es vigilar y orar, porque la oración es todo en nuestra vida y en nuestra alma. Y la oración del guerrero en estado de alerta no es la oración de una pobre beata.

Además, tenemos el trabajo de quebrar los mil pequeños hábitos indolentes por los cuales no queremos hacer lo que es duro, de crear el reflejo de hacer varonilmente lo que es duro. Pues no se trata solo de trabajar, es preciso hacer un trabajo bien hecho, con decisión, yendo hasta el fin.

Un pedido a Nuestra Señora

Hasta el último aliento el mayor empeño, el coraje más extremo, el entusiasmo más completo, la oración más continua, la disciplina más perfecta, la vigilancia más infatigable, he ahí lo que debemos desear y pedir a Nuestra Señora.

Cualquier cosa que se haga: atender al teléfono, elaborar un trabajo intelectual, ejecutar un servicio, escribir una carta, todo hacer con ese espíritu de prontitud, haciéndolo el objeto de nuestro examen de conciencia, antes del cual se podría recitar:

“La Iglesia es la Patria sacrosanta de mi alma, invadida, traicionada y puesta en el mayor extremo posible de su aflicción. Quiero saber si soy o no soy el guerrero de esta Iglesia; quiero saber si mantuve mi estado de alerta de acuerdo con el examen de conciencia que estoy haciendo”.

(Extraído de la conferencia del
26/5/1969).

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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